Es en la rebelión donde el alma se revela. Por Josep Castelló. España. Rebelarse es una actitud visceral, un movimiento sísmico humano que arranca de lo hondo del alma. Cuando alguien se rebela lo hace con las entrañas y aun en contra de toda razón y conveniencia.
Las grandes rebeliones de la historia las han protagonizado pueblos con conciencia, con el alma despierta. Pueblos formados por hombres y mujeres conscientes de su dignidad humana que se han rebelado contra la injusticia, la mentira, la humillación, y se han lanzado a la lucha en pos del ideal que brillaba en su mente, en su corazón y pensamiento, en su alma despierta.
Rebelarse es la condición esencial del ser humano, el baremo que marca el nivel de humana dignidad de la persona. Y puesto que la natura humana tiene tendencia a someter al otro, a explotarlo, a obtener beneficio del esfuerzo ajeno, es preciso que el alma esté despierta para cerrarle el paso a toda esa injusticia, ajena y propia, puesto que todos estamos expuestos a caer en la más absoluta iniquidad. De ahí que la rebelión no sea tan sólo un acto contra otro u otros sino que puede y aun debe serlo también contra uno mismo cuando la conciencia a ello llama.
Pero para que la conciencia grite reclamando justicia hay que tenerla viva y bien despierta. Forjarse una conciencia no es algo gratuito; quiere dedicación, tenacidad, continuidad, firmeza, reflexión, meditar, contemplar la belleza de la vida con el alma serena y el corazón henchido. Requiere educación y aun autoeducación, y un largo y generoso filosofar durante toda la vida. Forjarse una conciencia, hacer crecer el alma no es algo gratuito ni es nada banal que se obtenga sin más; requiere esfuerzo.
Ese ente misterioso y metafórico, el alma humana, que tanto verbo ha movido, no es algo que se pueda dejar en el olvido, al margen de la vida cotidiana pensando en sacarlo a relucir cuando convenga, igual que los pendones en las celebraciones y fiestas lugareñas. El alma vive y crece al ritmo de nuestra propia vida o se atrofia como miembro en desuso y al final fenece o si más no queda inservible.
Y es tal vez por eso que ahora en nuestro mundo acomodado rebelarse no se estila, que es una actitud fuera de moda, que no se lleva ya. Ha quedado tan sólo en rasgo peculiar de adolescentes, una incomodidad inevitable que padres y educadores intentan casi siempre esquivar y aun neutralizar, para bien del educando, según dicen.
La mayoría de la población al asumir su condición de adulto entiende que madurar consiste en ser feliz a ultranza, adaptándose al sistema y sumiendo su alma en una estado de sopor que le impida plantearse toda cuestión acerca de cuanto pueda acaecerle, evitando de ese modo cualquier incomodidad de cuerpo y de alma, aun a costa de su propia dignidad humana. Algo así como un proceso de hibernación mental de por vida que garantice la supervivencia en el glacial panorama moral que va a envolverle.
Actualmente acá, la gente lleva años ya sin rebelarse más que contra la misma rebelión, contra todo lo que pueda constituir un estorbo en el camino trazado por la propia inercia. La inmovilidad parece ser uno de los valores máximos de esta sociedad nuestra que, paradójicamente, se caracteriza por la velocidad, por el movimiento permanente, por lo poco que duran ya las cosas empezando por los cacharros esos a que tan aferrados estamos y sin los cuales parece como si no pudiéramos vivir. Un afán desquiciado de renovación y consumo, que afecta incluso a la estructura emocional de las personas y a su vida afectiva, es la principal característica de esa inercia esclavizante contra la cual parece imposible rebelarse.
Un correr permanente, sin alma, sin conciencia, para así ir mas deprisa a nadie sabe donde, hace como de balanceo de las almas, justo para mecerlas y dormirlas, para inmovilizarlas hasta atrofiarlas y así poder embrutecer a las personas hasta convertirlas en simples individuos de una gran masa, amorfa y manipulable por quienes ostentan el poder. Masa en lugar de pueblo. Individuos sin alma en lugar de personas conscientes.
Ese es el gran triunfo del capitalismo, convertir el pueblo en masa. Pero ese ha sido también siempre el gran objetivo de todas las ideologías y religiones generadoras de creencias: esclavizar el pensamiento, secuestrar las mentes, anular las conciencias, adormecer las almas para así convertir las personas en individuos y el pueblo en masa.
Personas sin alma, pueblos sin alma, individuos, masa... Sumisión permanente... Triunfo del poder esclavizante. Un pueblo sin conciencia, con el alma dormida, es un pueblo vencido y sometido.
Pero no para siempre, pues que ninguna esclavitud es perpetua. La crisis de opiáceos alcanza ya al mundo acomodado. Entre la gran masa empieza a florecer la conciencia ¿Despertarán las almas? ¡Quién sabe! Es en la rebelión donde el alma se revela.+ (PE)
Nota. El presente artículo es la reedición hecha por su autor de uno que, con el mismo título, publicó en KAOSENLARED.NET el 9/7/2004.
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