martes, 3 de noviembre de 2009

OLIMAREÑOS CARTA DE OSCAR LEBEL A PEDRO BORDABERRY MARINO JUAN ZORRILLA ZELMAR MICHELINI GUTIERREZ RUIZ ARGENTINA SECUESTRO


 

 foto: el gran patriota uruguayo Artigas

 COMO  DECIAN LOS  OLIMAREÑOS:"MEJOR  SE PONEN  SOMBRERO , QUE  EL AIRE VIENE DE
  GLORIA, SI NO LOS  DESPEINA EL VIENTO LOS  VA  A DESPEINAR  LA   HISTORIA…

 PEDRO: ENTRE LA DESMEMORIA Y LA  NÁUSEA   
 
 Carta de Oscar Lebel (Contra almirante retirado) a Pedro Bordaberry 
 Pedro. 
 
Soy un anciano marino, octogenario como su señor padre (único rubro en el que con él coincidimos) y he decidido compartir con usted vivencias del pasado. 

Usted se preguntará: y este viejo ¿por qué me  escribe?  Le cuento, Pedro.
 
Cuando usted era muy joven, hace 33 años, allá en el lejano febrero de  1973 los militares con excepción de la Armada se levantaron contra  las instituciones.
 
El almirante Juan Zorrilla, comandante en jefe no  acompañó el cuartelazo e hizo desplegar a los fusileros navales a lo largo de  la calle Juan Carlos Gómez, de mar a mar, haciendo de la Ciudad Vieja , el  baluarte de la dignidad y la institucionalidad. Invitó a su señor padre,  como Presidente de la República en ejercicio que era, que asentara su  autoridad en la Ciudad Libre , que los cañones de la Armada estaban prestos a  defenderla.
 
La historia cuenta, que el presidente Juan María  Bordaberry, entre la legalidad y la traición, optó por la traición y se  unió a los golpistas del Ejército, cuyas caras más  visibles eran los  generales Gregorio Álvarez, Esteban Cristi y Mario Aguerrondo (padre).
 
Entre  febrero y junio hubo un raro interregno, una suerte de "crónica de  la muerte anunciada" con el poder en manos de las FF.AA y con su señor  padre luciendo un nuevo adjetivo para redondear el título. Ahora era  presidente de facto (con minúscula).
 
El 27 de junio se acabaron las medias  tintas y los tres generales cerraron el Parlamento. La clausura, Pedro,  nada tenía que ver con la sedición, que ya había sido derrotada en 1972,  según rezaba en un documento militar que sacó a luz el senador  Vasconsellos.

 Es en ese junio, de 1973, que tengo mi primer y único  contacto epistolar con su señor padre. Ocurre que el día del golpe, se me  ocurrió una simbólica protesta y de tal modo me paré, uniformado, pistola en  mano en el balcón de mi casa, donde en un gran cartel flanqueado por las banderas Patria y de Artigas se leía:    Yo soy el capitán Oscar Lebel.    Abajo la dictadura. 

 Le ahorro, Pedro, lo que siguió. Prisión, huelga  de hambre, etc. Me interesa llegar a la sanción que me impuso su señor  padre, en su carácter de jefe supremo de las FF.AA. 

 Es de antología.
 Dice: "Promover desorden en la vía pública, vistiendo el uniforme y portando  el arma de reglamento".
 Si me permite una licencia poética, el parte  de la sanción, traducido al lenguaje cuartelero, diría más o menos así…

 "Milico en pedo, con revólver en mano, armando relajo en el  quilombo". 

 Pero quiero contarle algo más. ¿Sabía usted Pedro, que yo fui el único testigo que estaba presente, cuando llegaron al puerto de Montevideo los cadáveres de Michelini y Gutiérrez Ruiz?  
 
He aquí el relato que  debe interesarle porque su señor padre era presidente. Usted habrá  leído que durante el gobierno de facto de su señor padre, en Buenos Aires,  el día 18 de mayo de 1976, en medio de un aparatoso despliegue policial  alrededor de las respectivas viviendas, fueron secuestrados por sendos  "grupos de tareas", Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, apareciendo  sus cadáveres, el día 21 en un automóvil, junto a los de dos jóvenes William Whitelaw y Rosario Barredo, cuyos secuestros databan del día 13.  
 
Las  autopsias realizadas dicen que en todos los casos la muerte fue causada  por herida de bala en el cráneo, mostrando los cuerpos fracturas de huesos a  causa de las torturas.  
 
Era fría esa mañana del 25 de mayo y  Montevideo todo estaba cubierto por una espesa capa de niebla.   El arribo del  vapor de la carrera, un viejo buque de pasaje que unía diariamente las dos capitales del Plata, tenía previsto su arribo a las 8 de la mañana como era  habitual.
 
Los sepelios estaban autorizados a las nueve. En el Central  para Michelini y en el Buceo para Gutiérrez Ruiz.

  Con el grupo de  amigos, que pensaba rendir honras fúnebres a ambos mártires entre los que  recuerdo al Dr. Cardozo y al coronel Pérez Rompani tuvimos la premonición de  que la dictadura nos iba a jugar una mala pasada y a las siete y media nos  constituimos en el puerto, que rodeado de marineros estaba cerrado a cal y  canto.
 
Aunque vistiendo de civil, pero blandiendo la tarjeta que me  acreditaba como capitán de navío, me dirigí al personal que  montaba guardia en el portón, lo miré fijamente y dije con  tono prepotente: Soy el capitán Lebel y voy a entrar.

  El reflejo condicionado a la obediencia funcionó y  pude dirigirme a la dársena fluvial. El buque, como lo habíamos intuido,  había atracado una hora antes de lo habitual. Me paré al costado, y miré las  dos cubiertas habitualmente atiborradas de pasajeros pañuelo en ristre. 

Totalmente vacías. Ni un alma . Ni siquiera un tripulante. De pronto, un  chirrido, y el brazo de una grúa se dirigió al barco.

 Unos minutos y se  produce el descenso de un féretro innominado. De entre la bruma surgió un  furgón de una empresa fúnebre, en el que apresurados  funcionarios  introdujeron el cajón. Tampoco había las usuales  iniciales del fallecido en el furgón. 

 Corrí a la salida y puse en  alerta a mis compañeros. Llegamos al cementerio Central en momentos en que  terminaba el responso del sacerdote.
 
El féretro de Zelmar fue colocado sobre la camilla rodante y así, los pocos que pudimos prever la canallada nos  dirigimos lentos a la tumba.
 
En verdad, había algo de surrealista. La  policía de choque, con su jefe, el coronel Ballestrino, todos vistiendo  por primera vez el uniforme de combate negro, las cabezas con las noveles  boinas requintadas, armados hasta los dientes rodaban el  féretro. 

 Michelini, aún después de muerto, producía pavor a la  canalla. El francés Larteguy, en sus novelas sobre mercenarios en Indochina,  recuerda a un comandante que para animar a su tropa, había hecho confeccionar  un banderín, que en un pequeño mástil portaba uno de los soldados.

 Allí se  leía: "Je osse" (Yo me atrevo). También Ballestrino, en pleno delirio  mercenario lucía esa mañana un pendón igual. Frente a él pasó el cuerpo de  Michelini.

 Como el Cid. Ganando el combate, en palabras de Di Candia:  "Ni un muerto ni derrotado". Apenas sepultado Zelmar, ingresó la  caballería y ocupó el cementerio.

 Las gentes que bajaban a raudales por la calle Yaguarón no podían creer que la dictadura, que encabezaba su  señor padre, pudiera ser tan anticristianamente cruel.
 
En el Buceo, ocurrió otro tanto y la historia también cuenta deun valeroso policía, de nombre Somma, que recibió los plácemes del presidente de facto, por haber  quitado el Pabellón Nacional del féretro del Toba.
 
Pedro: días  pasados lo ví litigar con fervor en defensa de su señor padre.     Y traté  de entenderlo.    Porque usted, Pedro, tuvo una infancia  feliz.

 Creció sano y vigoroso mostrando su temple viril como deportista  estrella. Tuvo usted padres amorosos y muchos hermanos.
 
Usted, Pedro, aparte  del físico cultivó el intelecto. Se recibió de abogado. Me imagino que  cuando tuvo que jurar que defendería y respetaría la Constitución, habrá pedido consejo a su padre, también abogado. 

 Presumo que le habrá  dicho que por encima de cualquier documento escrito por los mortales,  falibles y pecadores ciudadanos, está la Ley de Dios que deberá  ser defendida por la cruz y la espada.
 
Para la cruz, ahí está monseñor  Corso. Para la espada la nómina es más numerosa:   Gavazzo, Silveira, Vadora,  Tróccoli, Vázquez, Arab, Cordero, etc. 

 Pedro, cuando usted que tiene  la fortuna de tener a su padre vivo, en una suerte de travestismo dialéctico  le dice mentiroso a Rafael, cuyo padre fue asesinado, ¿en qué piensa  Pedro?

 Se imagina, Pedro, que el hijo de Pinochet, le diga mentiroso al hijo  del general Prat. Que el hijo del general Videla le diga mentirosa a Macarena  Gelman , o que el hijo de Hitler le dijera mentiroso al hijo de  Simon Wiesentahl. 

 Pedro, supongo que usted habrá oído hablar del senador Mac Carthy, un señor que en su histeria anticomunista era casi  un clon de su señor padre.
 
 Pues bien, la caída de Mac Carthy se produjo cuando otro legislador, mirándolo a los ojos, le dijo:
 
Señor,      ¿acaso no  conoce usted la decencia?