martes, 9 de marzo de 2010

Sismo Bachelet Piñera Chile elogiado por el FMI y BM

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EL TERREMOTO FUE UNA PÉSIMA DESPEDIDA PARA BACHELET

El sismo sacó a la superficie el déficit social del Chile tan elogiado por el FMI y BM

 

Hasta el sábado 27 de febrero, Michelle Bachelet tenía una popularidad del 80 por ciento. Ahora disminuyó. Es que buena parte de los chilenos piensa que el gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias del rescate.

EMILIO MARÍN 

No sólo la presidenta saliente estaba preparando las valijas mimada por los sondeos de opinión, con tan alta popularidad soñaba con presentarse como candidata presidencial en 2014.

Era también el país, o más particularmente su andar económico tan “moderno” y “eficiente”, el que levantaba los elogios de los grandes empresarios de la región y el mundo. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, capitaneados por Dominique Strauss-Khan y Robert Zoellick respectivamente, le ponían de nota un “10 sobresaliente”.

Dos meses antes del sismo, Chile fue invitado a ser miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Se trata de un exclusivo “club” de los 30 países “más desarrollados del mundo”, o sea la cofradía de las naciones más ricas. Tal invitación implicaba un reconocimiento a los 20 años de gobiernos de la Concertación, aunque –sin decirlo- también a los 17 años de pinochetismo.

Al cabo de este tiempo de dictadura y de posteriores gobiernos democráticos respetuosos de los límites marcados por las Fuerzas Armadas y el establishment empresarial, se aseguró que el país era un milagro de prosperidad y la modernidad. En Chile no había pobres, llegaron a falsificar.

Una de las primeras señales de disconformidad con ese modelo vino, paradojalmente, con el voto a la derecha expresada por Sebastián Piñera en la primera vuelta de diciembre y el balotaje del 17 de enero pasado. Esa lamentable opción fue de todos modos una muestra de que las cosas no andaban bien para una buena parte de los chilenos que, confundidos, buscaban una alternativa mejor donde no la había.

La otra prueba de que debajo de la imagen prolija algo no andaba bien vino con el terremoto del 27 de febrero, que sacudió la tierra y armó olas gigantescas en el mar, para destruir medio millón de viviendas y provocar grandes daños en la infraestructura de las ciudades del sur. Los muertos se cifraban en 800 pero luego el gobierno los achicó a 452, admitiendo sólo a los que ya están identificados. De todos modos, con las víctimas sin individualizar, los que quedaron bajo los escombros y los que fueron devorados por el mar, la cifra debe superar cómodamente los mil.

Buscando consuelos de tontos, algunos opinólogos dijeron que aquella era una cantidad mínima comparada con las pérdidas humanas en Haití. Es cierto que las magnitudes del sismo fueron parejas, de hecho la trasandina fue mayor, y las pérdidas fueron menores el 27 de febrero que el 12 de enero. En eso habrá influido la relativamente mejor construcción de las viviendas y el funcionamiento del gobierno chileno, tras la tragedia, en comparación con Haití. Pero también hay que saber que el epicentro en Chile fue lejos de la costa y a 34 kilómetros bajo la superficie, en zona poco poblada. El otro fue más cerca de la superficie, a 12 kilómetros de profundidad, y en las cercanías de Puerto Príncipe, donde vivían tres millones de personas. En esos datos objetivos está parte de la explicación del distinto saldo. 

¿No había rotos?

Los admiradores del modelo chileno, entre otros Mauricio Macri, venían sosteniendo que del otro lado de los Andes no había “rotos” (pobres). Supuestamente la copa llena de negocios, privatizaciones y 20 Tratados de Libre Comercio firmados con EE UU y otras potencias de primer nivel, habían puesto a Chile a la vanguardia de la región. El panegírico decía que pronto iba a tener un PBI per cápita de 15.000 dólares, el más alto del subcontinente.

La verdad es que el país siniestrado sí tenía pobres, unos 2 millones, y 500.000 indigentes. Si estaban barridos bajo la alfombra (y engañados, porque parte votó a Piñera), esa es otra historia. Pero que existían, vaya si existían.

El terremoto se sintió desde el puerto de Valparaíso hasta Concepción, 550 km al sur de Santiago, en las regiones VII y VIII. Concepción, segunda ciudad con 700.000 habitantes (un millón estimó la presidenta), más localidades como Dichato, Penco, Coliumo y Constitución, estuvieron entre las más afectadas.

Esa gente pobre no tenía comida, agua ni luz, y al segundo día de carencia asaltó supermercados. Los saqueos se extendieron y junto a esa población necesitada actuaron quienes no se llevaban alimentos sino electrodomésticos.

Pero no vaya a creerse que la delincuencia fue una marca registrada del pobrerío. El corresponsal de “La Nación” en Chile, Carlos Vergara, describió el domingo 7 “la triste realidad de vecinos de zonas de buen nivel económico acaparando más productos de los que necesitaban”.

Su relato no tiene desperdicio: “bastó un sismo de tres minutos de duración para que el más opulento vecino de América latina tropezara y desnudara sus contradicciones, pese a las cifras que muestran una economía pujante. Tampoco es ése el único resultado. El horror y la miseria moral mostraron todas sus caras: la especulación de precios -hasta 4 dólares por una botella de agua o un kilo de pan- en Constitución y las costas del golfo de Arauco”.

Uno no tiene ningún interés en explotar periodísticamente la desgracia de los hermanos chilenos. Pero no puede menos que preguntarse: ¿caramba, éste es el modelo político, económico y social que -con tal de contrastar con Cristina Fernández- tanto elogiaban Macri, Elisa Carrió, Francisco de Narváez y Eduardo Duhalde?

¿Ese es el ejemplo que pregonaban Clarín y “La Nación”? ¿Los Saguier y los Mitre habrán leído las notas de su corresponsal en Santiago? 

Autoridades aplazadas

La actuación de Bachelet quedó envuelta en polémicas. Se le cuestionó que a seis días del desastre había zonas que no habían recibido ayuda o había llegado en pequeña medida. Esta responsabilidad no puede esquivar la jefa de Estado porque las cámaras de TV demostraron esas carencias.

Pero también se le reprochó la tardanza en dar la orden a los militares de salir para impedir los saqueos que comenzaron en la noche del sábado 27 y todo el día siguiente. Recién el lunes se decidió a emplear a las Fuerzas Armadas y declarar el toque de queda, con lo que los delitos disminuyeron.

Pero esa demora de dos días luce como razonable, no tanto por la duda en la gravedad de la situación sino por el nefasto pasado (y en parte, presente) de los militares conducidos aún hoy por un pinochetista, el general Oscar Izurieta. Bachelet deshojó la margarita antes de poner tanques en la calle.

Hubo numerosas críticas al accionar de los militares una vez que tomaron el control de hecho de la situación, sobreponiéndose a las autoridades civiles. Los cuestionamientos fulminaron a la Armada, por no haber dado la alarma de tsunamis lo que hubiera salvado muchas vidas.

Otra crítica a la mandataria fue que en un primer momento había declinado la ayuda internacional, aunque después aclaró que quería pedir sólo las cosas que específicamente se necesitaran. A los pocos días expresó su confianza en los organismos financieros internacionales: “vamos a tener que pedir ayuda y esperamos que, a través del Banco Mundial u otras iniciativas, podamos contar con el dinero suficiente”.

Tendrá que juntar plata por todos lados, como hizo con el “teletón” solidario por la tele, que colectó 60 millones de dólares. Habrá que precisar cuánto ponen las grandes empresas, que no será mucho: desde EE UU se informó que Wal Mart aportaba un millón de dólares y Hewlett Packard medio millón.

Si se tiene en cuenta que reparar lo destruido tendrá un piso de 8.000 millones de dólares, y la cuenta del Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, se estiró hasta los 30.000 millones (20 por ciento del PBI de Chile), se desprende que falta mucha plata. La ONU envió a su secretario general Ban Ki-Moon y ofreció un módico aporte de 10 millones.

El presidente que asumirá el 11 de marzo también tendrá cuentas que rendir sobre el desastre. Es que Piñera es hombre de negocios inmobiliarios y uno de los principales accionistas de la Inmobiliaria Aconcagua. Este segmento empresarial va a ser demandado por la mala construcción de los edificios y viviendas que se vinieron abajo o se rajaron. Sus propietarios, de la clase media en ascenso, ahora echan espuma por la boca y preparan juicios millonarios contra las firmas constructoras.