jueves, 22 de abril de 2010

John Fitzgerald Marilyn Monroe Playa Girón

17/19 de abril de 1961 : Playa Girón

 

            19 de abril de 2010 : un anciano, sentado delante de su bohío, entre casa de tablas y cabaña de Robinsón, contempla el horizonte de olas y espuma de la Bahía de los Cochinos.

            Enciende un tabaco, saborea unas bocanadas de humo.                Se llama Juan. O José. O Pedro. Poco importa.

            No tenía 30 años en 1961.               Juan – o José, o Pedro – recuerda.     Recuerda esas casi 72 horas entre el 17 y el 19 de abril de 1961 cuando los enemigos de Cuba pusieron los pies en "su" playa para derrocar  la Revolución que acababa de nacer.

 

            « Todo empezó por la mañana del 15 de abril. Estaba recogiendo las redes de pesca cuando vi que pasaban por encima de mí media docena de aviones grandes que llevaban los colores de Cuba en el fuselage. Más tarde, me dijeron que eran bombarderos americanos B26 que desde Nicaragua venían a bombardear las bases militares de La Habana y de Santiago. Fue al día siguiente, al escuchar la radio, que supe de  los desgastes causados a nuestra aviación y que oí a Fidel que declaraba que nuestra Revolución era socialista y marxista. No entendía muy bien lo que significaba, yo que nunca había ido a la escuela, pero confiaba en nuestro Comandante. Entonces hice lo que dijo, tomé mi machete y me fui a la Central azucarera Australia a reunirme con los milicianos del Batallón 339 de Cienfuegos que allí acababan de instalarse.

 

            Me dieron un fusil soviético, y el responsable me mandó a que montara guardia cerca de la playa con unos otros tíos del pueblo. Los servicios secretos rusos habían avisado de que un intento de desembarque de los exiliados cubanos apoyados por los yanquis – los gusanos, ¡esa  canalla que lloraba sus privilegios perdidos!- se preparaba.

            Nos pasamos la noche discutiendo, imaginando el porvenir de nuestra Patria, un porvenir que quizás estaba entre nuestras manos. Nunca había combatido. El fusil me pesaba contra el hombro. Sabía que lo que iba a pasar decidiría de toda mi vida.

 

            A eso de las dos de la mañana, estoy dormitando un poco cuando me despierta el compañero a mi lado con un codazo. En el liso espejo del agua, se divisan masas oscuras que se perfilan en el horizonte. ¡Una armada de barcos de guerra que se desplega entre Playa Larga y Playa Girón! Uno de nosotros se precipita hacia la Central para avisar a los milicianos. En seguida se informa a Fidel en su QG de La Habana. Dice que manda tropas inmediatamente.

            El compañero regresa con milicianos del Batallon 339 y nos transmite las palabras de aliento del Comandante. Las órdenes son de resistir frente a las primeras olas del desembarque hasta que lleguen nuestras tropas.

 

            Emboscado detrás de un peñasco, derisoria protección, siento en el estomago una bola de miedo y de excitación mezcladas. ¿Cuánto tiempo necesitarán los refuerzos para recorrer los 200 km que separan la capital del lugar del combate? ¿Cuántos entre nosotros no volverán a ver el ocaso? Pero estaba dispuesto a morir si fuera necesario. La libertad y la dignidad de un hombre no tienen precio. Yo, Juán, el pescador de piel prieta, yo que no sabía ni leer ni escribir, yo que los ricos hacendados ni siquiera  veían, estaba dispuesto a dar la vida para que nunca regresen los tiempos de los Batista y sus complices.

            Unas barcas se alejaron de los cruceros más cercanos. En el silencio nocturno, se oía el ronroneo de los motores, las voces amortiguadas de los hombres. Desembarcaron a unos 100 metros de mí. Entonces el capitán de los milicianos gritó : « ¡Fuego ! ». Las detonaciones desgarraron la calma del amanecer. Unas siluetas cayeron en la playa. El aire se llenó con un olor a polvo y los gritos de los heridos. Como en una pesadilla, disparaba, disparaba. Ya no pensaba, la única idea que me llenaba la mente era impedir que avancen « los otros». Muy rápidamente, replicaron. Un hombre cayó a mi lado: era un vecino con quien más de una vez me había tomado un roncito al regresar de la pesca...

 

            Los gusanos – supe mas tarde que formaban la Brigada 2506 - iban bien armados y entrenados. Nuestros fusiles y nuestros machetes no podían rivalizar con sus metralletas Thompson y sus carabinas M1. Y además ¡sólo éramos un puñado contra los 1.200 hombres de la Brigada y sus aliados! El capitan ordenó que nos repleguemos. Con rabia en el alma, hemos obedecido.

            Entonces fue cuando llegó Fidel a la Central Australia. Y con él, el ejército, los tanques, las armas mas eficaces. Aun veo al Comandante cuando saltó desde lo alto de un tanque, con su boina y sus gafas de espesa montura. Pasó junto a mí, se detuvo un instante y me dio una palmadita en el hombro. Ni una palabra hemos cambiado, no era necesario. Empuñé mi fusil y guié a los soldados hacia la playa donde los gusanos seguían desembarcando, cada vez más numerosos.

            Y llegó la aviacion cubana, por lo menos los aviones de caza que no habían sido destruidos, y derribaron los seis bombarderos que acababan de soltar cantidad de paracaidistas en el frente. En un tremendo estruendo, los aviones dispararon contra las barcas cargadas con mercenarios. Varias resultaron destruidas, otras dieron la vuelta. Los tiros dieron en dos cruceros, el Houston y el Río Escondido, cerquita de Playa Larga. ¡Todavía recuerdo el entusiasmo que nos levantó cuando el Río Escondido empezó a hundirse!

 

            Del resto  de los combates, no guardo más que un recuerdo confuso lleno del estrépito de las armas y de los gritos de los hombres. Los mercenarios, privados de municiones por el  naúfrago del Houston y del Río Escondido, empezaron a replegarse. Era el 19 de abril. Casi no habíamos dormido en tres días... Fidel quería acabar con los combates antes de la noche. Yo no entendía muy bien por qué, ¡De todas formas teníamos la situación bajo control! Lo que yo no sabía, es que la Contra Revolución necesitaba un plazo de tres días para poder solicitar la llegada desde Miami de un Gobierno Provisional que reclamaría oficialmente el apoyo militar de los Estados Unidos. Era la condición previa impuesta por Kennedy para intervenir militarmente. Yo, no lo sabía, pero Fidel, sí.

            Por eso vino a reunirse con nosotros en la zona de combates, con el Comandante José Ramón Fernández, el que llamábamos « Gallego », para acabar con los últimos combates ¡antes de las fatídicas 72 horas! Finalmente, huyeron los mercenarios o resultaron prisioneros. Al fin y al cabo, habíamos perdido a 178 combatientes, 178  héroes cuyos nombres  figuran en la estela conmemorativa, cerca de lo que hoy es un museo. Allí voy de vez en cuando para saludar a mi vecino, caído a mi lado. Los gusanos y sus amigos perdieron a 107 de los suyos, ¡e hicimos 1189 prisioneros! A pesar de todo, han sido útiles, pues Fidel los canjeó contra alimentos y medicamentos. ¡¡Vaya vergüenza para ellos: no valer más que un saco de trigo o unos kilos de aspirina!! »

 

            El anciano, sentado delante de su bohío, sonríe con picardía, mientras fuma su tabaco.

            Se llama Juan. O José. O Pedro. Poco importa.               Este anciano es Cuba.

Annie Arroyo