miércoles, 14 de abril de 2010

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Tres golpes frustrados

 

Antonio Peredo Leigue    Abril 12, 2010

 

El primero fue en 1961, el segundo hace ocho años y el último ocurrió en 2008. Fueron perpetrados en Cuba, Venezuela y Bolivia, pero el objetivo siempre fue el mismo: impedir el avance de los pueblos hacia su real liberación. Vale la pena recordarlos así, en conjunto, para entender que el imperio no desiste de su propósito. Recordar que tuvo esas derrotas, pero también éxitos, derrocando a Allende y a Zelaya, más allá de las diferencias e invadiendo Granada y ahora Haití, pese a que esta segunda se disfrace de ayuda humanitaria.

 

Fue en Playa Girón aquel lejano 19 de abril de 1961. Preparado cuidadosamente por Eisenhower y aprobado sin dudas por Kennedy, la invasión de Cuba sería, según sus propiciadores y sus mismos actores, un éxito contra el grupo de barbudos insolentes que derrocaron a Batista, pero tuvieron el atrevimiento de no someterse a Washington. Desembarcaron protegidos por la flota norteamericana y después de haber bombardeado los aeropuertos cubanos, destruyendo la precaria aviación que entonces disponía la isla. Esperaban que los recibiera una jubilosa manifestación, proclamándolos libertadores y se encontraron con un pueblo aguerrido que los retuvo en la ciénaga. Después llegaron las armas pesadas, las pocas que quedaron, capitaneadas por el propio Fidel. Entonces supieron que estaban derrotados y se rindieron 72 horas después. Kennedy primero negó tener responsabilidad alguna y luego, ante las evidencias, debió confesarse.

 

El 2002, en este mismo abril, el día 12, los soberbios adecos y copeianos armaron un cuartelazo que incluyó el secuestro y retención del presidente Hugo Chávez, mientras los golpistas posesionaban solemnemente a Pedro Carmona, representante del gran empresariado. Pero el pueblo se alzó, siempre valiente, para enfrentar a los sediciosos con los puños, con sus voces. Y volvió Hugo Chávez al puesto que le correspondía, que le corresponde hoy día y mañana también. Washington tuvo que callarse y retirar discretamente a su embajadora que fue a cumplir su tarea sucia en otro país.

 

La preparación golpista requiere de un tiempo largo. Aquí, en Bolivia, todo el proceso fue hecho al descubierto. Comenzó en marzo de 2008, con el referendo ilegal que el comité cívico de Santa Cruz impuso, como declarando que en ese momento comenzaba la guerra contra el gobierno del presidente Evo Morales. Le seguirían los comiteístas de Tarija, Beni y Pando que, ufanamente, se hacían llamar la Media Luna. Táctica de por medio, usando un recurso que el presidente había propuesto meses antes y ellos rechazaron, impusieron un referendo nacional revocatorio. Creyeron que, con sus referendos locales habían vencido y el pueblo mandaría a su casa al presidente. Fue todo lo contrario: más del 60% de la población lo ratificó. Acudieron entonces a la violencia: asaltaron las oficinas del gobierno en esos distritos, destruyeron los expedientes, se robaron la maquinaria, quemaron los muebles. Durante varios días, sus matones que siguen sin castigo, vejaron a cuanta mujer de pollera y hombre mestizo aparecía en sus barrios. Esa orgía de violencia culminó, el 11 de septiembre, con la matanza de campesinos que iban a iniciar una marcha de protesta contra el prefecto y cacique de Pando, en el extremo noroeste de Bolivia. El pueblo reaccionó y los vencidos debieron aceptar que el cambio marchaba. Debió aceptarlo también, aunque con reticencias, la embajada norteamericana, aunque siguió complotando y sigue haciéndolo.

 

Puestos así, en papel transparente, los métodos del imperio coinciden punto por punto. Podríamos concluir, entonces, que siempre serán derrotados. Ahí nos equivocamos. Un pequeño giro, un aditamento, algo que cambie, permite que los halcones del Pentágono y los buitres de la CIA venzan como ha ocurrido en tantas otras oportunidades. ¿Cuántas invasiones protagonizaron los marines en Nuestra América? La política del Gran Garrote ha sido la constante en el sistema norteamericano contra nuestros pueblos.

 

El ‘nuevo trato’ de Franklin D. Roosevelt sólo fue una pose para que le entregáramos nuestros recursos a precio ínfimo, bajo el pretexto de defender la democracia contra el nazismo. Los gobernantes de Estados Unidos no han cambiado y no cambiarán, a menos que los obliguemos.

 

Mientras tanto, debemos unirnos para hacer un solo frente que impida las aventuras del poder imperial. La técnica ha sido llevada a un grado superior, con la instalación de bases militares en varios países latinoamericanos. La Casa Blanca acudirá a todos los que pueda. Los hará incorporarse a una escalada de violencia en la que nos matemos entre hermanos para volver a saquear nuestros territorios.

 

No olvidemos que no hay un solo país de esta América que no haya sufrido una intervención descarada de Estados Unidos de Norteamérica. Y siempre lo ha hecho con la complicidad de varios gobiernos de la región.

 

Pero los pueblos han adquirido conciencia y fortalecen, cada vez más, su decisión de hacer un frente común. No perdamos esa perspectiva.