viernes, 25 de junio de 2010

Suicidios en Salta muere el futuro argentino post Saramago


 

 

 

 

 

 

Rosario de la Frontera
22/06/10

Por Silvana Melo

(APe).- Hay pequeños pueblos en el norte, en el sur, en el ombligo de un país roído por la desvastación sistemática de décadas. Tierras donde son pocos, donde crecer da la cabeza contra el techo, donde cualquier expectativa fue paralizada por la ausencia del tren, por el éxodo de los audaces, por la defección del Estado, por los límites rígidos de sus culturas, por el verse cada día y conocerse, por el control social religioso, policial y económico. Los sueños de las mayorías dependen de un sueldo del Estado. Atrapados por la disciplina construida. El resto no tiene lugar en el mundo. Sin rutas para partir. Con techo de chapa para frenar el estirón.

En Rosario de la Frontera, un pequeño pueblo de Salta, se juega a la muerte. ¿Se juega o se muere? Los pibes crecen, se estiran, se alargan y encuentran, paredes y techos de frontera. Como el nombre del lugar donde nacieron.

Dicen que se atan al cuello sogas con seis nudos. Que los seis nudos cuando la soga aprieta deberían desatarse naturalmente. A veces no sucede. Y la muerte está ahí, a un segundo. De la adrenalina a la nada. Del borde al precipicio. Los chicos juegan al límite para quebrar el techo que se impone. Pero la muerte les clava el pico y se los lleva en el intento. Como el águila al cachorro indefenso.

La maestra dice que "Los que no se pueden ir de aquí, sufren. Se les crea un resentimiento enorme y te lo largan. Se sienten atrapados y eso les crea una tristeza enorme". En Rosario de la Frontera, antes de la muerte de los chicos que no quisieron respirar más, había una sola psicóloga para atender a todo el pueblo. Los pibes que no pueden irse a estudiar a la ciudad terminan en la reposición de los supermercados o en el mostrador de una tienda. Pero el mercado es escaso. Y el futuro se corta ahí no más, a un metro o dos, en la puerta de la vida cerrada con siete llaves.
No hay presupuesto de la Gobernación para los chicos de Rosario de la Frontera, no hay ojos del Estado para los jóvenes del pueblo. Que de pronto se hacen visibles por el título árido de la tragedia. Son visibles cuando matan, cuando roban, cuando consumen, cuando se mueren. Mientras tanto, se los amontona para que respiren apenas, mientras se desanuden por milagro los lazos que el Estado les pone al cuello. El día en que no se desatan las grandes lupas mediáticas y la culpa eventual de los gobernantes los legitiman en los expedientes. Pero ya es tarde.

En Rosario de la Frontera hay pequeños futuros recortados al límite. Y hay lujosos chalets de sojeros y las cuatro por cuatro que pasan como suspiros a centímetros del carro del botellero traccionado por caballos. La brecha atroz se abrió del todo, como una herida en la tierra, con el paso del menemismo y la llegada del monocultivo que deposita la tierra en una sola mano.

"Podés crear tu propio mundo, pero no esperés que John Lennon, Kennedy o Jesucristo vengan a ayudarte", dice la pintada en la entrada de Villa Gobernador Galvez. Entre octubre de 1993 y enero de 1994 cinco adolescentes se mataron en Gálvez. La politica arrasadora estaba en auge; el 30 % de la ciudad era pobre y el 25 % no tenía trabajo. Sin servicios de salud mental, con paredes y techo rígido para los pibes, algunos de ellos se balearon con armas que sus padres compraron después de los saqueos de 1989.

Las Heras en Santa Cruz es viento y petróleo y está a más de 700 kilómetros del Calafate lujoso y del turismo internacional y apenas el 5 % de la población pasó por la universidad. Entre 1998 y 1999 se mataron 22 jóvenes de entre 14 y 32 años. Sin trabajo, sin escuela, reaccionaron contra todo y contra sí mismos. Donde se debió soñar fue violento. Donde debió estar la esperanza se levantó el desencanto.

El adolescente no cree que va a morir ni aun cuando se mata. La bala o la soga al cuello son el desafío a la sordera del mundo. La opinión ante los que les mutilan el futuro. El poema atroz que se escribe en la arena de los expedientes.

En los bajofondos del conurbano los pibes de entre 15 y 20 piensan que en los próximos cinco años pueden estar muertos. El 35 por ciento se ve fuera de la vida o de los márgenes marcados por la inclusión. Los chicos no han crecido con la rebeldía de transformar: se los duerme a la noche con el cuento de lo inexorable. Es, entonces, sobrevivir como se pueda. Que la catástrofe entre por la nariz. O que la muerte sea la puerta más cercana. La propia o la ajena. La propinada o la elegida.

El suicidio es una de las primeras diez causas de muerte en América Latina. Una de las tasas más altas de suicidios adolescentes se escribe en la Argentina.

Rosario de la Frontera, Villa Gobernador Galvez, General Las Heras. En el norte, en el sur y en el ombligo de un país. Son tres fotografías lejanas. En la geografía y en el tiempo. Tres imágenes que generan visibilidad brutal. Los chicos no dejan de morirse y de matarse fuera de las instantáneas ocasionales de los medios. Allí están. Dando gritos por alguna hendija del techo que asfixia. Dando gritos, de vez en cuando.

Postal rota
23/06/10

Por Claudia Rafael

(APe).- La imagen fotográfica de la Bariloche feliz y distendida que se ofrece al mundo parece haberse roto en trizas en apenas un instante. Como si un piedrazo feroz hubiera atravesado el agua gélida del lago Nahuel Huapi. Un piedrazo que depositó los ojos en esos sitios a los que nadie ve, como si verdaderamente jamás hubieran existido.

Dos realidades contrapuestas (con)viven desde siempre. De un lado, la Bariloche sonriente, rica, poderosa, con veleidades de pequeño país europeo, que abre sus brazos a los turistas de todas partes que llegan a los hoteles de cuatro o cinco estrellas y toman por asalto cualquiera de las decenas de pistas de esquí que se abrieron -toda una ironía- esta semana. Del otro, la de su origen. La de la "gente de detrás de la montaña". La que fatiga a diario entre las tierras más expuestas al frío y al viento y fue comprando sus lotes de a poco allá por las décadas del 50 ó del 60 u ocupándolos de pura osadía. Gente que tiene callecitas de tierra, que no tiene acceso al gas y se calefacciona como puede y con lo que puede. Gente que vive en casitas nacidas y forjadas en la precariedad, sin cloacas ni servicios.

Las tajantes fronteras impuestas entre una y otra hacen que no se miren a los ojos. La vegetación y los cerros llevan a que la gente del "bajo" ni siquiera sepa -o no quiera saber para evitar perturbaciones estériles- de la existencia de la "del alto". Y "bajar" -eufemismo cruento- es una tarea nada fácil a la que los uniformes rápidamente ponen freno.

Bariloche no llegó por casualidad a la explosión de estos días. No por azar la nieve se tiñó de rojo y se exportó por estos días al mundo entero en filmaciones y fotografías. Que durarán en la memoria apenas la fugacidad de la molestia que generan las imágenes concebidas como espanto.

Basta mirar hacia atrás y descubrir la historia entera construida en el vasto camino de la inequidad. Desde los finales del siglo XIX en que la "Pacificación de la Araucanía" puso en marcha un sistema de expulsión de los pueblos de los orígenes. Que concebían a la tierra como pertenencia colectiva y, como tal, había que amarla y respetarla. Hombres y tierra eran un todo al que sólo la pertinacia de las políticas de conquista, crueles y despiadadas, pudieron romper. Y no se puede ignorar en la construcción posterior de la identidad que los primeros habitantes de esos territorios fueron integrantes de las fuerzas militares. Como tampoco se puede ignorar que hacia mediados de la década del 90, cuando el SS Erich Priebke fue extraditado -después de cuatro décadas de vivir en Bariloche- la ciudad marchó en su defensa.

Dos identidades. Dos universos encontrados que jamás hallarán un sendero de cercanías. ¿Acaso pueden convivir la cuatro por cuatro con la desocupación y el despojo?

Bariloche dejó por algunos días de ser la postal perfecta. Diego Bonefoi, de 15 años; Sergio Cárdenas, de 28 y Nicolás Carrasco, de 17 irrumpieron en esa postal. Con sus vidas jóvenes y su futuro abruptamente interrumpido por la violencia policial. Vivían en el Alto.

Bariloche no es una sino dos.

Sandro Bonefoi, papá de Diego, dijo "estoy muy triste, no tendrían que haber hecho lo que hicieron. Mataron a mi pibe y luego a dos más, le pedimos al Intendente y a la Presidenta, que es la madrina de uno de mis hijos, que por favor saquen a la comisaría 28 de acá". Y también que "quiero un Bariloche sin exclusión y con justicia social".

"Policías sí, chorros no" fue la respuesta hecha grito de más de 2000 barilochenses que marcharon golpeando cacerolas.

Las pistas de esquí ya se abrieron. El rojo de la violencia preservó a los cerros de la fotografía de la nieve manchada. Entre las callecitas de El Alto sopla un viento fuerte que se filtra entre los chaperíos de las casas o traspasa los vidrios delgados de la ventana. Los pibes corretean apostándole un golpe de suerte a la vida mientras patean una pelota con el número 10 en la espalda. Alguno de ellos sueña que un día "bajará" de verdad. Tal vez no sabe que hasta que ese sueño no sea de todos no habrá más que una quimera.

El mundo después de Saramago
25/06/10

Por Miguel A. Semán

(APe).- A los 87 años, después de 17 novelas, murió José Saramago, y el Dios en quien él no creía debe de haberse puesto un poco triste, de ahora en adelante el mundo, su obra, ya no será como antes, ha perdido al hombre que sabía contarlo todo, hasta lo que Dios no quería que se contara.   

Saramago era ateo, tal vez por eso leyó los Evangelios, y los leyó tan bien que encontró resquicios por donde entrevió verdades increíbles. La más conmovedora de ellas fue sin duda la revelación del crimen de José, el padre de Jesús.

Dice Saramago en El Evangelio según Jesucristo que después de la matanza de los inocentes un ángel con pinta de pordiosero se le apareció a María, no para traerle buenas noticias sino para anunciarle que José había cometido un crimen imperdonable.

María, espantada, le contestó que su marido era un  hombre bueno.

Un hombre bueno que ha cometido un crimen, dijo el ángel.

¿Cuál?

El egoísmo y la cobardía que ataron los pies y las manos de las víctimas: todos los niños asesinados en Belén.

José, que se enteró de la orden de Herodes antes que sus vecinos, según el ángel, según Saramago, pudo haber avisado en la aldea que los soldados venían en camino para matar a los niños, y así habría habido tiempo suficiente para que los padres los escondieran o escaparan con ellos a Egipto. Pero no lo hizo. No por maldad, preocupado por salvar a Jesús, no se le ocurrió pensar en la salvación de los otros.

Eso le dijo María al ángel: Perdónalo, no se le ocurrió.

Y él le contestó: Imposible. No soy un ángel de perdones.

Para José todo cambió después de la masacre. Aquella misma noche se soñó soldado. Armado con escudo, lanza y puñal cabalgaba hacia Belén con la misión de matar a su hijo. Se despertó llorando y comprendió que no sólo había sido verdugo en el territorio de los sueños. Hasta el último instante de su vida cargó con esa culpa.

Ya no recuerdo quién fue el que dijo que en el interior de las iglesias no sentimos la presencia de Dios sino su falta, el peso terrible de su ausencia. Algo así pasa con Saramago y su obra. Ahora él ha muerto y según su evangelio, el alma que tuvo ya no existe, sin embargo el mundo en el que vivió no volverá a ser el mismo después de su palabra.

Como el José de su novela, ahora todos sabemos que no habrá ángel de perdones para Herodes ni para sus verdugos, pero tampoco lo habrá para los que pasen por la vida sin que se les ocurra hacer nada por los otros, ni siquiera avisar en la aldea que los soldados vienen por sus hijos.

Belgrano intangible
24/06/10

Por Oscar Taffetani

(APe).- Un redactor (y un locutor) de la cadena nacional se equivocaron este domingo 20 de junio y anunciaron, desde Rosario, a todo el país, que se estaba conmemorando "el 198º aniversario de la creación de nuestra enseña nacional". Pero también se equivocaron, a nuestro entender, los funcionarios de Educación que dispusieron que en las escuelas se celebrara el Día de la Bandera el viernes 18 (para no interrumpir el fin de semana largo), y los que acataron entusiastas el feriado nacional del 21 de junio (otorgado en compensación no se sabe de qué).

Sería muy sencillo -y de sentido común- dejar las cosas como estaban hace medio siglo, legislando y decretando que las fechas patrias no se pueden mover, por ningún motivo. Sólo así se les podría devolver su fuerza simbólica y su sentido.



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