martes, 7 de diciembre de 2010

Cristo rosarino exhibido en Bolivia 1967

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Historia de las últimas imágenes al cadáver del Che Guevara

La  foto  de  Cristo

El 5 de diciembre de 2010 par India Rodríguez

Fueron tomadas por Freddy Alborta en octubre del ’67, en el hospital de Vallegrande, en Bolivia. El crítico de arte inglés John Berger comparó a una de ellas con La lección de anatomía, de Rembrandt, y El Cristo muerto, de Mantegna.

El Che muerto, asesinado por los militares bolivianos y exhibido obscenamente sobre piletones de un hospital en medio de la selva, siguió mirando para la última foto. Aquella de Freddy Alborta, un ignoto corresponsal enviado a cubrir la captura de Guevara en octubre del ’67, cuyo registro del cadáver con sus ojos abiertos dio la vuelta al mundo, agigantando el mito. Hoy la imagen vuelve a mirar a partir del libro Los fantasmas de Ñancahuazú, del escritor y videasta Leandro Katz, que elaboró una suerte de ensayo literario minucioso acerca de lo que significó la imagen.

El 10 de octubre de 1967, el New York Times publicó en exclusiva una foto de Cristo. Por lo menos eso es lo que creyó ver el autor de la imagen, el boliviano Freddy Alborta -fallecido en agosto del 2005-, cuando con una pasmosa tranquilidad de artista plástico gastó varios rollos disparando su cámara sobre el cadáver del Che Guevara, recostado sobre unos piletones del hospital de Vallegrande, en Bolivia.

La famosa toma de Ernesto Guevara “muerto en combate”, según los militares bolivianos (pero en realidad asesinado por el entonces suboficial Mario Terán Ortuño), no sólo fue el documento gráfico que a lo largo de casi cinco décadas mostró al mundo aquel momento, sino que además fue comparado por el crítico de arte inglés John Berger con dos obras de la pintura universal: La lección de anatomía, de Rembrandt, y El Cristo muerto, de Mantegna.

El cineasta y artista plástico Leandro Katz, radicado desde hace varios años en Estados Unidos, desglosa la historia en un libro que acaba de aparecer, Los fantasmas de Ñancahuazú, en forma de ensayo y recopilación de testimonios sobre aquel segundo que dura un clic. El proyecto es difícil de clasificar al igual que su autor, que con igual versatilidad nadó siempre en las aguas del arte desde el periodismo, la pintura, el colage, las instalaciones, el video de autor, el cine, la antropología y la investigación histórica.

Sobre la foto, y sobre lo que significó para el imaginario universal la figura del Che, hablan en Los fantasmas… el citado Berger, Susan Sontag y Umberto Eco, entre otros. Y el trabajo se completa con artículos, guiones y un CD con imágenes impactantes de ese día en Vallegrande (ver más adelante).

Katz ya había comenzado a reconstruir el momento hace algunos años en su película El día que me quieras. Un (otra vez) ensayo documental casi antropológico centrado en tres patas. Por un lado las fotos de Alborta, por otro una reveladora charla con él que sacó al reportero del ostracismo después de tanto tiempo, y por último dos minutos y medio de filmación blanco y negro de una belleza onírica sorprendente: el Che muerto pero mirando a la lente, los soldados bolivianos acariciando el pelo revuelto, tocando sus piernas flaquísimas, señalando las heridas por donde entraron las balas.

Como en procesión, adorándolo, en medio de un silencio sepulcral. El registro fílmico en 16 mm del día en que Alborta sacó su famosa foto había sido realizado con una cámara Volex, y permaneció oculto mucho tiempo, incautado por la CIA para proteger a los agentes de inteligencia cubanos presentes aquel día. Hasta que Katz lo encontró por casualidad, cuando periodistas bolivianos, enterados de su investigación acerca del trabajo del fotógrafo boliviano, se lo vendieron por unos pocos dólares.

La historia de una foto

En 1987, cuando en Nueva York se organizó un homenaje por los 20 años de la muerte de Guevara, Katz decidió no sólo comprar una copia de la foto mítica, sino además armar un documental sobre la manera en que fue tomado el registro, y conocer a su autor.

El primer dato que el realizador consiguió fue falso: la imagen no había sido tomada por Hal Moore, a quien Katz entrevistó en Panamá. Por aquella época, Moore era el editor de la agencia Reuter para Latinoamérica, y su parte en la historia se “había limitado” al envío del material a los diarios de todo el mundo, que luego clasificó y archivó. Fue después cuando el cineasta se enteró que el padre de la criatura era Alborta, un stringer enviado ocasionalmente al lugar para cubrir la información, que alguna vez había sido cronista deportivo y se convirtió en el fotógrafo oficial de la Presidencia boliviana durante el mandato de Víctor Paz Estenssoro.

El 9 de octubre de 1967, Alborta fue enviado con un grupo de corresponsales a Vallegrande, donde los militares locales títeres de la Casa Blanca montaron una circense conferencia de prensa para mostrar el trofeo más importante de la guerrilla, el cuerpo del Che. “Alborta estaba profundamente emocionado -me contó Katz, al que entrevisté en Buenos Aires hace algunos años, cuando inauguró una instalación en el Instituto de Cooperación Iberoamericana-, a tal punto que nunca recordó las palabras de los que tocaban el cuerpo de Guevara. En la imagen hay una serie de miradas que se cruzan, como en las pinturas del Renacimiento o en las obras de Velázquez. Se trata sin duda de algo muy especial, que muestra como punto central la mirada infinita y celestial del Che, recostado en una camilla y encerrado para siempre en un recuadro”.

“Sobre la filmación en 16 mm -agregó-, lo que más me impresionó fue ver la relación entre el cadáver y los militares; una relación casi amorosa, erótica. Acarician la cabeza del Che, le tocan el pelo, lo examinan como cuando un cazador siente una atracción especial por el animal que capturó. El rollo estaba rayado, mal filmado, y se notaba que con mucho nervio. Son tomas breves de alguien que no sabía bien lo que hacía, pero que ofrecen por primera vez la oportunidad de ver imágenes de aquel momento histórico. La fotografía, al ser congelada, da una mayor estética, algo que en este caso se debe al buen ojo de Alborta. El cine, en cambio, es la ‘obscenidad’ de la situación”.

Por Daniel Enzetti