foto: Ernesto Che Guevara.
Queridos hermanos cubanos: es una satisfacción y un orgullo poder compartir con ustedes poesía argentina
de la mejor.
Con un tubito hueco (bombilla), una pequeña calabaza hueca (mate) en la que colocaba yerba mate
(planta argentina) molida y el agregado de agua bien caliente, el argentino cubano de la foto chupaba mate.
Pero cuanto mejor se explica esto al leer al poeta.
Fraternalmente Eladio González toto director
Museo Ernesto Che Guevara de Buenos Aires
Digo el mate
PORQUE sábado es hoy y la mañana
como una fruta desde el tala cae,
y soy joven y sano, y me navegan
tradiciones y música en la sangre,
quiero ser otra vez entre vosotros
para decir y celebrar el Mate:
De Guarania nos vino con la Yerba
que resume fragancias tropicales,
y ese barro de América que un día
vió que llegaban sigilosas naves,
con cadenas, y perros, y arcabuces,
y duras voces vulnerando el aire;
Verde Yerba de América, divina
como todas las cosas naturales;
Santa Yerba de América, sembrada
por quien hizo los ríos y las aves,
y tendió la llanura hacia naciente,
y hacia poniente levantó los Andes,
y la Coca sembró para los Quichuas,
y el Algarrobo para pan del Huarpe.
Yo era niño ‑recuerdo‑ y la primera
memoria verde se remonta al Mate,
en mi casa de Merlo, donde el día
comenzaba a girar cuando mi Madre
sorprendía el hervor de la tetera
entre volutas de vapor quemante.
Y era luego la lenta ceremonia,
vieja suma de gestos y ademanes,
aquel ir y venir de la cuchara,
la visión del azúcar, el fragante
esplendor de la Yerba, la bombilla
con doradas virolas y espirales,
y el porongo de plata que tenía
curva de seno adolescente y grácil,
y cobraba, de pronto, en la penumbra
nítida luz de religioso cáliz;
Ubre dulce me fue, mi vino verde,
mi pan primero, mi nodriza amante.
Yo recuerdo sus íntimos sabores,
Y también sus diversas variedades:
Dulce Mate del alba que se bebe
amorosamente al emprender un viaje,
en la puerta de casa mientras miro
entre neblinas despertar el valle;
Y aquel Mate primero del retorno
por la sombra con grillos de la tarde,
que nos vuelve liviana la fatiga
sobre los hombros como un ala de ave;
Y ese Mate que beben los Troperos
Cuando regresan de Salinas Grandes;
Y aquel Mate nocturno que me diera
Una muchacha cuya boca suave
Daba un beso primero a la bombilla
Como manera de poder besarme;
Y aquel Mate gustado en la cocina,
Escuchando al viejito Magallanes,
Dibujar sobre el humo las historias
Del Niño Ladino y Urdemales;
¿Y aquel Mate que sabe a beramota?
Y el que a mastuerzo y mejorana sabe;
Y el que guarda memoria del husillo;
Y el que una gota de aguardiente trae;
Y ese Mate gustado en la penumbra
Que conforman higueras y nogales,
Mientras crece la siesta, y la cigarra
El masculino corazón me tañe;
Y aquel Mate de bodas, con un gusto
A rama nueva, a porvenir, a encaje;
Y ese Mate bebido en Carolina;
Y el que bebí en la Sierra del Gigante;
Y el que un día me dieron en Trapiche;
Y el que supe gustar en Rumi-Huasi,
Y aquel fúnebre Mate que bebimos
en el velorio de Adelaida Chávez,
lamentando su muerte y admirando
su juventud de porcelana frágil….
Pueblo somos, por El ; desde centurias
su costumbre nos forma, como sabe
modelar un cacharro el alfarero
con la destreza de su mano suave;
El nos dio, generoso, las virtudes
que entrelazan raíces esenciales
en el nudo del ser, y nos perfilan
un idéntico rostro innumerable;
Porque en El se juntaba la Familia,
como el agua diversa sobre el cauce,
y al juntarse quebraba el egoísmo,
el monólogo torpe, las cobardes
galerías del odio, y frutecía
sobre mazorcas de granar afable;
Y nos fue profesor de democracia,
a pesar de los hierros coloniales,
porque supo igualar en la bombilla
la sed del Hijo con la sed del Padre,
el dolor de la criada y la señora,
la hartura del rico con el hambre
milenaria del pobre, de tal modo,
que supimos medir en lo que vale
la celeste razón que nos convierte
en ciudadanos civilmente iguales.
Y por qué no decir las Cebadoras,
que vestidas de sedas o percales,
o calzadas de tímida alpargata,
o con zapatos de charol brillante,
bajo el sol y la luna de la Vida
supieron darme los mejores mates;
viejas eran algunas, con el rostro
a corteza del molle semejante,
lindas eran algunas, otras feas,
desgarbadas, coquetas, elegantes,
con cabello retinto como el ala
voladora de tordos y zorzales,
o teñido por leve plenilunio,
o lo mismo que sombra de trigales,
pero en todas igual se prodigaba
la gracia criolla como miel amable.
Sólo nombres conservo, como guarda
de las flores su olor el caminante:
Doña Mercho Cornejo, Lola López,
Francisca Cuello, Evangelina Páez,
Reginalda Lucero, Pancha Orozco,
Adelina Yanzón, Rosario Baez,
Clara Chirino, Petronila Gómez,
Minerva Leyes – prima de mi padre –
Doña Delia Baigorria, Doña Isaura,
Sara Bedoya, Encarnación Morales,
y una anónima joven de Punilla,
y la por siempre recordada Carmen.
¿Por dónde andarán ahora que las digo,
Y las vuelvo una esencia para el Arte?
¿Cuál cocina gobiernan? ¿Qué alacena
Acomodan y limpian? ¿Qué zaguanes
Las contemplan barrer por la mañana
Con las escobas de pichana? ¿Cuáles
Los arcones que ordenan en domingo?
¿Qué chirigua las oye entre los sauces?
¿Dónde sueñan, o lloran? ¿Dónde ríen?
¿Bajo cuál piedra con su nombre yacen?
De repente me callo porque siento
Una voz que me nombra, y acercarse,
Sobre un tímido andar y una mirada,
Cálido, y dulce, y nacional, el Mate….
Antonio Esteban Agüero
Argentino, puntano, de la Provincia de San Luis.