08 de Abril de 2011
" Declaración de principios de un intelectual español "
Por Santiago Alba Rico - Escritor y filósofo
No condeno al rey Fahd, honrado por el rey de España, que tala cabezas,
poda manos y arranca ojos, que humilla a las mujeres y amordaza a los
opositores, que se enseñorea sin periódicos, parlamento ni partidos
políticos, que viola filipinas y tortura indios y egipcios, que gasta la tercera parte
del presupuesto de Arabia Saudí en los 15.000 miembros de su familia y
financia los movimientos más reaccionarios y violentos del planeta.
No condeno al general Dustum, aliado de los EEUU en Afganistán, que ha
ahogado en un contenedor a mil prisioneros talibán a los que había
prometido la libertad y que murieron chupando las paredes de hierro de su prisión.
No condeno a Turquía, miembro de la OTAN y candidato a la UE, que en la
década de los noventa borró de la faz de la tierra 3.200 aldeas kurdas,
ha dejado morir de hambre a 87 presos políticos y encarcela al que se atreve
a transcribir en kurdo el nombre de sus ciudades.
No condeno al siniestro Kissinger, el más ambicioso asesino después de
Hitler, responsable de millones de muertos en Indo- china, en Timor, en
Chile y en todos aquellos países cuyo nombre salió alguna vez de sus labios.
No condeno a Sharon, hombre de paz, que dinamita casas, deporta civiles,
arranca olivos, roba agua, tirotea a niños, pulveriza mujeres, tortura
rehenes, quema archivos, vuela ambulancias, arrasa campos de refugiados y
coquetea con la idea de «amputar el cáncer» de tres millones de palestinos
para hacer más holgada la pureza de su estado «judío».
No condeno al rey Gienendra de Nepal, educado en los EEUU, que desde el
pasado mes de enero ha ejecutado sin juicio a 1.500 comunistas.
No condeno a Jordania ni a Egipto, que apalea y encarcela a los que se
manifiestan contra la ocupación israelí de Palestina.
No condeno la Patriot Act ni el programa TIPS ni la «desaparición» de
detenidos por el FBI ni la violación de la Convención de Ginebra en
Guantánamo ni los tribunales militares ni la «licencia para matar» otorgada a la CIA
ni el registro policial de todos los turistas que entran en EEUU
procedentes de un país musulmán.
No condeno el golpe de Estado en Venezuela ni al Gobierno español que lo
apoyó ni a los periódicos que, aquí y allí, financiaron, legitimaron y
aplaudieron la disolución de todas las instituciones y la persecución
armada de los partisanos de la Constitución.
No condeno a la compañía estadounidense Union Carbide, que el 2 de
diciembre de 1984 asesinó a treinta mil personas en la ciudad india de
Bophal.
No condeno a la empresa petrolífera estadounidense Exxon-Mobil, acusada
de secuestrar, violar, torturar y asesinar a decenas de personas que vivían
en un edificio propiedad de la compañía en la provincia de Aceh
(Indonesia).
No condeno a la empresa Vivendi, que ha dejado sin agua a todos los
barrios pobres de La Paz, ni a Monsanto, que deja sin semillas a los
campesinos de la India y de Canadá, ni a Enron, que después de dejar sin
luz a media docena de países, dejó también sin ahorros a 20.000 personas.
No condeno a las empresas españolas (BBV, BSCH, Endesa, Telefónica,
Repsol) que han vaciado las arcas de la Argentina, obligando así a los
argentinos a vender su pelo a los fabricantes de pelucas y disputarse una vaca
muerta para poder comer.
No condeno a la casa Coca-Cola, que penetró en Europa a la sombra de los
tanques nazis y que despide, amenaza y asesina hoy a sindicalistas en
Guatemala y Colombia.
No condeno a las grandes corporaciones farmacéuticas, que han acordado
matar a veinte millones de africanos enfermos de sida.
No condeno el ALCA, que viola y despedaza a las obreras de las
maquiladoras de Ciudad de Juárez y hace nacer niños sin cerebro en la
frontera de México con EEUU.
No condeno al FMI ni a la OMC, providencia de la hambruna, la peste, la
guerra, la corrupción y de toda la caballería del Apocalipsis.
No condeno a la UE ni al gobierno de los EEUU, que ponen los acuerdos
comerciales por encima de las medidas para la protección del medio
ambiente y que han decidido, sin plebiscito ni elecciones, la extinción de una
cuarta parte de los mamíferos de la tierra.
No condeno las torturas a Unai Romano, joven vasco que, hace ahora un
año, fue convertido en un globo tumefacto en una comisaría española, quedando
hasta tal punto desfigurado que sus padres sólo lo reconocieron porque en
la cara seguía teniendo el mismo lunar.
No condeno al Gobierno español, que el pasado mes de abril estableció el estado
de excepción sin consultarlo al Parlamento y suspendió durante tres días derechos
básicos recogidos en nuestra Constitución (la libertad de movimiento y de expresión),
con el agravante de segregación racista, al impedir que los vascos viajaran a
Barcelona con ocasión de la última cumbre de la Unión Europea.
No condeno la Ley de Extranjería, que expulsa a hombres débiles y hambrientos,
los encierra en campos de detención o los priva del derecho universal
a asistencia sanitaria y educación.
No condenoel «decretazo», que precariza aún más el empleo, elimina los
subsidios y deja a los trabajadores, como hojarasca, a merced del cardo
de los vientos de los empresarios.
No condeno, naturalmente, a Dios cuando llueve, relampaguea o truena ni
cuando la tierra tiembla ni cuando el volcán vomita su fuego sobre los
hombres.
Soy un demócrata: me importa un carajo la muerte de niños que no son
españoles;
me importa un carajo la persecución, silenciamiento y asesinato de
periodistas y abogados que no piensan como yo;
me importa un carajo la esclavitud de dos mil millones de personas que
nunca podrán comprar mis libros; me importa un carajo el recorte de
libertades mientras sujete yo libremente las tijeras;
y me importa un carajo incluso la desaparición de un planeta en el que
ya me he divertido tanto.
Soy un demócrata: condeno a ETA, a los que la apoyan y a los que guardan
silencio, aunque sean mudos de nacimiento; y exijo, por tanto, que se
prive de sus derechos ciudadanos a 150.000 vascos, que se les impida votar,
manifestarse y reunirse, que se cierren sus tabernas, sus editoriales,
sus periódicos, incluso sus guarderías; que se los meta luego en la cárcel, a
ellos y a todos sus compinches (desde el joven militante anti-globalización al
escritorzuelo resentido) y que, si todo esto no es suficiente para proteger
la democracia, se pida la intervención humanitaria de nuestras gloriosas
Fuerzas Armadas, fajadas ya en la heroica reconquista de la isla Perejil.
Soy un demócrata: he condenado a ETA. Soy un demócrata: sólo he
condenado a ETA y formo parte, por tanto, de todas las otras bandas armadas,
de las más sangrientas, las más crueles, las más destructivas organizaciones
terroristas del planeta.
Soy un demócrata.
Soy un cabrón.