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Cinco estrellas
Cómo callar al cantor, Víctor Jara, justo hoy que los estudiantes alzan tu voz. Y qué fuerte se oye el silencio del Padre Mugica, con tantas villas empuñando la ilusión. Pero no está Rodolfo, para escribirla con fuego en este editorial. Ni está Miguel en la cooperativa de distribución, para llevar la revista corriendo, por 30 mil casas levantadas hasta el cielo, por Jorge López, el obrero. Quién más que un televisor pudiera decir que se trata de cinco desaparecidos, de cinco ausencias, si todavía circula la sangre de la historia. Será septiembre, el Día de Fuentealba y la Noche de los Lápices. Será septiembre, sin Julio, por quinta vez. Pero un día vendrá la primavera. Y se abrazará con el Che.
Mientras tanto, esperan los Cinco Héroes. Ni Jara, ni Mugica, ni Miguel, ni Walsh, ni López. Todos están ahí, caminando. Tras sus huellas, la historia se hace Garganta y la utopía, Poderosa. Pero a la balanza de la justicia, otra vez, le faltan 5 para el peso. ¿Qué cinco? Millones, millones los esperan en Cuba, esa isla que supieron proteger, para protegernos a nosotros también. A la sombra de la única libertad encorsetada en una estatua, cinco antiterroristas cubanos permanecen secuestrados en los Estados Unidos. Ausentes en los diarios y la televisión, llevan ya 13 años como prisioneros, porque sí, como tantos de los villeros enjaulados por un sistema que, libres, nos tiene miedo.
Más de 600 atentados a Fidel y a centros turísticos de Cuba, esencial fuente de divisas para un país bloqueado económicamente por los mismos terroristas, motivaron a Gerardo, Antonio, Fernando, René y Ramón a infiltrarse entre agrupaciones criminales de Miami, que amenazaban a su pueblo. Señalados como “espías”, fueron aislados en celdas de castigo durante 17 meses, hasta que su caso pasó al tribunal. Y contra la constitución, que exige un juicio imparcial, se los expuso en La Florida, donde residen los gusanos a la espera del cadáver de la revolución. Sin pruebas, el proceso duró seis meses, más que ningún otro en la historia. Y aun así, con la careta de la legalidad y los dedos verdes que armonizan la incomunicación mundial, resultaron condenados por “intento de espionaje”, a cárceles separadas, de máxima seguridad.
No por semejante falta de información, pero sí por “la falta de educación”, suelen horrorizarse las señoronas al difamar nuestras villas. Alarmadas por algún improperio o ultrajadas por la repugnancia de una bombilla babeada, no se ven conmovidas por la muerte de un chiquito chileno que, de tan bien educado, perdió la vida luchando por ir a la escuela. Cuánto nos falta aprender. Naufragando las rebeliones estudiantiles, por la fiesta que nunca llega para los egresados del sistema, Cuba se hace universidad, pero aun ante la escalofriante sonrisa de Piñera, debemos reconocer, públicamente, cuántos saberes le debemos a la voracidad de ese salvajismo que, cuando no se cobra cuotas, se cobra muertes o libertades, en los alambrados electrificados de su maleducada educación.
De ausencias, de estigmatización y del terrorismo impartido por los antiterroristas imperiales, nadie sabe más que nosotros, los villeros y los cubanos. Treinta mil compañeros y un tal Ernesto, nos han enseñado que el presentismo no se rige por la normativa del capital. Si Cuba va, por sus Cinco Héores ausentes, nosotros estamos presentes. ¿Pero cómo las villas van a gritar por 5 cubanos prisioneros en Miami? Con gran empeño, intentaron desconectar los cables de la base; alejar a los jóvenes cubanos, que sólo han conocido del capitalismo a sus privilegiados viajeros, de todos los latinoamericanos que, privados de volar, sólo conocimos Cuba mediante esos medios que, de medios, no tienen nada. Pero no han podido. La Revolución, al final, pesa más que la televisión. Y ahora, con Garganta propia, somos nosotros los que gritamos nuestras prioridades, empezando justamente por aquellas que olvida el mercado de la incomunicación.
La brutalidad de tantos letrados no ha permitido aún erradicar al analfabetismo en América Latina y la universidad continúa siendo un salón protocolar ajeno a las villas, mientras Cuba exporta solidaridad a esos rincones del mundo que necesitan huracanes o Mundiales de fútbol para salir en televisión. ¿O alguien cree que ahora hay un Disney en Haití? Se fueron las cámaras y los mercaderes de la caridad, pero ahí están todavía los médicos de Cuba, como están sus alfabetizadores en todo el planeta, regando conocimiento, esa variable del desarrollo que suelen dejar de lado las Descalificadoras de Riesgo. ¿Del riesgo para quién?
Para la salud villera, no hay mayor amenaza que la impunidad legalizada, de traje y corbata, pero con la bragueta abierta, para mearnos desde arriba, donde un condecorado operario del Plan Cóndor se puede chocar en el súper contra Luis Posada Carriles, como si no hubiera derribado un avión. No desentona entonces que, justo ahí, se enjaule a cinco luchadores antiterroristas, para resguardarlos de tantos mercenarios que se pasean con changuitos y bolsillos llenos. Por supuesto, los noticieros se ocupan de ellos, de los supermercados, de los clientes y de los pibes chorros, esos cipayos del hambre que hacen espionaje entre las frutas. Pero tristemente, tanta sobreprotección al consumidor impide abordar otro tipo de injusticias, como esas que padecen Zavaleta y Cuba, mientras resisten la embestida mediática, haciendo equilibrio en ese pedestal demonizado, donde nos vamos turnando villeros y cubanos.
Quizá resulten suficientes las gargantas de García Márquez, Galeano, Manu Chao, Oliver Stone, Sean Penn, mil organismos de Derechos Humanos, 109 países y diez Premios Nobel, para gritar justicia a los Cinco vientos. Y para entender la misión antiterrorista de los agentes cubanos, tal vez baste el dolor de las 3.478 muertes y las 2099 personas heridas o discapacitadas por los atentados a Cuba, apadrinados por la CIA y el Departamento de Estado norteamericano. Pero para justificar el “espionaje”, no bastaron ni 119 volúmenes de transcripciones. Hoy, por combatir al terrorismo, los Cinco están secuestrados, con condenas de 15 años a cadena perpetua. Y Obama no quiere escuchar al cantor, ni al clamor internacional, mientras su simulador de rescate sigue hurgando en el capital, para no remover los escombros de la moral. No vaya a ser que descubran, en medio del vendaval, que a los Estados Unidos el negro le queda mal.
Cómo borrar al pintor, Gerardo, justo hoy que las villas están tomando color. Y qué fuerte brilla la licencia de Ramón, cuando se derrumba la economía que jamás se derramó. Pero no está Fernando, para cobijarnos con sus relaciones internacionales del corazón. Ni está René en la cooperativa de distribución, para llevar la revista volando, por 30 mil casas levantadas hasta el cielo, por Antonio, el ingeniero. Quién más que un televisor pudiera decir que se trata de cinco presos, de cinco ausencias, si todavía circula la sangre de la historia. Será septiembre, el Día del Estudiante y el grito de Allende. Será septiembre, sin los Cinco Héroes, por decimotercera vez. Pero un día vendrá la primavera. Y se abrazarán con Fidel.
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