martes, 6 de marzo de 2012

Sociedad de los argentinos muertos Modelos Socioculturales del Poder XVI/Por Enrique Carpintero

Modelos socioculturales del poder XIV

Cuando la muerte se transforma en obscena:

La historia de las mellizas Laguardia

Por Enrique Carpintero

Psicoanalista. Director de la revista y la editorial Topía. Su último libro
publicado es: Enrique Carpintero (compilador), La subjetividad asediada.
Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, 2011.

(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Eduardo Stupía

En un momento de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido
nuestro destino. El mundo esta lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore.
Goethe

Muchas noticias que aparecen en los medios de comunicación muestran el
malestar que atraviesa la actualidad de nuestra cultura. Algunas son
ejemplos paradigmáticos de una subjetividad construida en el individualismo
de una sociedad que ha generado nuevos tabúes. Entre ellos la vejez y la
muerte.

La productividad y la belleza como valor de cambio forman parte de una
sociedad donde la imagen personal tiene que responder a los cánones que
definen la juventud. La muerte se debe ocultar para negar que somos seres
finitos. Si bien la búsqueda de la felicidad privada atraviesa de diferentes
maneras el conjunto de la sociedad, como veremos a continuación en algunos
sectores se manifiesta con mayor evidencia.

Algo de lo que venimos afirmando intuían las mellizas Laguardia.

Lo importante son las expensas comunes

En enero de este año apareció una noticia en el diario: "Dos mujeres
murieron en agosto y la descubrieron ayer". Es necesario que reconstruyamos
los hechos tal como fueron apareciendo durante tres días sucesivos.

En un clásico edificio del barrio Recoleta vivían las mellizas Laguardia de
73 años. Una de ellas era soltera y la otra separada sin hijos. Su vida
estaba rodeada de gran hermetismo. A pesar de los años que vivían en el
edificio, ya que eran las más antiguas, hablaban muy poco con sus vecinos.
Apenas saludaban cuando salían todas las mañanas para asistir a la primera
misa de la Iglesia Las Esclavas. Solían ir regularmente al supermercado a
hacer las compras y pedían que se las llevaran. Los repartidores comentan
que el trato era muy formal. Un vecino dice: "Vivían encerradas. Parecía que
vivían con miedo. No hablaban con nadie. No sabemos si tenían familiares.
Sólo nos saludábamos para desearnos buen día". Dos comerciantes recuerdan
que la vieron en alguna oportunidad pero nunca hablaban con ellas. Las
mellizas Laguardia eran muy reservadas. Tan reservadas que desde los
primeros días de agosto no salieron más de su departamento. Cinco meses
después, una denuncia a la policía permite descubrir que estaban muertas
desde esa fecha como consecuencia de sofocación de monóxido de carbono. En
el departamento todo estaba en orden. Las ventanas cerradas y una de ellas
llevaba puesto un pullover. Lo que llamó la atención es que los cadáveres
estaban momificados.

A esta altura del relato la pregunta que se impone es ¿Porqué tuvo que pasar
este tiempo para que alguien hiciera la denuncia? Y, lo más importante,
¿Cómo toleraban los vecinos el olor de los cuerpos que invadía el edificio?

Un electricista que hace reparaciones en el edificio manifiesta que "hace
cuatro meses subí para hacer un arreglo en el piso más arriba y el mal olor
ya se sentía en el ascensor. La portera me invitó a bajar para ver si lo
sentía en la puerta, pero le dije que ya era suficiente lo que sentía". Y
continua: "la portera quería hacer la denuncia, pero al parecer la
administración no quería salir como responsable". La encargada del edificio
que trabaja hace veinte años medio turno dice: "Eran un poco cerradas y no
se daban mucho con la gente. A mi no me saludaban". Sin embargo, a fines de
agosto se acerco a la Iglesia para preguntar si habían ido a misa porque
hacía tiempo que no las veía. También desde la Iglesia fueron dos veces al
edificio a preguntar por ellas. En el momento que descubren los cadáveres el
encargado suplente sostuvo que pensó entrar en el departamento con la ayuda
de un cerrajero por que "no se aguantaba más el olor". Y agregó: "que la
encargada titular del edificio tocaba el timbre, pero nadie respondía. Con
el pasar de los meses se acumulaban sobres y cartas. También me comentaba
del mal olor que sentía".

El tema del olor llevó a que se realizara una reunión de consorcio en el mes
de noviembre. Y aquí lo insólito. Los vecinos tomaron una resolución:
prefirieron iniciar una acción civil para recuperar el pago atrasado de las
expensas que denunciar la desaparición de las mellizas Laguardia. ¡La carta
con la demanda se la deslizaron debajo de la puerta del departamento! Ante
esta situación el administrador del consorcio comenta con los periodistas:
"Eran unas señoras muy grandes y retraídas. Una vez pidieron si podían ir al
departamento a cobrarles las expensas y cuando llegaron les pasan la plata
por debajo de la puerta…Cuando no pagaron pensamos que algo pasaba porque
ellas siempre eran puntuales y en agosto no habían pagado". Ante la
evidencia de que la reunión de consorcio se había realizado tres meses
después de la muerte de las mellizas Laguardia se excusa: "Lo que pasa
dentro de cada departamento es cuestión de cada uno. Yo sólo soy responsable
de los espacios comunes". Es decir, lo único importante para el consorcio
era que paguen las expensas…aunque estén muertas.

Cuando lo obsceno se hace más visible que lo visible

Este relato pone en evidencia crudamente la ruptura del lazo social que
sigue predominando en nuestra cultura (La palabra "crueldad" deriva del
latín crudus que significa "crudo", "no digerido", "indigesto"). En la
actualidad el Yo como un momento de elaboración de un nosotros ha trocado en
grandes sectores de la población en un yo que se construye en la soledad y
el aislamiento. La hegemonía del capitalismo mundializado ha instalado la
cultura del individualismo donde las relaciones entre los sujetos quedan
reducidas a relaciones entre mercancías. De esta manera los ciudadanos se
transforman en consumidores y la sociedad en la economía de mercado donde el
ser depende de las mercancías que cada uno puede comprar. Su consecuencia es
la ruptura del lazo social ya que los sujetos son intercambiables como
mercancías donde el valor de uso se agota en el simple valor de cambio.

En esta perspectiva la ausencia de las mellizas Laguardia en la reunión de
consorcio estaba representada por la deuda de sus expensas. Para ello era
necesario negar el olor de sus cuerpos que hacía evidente su muerte. ¿De que
manera podemos explicar esta circunstancia paradigmática? Una palabra puede
acercarnos a entender este exceso: lo obsceno.

Cómo trabajamos en otro texto (Carpintero, Enrique, "La exhibición obscena
del secreto", revista Topía, Nº63, noviembre de 2011) una de las etimologías
de la palabra "obsceno" proviene del latín coenun que significa "porquería",
"basura", "excremento". También viene de ob (hacia) y scenus (escena) que
significa fuera de escena. Es decir, aquello que no puede ser mostrado. Es
el telón que mantiene la representación dentro de las convenciones de cada
época que se oculta, que debe ser mantenido fuera de la vista.

Ahora bien, ¿Qué debe ocultar lo obsceno? No se trata de una simple cuestión
de buen gusto estético, de cortesía, de que es moralmente bueno o malo.
Estas cuestiones difieren según las culturas dominantes, entre las distintas
comunidades dentro de las mismas culturas y entre los sujetos de esas mismas
comunidades. Históricamente la obscenidad estaba ligada a la sexualidad, en
especial al cuerpo desnudo, que no es en sí mismo obsceno pero el poder que
sostenía la cultura lo volvía algo que debía ser ocultado. En la actualidad
-como decimos al inicio- las relaciones humanas se miden como mercancías y
sus actividades se anuncian como un buen o mal negocio. De esta manera la
sexualidad pasa a ser un objeto de consumo transformándose en una sexualidad
evanescente fácil de ser intercambiada en el mercado de las relaciones
sociales (Carpintero, Enrique, "La sexualidad evanescente. La perversión es
el negativo del erotismo", revista Topía, Nº 56, setiembre de 2009). Esta
situación ha llevado que lo obsceno ya no se encuentre con la desnudez del
cuerpo sino con la muerte. Se ha desplazado del sexo al cadáver. Sin
embargo, el horror de la muerte no esta ligado tanto al aniquilamiento del
ser sino a la putrefacción que entrega las carnes muertas a la fermentación
general de la vida (Maier, Corinne, Lo obsceno, Nueva Visión, Buenos Aires,
2005). Es decir, lo obsceno vela algo de lo siniestro (unheimlich) que se
relaciona con lo familiar (heimlich) que habita en nuestra subjetividad: la
finitud que vivencia el sujeto en los primeros momentos de la vida.

En este sentido lo obsceno que muestra la muerte en su vertiente repugnante
ocupa la zona impensable de nuestra desaparición. Lo obsceno describe la
presencia de un exceso que exhibe algo monstruoso; es lo que se encuentra en
lo abyecto de un cuerpo que se pudre (La palabra "monstruo" proviene del
latín monstrum que significa aquello que no se puede ocultar). Es Lacan
quien ejemplifica esta situación al comentar la novela de Edgar A. Poe La
historia del señor Valdemar. El personaje del relato sigue vivo durante seis
meses por medio de la hipnosis. Cuando lo despiertan su cuerpo se descompone
rápidamente y se transforma en algo brutal, imposible de ser mirado. Esto es
lo que el sujeto necesita ocultar.

Para Boudrillar la obscenidad comienza cuando no hay escena. Cuando todo se
hace transparente y visible, cuando todo queda sometido a la cruda luz de la
información y los medios de comunicación (Contraseñas, Anagrama, Barcelona,
2002). Esto es lo que les ocurrió a los vecinos de las mellizas Laguardia.
Negaron su muerte pero como el señor Valdemar, cuando a la luz de la
información salieron de la hipnosis, lo obsceno se hizo más visible que lo
visible ante la vuelta de lo reprimido representado por olor de los
cadáveres que semana a semana invadía el edificio. Lo intolerable de su
presencia llevaba a que se debía transitar por los pasillos como si no
existiera. En todo caso no era de incumbencia del consorcio como manifiesta
su administrador: "Lo que pasa dentro del departamento es cuestión de cada
uno. Yo sólo soy responsable de los espacios comunes". La insistencia de los
encargados del edificio y del electricista, ante la evidencia de la muerte,
tienen que ser sistemáticamente negados pues los "espacios comunes"
interesan solamente como expensas comunes. En este sentido cuando un
periodista le pregunta a un vecino: "¿Cómo es que nadie sintió el olor en el
edificio?" su respuesta es contundente: "El problema es que no nos conocemos
con nuestros vecinos". Si el otro no existe tampoco puede existir la muerte:
sólo es un valor de cambio. Su resultado es sacar de escena lo que resulta
repugnante, tratar de evitarlo. Aunque lo obsceno esta allí para velar lo
que se reprime ya que al erradicar la muerte esta aparece por otro lado de
una manera más cruda, más brutal.

Dos primas se presentaron para reclamar los cuerpos; la agencia DyN informa
que hacía por lo menos dos años que no veían a sus tías. Un mes después
fuentes judiciales determinaron que la muerte fue debido a una pérdida del
calefón. También se presentaron ante la Justicia para reclamar la herencia
una de las primas y el marido de una de las hermanas; la pareja estaba
separada desde hace doce años, pero nunca habían hecho el divorcio. La
sucesión de los bienes pasó al fuero civil donde se determinará quienes
serán los herederos. Quizás, si reciben la herencia se pondrán al día con
las expensas que debían las mellizas Laguardia.

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