sábado, 14 de julio de 2012

René Favaloro Fidel Castro y Ernesto Che Guevara- por el Dr. Eduardo Rivas Estany

Favaloro y Gardel no llegaron a conocer Cuba.  Una pena.  Eladio González toto

Remembranza del Profesor René Favaloro

Dr. Eduardo Rivas Estany

Presidente de la Sociedad Cubana de Cardiología

Después de leer el sentido artículo que nuestra amiga Paquita Armas Fonseca publicó en el sitio web de Cirugía Cardiovascular sobre el Profesor René Favaloro, recordé la deuda de gratitud que yo tenía con tan eminente cirujano argentino, así como conmigo mismo, de dar a conocer mis contactos personales con tan distinguida personalidad, no solamente de las ciencias médicas mundiales, sino también de las sociales, de acuerdo a mi interpretación sobre su persona.

Lo escuché por primera vez en ocasión de la conferencia de clausura que ofreció en el marco del VI Congreso Mundial de Rehabilitación Cardíaca que se efectuó en Buenos Aires, Argentina, en junio de 1996. Al ver su nombre en el programa, inconscientemente me pregunté “¿Qué hará un cirujano cardiovascular dando la conferencia de clausura en un Congreso de Rehabilitación Cardíaca?” No obstante, atraído por su personalidad y su nombre me senté en la primera fila de aquel impresionante y repleto auditorio del hotel Sheraton de la capital argentina para escuchar su conferencia.  Y ¡cuál no fue mi sorpresa al darme cuenta que aquel hombre en su plática viril y vehemente más que a temas cardiológicos se refirió durante casi una hora a los grandes problemas médicos y sociales que enfrentaba la mayoría de los habitantes de este planeta, particularmente los del Tercer Mundo!  Desde el podio en que hablaba afirmó que la situación socio-política imperante en el mundo en aquel momento, presente aun hoy en nuestros días, moralmente no podía subsistir y que debía cambiar.  Yo, que por supuesto venía de Cuba, no podía dejar de pensar que en las palabras de aquel hombre veía reflejadas las de nuestro líder Fidel Castro o las de su compatriota, y nuestro también, el Guerrillero Heroico Ernesto “Ché” Guevara y por momentos supuse que simplemente me encontraba en un acto político en Cuba, escuchando a alguno de nuestros dirigentes; así lo comenté con algunos colegas y amigos de distintas nacionalidades que tenía a mi alrededor. Al terminar su oratoria, aprovechando que estaba cerca de él, me le aproximé y simplemente le dí la mano y lo felicité por tan impresionante y singular conferencia; sólo fui uno de las decenas de personas que hicieron lo mismo. En ese momento me dí cuenta que mis dudas sobre la pertinencia de su participación en tal Congreso no eran bien fundadas teniendo en cuenta que los aspectos sociales y también económicos son de vital importancia para todos aquellos que nos desenvolvemos en el campo de la prevención y la rehabilitación de pacientes con enfermedades cardiovasculares. Había sido muy acertada la designación del Prof. Favaloro para clausurar tal Congreso.

En el mes de junio del año 2000, encontrándome en Buenos Aires, fui invitado a ofrecer una conferencia en el Centro de Calidad de Vida de la Fundación Favaloro, por su Director en aquel momento, el Dr. Roberto Peidro, distinguido cardiólogo bonaerense y amigo personal, así como de muchos otros cubanos. Como simultáneamente me encontraba yo en labores de promoción del I Congreso Iberoamericano de Rehabilitación Cardíaca y Prevención Secundaria que celebraríamos en el Palacio de Convenciones de La Habana del 9 al 12 de octubre del propio año pues se me ocurrió que quizás sería esa una buena oportunidad para hacerle saber al Profesor Favaloro de nuestro Congreso y quizás invitarlo a participar en él. Así, hablé con mi amigo el Dr. Peidro para que intentara conseguirme una cita con el Director General de la Fundación, el Dr. Favaloro, y cuál no sería mi sorpresa al comunicarme poco después que el mismo me esperaba al día siguiente a las 3 de la tarde en su Despacho.

Allí estuve puntual el miércoles 14 de junio del año 2000, me acompañó el propio Dr. Peidro, quien me entregó a la amable secretaria del Prof. Favaloro e inmediatamente se retiró. Dicha secretaria me introdujo en el amplio pero sencillo y exento de lujo despacho del Director quien de inmediato salió a mi encuentro y me invitó a sentarme frente a él, junto a su modesto buró lleno de papeles y plumas y rodeado de estantes repletos de libros de toda clase. Hablamos durante casi una hora de temas variados, de Cuba, de la Cardiología en nuestro país, de nuestro Instituto, también de la Argentina y de la situación político-social prevaleciente en aquella época. Como buen fanático del fútbol, me preguntó por Diego Armando Maradona quien en esos días se encontraba internado en un centro asistencial de La Habana cumpliendo un programa de rehabilitación después de un ataque cardíaco sufrido pocas semanas antes en el Uruguay; le dije lo que sabía, intentando no desinformarlo; me pidió que le trasladara sus saludos. Finalmente, yo más relajado después de más de media hora de conversación y de un aromático café, pues le hablé del Congreso que efectuaríamos en La Habana cuatro meses después y le entregué la información impresa que disponía. Para mi sorpresa, se interesó marcadamente pues sería la oportunidad de estar en Cuba por primera vez, país sobre el cual mucho había leído y admiraba; también mostró interés por conocer Varadero.  Días antes de la fecha de nuestro evento estaría invitado a ofrecer una conferencia en alguna ciudad de los Estados Unidos, por lo que vendría directamente desde ese país antes de retornar a Buenos Aires;  acordamos que me enviaría posteriormente el título de su conferencia en nuestro Congreso. Me faltaba lo más comprometedor: anunciarle que sería nuestro invitado de honor pero que debido a nuestra difícil situación económica, no teníamos recursos para cubrir los costos de su viaje y estancia en nuestro país, conocedor yo además que él acostumbraba a recibir invitaciones que incluían boleto aéreo en primera clase.  Su respuesta fue rápida: “No se preocupe usted, de eso me encargo  yo”.  Sentí que “la sangre me volvió al cuerpo” y le apreté la mano con fervor, casi en la despedida.  Antes de marcharme me obsequió dos de sus libros más clásicos: “Recuerdos de un médico rural” y “De la Pampa a los Estados Unidos”, publicados ambos en 1992, con múltiples reediciones posteriores, en los cuales escribió, de su puño y letra, una dedicatoria simple, como era él, pero que aprecié en toda su magnitud:

“Al Dr. Eduardo Rivas Estany, con todo afecto,”

René Favaloro.

Inicié a leer el primero de ellos en el avión, en el vuelo de regreso a La Habana, y culminé la lectura de ambos pocos días después, los he releído varias veces, los he prestado a amigos, con  algunos casi he tenido que reñir para lograr su devolución, al extremo de decidirme en la última oportunidad de no prestarlos más pues constituyen para mí una prenda preciada.  Como hace tiempo que no los leo, los sacaré de inmediato de mi librero hogareño para leerlos de nuevo, este relato me ha estimulado a ello.

Pocos días después, el 20 de junio, tuve la oportunidad de encontrarlo nuevamente, ahora en la ciudad de Mendoza, en el noroeste argentino, donde ambos habíamos sido invitados a participar como conferencistas en el XIX Congreso Nacional de Cardiología, organizado por la Federación Argentina de Cardiología, él nuevamente impartiría la conferencia de clausura de tal evento, lo que propició la última de nuestras efímeras pero bien recordadas conversaciones.

En esta ocasión no tuve oportunidad de sentarme en primera fila pero donde quiera que uno se sentara escuchaba perfectamente, por el silencio reinante en la sala, la diatriba del conferencista, como en otras ocasiones, explicando y argumentando con cifras proyectadas en una pantalla, las condiciones de insalubridad reinantes en Latinoamérica, particularmente en la región andina, donde nos encontrábamos, y las grandes diferencias sociales y de asistencia médica existentes en nuestro subcontinente. Nuevamente insistía en la necesidad de la aplicación de programas de prevención, no necesariamente de enfermedades cardiovasculares, sino más bien de padecimientos infecciosos, carenciales y otros que mataban por miles o millones a la población de nuestros países. Insistía en que esa situación tenía que cambiar más temprano que tarde. Al finalizar, nuevamente una ovación e innumerables felicitaciones y apretones de mano, uno de ellos el mío, que en este caso no fui de los primeros. Al verme, me saludó y sonrió, simplemente le pregunté: “Profesor, ¿usted conoce el sistema de salud cubano?”, me respondió de inmediato: “¡Claro que sí, lo conozco perfectamente, por eso es que quiero ir a Cuba pronto!”  Han transcurrido 12  años desde entonces, persisten todavía en mis oídos y en mi memoria sus palabras y su tono de voz acentuado cuando respondió mi pregunta.

El sábado 29 de julio, en la tarde, sonó el timbre del teléfono en mi casa, al responder me sorprendió el saludo inicial de mi amigo Roberto Peidro y más aun la inmediata y funesta noticia del suicidio del Dr. René Favaloro, hacía sólo unas pocas horas, ¡no lo podía creer! Sólo un mes y nueve días después de mi último encuentro con él, había decidido quitarse la vida quizás el más exitoso de los cirujanos cardiovasculares latinoamericano contemporáneo. Las causas han sido ampliamente difundidas en la prensa y medios noticiosos internacionales de la época y posteriores, y no son motivo de análisis de estas líneas, también constituyen el eje central del artículo publicado en la página web de Cirugía Cardiovascular de Cuba que motivó esta reflexión y que cito al inicio de la misma.

Este lamentable hecho nos hizo cambiar de inmediato algunos de nuestros planes y programa del Congreso que organizábamos para octubre del propio año, no pudimos entregarle la condición de Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Cardiología que planeábamos en ese momento e interrumpimos la confección de la información sobre su persona que preparábamos para entregar a las máximas autoridades de Gobierno del país y del Ministerio de Salud Pública que preparábamos a manera de su presentación, pues aspirábamos a que se le diera una atención especial, acorde con sus méritos científicos y personales.

No obstante, en mis palabras inaugurales del mencionado Congreso en La Habana, el 9 de octubre del propio año 2000, mencioné resumidamente algunos de estos hechos y solicité un minuto de silencio en su memoria, que la audiencia cumplió con fervor. Alguno de los argentinos presentes posteriormente me agradeció el gesto pues lo consideraban el primer reconocimiento internacional efectuado en memoria del Prof. René Favaloro.

Quizás esto haya motivado que algunos años después, en fecha que no recuerdo exactamente, recibí una elegante y protocolar invitación especial para asistir a un acto solemne que, con motivo de su natalicio, se celebraría en memoria del eminente cirujano argentino en el Congreso de Buenos Aires; lamentablemente, por causas ajenas a mi voluntad no me fue posible asistir a tal trascendente actividad.

Contando esta simple historia, quizás intrascendente para muchos, cumplo con una vieja intención, la de cooperar modestamente en divulgar en nuestro medio, sobre todo entre los cirujanos y cardiólogos jóvenes, la tremenda personalidad que significó el Prof. René Favaloro, pionero de la cirugía de revascularización miocárdica en el mundo, y algunas de sus relaciones con Cuba y los cubanos. Estoy convencido que de haber logrado su presencia en nuestro país en aquel momento, hubiera dejado sus huellas en el devenir de nuestra historia médica.

La Habana, 27 de junio de 2012.