CHE GUEVARA ESTUVO EN LA PLAZA DE MAYO EN LA FIESTA DEL DOMINGO
EL GOBIERNO RECUPERÓ LA OFENSIVA CON EL ACTO DE PLAZA DE
MAYO La Plaza llena, la cultura, el mensaje presidencial y sus bases de apoyo
El domingo 9 quedará en el archivo político como un día
clave, cuando Cristina Fernández recuperó la iniciativa callejera. De todos
modos, como diría Agustín Tosco, “la lucha continúa”.
EMILIO MARÍN
Como en toda manifestación política y cultural de masas,
la cuestión numérica importa. Y la Fiesta Popular de la Democracia, como el
gobierno bautizó al domingo 9-D no escapa a esa requisitoria. Se empieza
entonces por la medición.
Según la locutora oficial, Ernestina Pais, hubo 400.000
personas, o sea una de las más concurridas de los últimos años, descontando la
extraordinaria del Bicentenario, en mayo de 2010.
Clarín, por razones que no hace falta explicitar, aseguró
que el público era muy inferior: 80.000 personas. Según sus intereses políticos
y de clase, las multitudes pueden encoger como género barato y las actividades
de sus agentes suelen beneficiarse con cálculos hiper generosos. Ese diario, de
todos modos, citó a C5N, para el que hubo 200.000 presentes.
La prudencia aconseja tomar de piso el cálculo de ese
canal, pero adosarle una cantidad extra, pero real, debido a la circulación del
público, que no se quedó estático ni era el mismo, desde las 18 horas cuando
arrancó Ignacio Copani, hasta la medianoche cuando cerraba Carlos Vives. La
plaza repleta, más las dos diagonales y Avenida de Mayo colmadas a lo largo de
varias cuadras, más calles adyacentes, permiten estimar que hubo más de 300.000
argentinos festejando el día de los derechos humanos y la democracia. O sea, más
de 10 argentinos por cada uno de los 30.000 militantes desaparecidos por la
“dictadura cívico-militar”, como la llamó Cristina Fernández en su discurso
(militar-cívica, prefiere denominarla el cronista).
Semejante presencia fue un respaldo político a la
democracia y un homenaje a los desaparecidos; una nueva bofetada a la dictadura
de
1976 y sus sostenes civiles y empresarios. Entre éstos,
los dueños de Clarín y “La Nación”, cuya indagatoria a declarar fue pedida al
juez a cargo de la causa del apoderamiento de Papel Prensa, Julián Ercolini.
La solicitud fue hecha por el secretario de Derechos
Humanos, Martín Fresneda, e incluyó la prohibición de salida del país (LA
ARENA, 5/12).
¿Cómo hizo la multitud para llegar a la Plaza? El diario
de Héctor Magnetto se solazó con la supuesta utilización de mil colectivos
llegados del conurbano. Dijo que en ellos pudieron haber sido “acarreados”
entre 30.000 y 60.000 personas, lo que descolocaría la otra afirmación
interesada, de que hubo “sólo” 80.000 asistentes.
¿Solamente 20.000 fueron por sus propios medios? No
cierra.
Esa tarde-noche hubo premios “Azucena Villaflor”
(presidente de Madres, desaparecida en la Iglesia de la Santa Cruz en diciembre
de
1977) para varias personalidades, entre ellos el artista
León Ferrari, el poeta Juan Gelman, el músico Daniel Barenboim, Susana Trimarco
y el fallecido Eduardo Luis Duhalde. Con esas distinciones y la participación
de los artistas y del público en las cantidades estimadas, se deduce que el
gobierno festejó muy bien el día de los derechos humanos.
Los genocidas, los empresarios cómplices, los medios que
tanto alabaron al terrorismo de Estado, los “carapintadas” de aquella Semana
Santa y los beneficiarios del Punto Final, la Obediencia Debida y los indultos,
ahora condenados, en cambio, lo miraron por TV. O apagaron el tele.
¿Cuál columna vertebral?
La oposición política y mediática venía muy entusiasmada
por las demostraciones callejeras del 8-N y la movida sindical del 20-N, en
contra del gobierno. Este parecía haber entrado en una zona de pasividad y
pérdida de iniciativas. Y para alegría
de aquella gente, la justicia había propinado un duro golpe a la expectativa de
la ley de medios, con el fallo de la Sala 1 de la Cámara Civil y Comercial, el
jueves 6.
La Plaza de Mayo puso las cosas en su lugar. Mostró que
los derechos humanos, la ley de servicios de comunicación audiovisuales, la
democracia y el gobierno de Cristina tienen muchos simpatizantes y apoyos.
Sus detractores podrán decir que tal asistencia se debió
a las bandas musicales y artistas convocados. Ese es un mérito del gobierno.
Algo habrá hecho bien para que lo apoyen, en general, aún con sus críticas o
matices, músicos como Charly García y Fito Páez, para nombrar sólo a dos.
El problema es de la oposición conservadora, que no tiene
apoyos significativos en ese plano. ¿Quiénes la apoya? ¿Ricky Maravilla, Miguel
del Sel, Palito Ortega o Ricardo Yorio de Almafuerte? No hay punto de
comparación. Mauricio Macri, cuando ganó en Capital Federal, pirateó “Arde la
Ciudad”, de La Mancha de Rolando, para que bailaran los jóvenes del PRO.
Después tuvo que parar: el cantante de ese grupo, Manuel Quieto, sobrino del
dirigente montonero desaparecido Roberto Quieto, le advirtió que entablaría
acciones legales.
Hay desproporción en el frente cultural. La cantidad de
periodistas, realizadores, actores y actrices, directores, guionistas,
productores, etc, que concurrieron al festejo por los derechos humanos no puede
ser empardada por la oposición. ¿A quién mostrarían el PRO, los radicales y el
peronismo derechoso que aseguran vivir en uno de los peores países del mundo?
De la Sota aportaría a La Mole Moli, Macri al mencionado Del Sel y Magnetto a
Jorge Lanata, el único con alguna formación e inteligencia como para hacer un
poco más de daño. No hay que menospreciar a Susana Giménez y Mirtha Legrand, ya
añosas pero eficaces en su rol de una “doña Rosa” más reaccionaria que el
personaje de Bernardo Neustadt.
Entre el público, artistas y palco del domingo 9, y los
caceroleros de teflón y los sindicalistas de Moyano y demás impresentables,
gana ampliamente la multitud de este domingo, pero no sólo porque no movida por
el odio, como resaltó la presidencia. Se impone simplemente porque expresa a
una causa justa y digna. Los otros, lo sepan o no, defienden intereses de
corporaciones. Business. Negocios.
Lo que brilló por su ausencia en la conmemoración fue la
presencia de los sindicatos y CGT, la reputada “columna vertebral” del
peronismo.
Por supuesto que había decenas de miles de trabajadores,
pero no encolumnados con sus gremios. En principio ese dato puede ser negativo,
porque el gobierno sería más sólido si descansara en ese pilar. Pero si
llegaban columnas con Antonio Caló, Gerardo Martínez, Oscar Lescano y Armando
Cavalieri, habría sido peor. Fue mejor sin ellos, que también lo miraron por
TV.
Discurso e iniciativa
Del mensaje presidencial de 40 minutos, dicho con garbo y
ganas, cabe rescatar la crítica a la justicia dependiente de las corporaciones
económicas, a la que se reclamó tomara distancia de ese poder.
Cristina Fernández urgió a la democratización de los tres
poderes, pero puso énfasis en el que habita Tribunales.
Relacionado con este asunto debe leerse su referencia a
los poderosos intereses empresariales que pasado el tiempo de las armas
propiamente dichas echaron mano a los “fierros mediáticos” y ahora utilizan los
“fierros judiciales”. Fue una clara alusión a los manejos de Clarín en
detrimento de la ley 26.522 de medios de comunicación y el bochornoso fallo de
la Cámara Civil y Comercial prorrogando la medida cautelar a favor de ese
monopolio.
¿De qué democracia estamos hablando?, se preguntó luego
de cuestionar esos bloqueos judiciales a leyes democráticamente aprobadas en el
Congreso e impulsadas por el Poder Ejecutivo, con ancho respaldo social.
Si hubiera voluntad política para depurar y democratizar a
la justicia -“al servicio del pueblo”, pidió la oradora-, este cronista insiste
con tomar de punto de partida al modelo de Bolivia. Allí los integrantes de los
tribunales supremos (Constitucional, Electoral, Ambiental, etc) se eligen por
voto popular, duran seis años en el cargo y no son reelegibles.
Con cierta resignación, CFK dijo que en cuanto a la ley
de medios podía aguardar algunas semanas, teniendo en cuenta que las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo “esperaron años justicia para sus hijos”.
Esta opinión merece precisiones. Hasta ahora no fueron
semanas sino más de tres años. Si hay que aguardar otras semanas, por supuesto
que se puede, pero no meses y años. Más aún, no cabría tomar de jalón inicial
el 7-D sino todos los años que pasaron desde la “ley” de Videla, Martínez de
Hoz y Harguindeguy. La democratización de la palabra ha sido demorada por igual
lapso, no menos, que los juicios para la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Anteayer, este cronista sostuvo en La Semana Política:
“Una cosa es un palco con Charly y Fito, con canciones, palmas y baile. Y otra
es que, antes o después de esos artistas, hable la presidenta, haga un discurso
político analizando la situación y trazando orientaciones sobre cómo sigue esta
pelea antimonopólica”. Así ocurrió, felizmente, retomándose la iniciativa
política extraviada o ralentizada.
Hablando de felicidad, la presidenta, vestida de negro,
cantó y bailó en el escenario. Se la veía feliz. Una respetuosa sugerencia:
basta de vestidos negros. ¿Todas las voces? Entonces todos los colores, como en
la vida.
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Sergio Ortiz
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