"La muerte no
es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida."
José Martí
El martes 5 de marzo de 2013 quedará en la historia de este continente como
el día en que falleció el comandante Hugo Chávez Frías, presidente
constitucional de Venezuela, un revolucionario a carta cabal de nuestra
América, cuya imagen, ideal, y proyecto ya forman parte de la legendaria
constelación de luchadores antiimperialistas y anticapitalistas de este
lado del planeta.
En esta hora de profundo dolor para los luchadores del mundo, es necesario
recordar el carácter revolucionario de la vida y obra de este líder de
Venezuela, con independencia de las incertidumbres políticas que el futuro
inmediato le depare a ese país y a toda Latinoamérica, por la temprana
desaparición física de este notable personaje.
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Sin pretender ser exhaustivo en momentos en que la tristeza nubla el
pensamiento, basta mencionar algunos de sus aportes revolucionarios. Para
empezar, la figura y proyecto de Hugo Chávez emergieron cuando el
neoliberalismo –es decir, el capitalismo realmente existente- se pavoneaba
orondo por nuestra América y por el mundo, sin desafíos ni obstáculos a la
vista, enceguecido por las falacias del “fin de la historia” y el “choque
de civilizaciones”, propagadas por el imperialismo estadounidense y sus
súbditos locales. Este neoliberalismo venía acompañado de la retórica de la
globalización, como una supuesta realidad irreversible ante la que nada se
podía hacer y a la que debían someterse los países, lo que significaba en la
práctica aceptar el dominio de las Empresas Transnacionales y soportar como
algo normal el saqueo de los recursos naturales.
Eran los momentos de borrachera, euforia y esplendor del “nuevo orden
mundial”, que había sido proclamado por George Bush padre luego de la
Primera Guerra del Golfo (1990-1991) y la disolución de la Unión Soviética
(1991) y que había conducido en Estados Unidos al apogeo de la “nueva
economía” durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001), y a suponer que
esa efímera prosperidad especulativa, basada en la burbuja punto.com, iba a
ser eterna.
Pues bien, para el imperialismo esa borrachera se convirtió en una amarga
resaca cuando en Venezuela se empezaron a producir notables cambios a
partir de 1998, año en el que Hugo Chávez ganó las elecciones y convocó a
una Asamblea Constituyente que puso fin al dominio bipartidista del punto
fijismo y cuestionó el modelo neoliberal que había hundido en la miseria a
la mayor parte de los venezolanos. El primer aporte revolucionario de Hugo
Chávez estriba, entonces, en haber nadado contra la corriente, en instantes
en que nadie se atrevía a hacerlo, y todos aceptaban como evidente al
fundamentalismo de mercado, la globalización y el Consenso de Washington.
Cuestionar el neoliberalismo y embarcarse en un proyecto diferente, visto
en perspectiva histórica, se convirtió en un hecho revolucionario porque
rompió aguas en medio de la aceptación sumisa del orden existente. Eso
supuso en la práctica que desde Venezuela se impulsaran propuestas
encaminadas, por ejemplo, a rediseñar a la Organización de Países
Exportadores del Petróleo (OPEP), lo que conllevó la recuperación del
precio del crudo para los países petroleros, algo que hasta ese momento se
consideraba como herético, porque supuestamente los precios de las materias
primas no podrían subir porque así lo determinada el “mercado”.
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En segundo lugar, y acompañando a lo anterior, el discurso y la práctica de
Hugo Chávez asumieron una postura antiimperialista, porque rápidamente se
evidenció que Estados Unidos – en concordancia con su vocación histórica de
considerar a nuestro continente como su “patio trasero”- no tolera ninguna
política nacionalista, soberana e independiente y está dispuesto a hacer
todo lo que sea para liquidar a los líderes y gobiernos que se atrevan a
cuestionar su hegemonía. Y, efectivamente, en la medida en que el proyecto
bolivariano en Venezuela planteaba una recuperación de la soberanía
nacional y energética y proponía políticas redistributivas de tipo interno,
inmediatamente los intereses coaligados de las clases dominantes locales y
los de Estados Unidos entraron a operar para impedir la consolidación de
ese proyecto, como se ha evidenciado durante estos 15 años, pero cuyos
hechos más evidentes fueron el fallido golpe de Estado de 2002 y el paro
petrolero de PDVSA entre finales del mismo año y comienzos del 2003.
El antiimperialismo de Chávez se manifestó en los más diversos escenarios,
en donde, a diferencia de todos los cipayos proestadounidenses (como los de
la Unión Europea o de América Latina), habló claro y llamó al pan, pan y al
vino, vino. Fue de los pocos que en mundo se atrevió a criticar los
crímenes imperialistas en Irak y Afganistán, así como las acciones
genocidas de Israel contra los palestinos o contra el Líbano, un hecho
notable en medio de la aceptación de esos crímenes por parte de la mayor
parte de los gobiernos de Latinoamérica. Pero lo más significativo, en
cuanto a logros, de esta lucha antiimperialista se manifestó en el entierro
del proyecto imperial del ALCA, que feneció en el 2004 en las tierras de
Argentina, y que no pudo ser impuesto al continente en la forma original
cómo había sido concebido por los Estados Unidos, que buscaba tener un
mercado abierto y a su disposición para sus inversiones, que cubriera desde
el norte de México hasta la Patagonia. El hundimiento del ALCA está
directamente relacionado con la decisiva actuación de Hugo Chávez, quien se
encargó no sólo de denunciarlo, sino en proponer otras formas de
integración para el continente.
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Justamente, este es un tercer aporte revolucionario de Hugo Chávez, porque
recuperó el legado integracionista de Simón Bolívar, José Martí, José
Artigas, César Augusto Sandino y otros luchadores de nuestra América. Esos
proyectos de integración, que antes eran simples ideas, han empezado a
convertirse en realidad (como el ALBA y MERCOSUR), gracias a la decisiva
participación del gobierno bolivariano de Venezuela y a su propósito de
buscar otros caminos diferentes a la falsa integración neoliberal hegemonizada
por los Estados Unidos. Por supuesto, esto se basó en la actualización del
ideal bolivariano de una patria grande, en la cual los pueblos se ayuden
mutuamente, algo que Chávez hizo efectivo con el establecimiento de
mecanismos comerciales solidarios, como los que efectuó con Cuba y con
otros países del Caribe. Se podrá decir que esa integración está en pañales
y que no ha avanzado tanto como debía, pero ese hecho cierto no puede
ignorar que en el continente latinoamericano se volvió a hablar de un tema tabú
para las clases dominantes de cada país, como es el de la integración más
allá de los Estados Unidos y sin los Estados Unidos.
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En cuarto lugar, Chávez volvió a poner sobre el tapete de discusión y
reflexión el horizonte del socialismo, porque se atrevió a plantear, contra
las corrientes dominantes incluso en el seno de una izquierda timorata y
plegada al capitalismo, que era necesario construir otra tipo de sociedad,
diferente a la hoy imperante a nivel mundial. A ese proyecto él lo denominó
el “socialismo del siglo XXI”, con lo cual rescató una palabra que había
sido olvidada en el mundo tras el colapso de la URSS a comienzos de la
década de 1990 y cuando se pensaba que ese asunto había desaparecido de
cualquier agenda política, ante lo que se consideraba como un irreversible
triunfo del capitalismo.
Aunque se aduzca que ni en Venezuela ni en otros países de la región se ha
avanzado en la construcción de tal socialismo, no puede desconocerse la
importancia de volver a preguntarse, cómo lo hizo el fallecido presidente
venezolano, si el capitalismo es eterno, e inmodificable y si las luchas
que contra él se emprendan no pueden bosquejar otro tipo de sociedad. Esto
hace parte del abc de cualquier programa revolucionario anticapitalista
desde el siglo XIX, que se creía sepultado, pero que en Venezuela fue
recuperado y nuevamente aparece en el imaginario de importantes luchadores
y pensadores anticapitalistas de América y el mundo. A raíz de esta
recuperación conceptual de tipo político, sectores de la izquierda
volvieron a hablar en voz alta y sin temores de la necesidad de construir
otro orden, que vaya más allá del capitalismo, que aprenda de las
experiencias negativas del siglo XX, sin abjurar del carácter igualitario y
democrático de un proyecto anticapitalista.
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En quinto lugar, socialismo quiere decir en sentido profundo luchar por la
igualdad –que no es sinónimo de homogenización y erradicación de las
diferencias-, una palabra que casi había desaparecido de la
conceptualización política e incluso del léxico corriente, y que fue
sustituida por un vocablo que ha sido intoxicado por el neoliberalismo –vía
Banco Mundial- como es el de equidad. Este término, en esta lógica
mercantil, no tiene nada que ver con la igualdad, sino que es el
reconocimiento de las desigualdades como algo natural, a nombre de lo cual
se afirma que se deben proporcionar iguales oportunidades en la competencia
–entre un gerente de una multinacional y un trabajador asalariado, por
señalar un caso, para que ambos compitan en las mismas condiciones por
ocupar un lugar en la clase ejecutiva de un avión transcontinental. Como
encarnación de un proyecto socialista, Chávez enfrentó la desigualdad en
Venezuela, con resultados positivos en cuanto a la disminución de la
pobreza en ese país, por haber permitido el acceso a la educación, a la
salud, a la recreación y a la cultura a importantes sectores de la
población, antes excluidos de todos esos derechos.
Con sus políticas redistributivas, Chávez volvió a evidenciar la
importancia del Estado como un actor fundamental de la sociedad, lo que
llevó a impulsar el gasto público en dirección de las mayorías sociales, en
momentos en que, los países europeos, en donde tanto se presumía de haber
construido sociedades de bienestar más o menos igualitarias, asumen a fondo
el proyecto neoliberal y aumentan las desigualdades, al tiempo que
privatizan la salud y la educación.
La lucha por la igualdad ha llevado a que en Venezuela importantes sectores
de la población, hasta no hace mucho tiempo subyugados por su condición de
clase y de “raza”, hayan adquirido conciencia de sus derechos, de su fuerza
colectiva y de su poder de decisión, ya que fueron los soportes esenciales
de los 14 triunfos electorales de Hugo Chávez, y quienes impidieron que se
consolidara el golpe de Estado de abril del 2002. De ahí el gran carisma y
ascendiente de Chávez entre esos sectores ninguneados y olvidados por el
capitalismo periférico venezolano, que en los últimos años –desde el
caracazo de 1989- han emergido como el sujeto social más importante de la
historia contemporánea de ese país. Y de ahí también el odio visceral que
contra ellos manifiestan las clases dominantes y las clases medias de
Venezuela y del resto del mundo, porque finalmente lo que no se acepta y se
desprecia es que los pobres, los zambos, los afros, los indígenas, las
mujeres pobres tengan derechos y se proclamen como iguales a los “blancos”
proimperialistas.
Este mismo hecho explica esa gran oleada internacional de racismo
desplegada contra el comandante Hugo Chávez en la autodenominada “prensa
libre” del mundo, en la que se incluyen la radio, la televisión y los
medios impresos, que en los últimos 15 años han batido todos los records de
sevicia desinformativa, de mentiras y embustes, cuando de hablar de Venezuela
y de su presidente se trata. Esta campaña forma parte ya de la historia
universal de la infamia, en la que sicarios y criminales, con micrófono y
con procesador de palabras, han recurrido a todas las mentiras para enlodar
la vida de Chávez y para calificarlo como “dictador”, “tirano” y otros
epítetos entre los que aparecen denominaciones racistas, que no vamos a
recordar acá por su bajeza moral.
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Hugo Chávez fue un personaje notable en la política venezolana y
latinoamericana por su carisma, su influjo popular, su capacidad
discursiva, su vivacidad, su ingenio, su inventiva, sus dotes histriónicas,
pero, sobre todo, por actuar como un educador y pedagogo práctico. Este es
otro de sus aportes revolucionarios, que ya se evidencio desde cuando
participó en un fallido golpe de Estado contra el régimen neoliberal de
Carlos Andrés Pérez en 1992, porque las palabras pronunciadas en el momento
de rendirse tuvieron gran impacto en la población, y lo dieron a conocer
ante Venezuela y el mundo. De ese momento en adelante, las miles de
reuniones, asambleas, charlas y conferencias en las que participó se
convirtieron en eventos de tipo educativo, que le confirieron un carácter
revolucionario a su acción y a su palabra, esto es, fueron dardos
contundentes contra las evidencias establecidas como verdades
incuestionables sobre el capitalismo, el neoliberalismo y la globalización.
Para entender este asunto, es bueno recordar que los políticos
contemporáneos se desempeñan cual si fueran muñecos amaestrados, como los
presentadores de televisión, que se limitan a repetir siempre el mismo
discurso, frío, aburrido, sin alma y sin vida, sin abandonar el guion
preestablecido y entonando siempre su insoportable jerga neoliberal. Chávez
rompió con todo eso al emplear un lenguaje simple, descomplicado, directo,
sin usar eufemismos y atreviéndose a llamar a los criminales por su nombre
(como hizo con Georges Bush en la ONU o con un ex presidente colombiano al
que calificó, como lo que es, de mafioso), porque se basaba en la máxima atribuida
a José Gervasio Artigas, y que le gustaba citar, “con la verdad ni ofendo
ni temo”.
Pero hay otro aporte revolucionario de Hugo Chávez en sus alocuciones y
conferencias, la reivindicación de la lectura. Esto es importante
recordarlo en un momento en que nadie lee nada, empezando por los
presidentes y funcionarios gubernamentales – o acaso alguien con dos dedos
de frente cree seriamente que alguna vez han leído un libro personajes tan
“cultos” como Carlos Menen, Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos, José
María Aznar, Juan Carlos de Borbón, George Bush o Mariano Rajoy-. En las
charlas y encuentros que realizaba Chávez solía citar y aludir a autores
diversos de la tradición socialista y revolucionaria de nuestra América y
el mundo, y valga recordar sus menciones a Eduardo Galeano, Itsván
Mészaros, León Trostky, Noam Chomsky, entre algunos. Y al mismo tiempo que
en sus charlas mencionaba libros y autores también anunciaba la necesidad
de difundirlos, cosa que efectivamente se hizo porque en Venezuela se han
editado millones de ejemplares a bajos precios de clásicos del pensamiento
revolucionario universal.
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Sin agotar el asunto en esta nota, tales son algunos de los principales
aportes revolucionarios de Hugo Chávez, cuya figura y realizaciones ya forman
parte de la historia del continente y, sobre todo, de la historia de los
olvidados y de los vencidos. Chávez, como lo proclamaba sabiamente José
Martí, fue un hombre de su tiempo y de todos los tiempos, porque supo
encarnar en el momento adecuado un proyecto antineoliberal y
antiimperialista para enfrentar lo que se concebía como inatacable en su
país y en el continente. Él supo entender las necesidades más sentidas del
pueblo venezolano, empobrecido y humillado por el capitalismo neoliberal, y
en ese esfuerzo por afrontar la miseria que ese sistema genera ha hecho
aportes reales al ideario anticapitalista del mundo. Como alguna vez lo
dijo Jorge Plejanov al analizar el papel del individuo en la historia:
"Un gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales
impriman una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos,
sino porque está dotado de particularidades que le convierten en el
individuo más capaz de servir a las grandes necesidades sociales de su
época". Y eso se aplica a cabalidad al caso de Chávez, que ha servido
a las necesidades sociales no sólo del pueblo venezolano sino de los
pueblos de todo el continente.
Por supuesto, Chávez fue, como todos nosotros, un ser humano de carne y
hueso, con sus propias contradicciones y limitaciones, tanto en sus
formulaciones como en sus realizaciones prácticas. Es elemental que los
revolucionarios son seres humanos y no dioses, en razón de lo cual aciertan
y se equivocan, pero justamente son revolucionarios, porque mayores son sus
aciertos que sus errores, porque están convencidos de la importancia de
luchar contra el orden establecido a cambio de lo cual lo dan todo, hasta
la vida misma, y porque con su lucha dejan un destello de ejemplo y
dignidad, que los engrandece ante sus contemporáneos y sirve de legado a
otras generaciones. Chávez ha sido un formidable revolucionario –un vocablo
que no tiene nada que ver con las capillas de iluminados de todas las
sectas de izquierda- que ha hecho más aportes reales a la lucha por otra
sociedad que cientos de doctrinarios puristas, que tanto hoy como ayer lo
han calificado como “populista”, “caudillo” o cosas por el estilo.
Y su carácter de revolucionario queda evidenciado en estos momentos si nos
fijamos en quienes lo lloran y quienes se alegran por su muerte. Lo lloran
los pobres de su país y muchos pobres de otros lugares del mundo. Lo lloran
quienes entienden lo que significa la pérdida de un valioso líder de la
izquierda internacional. Lo lloran los que en Venezuela y otros países han
sentido lo que significa la solidaridad, en instantes en que se ha impuesto
como si fuera parte de la naturaleza humana el egoísmo e individualismo
neoliberal. Estos son los que nos importan, mientras las bestias carroñeras
de la muerte (encabezados por el Partido Republicano de los Estados Unidos)
se relamen de felicidad por la muerte de un peligroso enemigo, como lo
expresan sin aspavientos a través de sus pornográficos medios de
incomunicación, llámense El País, Clarín, El Tiempo, CNN, Caracol, RCN o
como sea.
Chávez ya es un patrimonio de los revolucionarios del mundo y su nombre
permanecerá en la memoria no solamente del pueblo venezolano sino de los
pueblos de nuestra América y esto debe enorgullecer a los revolucionarios,
por dolorosa y dura que sea su partida, y por los difíciles e inciertas que
sean las luchas que se avecinan. Mientras tanto, todos sus detractores y
sus enemigos del capitalismo y del imperialismo, entre esos muchos pigmeos
morales e insignificantes individuos que se desempeñan como presidentes de
muchos países –representantes incondicionales de los explotadores y de las
clases dominantes- no quedaran siquiera en el basurero de la historia y más
rápido de lo previsto serán olvidados.
Porque como dijo con intensidad César Vallejo en su vibrante poema Masa,
que parafraseamos: “No mueras comandante, te queremos tanto”, y cuyo bello
texto es una alegoría de la manera como la memoria del revolucionario Hugo
Chávez permanecerá en nuestra América:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
“No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: “Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporase lentamente
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Renán Vega Cantor
es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de
Bogotá, Colombia.
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