LA
HISTORIA DE BUSCARITA
Buscarita,
como muchas de sus compañeras de lucha, tuvo una vida dedicada a sus hijos,
alterada por la desaparición de su hijo mayor: José Poblete: “Yo soy Buscarita Roa, soy Abuela
de Plaza de Mayo y soy Madre de José Poblete, detenido y desaparecido el 28
de diciembre de 1978. Ese mismo día también secuestraron a su esposa
Gertrudis Hlaczik y a su pequeña hija Claudia Poblete Hlaczik, que en ese
momento tenía sólo 8 meses”.
“Soy
chilena, nací en una ciudad llamada Temuco, el 15 de septiembre de 1937.
Pero me crié en Santiago de Chile, porque mis padres murieron cuando yo
tenía 3 años y mi tía me llevó a vivir con mi abuela. Estudié poco. A los
10 añitos tuve que empezar a trabajar. A los 13, 14 años, conocí a un
chico, me enamoré y a los 16 tuve a mi hijo José Poblete, quien después
desapareció en Argentina. Mientras el papá de José hacía el servicio
militar, yo cuidé sola a mi niño y cuando volvió quedé embarazada de Lucy,
que hoy vive en Estados Unidos. Después, él se enamoró y se casó con otra
persona y yo me quedé con mis dos hijos. Trabajé mucho, en hospitales, en
casas de familia. Tuve mucha fuerza de voluntad para seguir adelante. Hasta
que encontré al amor de mi vida y con él nació Fernando. Pero me volvieron
a dejar, así que crié a los tres hijos sola. Después conocí a quien fue mi
marido y tuve a mis otros cuatro hijos. Con mi marido estuve 18 años y
después nos separamos. Pasé las mil y una, pero debo tener mucha fuerza de
voluntad para haber soportado todo eso”.
Sin
embargo, los golpes de la vida no impidieron que encontrara fuerzas para
convertirse en una Abuela de Plaza de Mayo: “Yo soy una de esas abuelas que salieron a la calle
sin saber nada. Simplemente, yo era una persona que trabajaba, un ama de
casa. No hacía cosas realmente importantes, pero he ido aprendiendo. Mi
hijo me enseñó a caminar durante ese tiempo que vivió”.
EL
RECUERDO DE JOSÉ
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Desde
su infancia José demostró un fuerte compromiso y preocupación por otros
jóvenes como él, que vivían en condiciones adversas.
“Chile
era un país muy pobre en esa época. Los niños tenían que salir a vender
diarios y caramelos, niñitos de 7 u 8 años, para traer alimentos. Y eso
veían mis hijos. Veían chicos trabajando desde muy niños. Y él me decía:
“mamá yo creo que todos tenemos que colaborar”. Y bueno, Pepito tenía
convicciones políticas a pesar de que en mi casa no se hablaba de
política. Y andaba por ahí, por las villas miseria, enseñando a leer, a
escribir, a poner un nombre”.
A los
16 años, su hijo José Poblete, sufrió un accidente ferroviario que lo
impulsó a venir a la Argentina por un tratamiento de rehabilitación.
“Cuando
Pepito tenía 16 años se accidentó. Mi hijo era un estudiante cuando se
cayó de un tren. El tren le cortó sus dos piernas. Mi hijo, a pesar de
tener el accidente y haber quedado inválido, se vino a la Argentina con
la idea de ir a un instituto de recuperación. Acá estuvo solito dos años.
Al tercer año no me aguanté más y me vine para estar más cerca de él.
Vendí y regalé todo lo que tenía y me vine con los ojos cerrados. Con
todos mis niños y separada de mi marido. Y acá empecé de vuelta. Me
gustó Argentina y me quedé”.
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Aquel
compromiso que manifestó en sus primeros años de vida en Chile, continuó en
territorio argentino, cuando las necesidades de los otros se encarnaban
como propias y comenzó su militancia en la Unión Nacional Socioeconómica de
Lisiados y Cristianos para la Liberación.
“En
el instituto donde estaba, en Barrancas de Belgrano, conoció a mucha gente
y personas con discapacidad. Algunos andaban con bastones, en sillas de
ruedas. Y, entonces, ahí se hace un grupo grande de amigos. Y mi hijo
empieza a hablar y ver todas las carencias que tenían los compañeros. En
esa época había mamás y papás que no tenían dinero para visitar a sus hijos
en el instituto”.
El 28 de
noviembre de 1978 secuestraron a José, a su mujer Gertrudis Hlaczik y a su
bebé Claudia Victoria, de 8 meses.
“Cuando
desapareció José, arranqué la búsqueda con mi consuegra, yendo a todos
los lugares donde podíamos. Poco después, mi consuegra cayó en una
depresión muy fuerte y se suicidó. Ahí me sentí muy sola…Así fue que me uní
a otros que pasaban por lo mismo, estuve en Madres, en el SERPAJ, en
Familiares hasta que llegué a Abuelas. Luchamos juntos todos nosotros
porque éramos muchas madres, muchas personas, muchos familiares buscando
desesperadamente a nuestros hijos. Sin saber a dónde ir, con quién hablar.
Hasta que nos fuimos conociendo. Yo fui una de las últimas en entrar a la
Plaza porque mi hijo desapareció en 1978, y para esa época ya habían
comenzado las rondas de las Madres”.
LA
BÚSQUEDA DE CLAUDIA Y SU REENCUENTRO
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Claudia
fue secuestrada junto a su madre en un operativo militar. Ambas
estuvieron cautivas en El Olimpo durante dos días. Luego, fue entregada a
una familia de militares. “El
trabajo de las abuelas ha sido muy intenso. El Banco Nacional de Datos
Genéticos, es donde todos los familiares hemos dejado nuestra sangre,
para que cuando nuestros jóvenes quieran saber la verdad puedan
encontrarla”.
Gracias a la búsqueda de Abuelas, Buscarita pudo reencontrarse con su
nieta en el año 2000. “A
mi nieta la encontramos con la búsqueda de las Abuelas. Muchos dicen que
fue por una denuncia anónima que llegó a la casa de las Abuelas. Así
pudimos mandar el caso a los Tribunales de Justicia y poder hacer un
seguimiento con el juez que le correspondía la causa. Cuando se la llevó
el Coronel Ceferino Landa tenía 8 meses”.
“Al
encontrarla, me dio una alegría enorme. Su llegada fue maravillosa.
Cuando encontré a Claudia estaba pensado en irme a Estados Unidos. Mi
hija Lucy se había nacionalizado para que me fuera a vivir a allá. Así
que me fui con todos los papeles en regla como para quedarme a vivir pero
no pude… Estaba Claudita”.
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El
reencuentro con su nieta después de 22 años no fue fácil. Era necesario
reconstruir ese lazo entre abuela y nieta, que compondrían con el tiempo. “Yo la había dejado de ver a los 8
meses y entonces, nos miramos y junto con una tía de ella por parte de su
mamá, le entregamos un montón de fotos que llevábamos en el paquetito. No
hubo mucho diálogo y en un momento le digo “bueno hija, yo soy su abuela y
cualquier cosa que necesites yo quiero que usted sepa que yo estoy”. Ella
estaba muy enojada con la vida, estaba enojada con el mundo, ella me
contesta y me dice “no necesito nada”. Claudia fue criada por una familia
muy mayor. El Coronel con su mujer no podían tener hijos y ya tenían
bastante edad. Entonces ella, al ser adolescente sacaba cuentas y decía:
“no me daban los números porque no me pueden haber tenido a esta edad”.
Pero ella no quería ni preguntar. Era hija única, la llevaron por todos
lados, la tenían bien. Recién a los 22 años se da cuenta de que no era hija
de esta gente, que a sus padres los habían matado, que ese mismo hombre que
era Coronel podría haber tenido participación en la muerte de sus padres.
Es un dolor inimaginable. Y otra cosa es que ella tenía trabas en un montón
de cosas, no había aprendido a manejar, no había aprendido a andar en
bicicleta, y se crió en una familia de dinero, que tenían todo. Ahora ella
dice “no tengo más miedos, se me quitaron los miedos”. El tío le enseñó a
manejar, aprendió a andar sola, aprendió un montón de cosas que, como tenía
miedo, no podía aprender”.
En sus
relatos, Buscarita cuenta que fueron necesarios varios años para que
Claudia pudiera abrazarla por primera vez. “Hubo que tener mucha paciencia y mucho amor, para ir
dándoselo por todo el tiempo en que no pudimos. Así nos fuimos acercando,
ese acercamiento tardó 5 años. Fue muy de a poquito hasta que los vínculos
se fueron acrecentando y se dio cuenta de que tenía una abuela, tíos, un
abuelo materno, una familia enorme que la buscaba y la quería. P asaron 5
años para que me pudiera decir “Abu”, para que ella se pudiera sentir
protegida conmigo (…) Claudia se casó, tiene una hijita, así que estamos
muy contentas y felices”.
LA
LUCHA DE LAS ABUELAS
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Buscarita
es la más joven de la Abuelas de Plaza de Mayo. Su lucha por la verdad y
la justicia no terminaron a pesar de haberse reencontrado con su nieta
Claudia. La búsqueda con las Abuelas continúa sin interrupciones, con la
esperanza y la fuerza de aquel lejano comienzo. Sobre las dificultades en
la búsqueda, Buscarita explica:
"Es un problema bastante grande
porque los chicos cuando tienen dudas de su identidad, a veces no se
atreven a salir a preguntar quiénes son porque tienen mucho miedo de que
a los apropiadores los vayan a detener. Porque los apropiadores, han
cometido un delito. Los chicos, por lo general, no están con personas que
los hayan adoptado, están con personas que se los robaron. Hay casos que
hay personas que han adoptado chicos de buena fe, porque no sabían que
eran hijos de desaparecidos”.
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“Pero
en la mayoría de los casos, los apropiadores los robaron desde los centros
clandestinos donde nacieron o donde llegaron con algunos meses de edad.
Entonces estos chicos son criados con estos apropiadores pensando que son
sus verdaderos padres. Cuando ellos encuentran su identidad, lo que sucede
es que ellos dicen “yo perdí dos veces, porque, encuentro mi identidad,
pero me doy cuenta que perdí a mis padres”. O sea, es un momento muy
difícil para ellos. Ahora, cuando ellos buscan su identidad, ellos tienen
dudas de su identidad durante toda su vida, o durante su adolescencia se
empiezan a dar cuenta de que no se parecen a nadie, es distinto, porque
busca su identidad y al buscarla y al encontrarla, es como que encuentra
gran parte de su historia. Entonces es mucho más fácil. Ahora, cuando
nosotros buscamos los nietos, y no es una búsqueda de ellos, les cae con
mucha sorpresa, con mucho dolor. Y creo que al encontrar a su familia, se
les abre un camino en la vida. Al encontrar su
identidad se sienten libres . Ésa es la verdadera palabra:
libres”.
En esta
lucha, Buscarita ha acompañado al Programa Educación y Memoria en numerosas
oportunidades, transmitiendo su testimonio a los chicos de las escuelas: “Las abuelas estamos con los
brazos abiertos porque para nosotras, los chicos son los nietos de todos.
Son los nietos de la Argentina. Tenemos muchos maestros desaparecidos.
Estudiantes, trabajadores, sindicalistas. Tanta gente que pensaba
diferente. Pensaban que el mundo podía ser diferente. Los maestros quieren
que conozcan esta verdad desde chicos, para que sepan que hubo un
genocidio, para que conozcan lo que nos pasó y por eso les daremos siempre
las gracias”.
“Nuestros hijos tenían ganas de
cambiar el mundo. Les molestaban las injusticias e hicieron todo lo que
estaba a su alcance para modificar lo que estaba mal. Eran jóvenes
comprometidos, generosos y solidarios. Pero eso era peligroso…” Buscarita Roa.
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