Córdoba, La Perla,
esto
pasó aquí, no hace tanto; muchos de los involucrados siguen andando por las
calles, alguno que otro es juez, uno que otro es médico y algunos de esos
monstruos fueron re-designados en democracia (?) por alguno que sigue
siendo legislador nacional. Como nada de ésto se ha impedido Rompa el
cerco de silencio y que muchos más lo sepan..
Ricardo Casabella
El país | Martes,
30 de julio de 2013
El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino La Perla
“En peligro de muerte permanente”
El megajuicio que se desarrolla en Córdoba reanudó la actividad tras la feria judicial con el testimonio del sobreviviente Gustavo Contempomi. La complicidad civil y los crímenes sexuales del terrorismo de Estado.
Los represores imputados en el juicio son 41, con Luciano
Benjamín Menéndez a la cabeza.
Por Marta Platía
Desde Córdoba
“Los sobrevivientes somos incómodos porque revivimos la
culpa de otro. Fuimos culpables (en la dictadura) porque militábamos. Decían
‘se los llevaron, por algo será’. Y luego también fuimos culpables de que nos
liberaran, por sobrevivir: ‘Si están acá, no habrán sido demasiado heroicos,
algo habrán hecho para sobrevivir’. Con lo cual tácitamente se asume que el
fusilamiento de los héroes es correcto. Yo les digo: sin nuestro activo
compromiso, simplemente no existirían estos juicios. Sin nuestra memoria, el
impulso de la Justicia no hubiera llegado tan lejos.” Estas palabras de Gustavo
Contempomi, un arquitecto que logró salir con vida del campo de concentración
La Perla luego de casi dos años de cautiverio, reabrieron tras la feria
judicial el megajuicio por los crímenes cometidos en ese centro clandestino.
Contempomi sabe lo que dice: es un sobreviviente doblemente incómodo, ya que no
sólo da cuenta de lo que hicieron los represores sino que también ha denunciado
a miembros del Poder Judicial que, por su acción u omisión, están sindicados
como cómplices de la dictadura militar.
En este juicio ya declararon 102 testigos en 61 audiencias;
y se juzga a 41 imputados, con Luciano Benjamín Menéndez a la cabeza.
Durante más de siete horas, el sobreviviente Gustavo
Contempomi recorrió con su memoria los nombres, rostros y padecimientos de
decenas de compañeros que fueron torturados y asesinados. Declaró por
videoconferencia desde Barcelona. No lo dijo directamente, pero tiene sus muy
buenas razones para no querer regresar: Contempomi junto a su ex esposa,
Patricia Astelarra, y otra pareja de sobrevivientes, escribió y publicó un
informe sobre lo padecido en La Perla apenas comenzó la democracia. Un informe
que luego se editó como libro. Según el testigo, este texto le acarreó un hasta
hoy oscuro proceso judicial que lo llevó a la prisión durante un año y medio
más, en 1984, por una supuesta “asociación ilícita agravada”. Un “proceso
armado” por el cual tanto él como su ex esposa han denunciado a funcionarios
judiciales de connivencia con la dictadura: el juez Gustavo Becerra Ferrer, su
entonces secretario Luis Rueda (hoy presidente de la Cámara Federal de
Apelaciones de Córdoba) y el fiscal Antonio Cornejo.
Con horror, recordó a Elpidio Tejeda, “Texas”: un represor
preparado para flagelar cuerpos en la Escuela de las Américas, y que varios
sobrevivientes coincidieron en calificar como “una máquina de matar”. Contó:
“Un día me llamó por la mañana, a los gritos. Fui absolutamente aterrorizado
porque parecía furioso... Estaba en su cuarto de tortura. Las paredes llenas de
sangre. Tenía varias botellas de Coca-Cola desculadas como para lastimar. Había
un hombre con la cara contra la pared. Le hizo dar la vuelta para que yo lo
reconociera. Yo lo conocía, pero hice de cuenta que no. Tenía el rostro
completamente destrozado, ensangrentado... No recordábamos su nombre hasta hace
un mes y medio... Ahora sabemos que se llamaba Carlos Alberto Vicente. Lo
detuvieron con su mujer, Elsa Noemí Pablo de Vicente”. Contempomi remarcó cada
nombre, y con eso dejó en claro que no ha parado de investigar, de intercambiar
detalles y recuerdos con otros sobrevivientes.
“En 1976, en La Perla estábamos en peligro de muerte
permanente. Padecíamos los gritos de los torturados y la presencia permanente
del pozo... En la medida en que La Perla se llenaba, también se vaciaba. Nos
pasó que de pronto algunos ya ni teníamos miedo al pozo sino a las nuevas
posibles torturas, al dolor.” Habló de la reducción a la servidumbre a la que
fueron sometidos los cautivos; y les negó a los abogados defensores de los
imputados que haya habido colaboradores o colaboracionistas: “Ahí no hubo
colaboración. Eso supone un acuerdo, tener la posibilidad de aceptar o no. Aquí
hubo personas sometidas a la voluntad de los represores. Era un sistema pensado
para destruir su humanidad”. Recordó a los que vio morir luego de las torturas,
como a María Luz Mujica de Ruartes, o a una joven a la que llamaban “Pampita” y
con quien se ensañaron “salvajemente: no sólo la picanearon y la golpearon por
todo el cuerpo sino que la ataron a un auto y la arrastraron por los caminos.
Se llamaba Inés Magdalena Duhalde o Hualde”, intentó precisar. Y la tortura a
los pibes de los colegios Montserrat y Manuel Belgrano: Diego Hunziker, su
hermana Claudia, Oscar Liñeira... Ninguno superaba los 17 años cuando los
asesinaron.
En su butaca, Ernesto “el Nabo” Barreiro sonreía como
siempre, tamborileando su cinismo entre los dedos de uñas obsesivamente
cuidadas. Y el resto de los acusados: Héctor Pedro Vergez, Palito Romero o el
Chubi López, entre otros, se cubrían la cara con las manos o con papeles cuando
Contempomi los señalaba uno por uno por “su ferocidad para torturar, matar,
vejar y violar, incluso a mujeres embarazadas, como a mi entonces esposa,
Patricia Astelarra, que fue violada por el Cura Magaldi (Roberto Mañay): un ser
símil Inquisición que se escudaba en rezos y una cruz mientras daba picana. Los
represores, entonces, se indignaban y pedían la palabra: se sentían “afectados
en su honorabilidad”, dijeron ante “ese tipo de acusaciones”.
Asesinos y violadores
Ya antes de que comenzara la feria judicial, una de las
declaraciones más conmocionantes fue la de Gloria Di Rienzo: fue la primera
sobreviviente que le pidió al juez que todos los imputados se retiraran de la
sala mientras estuviese declarando. Di Rienzo, una hermosa mujer de pelo negro
larguísimo, hizo uso de su derecho a dar su testimonio sin que quienes la
violaron, la abusaron y torturaron estuviesen a sus espaldas. Contó que en el
Departamento de Informaciones (“la D2”, o la Gestapo cordobesa), en el Cabildo histórico
y a pasos de la Catedral que por entonces comandaba Raúl Francisco Primatesta,
fue salvajemente violada por la patota que se encarnizó con ella: “Fueron
cuatro días, pero en mi mente, en mi cuerpo, el tiempo no terminaba de pasar.
Me desnudaron, me picanearon las encías, los dientes, los genitales; y una
mujer me retorcía los pezones... Le decían Graciela”. Gloria se refiere a la
torturadora Graciela “Cuca” Antón: la única mujer entre los represores en
juicio, quien tiene por costumbre reírse casi todo el tiempo, de modo
despectivo, mientras escucha los testimonios de las víctimas.
Gloria denunció que la golpearon entre varios hombres “a
puñetazos simultáneos”, en un pasillo de la D2. “Como la picana hacía que mi
cuerpo se arqueara, se cayó la venda. Ahí, no sé cómo, me senté y los miré. Uno
por uno. Todavía hoy tengo esas caras como si fueran una foto. Nunca me las
olvidé. Después empezaron a violarme todos... Como yo apretaba las piernas, me
tiraron agua caliente para que las abriera... Hasta ahora tengo las marcas de
las uñas de ellos por la fuerza que hice con los muslos para no abrirlos.”
Furiosos por su resistencia, la arrojaron y golpearon contra
las baldosas de un patio interno. “Me arrastraron del pelo a otra habitación, y
uno al que le decían el Tío (Carlos Alberto Vega, alias ‘Vergara’) introdujo su
mano completa en mi vagina y me levantó en el aire... El dolor, el desgarro fue
terrible.” El calvario continuó con “el submarino”: le sumergieron la cabeza en
un tacho con agua hedionda. Fue entonces cuando Gloria Di Rienzo tuvo lo que
ella definió como una experiencia de muerte: “De pronto, ahí sumergida, ya no
pude más. Comencé a ver montañas azules... Eran las sierras de Córdoba.
Hermosas como son de tarde... Me estaba muriendo ahogada”. Y siguió: “¿Saben?
Se sentía en paz... Pero cuando recuperé la conciencia estaba de nuevo ahí:
boca abajo, en un charco de agua y sangre”.
Las heridas y lesiones que tenía le desencadenaron una
infección generalizada. La llevaron de urgencia al Policlínico Policial. “Yo
estaba segura de que me iban a matar, había decidido que hicieran lo que
quisieran, pero conmigo no se iban a llevar a nadie.” Cuando el fiscal Facundo
Trotta le preguntó por el trato recibido en el hospital, Di Rienzo memoró: “El
médico se acercó, me revisó... Le dije que me habían violado. Y él me contestó:
‘No, no te violaron porque vos ya no eras virgen’”. Días después dejaron entrar
a la madre de Gloria. Al dolor del cuerpo, se sumaron los de los tabúes de
entonces. “‘Hija, ¿qué te han hecho?’. ‘Me violaron, mamá’.” Y la súplica: “Por
favor, que no se entere tu padre...”.
Soportó el encierro en la cárcel conocida como la UP 1 hasta
marzo de 1980. No hubo cargos. Sólo por ser militante del PRT. Pero sus
pesadillas no terminaron ahí: ya en democracia, en 1996, y con la excusa de un
supuesto robo de vehículos, la policía del gobierno de Ramón Mestre, bajo el
dominio de su entonces ministro de Asuntos Institucionales, Oscar Aguad, allanó
su casa. Era, aún, la patota del D2: “Fue una tarde. Cuando llegué con mis
hijos, me los encontré adentro. Eran ellos otra vez. Me pasaban cerca y me
cantaban al oído, burlándose: ‘Somos los mismos’.” Según los nombró Gloria,
eran “Dómine, Nieto y (el Tucán) Yanicelli”.
De hecho, en el juicio que se les hizo al dictador Jorge
Rafael Videla y a Luciano Benjamín Menéndez en 2010, el querellante Miguel Hugo
Vaca Narvaja solicitó que se citara al senador nacional Oscar Aguad, ya que fue
él quien nombró en la cúpula de la policía cordobesa –entre otros– a Carlos “el
Tucán” Yanicelli: uno de los más feroces represores del terrorismo de Estado en
Córdoba. En ese momento no se hizo lugar al pedido. Ahora, las designaciones
hechas por Aguad vuelven a salir a la luz en este juicio en las denuncias de
los testigos.
Hacia el final de su testimonio, y cuando parecía que ya
estaba todo dicho, Gloria Di Rienzo estalló en una reacción inesperada: “¡Mire,
señor juez, hay detalles que nunca, nunca, jamás voy a decir! ¡No los voy a
describir porque han avasallado mi dignidad de una manera terrible! ¡Aquí, en
esta sala están mis hijos, mi esposo, y no los voy a decir por nada del
mundo!”. Mientras el juez, sorprendido, echaba su cuerpo para atrás en su
sillón, Gloria se rehízo. “No es un capricho... Hay jurisprudencia
internacional que me ampara.” Y la pregunta, la conmoción que quedó flotando en
el espíritu –y la golpeada razón– de los presentes en la audiencia: ¿qué más?,
¿qué otros dolores?, ¿qué insoportables vejaciones padeció Gloria, si lo ya
relatado alcanzaba cumbres intolerables?
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