martes, 24 de septiembre de 2013
“El hombre nuevo crece y evoluciona”
“Hicimos
dos hospitales en la frontera con Bolivia y operamos a 36.000 argentinos.”
Imagen: Jorge Larrosa
La
médica alergóloga y pediatra cubana, que disertará el martes en la Universidad
Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, llegó a la Argentina para motorizar
una campaña sanitaria junto a médicos argentinos recibidos en Cuba.
De su
padre heredó la mirada encendida y la sonrisa amplia. Aleida Guevara March
viajó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria. Junto a médicos
argentinos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana
participó ayer de una actividad en Gan Gan, Chubut, casa por casa, para relevar
cataratas y pterigium (otra enfermedad ocular) entre sus habitantes. El
objetivo es declarar a esa localidad “zona libre de ceguera evitable”. La
iniciativa se complementa con análisis de hipertensión y diabetes, en el marco
del aniversario de Gan Gan. La médica alergóloga y pediatra cubana disertará el
martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Guevara March
dialogó con Página/12 antes de viajar al sur del país.
–Usted
llegó a la Argentina para impulsar una campaña de salud.
–Me
invitó la fundación Un mundo mejor es posible. Ellos trabajan mucho con las
misiones cubanas y del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América). “Yo sí puedo” es un método desarrollado por Cuba para aprender a leer
y escribir en pocos meses. Cuando lo estábamos implementando en distintas
partes de América nos dimos cuenta de que había personas que no podían leer ni
escribir porque tenían pequeñas lesiones oculares. Entonces comenzó la
Operación Milagro para devolver la visión a todas esas personas y que eso no
fuera limitante para aprender. Operamos gratuitamente a los pacientes de
cataratas y se les dan sus lentes graduados. Hicimos dos hospitales, en la
frontera con Bolivia, donde fueron operados alrededor de 36 mil argentinos.
Operación Milagro funciona hace diez años.
–También
apoya la campaña de solidaridad con Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando
González Llort, Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y René
González Sehwerert, cubanos detenidos por Estados Unidos por espionaje.
–En el
juicio de estos compañeros los oficiales de inteligencia de Estados Unidos
demostraron, fehacientemente, que ninguno de ellos tenía secretos que pudieran
perjudicar al gobierno de Estados Unidos. El juicio es totalmente falso. El
único interés que tiene Cuba es saber lo que intentan hacer las organizaciones
terroristas, formadas por cubanos, que viven en el sur de la Florida.
Sostenidos por el gobierno norteamericano y la CIA, han cometido actos atroces
contra la vida del pueblo cubano. Si ellos cumplen con sus leyes, los cinco están
de vuelta en Cuba ya, sin un día más de demora.
–Hablemos
de su familia. Una anécdota recuerda que su madre estaba embarazada de usted.
Su padre, que se encontraba en un viaje protocolar por China, difundiendo el
mensaje de la Revolución Cubana, esperaba un varón.
–Ya tenía
una hija de su primer matrimonio y quería un varón, por esas cosas de los
latinos, para preservar el apellido. Para su desgracia fue mujer. Entonces le
mandó una nota a mi mamá diciéndole: “Si es hembra, tírala por el balcón” (risas).
Mi mamá había estado once horas de parto y terminó en una cesárea porque yo
venía de cara y no dilaté. ¡Imagínate cómo se sintió la mujer! ¡Puf! Dicen que
lloró horrores. Cuando él llegó a la casa, enseguida subió a verme. Al
principio mi mamá no lo dejaba entrar, le decía que me había tirado por el
balcón. Después todo quedó en familia.
–En el
segundo embarazo de su madre, el Che estaba desesperado.
–El
estaba en el (Museo del) Louvre, vio la imagen de la Mona Lisa. Compró una
postal y le escribió a mi mamá: “Me paré delante de la Gioconda y le pregunté
‘¿Qué traerá mi mujer en el magno vientre?”.
–Cuando
nació su hermano, su padre estaba en Cuba.
–Camilo
pesó 5 kilos. Era bien grandote y hermosísimo. El médico salió con el bebé en
las manos y lo felicitó. Una de las mejores amigas de mi mamá, que estaba a su
lado, fue a felicitarlo. Se levanta antes que ella, la sienta, la felicita y le
regala un tabaco. Estaba tan entusiasmado que hizo todo eso en un segundo.
Decidió ponerle el nombre de un gran amigo. Así estarían juntos dos
guerrilleros: Camilo Cienfuegos y Guevara.
–Para
compartir más tiempo, el Che, que sostenía interminables jornadas laborales, la
invitaba a usted al Círculo Infantil o a pasar con él un fin de semana durante
el trabajo voluntario.
–Yo iba
en el auto con nuestro perro Muralla, en el asiento trasero. Tengo flashes en
la memoria de bajar por una rampa del Ministerio del Interior, que en ese
momento era el de Industria. No me gustaba nada el círculo, quería estar en mi
casa.
–¿Qué
otros momentos recuerda junto a su padre?
–Lo
recuerdo vestido de militar, en su habitación, tocando la cabecita de Ernesto,
mi hermano menor, con su manota grande. Siempre pienso que de alguna manera
había una ternura extraordinaria en él. Se fue de Cuba para el Congo cuando
Ernesto tenía un mes.
–Al
regresar del Congo, mientras se preparaba para viajar a Bolivia, pide ver a sus
hijos.
–Entró
clandestino al país, no podíamos saber que era él. Si no, al otro día, estaría
diciéndoles a mis compañeros de escuela que lo había visto. Ya estaba
disfrazado del viejo Ramón.
–En la
cena usted retó a ese hombre misterioso que llegaba a su casa como amigo de su
padre. El Che solía agregarle agua al vino que bebía.
–(Ramón)
se sirvió el vino tinto puro y le dije: “¡Tú no eres amigo de mi papá! ¡El toma
el vino con agua y así es rico!”. Fui y le eché agua en el vino. Para dos niños
chiquitos los amigos de los padres tienen que ser como ellos. Era una niña de
cinco años que defendía con toda la pasión del mundo los gustos de su padre.
–¿Cuándo
comenzó a extrañarlo, a sentir su ausencia?
–En la
adolescencia. De una manera extraordinaria, mi mamá logra que querramos a mi
papá aunque no esté presente. Pasa el amor que sentía por él a sus hijos. Nos
mostró sus escritos, las cosas que iba haciendo o diciendo.
–Los
amigos del Che también le mostraron el afecto y la admiración que sentían por
su padre.
–A
Estefanía, mi primera hija, la tuve por cesárea. Cuando me recobré veo a dos
hombres vestidos con ropa de salón quirúrgico al lado mío: Ramiro Valdés y
Oscar Fernández Mel. Ellos me dijeron: “Como tu papá no está, estamos
nosotros”. Esos son los amigos con los cuales me eduqué y me crié. Desde muy
pequeña estoy llena de ese afecto, de ese calor.
–En
Evocación. Mi vida al lado del Che, su madre cuenta el amor que vivió al lado
de su padre.
–No tengo
recuerdos de mi mamá y mi papá besándose. Ella siempre fue muy cuidadosa de su
intimidad. A partir del libro todo se hace más claro, más hermoso para mí.
Siempre supe que se habían amado intensamente, pero el libro lo confirma. Es
muy lindo para un ser humano saber que eres fruto de un verdadero amor.
–La
pérdida de su padre aparece como un momento desgarrador en el libro.
–Tremendo.
Sobre todo para ella. Nosotros éramos muy pequeñitos. Lo más duro fue que mi
mamá me leyera la carta de despedida de mi padre llorando.
–Treinta
años después llegaron los restos de su papá a Cuba.
–Habíamos
acordado con mi mamá que iríamos un rato al lugar. Era una cuestión más bien
formal. A las 7 abría la Plaza de la Revolución, a la 1 se cerraba. Mi mamá
estaba allí todo ese tiempo y nosotros con ella. El mismo día que se llevan sus
restos, nos fuimos para Santa Clara. Y estuvimos en la biblioteca provincial
donde los expusieron. En el último momento, mi mamá, que se había portado
estoicamente, comenzó a llorar desgarradoramente. Le pregunté que quería hacer.
–Entonces,
ella le contó la historia del pañuelo. ¿La recuerda?
–Antes de
la toma de Santa Clara, mi papá se cayó y se rompió el brazo. Y hubo que
ponerle un pañuelo de cabestrillo. Cuando papi se va al Congo, ella le regala
un pañuelo. El pañuelo nunca apareció en Bolivia. Mi mamá tenía la réplica del
pañuelo y quería ponerlo en sus restos pero no sabía cómo. Cuando nos contó la
historia del pañuelo, pedimos permiso, mi hermana levantó la tapa del cajón y
puso el pañuelo con los restos. Es la conclusión de esa historia de amor que
nos dio la vida a todos nosotros. Muchos años después ese amor está ahí. Ojalá
todos pudiéramos amar y ser amados con esa intensidad. No todos tenemos ese
privilegio.
–Su madre
ocupó un lugar fundamental en la Dirección de la Federación de Mujeres Cubanas
y fue una apasionada de la historia.
–Se
licenció como maestra. Mi papá la estimuló mucho a que siguiera estudiando.
Como siempre le gustó mucho la historia, hizo la licenciatura en la Universidad
de La Habana. Ayudó a escribir un libro sobre movimientos sociales y la
historia de América latina para nuestros niños.
–¿Cómo
está ella?
–Está muy
bien. No reconoce que tiene 80 años y si se entera de que te lo he dicho me
mata. Ahora está al frente del Centro de Estudios Che Guevara. Es muy cuidadosa
con su aspecto. Sigue siendo nuestra jefa. Es bueno tenerla.
–¿Dónde
se inscribe el hombre nuevo en la coyuntura internacional actual?
–El
hombre nuevo es ese hombre, esa mujer que evoluciona para cambiar una sociedad
y cuando la transforma tiene que seguir creciendo para continuar mejorándola.
Sinceridad, sencillez, honradez, respeto al ser humano sobre todas las cosas,
solidaridad hasta las últimas consecuencias van conformando al hombre nuevo.
Ese es el concepto que he visto en la vida de mi papá, que para mí es el mejor
hombre nuevo, el más completo.