OTRO
CAMPO DE CONCENTRACION EN UNA PROPIEDAD DE LA IGLESIA CATOLICA
Un Silencio atronador
Así como la Armada usó como campo de
concentración la casa de descanso del arzobispo de Buenos Aires, “El Silencio”,
el Ejército utilizó el predio del Seminario Salesiano Ceferino Namuncurá, de
Funes, próximo a Rosario, para secuestrar y torturar al menos a tres personas,
una de las cuales no reapareció. El lugar fue vendido un año después a la
Fuerza Aérea, pero los salesianos conservaron vastas propiedades linderas. Allí
pasó sus últimos años el ex provicario castrense Victorio Bonamín.
La justicia federal de Rosario
detectó otro campo clandestino de concentración que funcionó en una propiedad
de la Iglesia Católica Apostólica Romana durante la última dictadura
cívico-militar. Se trata del seminario de la Casa Obra Salesiana Ceferino
Namuncurá, de la ciudad santafesina de Funes, donde fueron torturados al menos
tres prisioneros del destacamento de Inteligencia 121, dependiente del Cuerpo
de Ejército II, que habían sido privados en forma ilegal de su libertad. Así se
desprende de documentos y de testimonios brindados en la causa conocida como
“Guerrieri II”. Dos sacerdotes forman parte del expediente. Uno integraba el
grupo de tareas que secuestraba en Rosario, y después de la dictadura siguió su
carrera y fue distinguido por el Vaticano. El otro fue una de las víctimas de
la tortura, se alejó de la Iglesia y reconoció el lugar de su cautiverio.
También aparece mencionado un arzobispo, que estuvo al tanto de los hechos. Al
menos uno de los detenidos que compartió el alojamiento y el martirio con el ex
sacerdote, no reapareció luego de su paso por aquel establecimiento de la
Iglesia y hasta hoy sigue siendo un detenido-desaparecido. En ningún otro país
americano la Iglesia Católica estuvo tan imbricada con la represión
dictatorial. El primer campo clandestino conocido que haya funcionado en una
propiedad eclesiástica es la casa de fin de semana “El Silencio”, en las
afueras de la Capital argentina (Ver “El primer caso”). El segundo fue
detectado por el fiscal Gonzalo Stara, a cargo de la Unidad de Asistencia para
causas por violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado
en Rosario, quien actúa ante el juez instructor Marcelo Bailaque y ante el
tribunal oral de juicio integrado por los jueces Noemí Berros, Lilia Carnero y
Roberto López Arango, que conducen el debate de un tramo de la causa. Esa
utilización clandestina de los bienes eclesiásticos por la dictadura fue
mencionada por el ex cura tercermundista Santiago Mac Guire ante la Conadep,
pero no había sido investigada, porque en aquellos años la Justicia se limitaba
a los altos jefes militares. El dato fue confirmado por Roberto Pistacchia,
quien compartió el lugar de sometimiento con Mac Guire. Igual que en el caso de
“El Silencio”, después de su uso para la represión esa parte del Ceferino
Namuncurá fue vendida para borrar las huellas. “El Silencio” hoy está
abandonado, pero el lugar donde funcionó el seminario salesiano fue vendido a
la Fuerza Aérea en 1979, y desde entonces es sede del Liceo Aeronáutico
Militar, instalado sobre la avenida que lleva el nombre del santo aborigen. Los
salesianos conservan los terrenos linderos (Ver “Buenos vecinos”).
Por denuncia del obispo
Mac Guire integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo, que tuvo duros enfrentamientos con el arzobispo de Rosario, Guillermo
Bolatti, reacio a las reformas dispuestas por el Concilio Vaticano II. Más
adelante Mac Guire dejó los hábitos y el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe,
lo casó con María Magdalena Carey, con quien tuvo cuatro hijos. En agosto de
1971, durante la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse, Mac Guire y
tres sacerdotes a quienes Bolatti había purgado de sus parroquias fueron
detenidos de madrugada en un violento operativo del servicio de Inteligencia
del Ejército, que incluyó el secuestro de libros de Perón y Eva Perón y de una
carta del ex presidente a uno de los curas. El abogado defensor de los
sacerdotes dijo que las detenciones se produjeron por datos suministrados por
las autoridades eclesiásticas. Un diario rosarino afirmó que curas
tercermundistas y sindicalistas “habían realizado una reunión con fines
subversivos”. Cuando el Movimiento lo querelló ante la justicia, el diario
respondió que la información provenía del Arzobispado y de la SIDE. El
Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo acusó en forma directa a Bolatti.
Los servicios de informaciones y el sector del Episcopado que integraba Bolatti
no distinguían entre los sacerdotes tercermundistas, la Juventud Peronista y
Montoneros. Muchos años después, la monumental investigación científica del ex
salesiano José Pablo Martín estableció que de los 524 miembros de ese
movimiento sacerdotal sólo entre 10 y 15 participaron por decisión individual
en organizaciones guerrilleras, y entre 25 y 30 tuvieron contactos con las
organizaciones armadas que actuaban en las mismas villas, barrios,
universidades o estructuras políticas: no más de un 5 por ciento en total.
Aquella dictadura concluyó en 1973, con la entrega del gobierno al presidente
electo Héctor Cámpora, que puso en libertad a todos los presos políticos. Pero
menos de tres años después, el 24 de marzo de 1976, un nuevo y sangriento golpe
militar, con articulado apoyo civil, se apoderó otra vez del gobierno. El 18 de
abril de 1978, el ex cura Mac Guire fue secuestrado una vez más en Rosario,
cuando circulaba en bicicleta con un hijo. Recién recuperó su libertad en
diciembre de 1983 al concluir la dictadura. En 1984 declaró ante la Comisión
Presidencial Investigadora sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Dijo
que fue “puesto violentamente en el piso del auto, encapuchado y llevado fuera
de la ciudad a un lugar desconocido que resultó ser el campo de concentración
perteneciente a la localidad de Funes y conocido como ‘Ceferino Namuncurá’, que
fue dado por sus anteriores poseedores, los salesianos”. Luego de doce días
encapuchado en ese lugar, en el que lo sometieron a varios interrogatorios bajo
torturas cada día, Mac Guire fue conducido al Batallón 121 de Rosario, donde lo
esperaban el 2 Comandante del Cuerpo de Ejército II, general de división
Luciano Adolfo Jáuregui, quien “disponía sobre la vida de desaparecidos
definitivos y en tránsito” y su ex arzobispo Bolatti. En ese batallón, los suboficiales
Gauna y Berra le confirmaron que había estado en el Ceferino Namuncurá.
Esposado a una cama del batallón durante un mes y medio, Mac Guire fue sometido
a una parodia de juicio en el Comando del Cuerpo II, en el que resultó
condenado a 15 años de prisión.
El compañero monseñor
Durante su alojamiento en el Batallón también recibió la visita de
un ex compañero en la arquidiócesis rosarina, Eugenio Zitelli, quien lo
reemplazó en la parroquia obrera de Bajo Saladillo cuando Mac Guire y otros
veintiocho sacerdotes exigieron a Bolatti que aplicara las reformas
conciliares. Cuando volvieron a verse, Mac Guire era un ex sacerdote, estaba
preso y había sido torturado, y Zitelli era el capellán de la jefatura de
policía de Rosario, a cargo del comandante de Gendarmería Agustín Feced. “Yo tenía
todo el cuerpo lastimado por efecto de la picana y él me preguntaba cómo
estaba.” Zitelli admitió haberlo visitado, pero negó haber sabido de las
torturas. En el subsuelo de la Jefatura, María Inés Luchetti de Be-ttanín le
contó que las presas, de entre 16 y 60 años, eran torturadas con picana
eléctrica y violadas, entre ellas su suegra. Zitelli la interrumpió:
–Que usen la picana se justifica porque estamos en guerra y es un
método apto para obtener información. Pero la violación atenta contra la moral
y los militares nos prometieron que eso no iba a pasar.
Lo mismo le contaron otras prisioneras, ante quienes explicó la
necesidad de la tortura, pero se conmovió con las violaciones. Una vez enterado
por Zitelli, el arzobispo Bolatti no hizo nada para modificar la situación,
porque opinaba que de fracasar la dictadura “el heredero será el marxismo” y se
impondrá “el placer sexual desorbitado” de una sociedad permisiva. La violación
pasaba a ser así un imperativo de la seguridad nacional, apta para combatir
hasta el pecado capital de la lujuria.
Al ex sacerdote Angel Presello, que también había sido su
compañero en el seminario, Zitelli le dijo:
–Sin tortura, no hay información.
Ex detenidos cuentan que en 1977 Feced les anunció que festejarían
con una comida el haber acabado con la subversión en Rosario. Les hizo pagar a
los que quedaban con vida la cena de celebración, para la que un preso fue
obligado a cocinar, el vino Nebiolo y el whisky. Entre los comensales, estaba
el cura. En 1999, el sucesor de Bolatti en el Arzobispado, Eugenio Mirás, le
entregó a Zitelli el título honorífico de monseñor conferido por el Vaticano.
Centenares de habitantes de Casilda, donde oficiaba de párroco, lo repudiaron.
Mirás les replicó que era un excelente sacerdote y que quien tuviera pruebas
estaba en la obligación moral de llevarlas a la Justicia, cosa que las víctimas
habían hecho en vano quince años antes. María Inés Luchetti de Bettanín le
recomendó que consultara la causa Feced, donde constaba la denuncia. Zitelli
dijo que pedía perdón por las acciones lesivas a la humanidad que hubieran
cometido policías católicos, pero aclaró que Feced era agnóstico. Además negó
que ese centro de detención hubiera sido clandestino y dijo que nunca supo de
torturas, aunque entendía la represión debido a los atentados contra policías,
y que cuando celebraba misa para las detenidas, lo recibían con gozo y alegría.
Un ex suboficial de la policía le respondió que él lo había visto, junto a
Feced, mientras torturaban con picana eléctrica a un detenido. El año pasado,
el juez Marcelo Bailaque procesó a Zitelli junto con el ex dictador Jorge
Videla y catorce militares y policías en la causa Feced, como “partícipe
necesario de los delitos de privación ilegal de la libertad, agravada por
mediar violencia y amenazas” en nueve casos y “coautor del delito de asociación
ilícita”, pero consideró que no había mérito para procesarlo por tormentos y
homicidio. Bailaque ordenó la cárcel efectiva para los demás acusados, pero
permitió el alojamiento de Zitelli en una casa religiosa y luego dispuso que
aguardara en libertad la apertura del juicio oral.
Enganchados
En la institución salesiana, Mac Guire compartió una minúscula
habitación con otros dos secuestrados, Roberto Pistacchia y Eduardo Garat. El
último nunca reapareció. Su esposa, Elsa María Lilia Martín, declaró en 1984
ante la Conadep que militares y policías conocidos le confirmaron que Garat
estaba vivo en el Batallón 121 y que su detención se vinculaba con la
proximidad del campeonato mundial de fútbol. Cuando el sargento Durán les
confirmó que estaba allí, los familiares recurrieron a la Iglesia “pidiendo que
intercedan por él y nos den información de su suerte. El padre García, de
Rosario, nos informó que estaba vivo. Las otras personas de la Iglesia con que
hablamos, nos pidieron tiempo para averiguar y hubo quienes se ofrecieron a
rezar por él”. Garat fue detenido-desaparecido unos días antes que Mac Guire.
Cuando el secuestro de Mac Guire fue convertido en detención, su mujer, María
Magdalena Carey, pudo visitarlo y se comunicó con la esposa de Garat. Le dijo
que habían estado en un centro clandestino en Funes y que luego de torturar al
ex sacerdote le exigieron que firmara una especie de confesión, “o te hacemos
boleta como a Garat que no quiso firmar”. Pistacchia fue secuestrado el mismo
18 de abril de 1978 que Mac Guire. El 1º de noviembre de este año hizo una
primera declaración ante el fiscal Stara y esta semana lo amplió ante Bailaque.
Dijo que fue secuestrado en la puerta de su casa e introducido en el baúl de un
Ford Falcon, que lo condujo primero a la Jefatura de Policía de Rosario y,
luego de algunas horas, a un lugar de la ciudad de Funes, donde permaneció más
de un mes. Por las deplorables condiciones de detención, perdió casi 30 kilos. Como
bienvenida y sin hacerle preguntas “empiezan las palizas, a tirarme agua fría y
caliente”. También padeció la “aplicación de picana en el pie y simulacro de
fusilamiento”. En ese lugar estuvo con Mac Guire y Garat, “quienes también
fueron interrogados con tormentos”. Los tres compartían una minúscula
habitación, pero eso no era un problema para sus captores, ya que colgaron a
cada uno “de un gancho por medio de las esposas que tenían puestas”. Agregó que
una vez fue llevado junto con Mac Guire a un patio, donde los mojaron con una
manguera en pleno invierno y les dispararon como si los fueran a fusilar. Un
par de días después de la llegada de Garat al lugar, escuchó a los
secuestradores decir “se nos va”, y a partir de allí quedó solo con Mac Guire.
Pocos días después aparecieron unos hombres de mejor nivel cultural que los
torturadores, que Pistacchia piensa que eran militares. “Hay que trasladarlo al
cura”, dijo uno de ellos. Pero se lo llevaron a él, que estaba encapuchado,
hasta el Batallón 121. Lo curaron en la enfermería y lo esposaron a la cama.
Hasta allí llegó una comitiva de militares y hombres de civil. La encabezaba el
general Jáuregui, a quien acompañaba el Arzobispo.
–Hemos cumplido. Aquí tiene a Santiago Mac Guire –dijo
Jáuregui.
–Este no es Mac Guire –replicó Bolatti.
Jáuregui ordenó que volvieran a Funes a buscar al ex sacerdote y
que trasladaran a Pistacchia.
–Supongo que este señor queda acá –advirtió Bolatti.
Jáuregui asintió.
A Mac Guire lo trajeron a la rastra porque no podía caminar solo y
lo ubicaron en otra cama junto a la de Pistaccchia. El ex cura saludó a Bolatti
y ambos conversaron. Pistacchia y Mac Guire fueron trasladados al Comando del
Cuerpo II, en Moreno y Córdoba, donde les anunciaron que les formarían un
Consejo de Guerra. Los llamaban “enemigos de la Patria”, pero dejaron de
torturarlos. Luego de una recorrida por las cárceles de Coronda, Sierra Chica,
La Plata, Villa Devoto y Rawson, recuperaron la libertad al finalizar la
dictadura. Pistacchia contó que en el primer lugar donde estuvo secuestrado se
escuchaba el vuelo de aviones. Por el estado del piso y las paredes parecía un
lugar en construcción. También se escuchaba el funcionamiento continuo de un
generador eléctrico. Lo mismo le había dicho Mac Guire al diario Democracia, al
quedar en libertad en diciembre de 1983. Agregó que al llegar al Batallón 121,
el Sargento Gauna y el Cabo Primero Berra le contaron que el centro clandestino
al que lo condujeron estaba en Funes. En la pieza donde estuvo había materiales
de construcción. Era un lugar muy silencioso y de noche prendían un generador
eléctrico. El fiscal Stara pidió al juez Bailaque el llamado a indagatoria por
la privación de la libertad y los tormentos aplicados allí contra personal del
Cuerpo de Ejército II y su destacamento de Inteligencia y contra el capellán
Zitelli. La familia del ex sacerdote presentó querella y solicitó al
Arzobispado que informe si los salesianos tienen o tuvieron un predio en la
localidad de Funes. También se pidieron informes al registro de la propiedad y
al Ministerio de Defensa. El miércoles y el jueves de esta semana, el fiscal
Stara presentará su alegato ante el tribunal oral por la parte del proceso en
curso.
La
capilla del actual Liceo Aeronáutico, donde en 1978 funcionó un campo
clandestino de concentración.
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