miércoles, 5 de marzo de 2014

Ernesto Che Guevara su hijo Camilo Guevara March prefacio del Diario del Che en Bolivia Regis Debray Chaubloqueo Museo Che Guevara Juan Carlos Gutiérrez Chousiño

Hace años recibimos de manos de un vecino de Caballito muchas fotos que aquí agregamos como aporte al excelente y emotivo prefacio que Camilo el hijo de Ernesto Che Guevara escribió.
El vecino Juan Carlos Gutiérrez ya fallecido nos donó este material valilosísimo pues él mismo
tomó algunas de las fotos y en otras se lo ve a él mismo fotografiado.

 foto - Museo Che Guevara Buenos Aires ,  un inglés sonríe mientras toma del hombro a Eladio
González el director que exhibe los cinco rostros cubanos por los que vale la pena luchar.



From: Alga Marina
Sent: Wednesday, March 05, 2014 1:53 AM
Subject:  Camilo Guevara escribe sobre su padre, Ernesto Guevara De La Serna


Este articulo es muy nuevo, Los que quieran me lo comentan  Abrazos myrna


castilla@cubarte.cult.cu        

«Nunca entenderán por qué el pensamiento del Che se arraigará en el mundo
como trigo maduro en tierra fértil»





foto-  documento que extendía el ejército boliviano en la zona de guerrillas. Camirí.



2013-10-09 |

A 46 años del asesinato de Ernesto Guevara, compartimos el prefacio de
Camilo Guevara March a El Diario del Che en Bolivia (Ocean Sur, 2006)

Por CAMILO GUEVARA MARCH

Confiscada por los militares bolivianos, en la última hoja de una agenda
verde, con fecha 7 de octubre de 1967, apenas se puede leer por la difícil
caligrafía de su autor: «Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración
guerrillera sin complicaciones, bucólicamente [.]». Estas palabras no
parecen de ningún modo el epílogo de la epopeya heroica que se describe en
este Diario, no se percibe ni el más mínimo dejo de desánimo, de pesimismo,
de derrota; por el contrario, parece un principio, el prólogo.


           foto-  Alcaldía Municipal de Camirí donde se iba a celebrar el juicio a Regis Debray, prisionero del ejército
boliviano.






Santa Cruz, Bolivia, 1967

Casi un año de intensa contienda ha pasado; recientemente, por una delación,
ha caído en una emboscada en Vado del Yeso el grupo de Joaquín; el cerco
sobre la tropa del Che se cierra cada vez más y deciden abandonar la zona en
busca de otra apropiada, donde logren desarrollar con eficacia las
operaciones que permitan consolidar la lucha guerrillera. Comienza la tarde
del 8 de octubre, avanzan los soldados y el combate se hace inminente.

Es trasladado hacia el precario recinto escolar de La Higuera un prisionero
herido, ensimismado y casi sin aliento, apenas puede caminar erguido,
enfrenta el peso que conspira contra la rectitud de sus hombros, el peso que
acumula de los últimos meses, minado de calamidades, de enfermedades, de la
muerte de amigos y compañeros, de la infidencia de otros supuestos, de la
nada envidiada responsabilidad que tiene sobre vidas ajenas y cercanas, de
las añoranzas por sus seres queridos. La carga sobre sus huesos se iguala a
la suma de las fuerzas telúricas y, sin embargo, ahí están sin menguar,
rectos, hirsutos, armados de convicciones, preparados para un próximo
combate.





foto -  Madre y padre de Regis Debray en Camirí, Bolivia, esperando presenciar el juicio.
 


Más tarde, atado y recostado a la pared de adobe, en espera del veredicto
que conoce de antemano, observa en silencio el deambular de los jefes
esbirros a cargo de su custodia. Algunos más prepotentes que otros, como
todo sicario en canto precoz de victoria, intentan esporádicamente vejar a
quien consideran la víctima, pero el respeto que inspira y la fuerza que
emite su pétrea mirada, esa que acostumbra a calar profundamente en todos,
frena el ímpetu a la cobardía, que inmediatamente se convierte en confusión.




foto - en Camirí, el argentino Ciro Bustos, apresado junto a Regis Debray el francés, tras separarse de Ernesto Guevara en el monte boliviano.  


Ante ellos se encuentra una tremenda disyuntiva, por una parte tienen en sus
manos a uno de los revolucionarios más prominentes que hayan conocido, quien
puede convertirse en una prueba viviente de una supuesta agresión extranjera
o de un macabro plan del comunismo para apoderarse del mundo; por la otra,
un acusador pertinaz, hombre virtuoso y de argumento sólido, capaz de
transformar cualquier tribunal en tribuna. Incluso, sin importar el
resultado de un pretendido juicio legal, este se convertiría en un peligroso
juego político con un final incierto.



foto - con trípode y cámara Chousiño, con auriculares Juan Carlos Gutiérrez ambos argentinos en Camiri esperando el juicio a Regis Debray.



El Ejército de Liberación Nacional de Bolivia se ha dado a conocer, ha
realizado múltiples acciones casi siempre con éxito, sin que lo haya podido
impedir nadie; ni la opinión pública nacional ni el mundo han estado ajenos
a los acontecimientos. Se respira un aire de simpatía por doquier, aun
cuando ciertamente, no se haya reportado la incorporación masiva de las
fuerzas que debieran integrarse.



foto - Regis Debray preso de los bolivianos.


Los hechos acaecidos en el trascurso de estos meses, han dado un enorme
reconocimiento a la guerrilla, se ha preparado el terreno para que en
relativo corto plazo se comiencen a recibir los frutos esperados. Por tanto,
este es un momento muy delicado para el statu quo, los interesados en
mantenerlo deben intuirlo y preconizan despiadadamente un fin.


Resulta paradójico hacer de una escuela una cárcel, pero es sencillamente
inútil, si no torpe y criminal, el pretender matar las ideas con un
fusilamiento, allí donde se supone que fecun­den. Se respira un aire de
venganza, es el tipo de actitud que encarnan aquellos que invariablemente
defienden sus «causas» con métodos nada edificantes y sutiles.


 foto - Juan Carlos Gutiérrez en el aeropuerto de Valle Grande.  El nos donó las fotografías y documentos.


En los breves momentos de quietud, forcejeando un poco contra sus amarras
para aliviar el entumecimiento de los miembros, se despide de sus recuerdos,
acompañado de su esposa, rodeado de sus hijos, sus familiares, de los amigos
y compañeros más próximos, de su Argentina, de su Cuba, del mundo y de
Fidel. Se preocupa por la suerte de los que lograron salir vivos del
enfrentamiento, piensa.


Seguramente alguien se felicitó o fue felicitado por darle tal «gloria» al
Ejército boliviano. La captura del Comandante Guevara es oxígeno puro para
la poca vitalidad y el ausente prestigio del régimen, al menos eso se
figuran; sin embargo, al final, se obtendrá lo contrario y a la vez
convertirán en pasión el respeto y admiración que se le tiene ya al Che, y
en conciencia y voluntad de lucha, su historia y obra. Cómo pretender
apresar un espíritu de futuro en el pasado, cómo pueden creer que poseen la
fuerza para confinar el ejemplo. Con la pierna sangrante, inutilizado su
fusil y sin más parque, pudieron alcanzar al hombre aquel día, pero
solamente porque era mucho hombre y revolucionario íntegro, hasta el
tuétano, de esa especie que solo es movida por sentimientos de amor.


Quién duda de su inteligencia y de sus conocimientos estratégicos y
tácticos, de su experiencia de guerrillero, de su capacidad para romper el
cerco; prefirió, porque lo exigen las circunstancias y así debió ser, estar
junto a los que no podían valerse por sí mismos y ello fue lo que dificultó
su retirada. Hacía tiempo que debió haber salido de Santa Cruz, sin embargo
decidió esperar, continuar la búsqueda y no abandonar la tropa de Joaquín.
Fueron días preciosos que corrieron, que nunca consideró perdidos. Pudo y
debió dejar que el Pelao y el Francés, ese que después lo satanizara,
salieran por sus medios a la ciudad, donde emprenderían determinadas tareas,
no obstante, los acompañó en persona hasta un lugar que considera
racionalmente seguro.

Este es un hombre tan intenso y pleno que no cabe en la estrechez de
criterios de quienes lo juzgan. Sí, para qué negarlo, hay quienes le temen y
lo critican, digamos, por ejemplo, los inclaudicables revolucionarios de
sobremesas, los burócratas, los cobardes, como es natural, el deshonesto, el
oportunista, los tiranos de las oligarquías y los oligarcas de la
democracia. Por diversas razones se esconden de él o intentan esconderlo con
el manto ilusorio de que las utopías a su estilo no son realizables. Los
más, los mayoritarios que comparten parcial o totalmente su visión de
futuro, lo aprecian. Su talla apenas es percibida en estos instantes, su
tope lo erige la historia. Sus capturados gozan de buena salud, sus captores
están a punto de vengar la osadía de enfrentar, con poco menos de cincuenta
hombres en armas, a todo un ejército, a tropas entrenadas y financiadas por
el imperio y sus pretorianos rangers.




foto - Salvoconducto que autoriza al argentino Juan C. Gutiérrez sonidista a recorrer Lagunillas. Bolivia

II



Cerca de allí, en la mañana del 9 de octubre, un reducido grupo de hombres
reunidos en una zona cercada por abruptos relieves, algunos con heridas sin
sanar, todos famélicos, sedientos y cansados hasta lo indescriptible, con la
incerti­dumbre incrustada en sus rostros, en un radio portátil buscan
desesperadamente noticias sobre el paradero de sus otros compañeros y su
estimado jefe. Sin saber qué suerte habían corrido, aguijoneados por la
poderosa intuición del desastre, mueven con nerviosismo el dial en busca de
las emisoras que saben más veraces, aunque, lógicamente, con enormes
reservas. Conocen por la propia experiencia y los libros que, sutilmente
utilizadas, podrían convertir la necesidad perenne de información en una
trampa mortal o, en el mejor de los casos, llevarlos en una dirección
equivocada; por esta vez, están dispuestos a conformarse con el más
elemental indicio que les permita, sin medir las consecuencias, actuar.
Actuar acorde con sus sentimientos de solidaridad hacia los hermanos de
armas e ideas. Es más fuerte la voluntad de ayudarlos y, a la vez, de salvar
al movimiento amenazado en su primigenia etapa de formación, que las
razonables vacilaciones que pudieran surgir sobre el resultado de acciones
de rescate.



Han cumplido cabalmente las orientaciones previamente coordinadas, si no era
aquí, era allá y si no acullá, así se había planificado la posible
evacuación de las fuerzas y dónde deberían reunirse en caso de un descalabro
o retirada organizada. Por tanto no hay de qué avergonzarse, aun así están
postrados por el hecho de que en un momento tan crucial les resulta
imposible tenderles la mano a sus camaradas. Para algunos, aquellos once
meses de lucha en los parajes bolivianos; para otros, toda una vida
compartiendo vicisitudes, las pocas provisiones y las muchas esperanzas y
sueños, protegiéndose unos a otros, exponiéndose por los demás, perdiendo en
combate entrañables amigos y familiares, los deja conmovidos por un injusto
y a la vez explicable sentimiento de culpa. 


 foto - Ciro Roberto Bustos ya muy mayor.



Piden en silencio acompañar la
suerte de los demás, fuera cual fuere, y aunque obligaban al optimismo a
imperar en sus mentes, el corazón se agitaba de forma extraña y anuncia la
inminencia de lo que consideran inverosímil.




 de lentes a la izquierda Chousiño camarófrafo, centro de lentes Juan Carlos Gutiérrez, sonidista, a la derecha Moe García fotógrafo.




Así llega la dramática noticia, el Che ha muerto en combate, según las
mismas fuentes que describían con lujo de detalles sus pertenencias y otras
sutilezas que solo conocen los allegados. Entonces, sin que se albergara
alguna duda, comprenden que lo sopesado como una lejana posibilidad, es
ahora dura y fría realidad, que envuelve maniatando todos los pensamientos y
músculos.



foto-  Pasaporte de Juan Carlos García el argentino vecino de Caballito que estuvo y fotografió el cadaver del Che Guevara.



Qué hacer, cuáles son los próximos pasos a dar después de algo así, por qué
estaban allí, cuál es el deber. La respuesta exige estar a la altura de los
acontecimientos, la emoción los embargaba y el tiempo apremia, el Ejército
no había abandonado la búsqueda, en cuestión de minutos o segundos podrían
caer sobre ellos. Tienen que actuar con inmediatez. Cuántos recuerdos
inundan sus mentes, cuántas voces frescas aún, cuánta complicidad. Tal vez
retumba una frase de esas que con tanta eficacia reducen las grandes
verdades a pocas letras, «en una revolución se triunfa o se muere si es
verdadera», quizás otra, vaivén entre despedida incierta y la fe
imperturbable en la meta, «Hasta la victoria siempre». De todas formas no es
lo más importante, ahora solo concierne el hecho: si continúa la lucha,
independientemente de la gran pérdida, el Che y sus camaradas habrán
vencido; si se abandona, sin tener en cuenta el hoy o el mañana, su himno,
como él lo llamara, hecho a la medida de los pobres y para oídos receptivos,
quedará tan inerte como su cuerpo. 














 foto - El avión es de Crónica,  Chousiño y Juan Carlos Gutiérrez con Moe García posan en Bolivia.




 


 foto -  los militares tras permitir al pueblo mirar de cerca al héroe asesinado, hicieron salir a todos y se llevaron el cadáver, dijeron lo iban a quemar.  En realidad lo enterraron para ocultarlo.  Juan Carlos Gutiérrez se hizo fotografiar en el lavadero del Hospital boliviano con el piletón ya sin el cuerpo de Ernesto Che Guevara.


Ellos van a tomar una decisión que marcará el curso de esta historia,
sabemos que la última palabra la dirán los pueblos, pero es un signo
propicio e inequívoco cuando el cuerpo de las huestes revolucionarias se
adhiere al pensamiento y a la acción de sus líderes. Ello perpetúa el
esfuerzo y los que caigan o abdiquen serán reemplazados y se hallarán las
energías suficientes para alcanzar el éxito. Surge así el famoso pacto del
exiguo Ejército de Liberación Nacional: combatir hasta las últimas
consecuencias, continuar la lucha hasta hacer realidad los objetivos
fundacionales de la guerrilla, enraizados fuertemente al pensamiento
histórico latinoamericanista (al cual Guevara aporta un original e
invaluable caudal), dando paso a nuevas epopeyas en las luchas de los
pueblos por su redención.

III


Dos argentinos, uno libertador de América el otro periodista.  Ernesto Che Guevara de la Serna y Juan Carlos Gutiérrez. 


9 de octubre: En aquella pobre escuelita de La Higuera, un reducido espacio
apresa el cuerpo de uno de los seres más consecuentes que se haya conocido,
a un hombre inmenso, que aguarda pacientemente la muerte que quisieron para
él sus verdugos, sin sospechar qué le espera; la inmortalidad dada por la
colosal empatía entre sus ideas, las más puras, y sus actos, los más
altruistas. Las órdenes vienen de Washington: que sea asesinado; los
súbditos obedecen y con una bala tras otra roban el vigor al cuerpo gallardo
del guerrillero, un terrible y triste error. Se convierte, y no porque ellos
quieran, en el símbolo aguerrido de resistencia, de lucha por lo justo, de
pasión, de hombre necesario, multiplicado infinitamente en los ideales y los
brazos de quienes luchan, que es, en última instancia, a lo que más temen
los testaferros y su omnipotente dueño.




 


¿Qué sentido tiene el crimen, acaso suponen que doblegarán, siquiera un
ápice, la certeza encarnada en su pensar y conducta, de que el individuo
puede ser solidario, puede cambiar para bien y puede ennoblecer la sociedad
en la cual vive? ¿Qué procuran, que cambie toda una filosofía de vida, la
herencia y savia en que bebió? Es posible que no conozcan lo inapelable que
es en sus convicciones.




 El avión de Crónica el piloto que alguna vez llegó a Malvinas, Moe García y Juan Carlos Gutiérrez.

Pueden estar seguros de que no se permitirá odiar ni
al verdugo ignorante que lo asesina, no consiguen envilecerlo. No dejará de
creer, ni masacrado sádicamente, que los revolucionarios deben, solo cuando
fuere rigurosamente necesario, invocar la fuerza, ese primitivo pero
legítimo impulso, que nunca ha de ser, porque ello es incompatible con la
condición humana, acompañado de la crueldad. ¿Qué objeto tendría este
homicidio, arrebatar sus ganas de vivir, esas que se sienten más cuando se
esquivan con éxitos las ataduras de las circunstancias y se les toman de las


 

foto -  Ernesto Che Guevara de la Serna, fotografiado en el lavadero del Hospital boliviano, desde lo alto de una escalera que montaron sobre el piletón y el cadáver.







riendas, las que adquieren supremo brío cuando la voluntad lucha contra unos
pulmones cansados, por una bocanada de aire? Qué absurdo.


Cae ultimado, sin juicio de tribunales y de pensamiento, el Che y con él
toma cuerpo un sueño dormido en tanto tiempo, germina y se eleva el anhelo
de que el hombre nuevo no es ni ilusión ni quimera. Es renuevo constante,
sacrificio por los demás y por sí mismo, para crecer y dejar atrás la
mediocridad, para ser, aunque sea por una única vez, diferente, mejor.


                                                                 Camilo Guevara March

Centro de Estudios Che Guevara

Tomado de El Diario del Che en Bolivia
<http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/diario-del-che-en-bolivia/>
(Ocean Sur, 2011), pp.1-10