Juan Gelman
carta
a roberto fernández retamar,
Habana.*
empujado por el verano
o por esta feroz melancolía de mis uñas,
te escribo para preguntarte
no por ti ni por tus suaves águilas:
quiero saber qué pasa en Casablanca.
algunas vez dejamos sombras por ahí,
recuerdo, en Casablanca,
que habrán crecido mucho al pie del malecón,
ya beberán su ron, fumarán su tabaco,
mezclándose con petroleros, pescadores.
me urge saber qué pasa en Casablanca.
alguien se llama juan? quién se llama roberto todavía?
alguno anda por ahí con una súbita tristeza?
a quién ataca el amor único?
en Casablanca hay una plaza alta sobre la bahía,
en la plaza hay un banco alto sobre la bahía,
en el banco hay sentada una melancolía
mirando cómo crecen los vínculos del fuego.
a alguno se le estarán poniendo
lentas las manos en caricia
y pensará en los pobres del mundo
de modo que si oyes crepitar al otoño
puedo ser yo volviendo a Casablanca
entre otros ruidos de la Revolución.
1962
* Publicado en la revista Casa de las Américas, No. 13‑14, julio‑octubre de 1962.
Roberto Fernández Retamar
Carta a Juan Gelman, en Buenos Aires*
«alguien se
llama juan? quién se llama roberto todavía?»
J.G.
Aquí donde ya casi todo se llama juan,
Alguien que
todavía (aunque no por demasiado tiempo) se llama roberto,
Te dice que tu carta
del sur le ha traído en sus alas
Una nueva
tristeza.
Las cartas, a la
verdad, no deben hacer llorar
Como la tuya ha hecho.
En vano el mar
Está ahí, al
lado, porque el propio mar corre,
Leyendo tu carta,
hacia el frágil poblancón de pescadores,
Y subiendo
precipitado las maderas, dejando atrás el vino y los panes
Con pescado, no
deteniéndose ante nada, se va a buscar el banco
Alto donde estás
sentado, lágrima en mano, donde no estás sentado
Y podemos buscar
sin hallarte hasta que la noche se traga banco y pueblo
Y vuelve el mar cariacontencido al mar.
En cambio, hay
Gente
canturreando en una bodega,
Un puñado de
soldados muy jóvenes que bajan de la loma,
Y niños
desperdigados bajo los flamboyanes, asomándose al escenario,
Apedreando la sombra de una chiva.
¿Qué más,
Juan, qué más?
Ah, no molestes.
¿Acaso no ha
habido siempre tristeza en el corazón del hombre?
¿Acaso la
tristeza no nos acompaña con más fidelidad que un perro?
Mi perro va
conmigo, y me recuerda
La soledad de la noche, me recuerda que charlamos
Hasta que no
quedó espacio entre memoria y esperanza.
Hay la
Revolución, el amor inmenso de la Revolución,
Que es un amor de
hombre y mujer
Que fueran todos
los hombres y todas las mujeres.
El oído se
inclina sobre el pecho del pueblo
Y distingue en el
estruendo una voz, y (aunque triste) sigue feliz calle arriba
Sabiendo que esta
es sin duda nuestra Revolución,
Mientras allá se deshojan unas ramas, atruenan los gorriones, arde un
fuego,
Alguien baja
silbando, se desbarata el ronco mar.
1962