Yo he recorrido el
país y he conversado con muchos estudiantes sobre estos temas y aprecio
este espacio, no solo porque lo convoca la AHS, sino porque ofrece la
posibilidad de que asista un público heterogéneo que es desconocido por mí,
que podría ser de cualquier sector de la sociedad.
Siempre que se me ha pedido hablar de la subversión, rectifico el concepto
en función de lo que obviamente trabajo, que es la lucha de ideas o la
lucha en el entorno ideológico, que yo suelo enmarcar, sobre todo, en un
ámbito cultural. Me parece más preciso hablar de la guerra cultural que se
establece en torno a la construcción de una sociedad alternativa, y de la
ofensiva general que se ha producido en los últimos años con el objetivo de
aprovechar el fin biológico de la generación histórica que hizo la
Revolución y el advenimiento al poder de las nuevas generaciones.
Hablo de guerra cultural –quiero enfatizar eso– porque entiendo que ese
concepto incluye lo ideológico y lo político y algunas cosas más que me
parecen esenciales. No se trata de la simple lucha por el poder: no es una
guerra entre personas que están a favor o en contra de un gobierno. Se
trata de una guerra entre personas que están a favor o en contra de un
sistema, que implica también una percepción cultural del mundo, una manera
de entender el concepto de felicidad, tanto en la vida personal como
colectiva. Entonces, lo que nos quieren cambiar es la mente. Quieren que la
sociedad cubana cambie su manera de pensar, sus ideales, sus expectativas;
quieren construir un proceso de cambios paulatinos en la mente de los
cubanos que nos conduzca, sin necesidad de que se produzca la caída del
gobierno, al capitalismo.
Hablo de que existen dos maneras de entender las relaciones entre las
personas y los objetos, que se expresan en lo que llamamos, de una parte,
la cultura del ser y de la otra, la cultura del tener. Entiendo por cultura
del tener una forma de vida que se rige por las leyes del consumismo –no las
del consumo–, que nos convierte en esclavos de las cosas, porque son las
cosas las que establecen el valor de las personas, lo que valen, lo que
significan, el nivel del éxito alcanzado en la sociedad.
A la cultura del tener no le importa el origen del dinero. Usted puede
tener mucho porque ganó la lotería, porque lo heredó o porque lo robó y no
lo han cogido preso, o porque siendo actor hizo una película mala pero
taquillera: si tiene mucho es una persona importante. Es decir, el ser pasa
a segundo plano frente al tener. Y el tener conlleva a su vez la exhibición
de lo que se tiene. Usted no es nadie si tiene y no lo exhibe, si la gente
no puede apreciar que usted tiene, que es lo que marca su valor en la
sociedad. Cuando en Cuba hablamos de especulación, un término que nada
tiene que ver con el término exhibicionismo (pero que popularmente se usa
como sinónimo), nos referimos al predominio de la cultura del tener en
algunas personas. Hay un príncipe árabe que la revista Forbes ubica entre
los diez hombres más ricos del mundo y que enchapó su avión personal en oro
–supongo que hizo los cálculos correctos para que no se caiga–; ¿qué
diferencia hay entre ese personaje que no está loco, que no es un obsesivo,
sino simplemente un personaje del sistema, que necesita demostrarle al
mundo cuánto tiene, porque eso establece cuánto vale, y ese otro que está
sentado en mi cuadra en el barrio de Colón de Centro Habana, y que lleva
tres cadenas de oro al cuello? La diferencia obviamente es de cantidad de
dinero, pero no hay ninguna diferencia en las intenciones, porque estamos
hablando del mismo acto dentro del sistema de valores de la cultura del
tener. Es decir, yo valgo porque tengo tres cadenas de oro o yo valgo
porque tengo el avión enchapado en oro.
Por supuesto, el socialismo no significa que la gente no tenga. Eso sería
un absurdo, no puede sostenerse una sociedad que no tenga un consumo
razonable que lleve a un mejor nivel de vida, que signifique de algún modo
un progreso personal. Todo eso es correcto y el socialismo no lo puede
negar bajo ningún concepto. Pero sí de que nos propongamos cumplir –y
sabemos que no se cumple en la sociedad cubana actual–, la máxima de que a
cada cual se le exija según su capacidad y se le dé según su trabajo. En
este caso, se ubica en primer lugar lo que cada quien es (lo que entrega a
la sociedad) y por tanto, lo que merece recibir a cambio de su trabajo.
En la sociedad cubana de hoy tenemos la pirámide invertida. Precisamente,
los Lineamientos se proponen resituar la pirámide en su lugar y que las
personas puedan ganar por lo que aportan y que esa ganancia esté sustentada
en lo que la gentes es concretamente. Esto que parece muy general, quizás
parezca muy teórico, yo creo que es la base de lo que podemos entender por
una confrontación entre la cultura del capitalismo y la cultura del
socialismo, como alternativas opuestas de vida. Insisto en ello, porque hay
personas que de alguna manera desechan esa contradicción, y al final
terminan entrampados en ella.
Lo que somos hoy en Cuba, lo que tratamos de construir hoy en Cuba, parte
de una tradición nacional, de un pensamiento nacional, pero también de un
concepto de vida alternativo al capitalista. Cuando se nos dice: ustedes
tienen que acabar de ser “normales”, llevan 50 años de Revolución, sean
normales, yo siempre pregunto: ¿qué nos piden?; cuando dicen que seamos
normales ¿qué quieren decir con eso? Lo normal en el mundo es el
consumismo, lo normal en el mundo son las leyes bravas del mercado y yo no
quiero ser normal. Yo no quisiera que este país retrocediera. Creo que la
gran victoria de Cuba es no ser normal en un mundo donde la injusticia
social y la indiferencia ante ella son normales. Entonces, Cuba marcha por
un camino diferente, por un camino alternativo que intenta conservar en un
mundo extraordinariamente hostil, porque es un mundo diseñado por la clase
hegemónica capitalista.
Cuando me preguntan ¿qué es lo que predomina hoy en Cuba, la cultura del
capitalismo o la del socialismo?, yo tengo que empezar por decir que la cultura
del capitalismo es la cultura predominante en el mundo, es la cultura que
se sustenta sobre la base material del capitalismo. La socialista es un
proyecto en construcción y eso implica obviamente que nosotros seamos
consumidores de la cultura capitalista y que además la reproduzcamos.
Nosotros caemos en la trampa de reproducir los valores del capitalismo, con
programas de televisión que hacemos nosotros, y también en el cine o en la
literatura. Porque el socialismo no es un lugar de llegada. El socialismo
es un camino en el que tratamos de optar por la negación y la superación
del capitalismo. Es una contradicción entre dos sistemas que no disminuye,
que se intensifica durante el largo camino de superación.
Pongo un ejemplo muy actual: el tema de la corrupción, algo que los
enemigos nos señalan continuamente y que nosotros mismos señalamos en Cuba,
porque es totalmente contradictorio con el sistema. La corrupción nos
duele, nos sorprende y nos hace creer que es un grave problema “nuestro” y
lo es, porque es un cáncer para el socialismo; la corrupción no se nota en
el capitalismo porque es inherente a él; no destruye al capitalismo, a
nosotros sí. La corrupción no es el resultado del socialismo; es la
evidencia de que el capitalismo todavía se reproduce en nuestra sociedad.
El socialismo presupone una ética social e individual superior, e implica
un nivel muy superior de exigencia individual.
Otro ámbito cultural que me parece esencial es el de la memoria histórica.
Vivimos en un país donde la inmensa mayoría de la población nació después
de la Revolución. Significa que estamos construyendo una sociedad
alternativa a una sociedad que no vivimos, de la cual no tenemos vivencias
personales. Y los jóvenes que mañana asumirán las posiciones fundamentales
del país, tendrán que conducir la revolución sin ni siquiera contar a su
lado con la última generación que vivió el capitalismo, en medio de una
guerra cultural de altísima intensidad. Porque no existe ningún proyecto de
futuro que no se sustente en una tradición, que no tenga la vista puesta en
un pasado, o mejor dicho, en una interpretación del pasado.
Respeto mucho los instrumentos científicos de los estudios históricos, creo
que son importantísimos, pero al mismo tiempo, no dejo de recordar que toda
interpretación –y la historia no es más que una continua reinterpretación
del pasado–, conduce a un futuro específico, que cada nueva época
reinterpreta el pasado en función de un proyecto de futuro. En Miami,
ustedes sabrán, hay un monumento a los héroes de Playa Girón, es decir, a
los mercenarios que desembarcaron por Bahía de Cochinos como dicen ellos,
aquí hay uno para los milicianos que defendieron el país de esa invasión.
Aquellos son los héroes de aquel proyecto, estos son los héroes de este
proyecto. Lo que quiero decir es que no existe un proyecto de sociedad en
la que todos, aquellos mercenarios y estos milicianos, sean al mismo tiempo
héroes: cada sociedad tiene los suyos. Estos están en función del proyecto
de futuro.
Siempre recuerdo esta anécdota: en una ocasión estaba ayudando a mi tío a
conseguir un cambio de vivienda y me tropecé con una señora que se
imaginaba viviendo el capitalismo en Cuba y le ofrecía a mi tío un
apartamento “con garaje”, pero yo, que conocía el apartamento que ella
ofertaba, le aclaraba que no lo tenía, porque aquel garaje había sido
declarado monumento nacional, ya que en él se habían escondido José Antonio
Echeverría y los asaltantes al Palacio Presidencial y a Radio Reloj en
1957. Aquella señora se echó para atrás con una sonrisa en los labios y me
respondió: pero señor, José Antonio Echeverría solo es importante para este
gobierno, en un futuro nadie se va a acordar de él. Y a mí me resultó la
afirmación tan ofensiva que empecé a discutir, pero también comprend&
iacute; que ella sabía lo que estaba diciendo. Porque los héroes de una
Cuba capitalista no serán ni Julio Antonio Mella, ni Villena, ni José
Antonio Echeverría, ni Jesús Menéndez, Frank País, Ernesto Che Guevara. O
sea, que el panteón de héroes sería otro. Por eso cuando nos piden a los
revolucionarios –que somos obsesivos con la verdad porque la necesitamos y
toda revolución comienza alfabetizando a su población, empieza exigiéndole
a su población que estudie–, que rescatemos y situemos a todos los
personajes de la historia en el mismo lugar, están siendo hipócritas.
Es cierto que en ocasiones hemos explicado los hechos históricos de forma
maniquea, y que la victoria de nuestros héroes es grandiosa precisamente
porque nuestros villanos no eran estúpidos o cobardes como a veces parece
en la descripción de los hechos. Pero no existen panteones ecuménicos.
Cuando uno llega hoy a los países de Europa del Este y observa que todos
los héroes del socialismo, los propios y los ajenos, fueron arrancados de
sus pedestales, comprende cuán hipócritas eran sus reclamos. ¿Cuáles serían
los héroes de esa Cuba capitalista anhelada por ellos? Héroes de pacotilla.
Ya se reescribe la historia: Batista “el benefactor”; Che Guevara, “el
asesino”.
Pero hay otra manera de reconstruir la historia, y es por la vía emocional:
nos quieren vender una imagen falsa de los años 50 como si aquella hubiese
sido una época de fiesta, de diversión; nos venden una Habana llena de
luces de neón, de bares y cabarets, de alegría, y después, por supuesto, sobrevino
lo peor; como decía en su canción Carlos Puebla (interpretándolo en un
sentido literal): “llegó el Comandante y mandó a parar, se acabó la
diversión”. Nos quieren hacer creer que los años 60 fueron años de
tristeza, de oscuridad. Es una contraposición que no funciona racionalmente
sino a nivel emocional, se apoya en elementos extra políticos, porque en el
mundo entero hay cierta moda, cierta tendencia a recuperar la arquitectura,
las imágenes de los años 50, porque fueron años en los que el capitalismo
norteamericano tuv o cierta estabilidad económica. Aquella década se
convirtió en un mito que se retoma hoy, en medio de violentas crisis
económicas. Pero a Cuba llega viciada por la confrontación entre sistemas,
por la clara división de épocas que marca el año 1959. Y se nos siembra la
idea de que tenemos que recuperar los ídolos de antes del 59, cada pedacito
de La Habana tal como era antes del 59, como si aquella fuese nuestra
verdadera tradición y quiero advertir que Cuba ha vivido ya más años en Revolución,
que los que vivió durante la neocolonia. Algunos pretenden sustituir los
nombres de las calles o de las tiendas –los que ya el pueblo identifica con
los nombres actuales, no me refiero a los nombres que nunca fueron
aceptados– por el que tuvo en la primera mitad del siglo XX.
Quiero que se entienda que hoy necesitamos del debate, de la discusión,
como nunca antes. Quiero insistir también en esto. Porque esta guerra
cultural solo es posible ganarla desde el debate. Solo es posible ganarla
desde la construcción de miradas críticas. De la capacidad que tenga la
gente –sobre todo los jóvenes– de discernir lo que es bueno y lo que es
malo. Hay una gran exposición en estos momentos de materiales, hay un
trasiego de información que no tiene nada que ver con lo que el estado
produce y distribuye. Las nuevas tecnologías introducen esa posibilidad.
Hay videos clip, por ejemplo, como el de Yakarta y el Chacal, “Ellas son
locas”, excelentes para dar clases de esto que estamos planteando. En ese
video los cantantes traen en las manos fajos de billetes y lo lanzan al
aire, se rodean de bellas mujeres desnudas, disfrutan del poder que otorga
el dinero. Ese video no se exhibió en la televisión, pero corrió por todo
el país y muchos jóvenes lo vieron. No se puede prohibir, pero hay que
establecer jerarquías. La televisión es un lugar que tiene que establecer
jerarquías y responsabilidades en lo que se ofrece a la gente. Usted puede
pintar cualquier barbaridad en su casa y nadie se lo prohíbe, pero no puede
pedir una galería.
Tenemos que educar la capacidad crítica en los jóvenes. Una capacidad
crítica que permita que lo vean todo –y yo creo que los jóvenes deben verlo
todo y saber discernir– y eso tiene que interiorizarse en los comités de
base, en las brigadas de la FEU y en los colectivos de profesores. Yo creo
que un maestro de secundaria tiene que ver las series juveniles que pasan
en TV antes de la comida. Series norteamericanas de televisión con muy
buena factura, que reproducen los valores de la cultura del tener, y debe
conversar con los muchachos después sobre esas series, no para impugnarlas,
sino para aportarles otra mirada, otros argumentos que amplíen la capacidad
de recepción de sus alumnos. Los maestros pueden hacer mucho en ese
sentido.
Intervención
durante el debate*
Me encanta este tipo de debate. Permite repensar muchas cosas, ajustarlas y
afirmarlas. Es un debate que siempre resulta útil para todos. No estoy del
todo de acuerdo con la frase de que no hemos cambiado nada (sobre la prensa),
yo creo que hay un proceso de evolución. El mundo de la llamada libre
información, de las grandes transnacionales, es el que construye los
esquemas de pensamiento, el que construye las miradas. No está interesado
en la verdad, está interesado en esa construcción que se sustenta en lo
verosímil, trabaja con lo verosímil y construye estados generales de
opinión.
El socialismo en el mundo surgió en países atrasados, en condiciones de
guerra total. Y durante mucho tiempo la idea que prevaleció en esos países
que estaban tratando de crear una cultura alternativa era establecer una
especie de coraza que los protegiera de la desinformación de la llamada
prensa libre. Eso lo heredamos nosotros también. En el punto en que estamos
lo peor que nos puede pasar es que pensemos que andamos con una coraza,
cuando en realidad no tenemos ninguna coraza.
Hoy las nuevas tecnologías hacen que todo ese sistema de construcción de
mentalidades antisocialistas, que introduce los valores del capitalismo,
esté en la calle, reproduciéndose y dialogando con la gente. Tenemos que
enfrentar ese hecho desde la cultura, desde el debate crítico. Lo único que
nos puede salvar es la conformación de un pensamiento crítico que sea capaz
de discernir, que no es la simple suma de conocimientos, pues hay personas
que conocen mucho y son contaminadas con facilidad, con cualquier
estupidez. Esa capacidad crítica no surge de un conocimiento especial, sino
de un entrenamiento especial que emana del debate. Ese debate tiene que
estar en los comités de base, en los grupos de la FEU, etcétera.
¿Qué es una crítica? Yo insisto en eso, porque hay una tendencia a
desideologizar. Yo creo que hay que distinguir entre la crítica
revolucionaria y la crítica contrarrevolucionaria. Me niego a homogeneizar,
a quitar apellidos al hablar de la crítica. Si hay algo que es cierto
seguirá siéndolo tanto si lo dice un revolucionario como si lo dice un
contrarrevolucionario. Pero una crítica no es un enunciado. Un
contrarrevolucionario y yo podemos coincidir diciendo que en Cuba hay
corrupción y prostitución y los dos estamos partiendo de un hecho concreto,
pero una crítica es más que un enunciado. Y la verdad se construye con dos
cosas fundamentales: su historia –es decir, toda verdad tiene una historia
que marca su lógica interna– y su solución, su proyecto implícito de
solución. En este punto específicamente es donde nos bifurcamos.
Es decir, si Yoani Sánchez dice que en Cuba hay corrupción o cita un caso
concreto de corrupción y después dice que la corrupción es inherente al
socialismo y que hay que transitar hacia el capitalismo para salvar al país
de la corrupción, está diciendo una mentira colosal. Porque la corrupción
es inherente al capitalismo. Y si me dice que hay prostitución y después me
dice que la prostitución es el resultado del socialismo, de la construcción
de esta sociedad alternativa… no, si hay capitalismo la prostitución se
institucionaliza. Se transforma en una mafia, totalmente respaldada por el
sistema. Ahí es donde la crítica adquiere un contenido revolucionario o un
contenido contrarrevolucionario. Yo creo que la verdad siempre es
revolucionaria y solo la crítica revolucionaria es verdadera, la crítica
contrarrevolucionaria termina siendo una mentira , que manipula el concepto
de verdad.
¿Cómo conformar la conciencia crítica? Yo a veces trato de separarme de las
estadísticas que se manejan con ínfulas cientificistas en el país.
Desconfío de las estadísticas. Creo que existen verdades, mentiras y
estadísticas. Me gusta repetir la famosa frase de Martí cuando hablaba en
Tampa del espíritu de la Revolución existente en Cuba, y alguien que
acababa de llegar del país dice que no se respiraba ese espíritu en la
atmósfera de la Isla. Y Martí responde: pero yo no estoy hablando de la
atmósfera, yo hablo del subsuelo. O sea, yo no quiero descripciones de
atmósferas, yo creo que toda realidad es lo que se ve y lo que
potencialmente puede ser, desde nuestras convicciones y cosmovisiones.
Cuando hablo de estos temas, no lo hago situándome frente a las instituciones,
yo quisiera que la televisión cubana fuera mejor –aunque es mejor que la
común que existe en el mundo– y trato de hacer algo aunque es poco lo que
puedo hacer pues no trabajo en la televisión, pero sí puedo ir de
universidad en universidad discutiendo mis ideas y puedo actuar
socialmente. Yo hago una diferenciación entre la acción de las
instituciones –a las que sin dudas hay que presionar– de la responsabilidad
individual que cada uno de nosotros tiene. Estoy plenamente consciente de
la necesidad de construir un consumidor, un lector culto. El principal daño
que nos hizo el período especial y los planes enemigos es que los
revolucionarios de ese momento no supimos construirnos generacionalmente.
Pero eso no me va a detener a mí, para nada.
Pienso que el lenguaje de la violencia es un lenguaje
contrarrevolucionario. La violencia es contrarrevolucionaria. El enemigo
quiere hacernos creer que la violencia es el resultado de la acción
revolucionaria. Es decir, ellos hablan de la izquierda revolucionaria
“violenta” y de la izquierda “democrática”, que supuestamente es una
izquierda pacífica, conciliadora. En verdad, la izquierda revolucionaria, a
la que yo me adscribo plenamente, es violenta en tanto la derecha trata de
justificar la violencia que implica la injusticia y hace inoperante otra
forma de lucha que no sea violenta. Pero yo no apoyo la violencia, esa no
es mi perspectiva de vida. La violencia me obliga a acciones que no son las
que me motivan en la vida. La violencia revolucionaria es una respuesta a
la violencia contrarrevolucionaria.
Hay una especie de recuperación de la idea de la reconciliación, yo estoy
de acuerdo siempre que sea en el socialismo. Lo que pasa es que a veces la
reconciliación se entiende como capitulación. A veces sucede que un artista
cubano va a Miami en son de paz, de buena voluntad, y va a la televisión, y
se esfuerza tanto en ser pacífico, apolítico, que termina siendo
apabullado, porque no es una televisión hecha para ningún tipo de paz. Está
hecha para la guerra cultural, de valores, que es la verdadera guerra entre
el socialismo y el capitalismo. Por eso es bueno recordar también que
estamos en guerra.
Cuando un revolucionario dice que no es un político, está entendiendo mal
el concepto: el revolucionario no hace política si ocupa o aspira a ocupar
cargos, la hace si apuesta su vida a la transformación del mundo a favor de
la verdad, la belleza y la justicia. Eso es ser un político revolucionario,
aunque nunca se ocupe una responsabilidad estatal o partidista.
*Transcripción de
la intervención realizada en el espacio de debate convocado por la
Asociación Hermanos Saíz (AHS) “Dialogar, dialogar”.
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