Primavera del 61 en la memoria
Nuria Barbosa León
Días de abril de 1961, el Batallón de Combate de la
Policía Nacional Revolucionaria moviliza sus tropas ante los bombardeos a los
aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba.
En la céntrica Avenida 23 esquina a 12, el día 16, el
líder Fidel Castro anuncia a toda Cuba el carácter socialista de la Revolución
y ordena a todos los milicianos concentrarse en las unidades, prestos a salir
por el avance de una agresión.
En las palabras de despedida hacia Playa Girón, el Jefe
del Batallón, Efigenio Ameijeiras habló de una pelea desigual frente a un
enemigo brutal, momento para perder el mito del policía antes del triunfo de la
Revolución, hombres de porte y aspecto elegante y conquistador de mujeres.
El cambio ya era notable, el batallón lucía físicos de
cualquier color y figura. Captaciones realizadas en el seno del propio pueblo
para sustituir el cuerpo armado existente, tenía como condición básica el
coraje y la defensa de la Revolución por encima de cualquier otro requisito.
La partida hacia Matanzas ocurrió el 17 de abril, desde
el terreno del campo de beisbol a la entrada de la actual Unidad Provincial de
Patrullas en La Habana, allí acudieron los familiares que arengaron a los
combatientes con consignas: “Denle duro al enemigo”, “¡Ya ganamos!”
Con el furor de la despedida y conscientes de una
victoria segura, los jóvenes hicieron el recorrido hasta Jagüey Grande,
Matanzas, cantando canciones: “Somos socialistas, pa´lante y pa´lante, vamos
pa´la playa a acabar con los yanquis”.
Al llegar al Central Australia, el panorama cambió, la
tarde del 17 se perdía entre el humo en la carretera, un ambiente nublado,
aviones del enemigo volando rasante, explosiones de tiros y bombas. En ese
instante hubo comprensión de la dimensión de una guerra. La muerte llega en una
bala disparada desde cualquier ángulo.
La tropa inicia el recorrido a pie en fila india hasta
llegar a la playa a las siete de la mañana del 18, caminando casi ocho horas, y
buscar posiciones para parapetarse.
Los jefes Efigenio Ameijeiras y Samuel Rodiles
impregnaron firmeza para seguir en el combate e impedir tregua para el miedo.
Ellos condujeron a sus subordinados, siendo los primeros en la caminata
agotadora, marcharon al frente, sin siquiera bajar la cabeza o refugiarse de
los disparos. Todo el tiempo gritaban palabras de aliento y arengando con
consignas. Ninguno se refugió en una trinchera y tampoco quedaron en una
oficina dirigiendo el combate desde un edificio, por ese motivo nadie corrió
ante la lluvia de plomos.
La tropa desconoce el terreno, no tiene experiencia
militar y sólo lo acompaña la convicción de “morir por la patria, es vivir”. En
la carretera hacia la playa asusta unos motoncitos cercanos entre sí. Se
sospecha de minas antipersonales colocadas por el enemigo. El gesto valiente de
un compañero la desbarata a patadas y desaparecen los temores.
Juan Gualberto Ortiz García recuerda que fue designado a
la compañía de comunicaciones, sin equipos para estas funciones. Sólo la
iniciativa personal para transmitir mensajes a través de señales, voces y
ruidos parlantes. La palabra escogida “¡Venceremos!”
En la mañana del 18 reciben el primer ataque por el
flanco izquierdo con ráfagas de ametralladoras, además un avión de
reconocimiento enemigo le disparó a mansalva. Uno de los jóvenes policías le
dice a otro a su lado:
--¡Levántate compañero! Hay que esconderse que nos
tiran.- La inmovilidad hizo reconocer a la muerte.
La tropa desconoce de estrategia militar y la bandera,
con un asta bien alta, vista a varios kilómetros de distancia, resulta el eje
de los morterazos enemigos.
Los dos Wilfredos combatieron en la misma alineación, a
Betancourt Arias le faltaban los dientes y cuando cayó mortalmente herido le
dijo a su tocayo que ya no necesitaría una prótesis para encontrar novia.
Pero José A Guerrero Gutierrez recuerda una acción que le
dio mayor impulso en el combate. Su ubicación fue en la compañía de quienes
portaban las granadas antitanques, bautizada como los granaderos. Todo parte
cuando se llega al acuerdo que cada combatiente debe llevar en el bolsillo de
la camisa su identificación.
Luego del combate con los morteros ve a un compañero caído,
debido a la explosión de sus granadas personales. No se le identificó el rostro
y su cuerpo permanecía abierto, con todos los órganos del abdomen afuera.
Entonces buscó en el bolsillo de la camisa y descubrió que el muerto era Juan
Dioscorides Prieto Delgado, quien fuera su compañero de guardias,
conversaciones y planes para el futuro. Entonces tomó una decisión: ningún
mercenario salía con vida delante de él.
Delgado, el abanderado de la compañía se le vio con el
rostro ensangrentado por una bala. Su compañero Rape logró trasladarlo en los
hombros y parar un camión en la carretera, pero cuando otro combatiente se
brindó para acompañarlo hasta el puesto sanitario, Delgado lo arengó diciendo
que no hacía falta, que lo principal era seguir el combate y acabar con el
enemigo.
Los policías reconocen que la compañía al frente de las
armas antiaéreas conocidas como las cuatro bocas, también dieron muestras de
mucho valor. Sin camisa por el calor disparaban ráfagas a todos los aviones que
pasaban rasantes y a más de uno lograron impactar. Cuando los mercenarios
estuvieron presos, preguntaron por los soldados checos y rusos que operaban las
cuatro bocas, no pudieron creer que eran adolescentes semidesnudos.
Una gran muestra de valor se protagonizó ante un tanque blindado
del enemigo que entraba y salía del radio de acción de la compañía disparando
en plena marcha y causando bajas, por lo que el Jefe Samuel pidió varias veces
que apareciera una granada y el soldado Sosa se brindó para hacer el disparo
suicida.
Con un punto de observación en una pequeña elevación se
informa cómo el tanque se acerca al área y con una proximidad muy cercana en
que se distinguía la estera a la altura de un hombro, Sosa, abrazado a un árbol
logra disparar una granada con un obús y la penetra por la escotilla del
conductor. El blindado causa baja y comienza el enfrentamiento cuerpo a cuerpo,
donde el enemigo corre por todos lados y los jóvenes policías salen en su
búsqueda.
A partir de ese momento, dos mercenarios se acercan a la
tropa, uno de ellos con una rama de un árbol y una tela blanca colgando,
informa que toda la tropa mercenaria se rinde. No bastó otro tiro, ellos
estaban desmoralizados.