viernes, 1 de mayo de 2015

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De mafias, capos y brujas       por Ana María Radaelli*

“Ellos eran buenos, todos se querían mucho y se ayudaban, habían hecho como una hermandad, ¿me entienden?, es verdad que el negocio era la droga, y bueno, salir de la miseria no es fácil…”, “Sí, pero uno traicionó, ¿se fijaron que siempre hay uno que traiciona?”, “Lógico, y ahí fue donde se dividieron y formaron el cartel del Norte y el cartel del Sur, y empezó la guerra, la matazón, los secuestros…”, “Está bien, pero, fíjense que entre ellos seguían siendo buenos…”

Difícil no escuchar, imposible mantenerme sumergida en el libro que había llevado para hacer menos penosa esa siempre postergada visita a la peluquería de mi barrio, cuando el calor arrecia y que el pelo crece sin ton ni son.

No niego haber quedado en estado de choc cuando, ya sin tapujos, me puse a escuchar, con toda atención, el tema que tanto parecía apasionar al grupo de mujeres allí reunidas, jóvenes y mucho menos jóvenes, que entre tintes y pelados, comentaban con real entusiasmo la narcotelenovela de turno incluida en el ya famoso paquete semanal, sí, narcotelenovela, categoría esta al parecer ya consagrada en la televisión no solo latinoamericana. Entonces se habló de fiestas grandiosas, de mucho champagne y manjares suculentos, de machos fuertes y  hermosos, de mujeres bellas, prostitutas, claro está, pero vestidas y enjoyadas  como diosas, de mansiones y piscinas y fajos de billetes volando de mano en mano…

Con el corazón estrujado regresé a casa, en un revuelo de imágenes en las que brillaban por su ausencia las que nadie mencionó, porque obviamente no figuran en la narcoserie, pero, sobre todo, en las que aparentemente nadie pensó, imágenes que desnudarían el horror que se esconde tras la palabra drogas, miles, millones de seres humanos reducidos a la miseria física y espiritual de los desposeídos hasta del ultimo vestigio de su condición humana, despojos que se arrastran y mueren como ratas por las calles de Nueva York o San Francisco o París o Buenos Aires, aunque el asunto no sea privativo de las grandes urbes, por supuesto que no, víctimas todas de un negocio trasnacional que genera miles y miles de millones de ganancias anuales, mafias que se hallan empotradas en más de un gobierno, ¿acaso no se habla ya de “narcoEstados”?, que se cuelan por cuanto resquicio abierto les permite el capitalismo podrido y corruptor que señorea por el ancho mundo, incluyendo, ¿hay que decirlo?, los medios masivos de desinformación.

Ignorar que Cuba es objeto de una guerra cultural que no da ni dará tregua es cometer delito de estupidez, diría Galeano. Que la cultura del tener parezca de a ratos y de pronto derrotar a la cultura del ser no solo debe estremecernos de angustia, sino también ponernos a pensar… y a reaccionar.

“Hablo de guerra cultural porque entiendo que ese concepto incluye lo ideológico y lo político y algunas cosas más que me parecen esenciales”, señala el prestigioso intelectual cubano Enrique Ubieta, y así lo explica:

“No se trata de la simple lucha por el poder: no es una guerra entre personas que están a favor o en contra de un gobierno. Se trata de una guerra entre personas que están a favor o en contra de un sistema, que implica también una percepción cultural del mundo, una manera de entender el concepto de felicidad, tanto en la vida personal como colectiva. Entonces, lo que nos quieren cambiar es la mente. Quieren que la sociedad cubana cambie su manera de pensar, sus ideales, sus expectativas; quieren construir un proceso de cambios paulatinos en la mente de los cubanos que nos conduzca, sin necesidad de que se produzca la caída del gobierno, al capitalismo”.

Después de mi amarga experiencia peluqueril, ¿podía extrañarme conocer algunos detalles sobre el auge que ha tomado  entre nosotros la famosa Noche de Brujas, el Halloween norteamericano, heredado de ancestros celtas, pero, al parecer, con tremenda vocación caribeña?

Muy a propósito me parece este texto, que data de ¡1953!, escrito por un personaje tan siniestro como Allen Dulles, oficial de alto rango de la Oficina de Servicios Estratégicos, organismo antecesor de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, y que estuvo presente en la creación de esta última, donde sirvió ocho de sus diez años como director.

”Debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo escenario: la mente de los hombres. Antes que los portaaviones y los misiles, llegan los símbolos, los que venderemos como universales, glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y la felicidad ilimitada.
“El objetivo final de la estrategia a escala planetaria es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos”.

Mientras tanto, la TV cubana, que no es, ni muchísimo menos, la peor del mundo, sigue, incansable, propinándonos películas “para jóvenes”, protagonizadas por esbeltas muchachitas rubias y bellos adonis de ojos azules que van al colegio en carro propio, con muchas banderas norteamericanas ondeando de cerca y de lejos, esas mismas que flamean sobre el horror, muerte y destrucción de Irak, Afganistán, Libia, la lista es larga, sin olvidar las series de “suspenso” en las que impolutos policías y gallardos miembros del FBI son buenos de toda bondad, aunque tengan la mala costumbre de practicar como deporte favorito la caza y asesinato de negros peligrosamente desarmados, también latinos, ya que estamos… Y ni qué decir de video-clips cubanísimos, muchos de una vulgaridad aterradora, también con derroche de carrazos, bares de lujo y bellas mujeres patéticamente devueltas a su papel secular de objeto sexual ¡en un país como Cuba!

¿Tendremos, obligatoriamente, como decía nuestro Eduardo Galeano, que guardar el pesimismo para tiempos mejores? ¿O, al menos, como aconseja un excelente amigo, el brillante escritor y ensayista cubano,  Luis Toledo Sande**,  poner el grito en el cielo cuando no se encuentre otra cosa digna que hacer?

 

*Periodista y escritora argentina radicada en Cuba.

**Ver, de su autoría, el título más reciente: “Detalles en el órgano (cuerdas y claves en la Cuba de hoy)”, Ediciones Extramuros, 2014.

 

 

 




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