Estimados compañeros de Fundación Malvinas. Debo agradecer la valiosa y abundante
información que me vienen enviando sobre las queridas islas.
Me enteré por eso de que los héroes puntanos regresaban a su provincia. Recordé a los
otros héroes de San Luis que no regresaron en épocas cuando al mando del General Don
José de San Martín integraron el Ejército de los Andes. Para honrarlos a todos que mejor
que invitarlos a que publiquen el poema de Antonio Esteban Agüero que habla de ello
magistralmente. Además comentarles que me encontré con un dramaturgo argentino
joven Gerardo Pensavalle quien es autor de una profunda e histórica obra de teatro que
lleva de nombre “ Malvinas 170 años ”. Tuve oportunidad hace años de presenciarle y
me pareció excelente, por lo que les ruego difundan su existencia para que ya sea en
universidades, escuelas secundarias, organizaciones sociales y canales de televisión pueda
repetirse para bien de nuestra argentinidad.
Un fraternal y agradecido saludo.
Eladio González toto director fundador
del Primer museo suramericano Comandante Ernesto Che Guevara.
Buenos Aires, CABA. calle Rojas 129, barrio de Caballito. 4 903 3285
DIGO EL LLAMADO por Antonio Esteban Agüero
Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los Chasquis por las calles
de la ciudad donde Dupuy gobierna,
conduciendo papeles que decían:
“El General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado
de Libertad que les envía América”.
Y firmaba Dupuy, sencillamente,
con la mano civil y la modestia
de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.
Y los Chasquis partieron, con el poncho
como un ala flotando en la carrera,
hacia todos los rumbos provinciales
por los caminos de herradura o huella,
ignorantes del sol y la fatiga,
sin pensar en la noche ó la tormenta;
llegaron hasta el Morro por la tarde,
y por el alba cabalgaron Renca,
y entregaron mensajes en La Toma,
en la Carolina y La Estanzuela,
en las villas de Merlo y Piedra Blanca,
en el Paso del Rey y Cortaderas,
en Nogolí también y San Francisco,
en cada población y en cada aldea,
y en estancias y oscuras pulperías
y en velorios, bautizos y cuadreras,
dondequiera paisanos se juntaran
en solidaria diversión o pena.
Y los hombres dejaban el arado,
o soltaban azada o podaderas,
o la hoz que segaba los trigales,
o la taba ó el truco en la taberna,
o el amor de las jóvenes esposas,
o la estancia feudal, o la tapera,
o el cedazo que el oro recogía
cuando lavaban misteriosa arena,
o el telar, o los muros comenzados,
o el rodeo de toros en la yerra,
para ir hasta el Valle de las Chacras
donde oficiales anotaban levas.
Y hasta había mujeres que llegaban
con vestidos de pardas estameñas,
al umbral de Dupuy para decirle:
“Vuestra Merced conoce mi pobreza,
yo no tengo rebaños ni vacadas,
ni un anillo de bodas, ni siquiera
una mula de silla, pero tengo
este muchacho cuya barba empieza”.
De Mendoza llegaban los mensajes
breves, de dura y militar urgencia:
“Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
necesito caballos, más caballos;
necesito los ponchos y las suelas;
necesito cebollas y limones
para la puna de la Cordillera;
necesito las joyas de las damas;
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesita vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para mas gloria de la Madre América…”
Y San Luis obediente respondía
ahorrando en la sed y la miseria;
río oscuro de hombres que subía,
oscuro río, humanidad morena
que empujaban profundas intuiciones
hacia quien sabe que remota meta,
entretanto el galope levantaba
remolinos y nubes polvorientas
sobre el anca del último caballo
y el crujido final de las carretas.
Y quedaron chiquillos y mujeres,
solo mujeres con las caras serias
y las manos sin hombres, esperando…
en San Luis del Venado y de las Sierras.
Antonio Esteban Agüero
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