De: comite_internacional@googlegroups.com [mailto:comite_internacional@googlegroups.com] En nombre de Graciela Ramirez
Enviado el: jueves, 02 de abril de 2015 10:16 p.m.
Se nos fue la querida Lilia Ferreyra, un ejemplo de vida en dignidad, respeto amor por
los otros. Compañera de Rodolfo Walsh en todos los tiempos duros, apenas iluminados
por breves intentos de primaveras verdaderas y especialmente en sus últimos momentos,
en la clandestinidad cuando colaboró con él para que pudiera salir al mundo la Carta a las
Juntas que escribió Rodolfo y que le costó la vida y desaparición.
Lo hizo enfrentando a la dictadura, digno y combatiente, uno de los grandes escritores y
periodistas de Nuestra América. Y así fue Lilia, modesta, sin utilizar jamás la figura de Walsh,
excelente periodista, amiga de los amigos, entrañable compañera, abierta a todas las voces.
Ejemplo en estos tiempos de perversas deserciones. Fiel a todos los principios con los que
vivió, y con la misma humildad murió. Gracias querida Lilia, pot la luz que dejas, sembrada
con Rodolfo en el camino de la lucha eterna. en que en tu nombre seguimos
comprometiéndonos. Mando esto que ella escribió
Stella Calloni , periodista argentina
El último verano ( para conocer a Rodolfo Walsh) por: Lilia Ferreyra
Era la noche del 24 de marzo de 1977. Sobre la angosta mesa
de madera que usaba como escritorio y despejábamos para comer,
estaban las primeras cinco copias de la "Carta de un Escritor a la
Junta Militar".
Salimos de la casa y nos quedamos parados bajo el cielo sin
nubes, luminoso de estrellas. Rodolfo empezó a señalarlas,
dibujando en el aire las constelaciones, como tantas otras veces desde el muelle
ya perdido sobre el río Carapachay. Su contemplación nunca fue pasiva. Había
estudiado el mapa del cielo y le gustaba ubicar las formaciones celestes
mientras hablaba de años luz y dimensiones sobrehumanas
como aquellas en las que décadas atrás había imaginado el espacio
tridimensional de un tablero de ajedrez para escribir el relato sobre una
partida entre los dioses. Ahora, los dioses no existían, pero sí los mapas
terrenales que siempre lo acompañaron. Necesitaba conocer con precisión
obsesiva los territorios en los que vivía, anticipar los itinerarios por calles y
lugares, conocer desde la perspectiva del mapa el espacio donde se iba a
mover.
Ahí estábamos en medio de la noche, en ese campito de media hectárea
donde vivíamos desde hacía unos tres meses, escuchando el suave siseo de
los altísimos eucaliptus y del frondoso y antiguo laurel que marcaba el
límite entre lo que iba a ser el jardín y la quinta.
Quisiera plantar una doble hilera de álamos plateados desde la entrada a
la casa. Cuando el viento mueve las hojas, suenan como lluvia fina
–dijo recordando el campo de su infancia, en el sur bonaerense.
Dudé de que alcanzara el tiempo.
A la derecha, en un rincón, se pudría lentamente el mantillo que iba a abonar la
tierra. Una capa de hojas, una capa de tierra y una capa de bosta que salíamos
a recoger con una pala y una bolsa por las calles sin asfaltar de San Vicente
siguiendo las huellas de los caballos al paso.
Había aprendido a preparar el mantillo en un librito sobre horticultura que compró
para que yo lo estudiara. Pero su curiosidad pudo más y cuando lo abrí ya estaba
subrayado con alguno de los marcadores de colores que usaba para leer.
http://www.aporrea.org/ddhh/a205421.html
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Marcho con tu rostro y llevo en mi memoria tu proyecto politico
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