jueves, 15 de octubre de 2015

Inti y Coco Peredo combatientes de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia. Ñancahuasu Antonio Peredo Leigue Chaubloqueo Museo Che Guevara CABA

Inti y Coco, combatientes     por Antonio Peredo Leigue

El casete dejaba escuchar la melodía que siempre me conmovió:

“Un día, Coco Peredo, en Ñancahuazú...”

Regresábamos de Vallegrande ya de noche, dando tumbos por el camino accidentado. Mi hermano manejaba el jeep. En el asiento trasero, dos compañeros cubanos iban tan callados como nosotros. Ensimismado como todos, Chato no apreciaba los peligros que se asomaban a cada vuelta del camino. Apenas podía ver cinco metros por delante, pero manejaba como queriendo vencer las distancias a toda velocidad. En un momento, sentimos que el vehículo se inclinaba peligrosamente; apenas se oyó un “¡cuidado...!” y luego volvió el silencio.
Afuera sólo alumbraban los conos de las luces delanteras del jeep. Adentro, no era posible ver nada. La música fue inundándome poco a poco hasta que me hizo estallar.
Entonces lloré. Lloré silenciosamente, tragándome los sollozos. Dejé que las lágrimas corriesen libremente por mi cara. No intenté limpiarme. No sé si mis acompañantes sintieron aquella opresión que me invadió y la forma en que se liberó, calladamente, con fuertes estremecimientos.
Tres pequeños cajones iban atrás. Los restos de Miguel, Julio y Coco estaban en cada uno de ellos. La muerte los había alcanzado más de 30 años atrás, en una de las últimas acciones de lo que históricamente se conoce como la guerrilla de Ñancahuazú. De aquel Ñancahuazú que había cantado Malaco Méndez Roca, imaginando las proezas de esos muchachos que conoció niños y vio crecer en las polvorientas calles de Trinidad y en los turbulentos ríos del Beni.

“Un día, Coco Peredo, en Ñancahuazú,
cual una radiante aurora surgiste tú, fulgiste tú;
y en ese mismo momento
tu Beni entero
dijo: ¡Coco Peredo!,
¡Coco Peredo en Ñancahuazú!...”

La canción siguió trepidando en mis sienes. No pude dejar de llorar hasta que se escucharon las últimas notas.
Apenas dos días antes, cuando nos anunciaron que habían encontrado aquellos restos, si bien supe que era trascendental y emocionante recogerlos, porque durante tres décadas estuvieron enterrados sin saber dónde, no me imaginaba la congoja que me invadiría al tenerlos tan cerca.
Habíamos salido muy temprano de Santa Cruz en dos vehículos. Delante íbamos mi hermano Chato y yo; detrás, mi esposa María Martha con mi hijastro Fernando. Casi sufrimos un grave percance en la primera tranca: Chato no vio la barra hasta que estuvo sobre ella; cuando frenó el jeep, aquélla estaba pegada al parabrisas delantero.
En la iglesia de Vallegrande se rezaron los responsos por los siete cuerpos que iban a trasladarse a la ciudad, esa misma tarde y, de allí, enviarlos a Cuba, donde iban a descansar en la cripta construida, para ese efecto, en Santa Clara, junto a los restos del Che, encontrados apenas unos meses antes.
Los recuerdos se agolpaban. Veía a Coco, con esa hermosa sonrisa que gritaba a los cuatro vientos su amor por la vida. Lo veía con Inti; siempre juntos los dos, haciendo que las alegrías de uno fueran más que suficientes para ambos y que las penas del otro siempre fuesen compartidas.
Sentí el rostro de Inti instalarse en mi mente. Lo recordé en esa sucesión de imágenes que me confunden hasta ahora. Delgado, callado, introvertido en su primera juventud; robusto, sereno, firme, después de Ñancahuazú.
Ahí estaban ambos. Los sentía como si, al estar cerca de esos restos, pudiese reconstruir una historia que, durante tantos años, sólo era una serie de retazos sin orden ni concierto. Ahora, aunque sin orden aún, algo me estaba diciendo que debía encontrar el modo de darle forma a todo ese cúmulo de sensaciones.
Recordar a Coco arreglando ese automóvil viejo, sin saber apenas de mecánica, para ponerlo en condiciones de ofrecerlo en venta y, de ese modo, pagar la primera cuota de uno nuevo que le permitiese cumplir, de mejor forma, el oficio de taxista al que se había dedicado.
Recordar a Inti rompiendo de un puñetazo la ventana donde estábamos velando el cuerpo de nuestro padre, porque no podía o no sabía expresar de otro modo su dolor.

“Regaste tu noble sangre
cual surtidor...”

Los versos parecían seguir las irregularidades del terreno en el camino de Vallegrande a Santa Cruz.
Era curioso. Allí, en esa habitación de la clínica donde murió papá, recuerdo a Coco, a Inti y a mi madre; después llegó Oscar. Para entonces, Chato estudiaba en Moscú y Gaty vivía en Santa Ana.
Si. Eramos una familia numerosa y complicada.

El camino a la vida

Nuestra madre, Selvira Leigue Llanos, no había cumplido los veinte años, cuando se convirtió en la tercera esposa de Rómulo Arano Peredo, mucho mayor que ella y padre de varios hijos.
Ambos pertenecían a una misma familia, como ocurría frecuentemente en el Beni. De hecho, Rómulo había vivido parte de su juventud en la casona patriarcal de taita Carmelo y mama Corina, los padres de Electa Llanos Cuéllar. Pero Selvira, que era la menor de la numerosa prole que tuvo ésta con Napoleón Leigue Aponte, no lo conoció sino muchos años después.
Eran los años de la guerra del Chaco. El hermano mayor de la familia Leigue Llanos, también  llamado Napoleón, había sido reclutado y trasladado, por un larguísimo camino lleno de dificultades, hasta el Chaco. Tantas eran éstas, que, doña Electa y las hijas que quedaron en Trinidad, recibieron noticias de que, “Napo”, había muerto en el camino y fue enterrado allí mismo.
Con el esposo fallecido varios años antes, doña Electa debió enfrentar sola la crianza de sus cuatro hijos: Napoleón, Carmen, Emma y Selvira, teniendo, como única herencia, una casa situada a media cuadra de la plaza principal.        
Cuando llegó la inquietante noticia, hubo consejo familiar; cuatro mujeres decidiendo lo que iban a hacer para recuperar el cuerpo del hijo y hermano que creían muerto. Carmen, la mayor, tenía un hijo muy niño y, además, aportaba a la casa con su intensa actividad de comerciante. Emma, recién casada y embarazada, no podía ausentarse. Sólo quedaba Selvira, aunque tenía apenas 18 años y estaba empleada en el correo local.
Las cuatro mujeres decidieron que ésta viajase a Cochabamba, siguiendo la misma ruta que había hecho el destacamento de reclutas. Había que salir de puerto Almacén, sobre el río Ibare, hasta alcanzar sus nacientes, seguir de allí por caminos de herradura hasta Todos Santos y avanzar a Cochabamba. Doña Electa y sus otras dos hijas quedaron en Trinidad llenas de angustia por la suerte del hijo mayor y de la menor, pero sabiendo que aquél era el único modo de terminar con la incertidumbre.
¿Quién cuidaba a aquella adolescente que hizo tan tortuoso camino rodeada de arrieros y canoeros durante tantos días? Sólo podía mantenerla vigilante la decisión de cumplir la misión que le había encomendado su familia que, para todo y sobre todo, era el único mundo en el que había vivido e iba a seguir viviendo.
Días de agotador trajín, noches que, poco a poco, se hicieron sosegadas, cuando comprendió que podía confiar en aquellos hombres rudos, de modales groseros, rápidos para la chanza gruesa o para el desafío violento, pero respetuosos y hasta tiernos, cuando se trataba de ella.

“rocío de madrugada
en pleno abril, en limpio abril...”

La canción parecía palpitar en el ambiente. No sé si los demás tenían la misma sensación pero, en la total oscuridad de esa cabina zarandeada por los saltos que daba el jeep, tenía la impresión de que las palabras me limpiaban la mente de tantas angustias reprimidas, de tantas tristezas ocultas, de tantos sollozos jamás expresados.
Aquellos huesos colocados dentro de una caja, no eran nada más que eso: restos, pero fue una sensación abrumadora encontrarme frente a ellos, ver la fosa en que estuvieron enterrados tanto tiempo, conversar con quienes habían cavado, cavado y cavado hasta encontrarlos.
Y ahora estoy cavando en mi memoria. Tratando de recuperar a esos dos hermanos que perdí hace ya treinta años. Inti y Coco, con Gaty, Chato y yo, los cinco hijos que nacieron de la unión de Rómulo y Selvira.
En Cochabamba fue donde, ella conoció a su futuro esposo. A lo largo de ese camino lleno de dificultades no encontró ningún indicio de su hermano Napoleón. Al llegar a Cochabamba, siguiendo las instrucciones de su madre, buscó a don Rómulo, el primo que iba a ayudarla para volver a Trinidad, llevarse los restos de su hermano, si era necesario, o hacer lo que fuera más conveniente.
“Napo” estaba bien. Había pasado apenas unos días antes por allí y fue embarcado en tren, junto con muchos otros soldados, hacia el Chaco. Por lo tanto, el primo podía haber hecho arreglos para que Selvira retornase pronto a Trinidad. No eran esas sus intenciones pues, de principio, los grandes y profundos ojos de la prima que recién conocía y su ingenua juventud, lo predisponían al lance amoroso al que le inclinaba su personalidad de conquistador. Ella, por su parte, deslumbrada con la ciudad que veía por primera vez y cautivada por los agasajos de un hombre tan encantador, no puso obstáculos a la propuesta de prolongar su estadía. El asunto se resolvió enviando un telegrama que despejaba la incertidumbre de madre y hermanas.

“...hermanos tuviste pocos,
hoy tienes mil, somos cien mil,
poeta y gigante
de la montaña con tu fusil...”

Los nacimientos

Don Rómulo se había casado muy joven, cuando estudiaba en la Normal Superior de Sucre, que fundara el profesor belga George Rouma y de la que aún éste era director. El matrimonio duró poco tiempo pues la esposa murió al dar a luz a su primogénita María Luisa.
Titulado maestro normalista, se radicó en Cochabamba donde hizo armas en el periodismo y la política. Allí se casó por segunda vez y tuvo tres hijos más: Blanca, Rómulo y Oscar.
Cuando la joven prima llegó, estaba a cargo del diario “El Imparcial”, que había fundado luego de dirigir por algún tiempo “El Nuevo Heraldo”. Actuaba en política, militando en el Partido Republicano Socialista que lideraba Bautista Saavedra. Pero tenía ideas muy independientes y, desde su diario, se declaraba contrario a la guerra, que en esos días desangraba al país sin esperanzas de éxito, y proponía una partición de ese extenso, lejano y deshabitado territorio.
El romance entre los primos se consolidó. Selvira sintió los primeros síntomas del embarazo, pero la libertad del periodista que se declaraba contrario a la guerra, tenía los días contados. Detenido bajo la acusación de traición a la patria, fue confinado a Corque, una perdida población orureña, casi en la frontera con Chile. Allí se encontraba cuando nací yo, el primero de los cinco hijos que tendrían. Para entonces, se había firmado el cese al fuego en las arenas del Chaco y, Selvira, ya conmigo en brazos, viajó hasta Oruro para encontrarse con Rómulo. Formalizado el matrimonio, la pareja se estableció en Cochabamba.
La casa alquilada donde vivieron los primeros años todavía se alza en la calle Esteban Arce, al lado de la iglesia San Juan de Dios. Toda la planta alta, con sus amplias habitaciones, fue el territorio de sus correrías y sus primeras experiencias.
Bautizada con el nombre de Emma, recordando a la hermana de Selvira muerta poco después, en 1937 nació la segunda hija. Su carita invitaba a compararla con una gatita mimosa y de allí salió el apelativo con que siempre se la conoció: Gaty.
Un año después nacía Guido Alvaro, el 30 de abril de 1938. Su rostro radiante hizo que el padre –o tal vez alguien, por halago, lo sugirió - lo llamara Inti, dándole el nombre nativo del sol.
Roberto fue mellizo. Los gemelos nacieron el 23 de mayo de 1939, pero al tercer día falleció el segundo, sin haber recibido nombre. “Tojo” es mellizo en idioma nativo y, así, a Roberto le dijeron “Tojito” desde entonces.  Pero Gaty, en su media lengua, pronunciaba Coquito. De ahí quedó como Coco.
El último, Osvaldo tardó dos años en llegar. A él, lo llamaron Chatito, por ser el más pequeño.
En 1941, estaba completa la familia Peredo Leigue.
Don Rómulo vivía entre La Paz y Cochabamba. La política y el periodismo seguían siendo sus ocupaciones. El trajín, entre las dos ciudades, era inevitable.
En 1942, y con el menor aprendiendo a caminar, Selvira se fue por varios meses a Trinidad. Cuando volvió a Cochabamba, dejó a Inti en la casa de la abuela Electa. Ella, la tía Carmen (Talita en la familia) y el primo Pibe, se habían prendado de aquel travieso y testarudo niño que parecía siempre saber lo que quería y lo demostraba frecuentemente. Pero el primo, que por entonces cursaba ya la secundaria, sentía que él era el hermano que nunca había tenido.
Fue en Trinidad donde Inti hizo las primeras letras. Pueblo pequeño de cuatro cuadras a la redonda, tenía pocas escuelas básicas, un instituto técnico que enseñaba corte y confección, un liceo de señoritas y un colegio de varones. Desde el campanario de la iglesia podía divisarse un mar verde que se adentraba en las mismas calles de la capital beniana. Un largo brazo líquido, el arroyo San Juan, la bordea por dos de sus lados. Por entonces, todavía, en la época de lluvias que colmaban su cauce, los chicos podían jugar con algún bufeo (delfín de agua dulce) que ocasionalmente alcanzaba sus aguas. Después llegaron los cazadores y deshabitaron los ríos del Beni.
Entre la escuela y el arroyo, en escapadas hasta el camal, Inti fue haciéndose más decidido.
Por entonces, Pibe ya hacía algunas armas en la política. Fundado en 1940, el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), tenía el imán de su lucha por los desposeídos, la seguridad de una propuesta prometedora y el convencimiento de una doctrina de alcance mundial. La historia posterior del PIR diría otra cosa, pero en ese momento era una esperanza para los pobres y un estandarte para los jóvenes. En el Colegio Nacional “6 de Agosto”, era dirigente de la federación de estudiantes, bajo banderas piristas.

El mundo íntimo

1946, sería un año de graves acontecimientos. Presidía el gobierno el coronel Gualberto Villarroel, militar que intentaba seguir las convicciones nacionalistas de sus predecesores Toro y Busch. El poder de la gran minería complotaba para derrocarlo. La "rosca", como se conocía a aquélla, valiéndose del descontento de algunos sectores, utilizó al magisterio como punta de lanza y fomentó una serie de enfrentamientos que culminaron el 21 de julio de ese año, con el derrocamiento y asesinato del presidente y algunos de sus allegados.
Don Rómulo, por entonces senador adicto a Villarroel, estimuló a sus hijos mayores Rómulo y Oscar a tomar el mismo camino. Ellos se incorporaron al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que integraba el gobierno y ocuparon cargos públicos, Rómulo en Trinidad y Oscar en Santa Ana.
Ese 21 de julio, Rómulo hirió de bala a una persona y, a su vez, quedó gravemente herido. Trasladados de urgencia a Cochabamba y operados ambos, Rómulo falleció y el otro logró salvar.
Después del sangriento derrocamiento de Villarroel, a don Rómulo le quedaba el camino del exilio. Pero, además, la violenta muerte de su hijo que, por versiones maliciosas, atribuyó a la familia de su esposa, motivó una brutal ruptura familiar.

“Rotundo sobre la mira
de tu  fusil
tú vienes a mi frontera
todas las noches recio y viril...”

¿De dónde salían tantos estremecimientos? Con una ternura que se había formado en la primera infancia y que, seguramente, permaneció escondida durante tantos años, aquella noche de camino entre Vallegrande y Santa Cruz, estaba recobrando a Coco, a ese niño de cara inocente que era incapaz de una maldad y que sonreía con delicia cuando hacía una travesura o decía una picardía.
Lo recordaba muy serio, en una de las oportunidades en que mamá lograba reunirnos a su alrededor. La conversación típicamente grave de niños que quieren aparentar ser adultos, se refería, como era de esperar, a los años posteriores. Uno decía: “yo, voy a hacerte una casa grande, hermosa, de dos pisos”; el otro agregaba: “yo te compraré un  auto, o mejor dos”; la otra añadía: “yo voy a arreglar la casa, voy a cocinar, voy a hacer tortas, para que no tengas nada que hacer”. La madre sonreía con las promesas infantiles, pero Coco, no había dicho nada, de modo que le preguntó: “Y tú, Coquito?”; con la cara más inocente del mundo, respondió: “Yo?... yo voy a vivir contigo”.
Pero la realidad era dura. Selvira debió comenzar a trabajar inmediatamente de llegar a Trinidad, luego de la ruptura y el exilio de don Rómulo. Se hizo cargo de un orfanato, con lo que pudo solucionar vivienda y sustento al mismo tiempo, para una familia tan numerosa que sólo dependía de sus esfuerzos.
Pero en la siguiente época de lluvias, Trinidad sufrió una inundación como no recordaban ni los más ancianos. Las aguas llegaron a media cuadra de la plaza. La casa de doña Electa –Mamita, para sus hijos y nietos, por igual- perdió la mayor parte de sus habitaciones, corroídas por el agua.
En febrero de 1947, la mayoría de la población debió ser evacuada a Cochabamba. Durante un par de meses, hasta que las aguas bajaron, estuvieron allí Selvira con sus hijos y los más de cuarenta huérfanos del asilo. Vivieron en una quinta, "Santa Rosa", a medio camino entre Cochabamba y Quillacollo.
Trinidad parecía una ciudad muerta, cuando comenzaron a regresar los evacuados. Al bajar las aguas, dejaron todo el sedimento de la amargura, porque cada habitante de Trinidad había perdido al menos una parte de su pobre patrimonio.
A Selvira le tocó perder casi todo. Muy poco después, el gobierno decidió cerrar el asilo; ella quedó sin trabajo y, con los hijos debió buscar otra vez refugio en la casa de Mamita.
¡Era un prodigio ver trabajar a Mamita! Menuda, de rostro enjuto y porte erguido, tenía una agradable voz de soprano que no distorsionaba la ausencia total de dentadura. Su blanco cabello le llegaba a la cintura; lo cuidaba con aceites y enroscaba en la nuca. Un cigarrillo negro casi siempre se consumía entre sus labios, pero de vez en cuando siseaba alguna vieja melodía con entonación cabal.
Además de los hijos que engendró –la tradición familiar dice que llegó a tener dieciseis, casi todos muertos en su primera infancia- se ingenió para hacerse cargo de otros hijos, que cumplían las funciones de criados. Zacarías, Casilda y Elías no habían conocido otro hogar. Después llegó Ignacia, ya mayor pero, del mismo modo, se quedó con Mamita. Y los hijos de Casilda y de Ignacia nacieron y crecieron en la misma casa.
Muy temprano, Mamita ya estaba levantada, preparando la harina para el pan. A media mañana, la masa estaba reposando, esperando que tomara punto, para adquirir las cien formas distintas que sus hábiles manos le daban. Empanadas, pan con queso, pan dulce, tortillas. ¡Nunca he vuelto a comer tortillas como las que ella hacía! Al mediodía se iniciaba la horneada y, a primera hora de la tarde, Elías salía a vender.
Después del almuerzo, ya refrescada con el baño, se dedicaba a coser en su máquina a pedal. Al atardecer, tomaba el huso e hilaba algodón. Sólo los domingos descansaba.
Selvira intentó participar de esa actividad, pero fue insuficiente para sus necesidades; luego quiso compartir con Talita los avatares del comercio, pero no estaba hecha para eso. Consiguió, por último, trabajar como copista en una notaría.

“...el Inti, Mayeco, el Ñato,
la estirpe leal;
sonríe desde la cumbre
ese tu hermano mayor el Che”.

La cabina del jeep parece inundarse con la melodía. El dúo que canta, los hermanos Avila, es también del Beni, como Malaco Méndez Roca, el autor de la letra. La orquestación está preparada para un auditorio vasto y un escenario gigante; puede ser  que por eso me da la sensación de que iba a desbordar las estrecheces del vehículo. Benianos, en la inmensidad de un mundo que los está tragando literalmente.
Después de aquella gran inundación, sin que apenas se sintiera, Trinidad fue dejando de ser aquella aldea sumergida, y a la vez protegida, por un mar de vegetación. Ciertamente que llegaban los aviones, pero más por fantasía que por necesidad. La vida seguía el ritmo del carretón.
Al retorno de Cochabamba, en la casa de la abuela comenzó la reparación de las habitaciones destruidas. Una se convirtió en un alar abierto y más allá, se derribó otra pared para dar paso a un gran galpón.
Las dos salas delanteras y el corredor enladrillado que las bordeaba internamente, enmarcaban el primer patio donde estaban, semi enterrados, los tinajones que recogían el agua de lluvia para beber. Al interior, el canchón, propiamente dicho, donde lo mismo estaba la cocina, la noria, el sitio para bañarse, el retrete, algunos árboles frutales y una planta de algodón.
Ese era el mundo en que crecieron los hermanos Peredo. De la escuela Juan Francisco Velarde al Colegio Nacional “6 de Agosto” pero, sobre todo, de las calles a los caminos del monte.
Contando apenas con sus primeros diez años, Inti y Coco ya nadaban libremente en el arroyo, cuando la época de lluvias llenaba su cauce o se daban una escapada hasta la laguna Suárez, a Chetequije o, incluso, hasta Cotoca, una pequeña estancia a legua y media de Trinidad.
Con mi tendencia reposada, yo no era compañero de sus andanzas. Dice Chato -que los seguía siempre que podía-, que se ingeniaban para "prestarse” un caballo que encontraban descuidado y se lanzaban a correr sin montura ni estribos; era inevitable que, más de una vez, fueran despedidos por el animal. En una ocasión, Inti se golpeó ambas manos, pero aguantó el dolor hasta que la hinchazón, dos días después, obligó a llevarlo al médico que debió enyesarlo.
Les era fácil hacer amigos y siempre estaban formando pandillas que organizaban toda suerte de travesuras. Después de todo, la madre trabajaba todo el día, sin darse tiempo para vigilarlos; la tía Talita estaba muy ocupada en sus asuntos comerciales y la abuela Electa fomentaba las aventuras de los nietos.

Aprendiendo a vivir

Los hermanos Peredo, en esos años, aprendimos política, como un ingrediente más de la vida cotidiana. Los dirigentes del PIR transitaban por la casa de la abuela, como paso obligado de sus actividades. Germán Vargas Martínez y Hernán Melgar Justiniano, diputados de ese partido, René Chávez Muñoz, senador y Gerson Justiniano Guiteras, dirigente local, eran visitantes cotidianos. Varias reuniones se realizaban allí, con la participación de Pibe. Aquélla era una casa pirista y, para cualquier efecto, toda la familia estaba considerada como afiliada a ese partido.
Para las elecciones de enero de 1947 llegaron los líderes nacionales José Antonio Arce y Ricardo Anaya. Inevitablemente, fueron agasajados en la casa.
En 1949 murió Zacarías, Selvira viajó a Oruro con Inti y ocurrió la guerra civil.
Vayamos por partes. El mayor de los criados de la abuela Electa sufría de una hernia que, de tanto en tanto, le provocaba violentos dolores que lo postraban en cama. Para nosotros, Zacayo (así le decíamos), era la persona que siempre estaba dispuesta a facilitar nuestras necesidades. Sin él, nos faltaban muchas cosas. Aquel ataque fue fulminante. Lo llevaron al hospital, pero no pudieron salvarlo. Recuerdo que, a primera hora de la tarde, cruzábamos la plaza para dirigirnos al hospital, cuando vimos de retorno al cura con sus dos acólitos, que a las claras mostraban estar volviendo de un sacramento fúnebre. Sin decirnos nada, echamos a correr, pero no llegamos a ver con vida a Zacayo.
Al día siguiente cumplía años Chato. Pero estábamos de luto y no hubo celebración.
Por alguna razón extraña, cada vez que nuestra madre viajaba, su compañero era Inti. Ella lo prefería a los otros, incluyendo Gaty que, por ser mujer, podía ser más apropiada compañía.
Tía Talita estaba en Oruro. Pibe, que estudiaba allí, había pasado por una huelga política en la universidad y, para estar con su hijo, se fue Talita. Selvira partió poco después, llevando a Inti. Posiblemente estaba buscando alguna perspectiva mejor para la numerosa prole.
Guillermo Tineo Leigue, que así se llama Pibecito, estaba comprometido con la hija de un alto empleado de minas, que gerentaba Huanuni. Y allí estaban todos invitados, incluyendo a Inti, cuando estallaron las huelgas y se produjo la sangrienta represión con que se inició la guerra civil.
Travieso e independiente, Inti se escabulló de la casa al escuchar el zafarrancho. Cuando se dieron cuenta de su ausencia, todos salieron en su busca. Selvira logró encontrarlo parado entre los soldados que disparaban y los mineros que se defendían. Espectaba azorado el derroche de fuego, pero no parecía asustado, según recordaba la madre después. Seguramente aquél fue su primer encuentro con las armas.
Aunque, a decir verdad, en el Beni, las armas abundaban. Junto con aprender a pescar con un sedal de fabricación propia, todo niño de ese mundo, ya había hecho algunos disparos con un rifle de salón. Bastaba alejarse del pueblo media legua para encontrar blancos apropiados. Bandadas de loros que aturdían a su paso y hasta alguna familia de monos, eran más que suficientes para la práctica de los infantes que se aplicaban mejor a ese entrenamiento que a las primeras letras en la escuela. Por entonces, nada se decía de la conservación del medio ambiente ni del cuidado de las especies. Menos aún en el Beni, que parecía sobrado de vida en cualquier sentido que se mirase.
Fue también el año del reencuentro con el padre.
Desde aquella brutal separación, en julio de 1946, no había ningún contacto con él. De pronto, llegó una carta firmada por Oscar, el medio hermano que compartía el exilio con don Rómulo, en la lejana Buenos Aires. Anunciaba que, el padre, había caído víctima de una meningitis y los médicos daban pocas esperanzas.
El correo, pese a la lentitud propia de ese tiempo, estableció un contacto que pareció cotidiano. Don Rómulo superó la crisis, convaleció rápidamente y comenzamos a recibir cartas de él.
Así se formó una relación distinta de padre a hijos. En las cartas que llegaban de Buenos Aires, podía notarse una necesidad de reconocer a esos hijos que había dejado años atrás; trataba, a la vez, de transmitirles sus propias percepciones. Con algo de ansiedad por compartir sensaciones, describía parques, calles, edificios de esa ciudad que, para los hijos, se hallaba tan fuera de su realidad.
Pero el padre estaba lejos, quedaban aún muchos resabios de resentimiento por su abandono y eran otras las preocupaciones de los hermanos Peredo.
Habían de madurar pronto, por diversas razones, principalmente la económica. La familia no podía seguir dependiendo de los magros ingresos de Selvira, que martillaba una vieja máquina de escribir, día y noche, para aumentar la paga que recibía en la notaría. Gaty comenzó a hacer repostería. Inti y Coco aceptaban cualquier encargo que significase una propina. Yo trabajaba como tipógrafo en un semanario y, para 1950, ingresé a la oficina de censos.

Definiciones

Fue ese año que comenzaron a definirse nuestras posiciones políticas. El PIR había atravesado la desgastadora experiencia de compartir responsabilidades de gobierno. Se comprometió con la “masacre blanca” en las minas de los barones del estaño y, en la guerra civil del ’49, estuvo al lado del gobierno. Inevitablemente, iba a producirse una crisis interna.
La fracción más combativa de la juventud del PIR, encabezada por Víctor Hugo Libera, propuso la transformación del PIR en Partido Comunista. Libera era beniano y, por tanto, casi de inmediato llegó a Trinidad en busca de apoyo. Una gran reunión de colegiales escuchó sus argumentos y, con gran entusiasmo, lo apoyó; entre ellos estaban los Peredo. Pero las intenciones quedaron ahí.
En tanto, la estructura del nuevo partido, tenía aún que pasar por varias pruebas. Una nueva fracción del PIR, esta vez los obreros, se declararon comunistas, pero formaron un partido paralelo. Tendría que finalizar 1951 para que, ambos grupos, decidieran unirse.
Se vivían los meses previos a la Revolución Nacional. En ese ambiente, en la casa de la abuela –que había sido casa pirista-, unos diez colegiales decidieron, muy formalmente, adherirse al Partido Comunista y organizar su comité regional en Trinidad. Anunciaron su decisión a la dirección nacional, enviando una carta por correo ordinario. Recibieron respuesta por un enviado especial: se llamaba Antonio Arguedas y era telegrafista a bordo de Transportes Aéreos Militares (TAM). Seguramente era el correo más seguro, pero el uniforme militar nos parecía un agravio, de modo que volvimos a utilizar el correo ordinario para responder. Arguedas, pese a esa inicial desconfianza, fue nuestro amigo desde entonces.
En los primeros meses de 1952, don Rómulo retornó del largo exilio en Buenos Aires. Para entonces, ya era reconocido como un igual por los jefes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con quienes compartió la expatriación. Fue natural que le encomendaran importantes papeles preparatorios del golpe que se organizaba contra la dictadura.
Al sofocar la rebelión del ’49, el gobierno se sintió suficientemente consolidado. Por tanto, cuando convocó a elecciones generales, permitió la participación del MNR, aunque no autorizó el retorno de sus dirigentes exiliados. Pese a que las leyes restringían al máximo el derecho a voto, los resultados favorecieron al MNR, por encima del partido gobernante. La reacción del presidente fue desorbitada: anuló las elecciones y, voluntariamente, entregó el gobierno a una junta militar. Se habían dado las condiciones para una eclosión popular.
Eso ocurrió en abril de 1952. Víctor Paz Estenssoro retornó triunfalmente e inició el proceso que se conoce como Revolución Nacional.
Selvira, una vez más llevando a Inti, viajó a La Paz para encontrarse con don Rómulo. Nunca había dejado de amarlo y jamás perdió las esperanzas de reconstruir su matrimonio. A principios de 1953, así ocurrió efectivamente. En marzo, toda la familia estaba instalada en un departamento de la calle General Lanza, en La Paz.
Naturalmente, una de las primeras preocupaciones de los hermanos, fue vincularse con el Partido Comunista. Sergio Almaraz era, por entonces, secretario general. Se lo encontraba en una pequeña librería que ocupaba una habitación en la planta alta de un viejo edificio que aún subsiste en la esquina de la plaza Murillo y calle Ballivián. Por alguna razón, en los otros locales de ese piso trabajaban militantes y simpatizantes comunistas; recuerdo a Lucho Leytón, con su taller de vitrales y al sastre Florentino Chávez.
Quedamos asignados a la “Jota” que, pese a haber tenido ya dos conferencias nacionales, no terminaba de organizarse.
En cuanto a estudios, los inseparables Inti y Coco fueron inscritos en el Colegio “Hugo Dávila”. Allí terminaría el bachillerato Inti; Coco iba a abandonar las aulas sin alcanzar ese grado.
El cambio de ciudad, supuso una radical transformación de sus costumbres. Más que sus otros hermanos, ambos sentían nostalgia por los amplios horizontes benianos, contrastados con ese cerrado círculo de cerros que parecían custodiar el horizonte.
Más que en cualquier otra actividad, pusieron todo su afán en la militancia política. Pronto se hicieron fuertes en los trabajos partidarios.
Diva Arratia, una de las dirigentes nacionales de la “Jota”, estudiaba en la Escuela Normal que compartía aulas con el colegio de ambos hermanos.
Recuerda cómo, al salir un día de sus clases acompañada por sus compañeros de curso, fue interceptada por dos colegiales que no conocía y que se presentaron en broma y, en broma siempre, la apartaron de sus compañeros y la custodiaron hasta su casa, a la que entraron y se presentaron sin dar respiro a nadie. Desde ese momento, Inti y Coco fueron infaltables en el hogar de los Arratia.
Alegre y amigable, Coco captó muchas simpatías. Decidido y disciplinado, Inti encabezaba los grupos de trabajo.
Del círculo en que ambos militaban surgió la idea de hacer un gran aviso luminoso, celebrando el aniversario de la Juventud Comunista de Bolivia.
En ese tiempo, La Paz era una ciudad pequeña. Miraflores llegaba a la Plaza de la Revolución, recién construida y Villa Copacabana apenas era un conjunto de chacras. Por el sur, Villa Victoria era un barrio periférico y, ese plano inclinado que se desprende de la ceja de El Alto no estaba habitado ni tampoco arbolado. El MNR había tomado la costumbre de escribir allí consignas con inmensos caracteres dibujados con fuego, que se veían desde cualquier punto de la ciudad. El procedimiento era rudimentario: se alineaban bases de turril o vasijas de lata con gasolina,  que se encendían a primera hora de la noche.
Pues bien. En uno de los cerros, al norte de la ciudad, con el mismo método, los jóvenes del círculo dibujaron la hoz y el martillo y escribieron “Viva la Juventud Comunista de Bolivia”. Habían calculado que, el letrero, permaneciese durante una hora antes que lo barrieran los milicianos, pero allí estuvo hasta que se agotó el combustible.
El departamento de la General Lanza era pequeño y pronto fue cambiado por una casa ubicada en el pasaje Villegas, sobre la calle Campos, en San Jorge.
Los cuatro varones fueron a ocupar dos habitaciones, independientes del bloque central de la vivienda. Esto permitió gran libertad para sus actividades, en gran medida clandestina por la línea de acción de los comunistas.
Si bien don Rómulo no ocupaba ningún cargo público, tenía muy buenas relaciones con los más altos personeros del gobierno. Oscar, ocupaba un puesto notorio. De modo que, la actividad de los cuatro muchachos, entraba en constante contradicción con la vida familiar. Para entonces, incluso Chato que ya tenía 12 años, estaba integrado a la militancia.
Papá, manteniendo un gran respeto por la personalidad de sus hijos, jamás hizo cuestión de nuestra participación en cualesquier tarea partidaria. Es más: muchos almuerzos familiares se transformaban en amenas discusiones mantenidas en un alto nivel filosófico. Nunca permitió que la discusión descendiera al plano de la diatriba ni las acusaciones torpes.
Claro que siempre hay una excepción. En el cuarto que ocupaban Inti y Coco, había escondidas dos policopiadoras que trabajaban por la noche para imprimir el periódico de la “Jota”, diversos panfletos y “palomitas” e incluso, una o dos veces, el periódico del Partido, por problemas en la imprenta donde regularmente se editaba, aunque la regularidad no haya sido nunca la mejor cualidad de ese periódico.
La policía política del gobierno conocía al detalle esta actividad. El jefe de ésta, amigo personal de papá, le explicó la situación antes de tomar cualquier medida. Una tarde, papá me increpó duramente por lo que él consideraba un abuso. Esa noche, los cuatro nos ocupamos del fatigoso traslado, no por el peso de las máquinas, sino por el sigilo necesario.

“Te esperan los tajibales
y el Mamoré,
espera la pampa abierta
que tu guitarra vibre otra vez...”

De tanto camino interminable, el traqueteo se había transformado en un ritmo adormecedor.
En esa especie de ensoñación que parecía envolvernos a todos, trataba de situarme en el momento y el lugar de este presente.
Intenté recrear los rostros de los dos compañeros que iban en el asiento trasero. Eran desconocidos para la mayoría de la gente, aunque hacía más de dos años que estaban en Vallegrande, escarbando en la tierra para encontrar la historia.
Treinta años habían pasado. Treinta años que esos huesos permanecieron sepultados en algún lugar. Durante todo ese tiempo, fue imposible iniciar una búsqueda activa. Todo lo más, se fue recogiendo información dispersa, en la esperanza de que, algún día, pudieran comprobarse las varias versiones acumuladas.
Llegaron a Bolivia silenciosamente, seguramente se irían de la misma forma. Sus rostros aparecieron fugazmente en los televisores de todo el mundo, cuando dieron con los siete cuerpos enterrados en la pista aérea de Vallegrande, uno de los cuales era el de Ernesto Che Guevara.
Pero yo recordaba muy bien las caras de esos dos compañeros aunque, en esa noche especial, cuando todo parecía tan irreal, tenía que hacer un esfuerzo para identificarlos; incluso no podía saber con certeza si estaban allí, porque el silencio que me rodeaba era total.
Poco a poco, el camino fue haciéndose menos accidentado, señal de que estábamos por llegar a Mataral, donde comenzaba la carretera pavimentada.

Los retos de las ansias

En aquella otra época que inundaba mis recuerdos, Tipuani atraía a muchos. El oro siempre ha tenido esa magia. Pibe, ya casado y con dificultades económicas de todos los días, decidió probar fortuna. Talita partió también y, junto con Mamita, la familia se instaló en ese centro aurífero.
La fiebre del oro, como todos los mitos, tiene sus propias leyendas. El río que serpentea por esas colinas arrastra grandes cantidades de mineral, según los lugareños. Había pertenecido a la empresa Aramayo y se decía que, al dictarse la nacionalización de las minas, sus ejecutivos, bloquearon la mina más productiva. Los buscadores de oro, se dividían entre quienes lavaban arena en el río y los que buscaban las vetas en los cerros de la zona. Como ocurre siempre, la vida de éstos era miserable. Al final de cada semana llegaban al pequeño poblado con lo poco que habían obtenido en seis días de duro trabajo. Oficialmente, sólo podían vender al Banco Minero de Bolivia, pero los rescatadores ofrecían mejor precio, y a ellos acudían con las pocas chispas que habían encontrado.
Para esta compra venta, se habían establecido medidas de peso miniaturizadas, pues por lo general, ninguno de los buscadores de oro conseguía reunir un gramo, en la semana de trabajo. Para pesar las chispas, el gramo se dividía en cuatro semillas y, cada una de éstas, en cuatro palitos. Seis u ocho palitos, era todo lo que habían logrado y, con el producto de esa venta, debían vivir la semana siguiente, soñando en que –esta vez- encontrarían la veta que los haría millonarios de la noche a la mañana.
La tragedia rondaba incesantemente en los campamentos. De pronto, en un lugar se encontraba oro en mayores cantidades. La gente comenzaba a llegar hasta allí. Entonces, el hacinamiento provocaba un incidente desastroso, generalmente un incendio, y el lugar quedaba abandonado. Los supersticiosos buscadores de oro, decían que era la maldición del metal.
Allí, un día de 1955, llegaron Inti y Coco. También irían sus hermanos, en diferentes fechas, pero ellos decidieron trabajar buscando reunir algún dinero.
En esa búsqueda, se hicieron de una máquina embotelladora de bebidas gaseosas. En realidad, era chatarra. Pero funcionaba a costa de mucho trabajo. Lavaban a mano las botellas. Preparaban la bebida y llenaban los envases. Entonces había que poner el gas y la tapacorona, lo que se hacía con la máquina en cuestión. Era una bomba manual. Ponían la botella ajustada a una boca y, con una palanca, se inyectaba el gas; luego se sellaba la botella. Pero, la máquina estaba muy deteriorada y, para inyectar suficiente gas, había que bombear con la palanca varias veces. Se necesitaba algo más de una hora para alistar una docena de botellas.
Fueron algunos meses de aquel esfuerzo que, con demasiada frecuencia, se mostraba frustrante. No obstante, ellos persistían en superar las dificultades que se presentaban, con la idea de que, en algún momento, lograrían reunir un capital que les permitiera renovar la gastada maquinaria que se resistía a seguir sirviendo, pues había alcanzado el límite de su capacidad.
Gaty, la hermana, también estaba allí. Conoció a un empleado del Banco Minero con quien, al poco tiempo, se casó. Al acontecimiento acudimos todos. La ceremonia formal dio paso a una celebración modesta. Para la ocasión, alguien consiguió un tocadiscos prestado y un disco de 45 rpm. Durante toda la noche bailamos un bolero, pues el reverso del disco estaba muy rayado, como para utilizarlo.
Nuestra madre iba con frecuencia a Tipuani. No había ninguna dificultad, pues había entre seis y siete vuelos diarios, por el intenso comercio que tenía la zona. Ya que el único rescatador oficial era el Banco Minero, en la caseta que hacía las veces de terminal aérea, todos los pasajeros que salían de Tipuani debían pasar por un registro que, alguna vez y dependiendo del capricho de los policías, podía ser particularmente minucioso.
Una de aquellas veces, Selvira fue objeto de un registro abusivo que inmediatamente llegó a conocimiento de los dos hermanos.
Sin dudar ni un momento, ambos comenzaron a buscar al policía. Este, al saberlo, emprendió la fuga en una canoa a motor. Inti y Coco lo persiguieron durante varios días hasta encontrarlo.
La “embotelladora” no daba ganancias, de manera que decidieron volver a La Paz. Pero por poco tiempo. Sus inquietudes no transitaban por los corredores ni las aulas de un colegio y, muy pronto, emprendieron viaje hacia el Beni, donde habían dado sus primeros pasos. La ocasión se presentó propicia pues Pibe, el primo tan ligado a ellos, también abandonó la aventura de Tipuani y regresó a su tierra natal.

esperan los siringueros,
los chacareros llenos de fe.
La selva incuba y
la epopeya canta después.

Había pasado la oscuridad. Transitábamos por pavimento que, aunque deteriorado de tanto en tanto, hacía más cómodo el trayecto. El paso de otros vehículos y algunas luces aquí y allá, terminaron con la oscuridad que, hasta entonces, impedía la visión en el interior del vehículo. Supongo que, en mis mejillas, quedaban las huellas de mi desahogo, pero la penumbra no era suficiente para notarlo; al menos, así lo esperaba. Volví el rostro, un poco como queriendo situarme en esa realidad, saber que no había estado viajando solo, sentir que allí estaban las personas y las cosas, tal como debía ser. Casi adivinando, supe que atrás venían las tres urnas. Tuve la idea de asegurarme que no habían sufrido ningún daño luego del ajetreado camino que habíamos hecho entre Vallegrande y Mataral. Los dos compañeros cubanos se adelantaron a mi intención y se apresuraron a decir: “No te preocupes... todo está bien”.
Todo está bien... todo está bien...
La frase quedó en mi cabeza repitiéndose como en sordina.

Los ríos verdes

Todo estaba bien, por entonces; por aquel entonces de mis recuerdos. Pibe había llegado a un acuerdo de arrendamiento de una lancha que hacía viajes a lo largo del río Mamoré. Inti y Coco, adolescentes que maduraban a fuerza de necesidades y voluntad, resultaron la mejor opción para hacerse cargo de este trabajo.
Cuando le pedí a Pibe, hace unos meses, que recuperara sus recuerdos, con mucha precisión, escribió: “Desde el segundo semestre de 1956, trabajaron en la lancha “Santa Ana”, vapor de 100 toneladas. Alternativamente eran “Comandante” o “Inmediato”, como se llamaba al primero y segundo de a bordo. Entre Inti y Coco existió una unión impresionante; nunca discrepaban airadamente, aunque discutían y dialogaban”. La lancha era propiedad del brasileño Amadeo Rodríguez Barbosa; posteriormente, alquiló del mismo propietario la “Río Yacuma” de 120 toneladas.
Sigue recordando Pibe: “En el recorrido por el río Mamoré, se compraba leña a los campesinos ribereños, ya que el caldero de la lancha se movía alimentado con leña. Rápidamente los dos hermanos se hicieron amigos de los leñateros. Eran muy trabajadores y correctos en su relación con todos”.
Después se dedicaron a la agricultura cultivando, cada cual por su cuenta, “chacos” en los que sembraron arroz. Siembra, cuidado y cosecha fueron una larga experiencia que no quisieron repetir, en su juvenil impaciencia. Buscaron entonces reunir algún capital en la caza del caimán, duro oficio que templó sus nervios.
Un accidente echó al fondo del río los cueros obtenidos. Había llegado la hora de retornar.
De nuevo en La Paz, todavía Inti volvió por unos meses al Beni, para realizar trabajo político en época electoral.
Superando esas irregularidades, Inti concluyó el bachillerato. Coco ya trabajaba en su proyecto para hacerse de un taxi. Sin embargo, ya entonces, ambos tenían la decisión de ser activistas políticos.
De ese tiempo es esta anécdota que muestra la conducta decidida de Coco. Chato la cuenta así: “En una ocasión, recibimos la misión de repartir el periódico del partido en la fábrica de fósforos, una factoría que tenía un contingente numeroso de obreros. Eran las épocas de gloria del MNR, cuando las milicias de obreros y campesinos ostentaban orgullosas los viejos mauser y otras armas de las que se habían pertrechado después del triunfo de abril. Entonces los obreros miraban a los comunistas como asesinos o, en el mejor de los casos, como pecadores y no los querían para nada. Alguien dio la voz de ataque y pronto empezó la gresca. Por supuesto, llevamos la peor parte; nos dieron una golpiza brutal. Aturdido por los golpes y por la sangre que me tapaba la vista, alcancé a divisar a Coco, que llegaba con un segundo envío de documentos para volantearlos entre los trabajadores. Apenas se dio cuenta de lo que sucedía, se enfrentó solo a la multitud enardecida; logró abrir un espacio para que los demás saliéramos de escapada”.
¡Cuántas veces ocurrieron episodios de ese tipo!
El jefe de Control Político, por la relación que tenía con nuestro padre y con Oscar, el hermano mayor, seguía muy de cerca las actividades de los comunistas Peredo. En una ocasión, mientras voceaban el periódico partidario en la populosa avenida Buenos Aires, apareció en un jeep el temido jefe policial. Inti no dudó en acercarse y venderle un ejemplar que éste compró con una sonrisa condescendiente, para luego irse. Aún estaban celebrando la ocurrencia, cuando llegó un contingente de agentes que los llevaron a prisión por el delito de vender una publicación opositora.
Fueron varias las ocasiones que estuvieron en las celdas de Control Político. Oscar, que tenía su casa a 20 pasos de la nuestra, siempre estaba con nosotros en uno u otro domicilio. Pero habíamos establecido un acuerdo tácito del que nadie hablaba, pero cumplíamos estrictamente: al caer preso cualquiera de nosotros –Inti y Coco eran víctimas de ese trato con bastante frecuencia- se suspendían los encuentros que reanudábamos sin comentarios, una vez que los hermanos volvían a estar libres.
En una ocasión, después de recibir el “castigo” acostumbrado en las celdas de esa cárcel situada en la calle Potosí, Inti fue dejado en libertad. De inmediato se rehusó a salir, declarando: “salimos juntos todos los camaradas o no sale ninguno”. Por supuesto, lo volvieron a su celda.
El coronel Claudio San Román, que fue jefe de Control Político desde 1952 hasta el día en que Barrientos derrocó a Paz Estenssoro, tenía un poder absoluto. Es sabido que, personalidades tan importantes de ese tiempo, como el Dr. Hernán Siles y el líder sindical Juan Lechín, tenían que recurrir a halagos y pedir como un favor, cuando intercedían por alguna persona que había caído en sus celdas. Viejo conocido de nuestro padre, no perdía ocasión de presentarse en la casa, formalmente de visita, pero en realidad buscando intimidarnos con su presencia.
Resulta paradójico que, el 4 de noviembre de 1964, cuando se derrumbó el gobierno de Víctor Paz, mientras Inti estaba detenido en Control Político, San Román, acompañado de Oscar, se encontró con Coco que, unido a los grupos que se dirigían a las cárceles y otros sitios de detención para liberar a los presos políticos, se dio tiempo para indicarles el mejor camino hasta una embajada, donde encontraron refugio.
Doce años de la Revolución Nacional, doce años de una forma de ver el entorno nacional, con una determinada óptica. Había euforia en las calles aquel 4 de noviembre. Juan Lechín, el máximo dirigente obrero, en la clandestinidad desde varios meses atrás, llegó a la Federación de Mineros a primera hora de la tarde y, en andas, fue llevado hasta la plaza Murillo donde intentaron ingresar al palacio de gobierno. Una descarga de fusilería convenció, a los ilusos, que aquél no era un triunfo del pueblo.
Los hechos posteriores, con su carga de predominio empresarial y sujeción al imperio, confirmaron aquella perspectiva. Seguramente, Inti y Coco, tuvieron a partir de entonces una idea más definida de la perspectiva política del país.

El mundo de la acción

Inti tenía un nivel de dirección muy alto para su edad. Había sido elegido y ratificado como primer responsable del regional de La Paz y, por tanto, era miembro titular del comité central. Cierto es que la militancia comunista, en Bolivia, era relativamente joven, pero Inti sobresalía, con el agrado de muchos y el descontento de otros.
En 1965, los asaltos armados contra los centros mineros ordenados por el general René Barrientos, en ejercicio del gobierno, terminaron con cualquier ilusión que pudiera albergarse respecto al curso de los acontecimientos.
Inti propuso, ante el comité central, la creación de un aparato militar, capaz de responder a la represión. Con muchas dificultades, y evidenciando desagrado, los dirigentes de su partido aprobaron el proyecto y le encargaron a él mismo su ejecución, esperando que no prosperara en el intento.
Venciendo muchas dificultades, desde los primeros días de 1966, comenzaron los entrenamientos. Inti no tuvo necesidad de buscar voluntarios para incorporarlos a esta misión; al contrario, debió elegir entre los muchos que se postularon, pese al sigilo con que se manejó el tema.
Coco, casi de inmediato, fue asignado a tareas de coordinación y, como no podía ser de otro modo, "Loro" Vásquez trabajó con él. Desde tiempo atrás se había consolidado una relación muy especial entre los dos hermanos y Jorge Vásquez Viaña. Fraternos como se sentían, no hubo ninguna duda en asumir esa tarea.
Los acontecimientos iban a precipitarse en los meses siguientes. Una polémica internacional había desnudado las discrepancias sobre el carácter de la revolución en América Latina, entre los partidos comunistas latinoamericanos y el recién creado Partido Comunista de Cuba. Todo indicaba como necesario un diálogo que limara las pronunciadas aristas de esas diferencias que alcanzaron el nivel de enfrentamiento público en más de una ocasión. Consultas entre unos y otros, concluyeron en la necesidad de buscar el diálogo con los dirigentes cubanos. Mario Monje y Jorge Kolle, se apresuraron a ofrecerse como emisarios. En Cuba, desplegaron toda su habilidad para convencer, a la alta dirección cubana, de encontrar puntos de acuerdo para una conferencia latinoamericana de partidos comunistas. Como prenda de garantía presentaron la preparación de un grupo de bolivianos, lo que debía mostrar la disposición del PCB de enfrentar la violencia del Estado, con la violencia revolucionaria. Mario Monje, como primer secretario del partido, se integró al grupo de entrenamiento armado, para reafirmar el camino que habían asumido los comunistas bolivianos. Querían dejar un mensaje muy claro: Cuba podía confiar en Monje y Kolle.
Mientras tanto, de retorno del Congo, el Che había llegado nuevamente a Cuba y, conociendo que se preparaba la lucha armada en Bolivia, decidió participar de ese proyecto.
Para mediados de ese año, ya estaban en Bolivia Ricardo (José María Martínez Tamayo), Pombo (Harry Villegas)y Tuma (Carlos Coello). Era la avanzada que establecería tanto el plan general de operaciones, cuanto la infraestructura que fuese necesaria.
El grupo boliviano que participó en los preparativos estaba formado por Coco, Loro, Ñato (Julio Luis Méndez) y Rodolfo Saldaña. Ya habían tenido una preparación intensiva, junto a otros revolucionarios bolivianos y estaban dispuestos al combate.
Entre tanto, Inti se integraba al campamento de entrenamiento con una decena de futuros combatientes.
Para fines de julio, Ricardo envió un informe, que explicaba: "Sobre la situación hemos confrontado algunas dificultades; Estanislao (Monje) vacilaba mucho al principio. Con la llegada de los cuatro (bolivianos) hemos logrado presionar a través del Coco. Todo marcha bien; el hombre luce decidido y se comprometió en ir adelante con el plan, aunque se propone ejecutarlo con un levantamiento en la capital que sirva de aldabonazo y la lucha simultánea en el monte; para ello nos ha prometido 20 hombres de los mejores con los que comenzaremos la cosa... creo ser éste el momento de planteársele a Estanislao la participación de Mongo (Che) en esto. Lo hemos sondeado y nos ha manifestado su decisión de si eso ocurriera luchar a su lado hasta donde fuere". Aún hoy, más de 30 años después, la dirección del PCB sostiene que sólo mucho más tarde conocieron de la presencia del Che.
Casi de inmediato hubo contramarchas, aunque reiteradamente Monje afirmó que cumpliría sus compromisos. Pese a tantas desinteligencias, los preparativos continuaron. En principio, estaba asignada la zona sureste del país, pero se intentó buscar otra alternativa en Alto Beni, sin resultados.
Aún así, no hubo marcha atrás. El Che llegó a La Paz el 3 de noviembre y en las primeras horas del día 5 partió en convoy a Ñancahuazú.
El 7 de noviembre, en una libreta de tapas rojas, el Che iniciará las anotaciones de su diario de campaña. Estas son las primeras frases: "Hoy comienza una nueva etapa. Por la noche llegamos a la finca. El viaje fue bastante bueno. Luego de entrar, convenientemente disfrazados, por Cochabamba, Pachungo (Alberto Fernández Montes de Oca) y yo hicimos los contactos y viajamos en jeep, en dos días y dos vehículos".
Desde antes, Coco se mantenía en la zona. La finca estaba a su nombre y, además, había hecho contacto con algunas personas tanto en Camiri como en Lagunillas, en preparación de los requerimientos de la guerrilla.
Se hizo popular en Camiri por su simpatía y logró que un viejo amigo y militante comunista, Mario Chávez -a quien la historia ha recogido con el sobrenombre de "Lagunillero"-, se instale en Lagunillas para servir de enlace.
Inti llegó al campamento el 27 de noviembre. Esta es su primera impresión, al encontrarse con el Che: "Me golpearon varias reacciones: turbación por el respeto que le tenía (y mantendré siempre), emoción profunda, orgullo de estrecharle la mano, y una satisfacción difícil de describir al saber con absoluta seguridad que en ese momento me convertía en uno de los soldados del ejército que dirigiría el más famoso Comandante Guerrillero".

En marcha

El 1 de enero de 1967, los militantes del PCB que se integraron a la guerrilla debieron tomar una decisión trascendental. El relato que hace Inti en "Mi campaña junto al Che", dice:
"El 31 de diciembre llegaron a la Casa de Calamina Monje, Coco, Tania y Ricardo, que desde ese día se quedaría definitivamente con nosotros.
"Con el Che nos trasladamos al primer campamento.
"Monje estaba muy nervioso. En el trayecto de la ciudad a la finca, Coco le había dicho que Ramón (Che) estaba dispuesto a darle la dirección política de la guerrilla al Partido, que no le entregaría la dirección militar, lo que él, Coco, consideraba justo. Luego presionó a Monje para que se decidiera a incorporarse pronto a nuestro núcleo.
"Monje nos dio la mano muy fríamente.
"Mientras el Che saludaba a los otros compañeros, me preguntó:
"-¿Y cómo está aquí la cosa?
"Le repliqué:
"-Está muy bien, ya lo verás. Además llegas oportunamente porque la guerra hay que empezarla pronto. Decídete a luchar con nosotros.
"Monje contestó:
"-Ya lo veremos, ya lo veremos...
"Che y Monje partieron solos y conversaron unas horas.
"Tarde regresamos al campamento base.
"Cuando llegó, vio a nuestra gente, la saludó y empezó a conversar con todos. Luego examinó la disposición del campamento y entonces hizo el siguiente comentario:
"-Este es un verdadero campamento. Cómo se nota que aquí hay dirección efectiva, que sabe lo que quiere, que tiene experiencia.
"Luego alabó la defensa que el Che había planificado y la división de nuestra columna en vanguardia, centro y retaguardia.
"Dijo otra frase que recuerdo bastante bien:
"-Todo esto demuestra una preparación combativa eficaz.
"Al poco rato Monje me pidió conversar con los compañeros bolivianos. Inmediatamente consulté con el Che para preguntarle si esto era posible. Che contestó afirmativamente.
"Se inició entonces una reunión dramática, tensa a veces, persuasiva en otros momentos, dura en otros pasajes.
"Monje relató en rasgos generales su conversación con Ramón, y luego centró el problema en tres puntos fundamentales, que son los que aparecen en el Diario (del Che):
"1)  Renunciaré a la Dirección del Partido porque creo que el Partido como tal no entrará en la lucha, pero por lo menos trataré de lograr su neutralidad. También trataré de sacar de la organización algunos cuadros para la lucha.
"2)  Le exigí al Che que la dirección político-militar de la lucha debe corresponderme en forma exclusiva a mí, por lo menos mientras ésta se desarrolle en Bolivia. Cuando se continentalice podemos hacer una reunión con todos los grupos guerrilleros y en esa oportunidad yo haré entrega del mando al Che, delante de todos.
"3) Le propuse al Che manejar las relaciones con otros partidos comunistas latinoamericanos y tratar de convencerlos para que apoyen a los movimientos de liberación.
"En seguida explicó con más detalles estas cuestiones y agregó con firmeza:
"-No hemos llegado a ningún acuerdo.
...
"Sentenciosamente agregó:
"-Cuando el pueblo sepa que esta guerrilla está dirigida por un extranjero le volverá la espalda, le negará su apoyo. Estoy seguro que fracasará porque no la dirige un boliviano, sino un extranjero. Ustedes morirán muy heroicamente, pero no tienen perspectivas de triunfo.
"Las palabras de Monje nos indignaron, sobre todo cuando calificó al Che de extranjero, negándole estúpidamente su calidad de revolucionario continental. Pero su desvergüenza llegó al extremo cuando nos propuso desertar.
...
"El solo hecho de que nos pidiera abandonar al Che en el monte era una actitud traidora. Tal vez pensó que alguno iba a aceptar su miserable proposición.
"Todos lo replicamos con firmeza que no nos íbamos. Que él se quedara, que era un falso orgullo revolucionario negarse a estar bajo las órdenes de otro, sobre todo cuando ese 'otro' era nada menos que el Che, el revolucionario más completo y más querido, el hombre junto al cual querían luchar miles de latinoamericanos.
...
"Esa noche se hizo un brindis. Yo no estuve porque, a esa hora, cuando en la ciudad estaban anunciando con cohetes y campanas al vuelo el advenimiento del año 1967, me tocaba hacer posta. Los compañeros me contaban que Monje, alzando su copa, afirmó que allí, en Ñancahuazú, se iniciaba una nueva gesta libertaria y deseó éxito a nuestra guerrilla".

Aquel fue un momento decisivo. Los bolivianos que estaban presentes, en ese momento, eran: Jorge Vásquez Viaña, Apolinar Aquino Quispe, Serapio Aquino Tudela, Antonio Domínguez Flores, Freddy Maymura Hurtado, Aniceto Reinaga Gordillo, Lorgio Vaca Marchetti, Orlando Jiménez Bazán, Julio Méndez Korne, Antonio Jiménez Tardío, Inti y Coco. Algunos serían desertores y otros fueron calificados por el Che como "resaca", pero en ese momento, ninguno hizo la menor insinuación de aceptar la invitación de Monje a retirarse de la columna guerrillera.
Ya desde los primeros días, Inti demostró cualidades sobresalientes. Aunque, en el primer momento, el Che había asignado la función de comisario político a Rolando (Eliseo Reyes), antes que terminara diciembre, Inti había asumido esas funciones junto a aquél y, posteriormente, como único encargado de esa delicada responsabilidad. A Inti también se le asignó el control del dinero.
Mientras tanto, Coco seguía cumpliendo misiones fuera del campamento. En enero volverá a La Paz, para hacer contactos que debían servir en la organización de la red urbana de enlace.

Recuerdo que cenamos, una noche de enero de 1967, en un restaurante céntrico. En términos generales, me habló de la guerrilla. No hubo ni asomo de dramatismo o pretensión en sus anuncios. Ninguna mención hizo referencia a la presencia del Che. Me resulta curioso que, en su diario, el Che critique la tendencia a revelar su presencia, especialmente entre los combatientes bolivianos. Fue él mismo quien inició esa costumbre y lo hizo en forma tan sorpresiva, cuando se lo dijo a Loro, que casi provocó un accidente. En la extensa conversación que tuve con Coco, no mencionó esa circunstancia. Nos despedimos como si se tratase de una ausencia corta; no hubo dramatismo, sino un abrazo afectuoso como siempre acostumbrábamos. Aquella fue la última vez que lo vi.
La siguiente oportunidad que supe de ellos, fue por vía de Antonio Arguedas, Ministro del Interior en el gobierno de Barrientos.
Relacionado con nosotros desde los lejanos años '50, Arguedas mantuvo su amistad, al punto que me hizo revelaciones peligrosas, sin otra razón que la confianza. Muy pronto me llamó a su despacho para preguntarme sobre Inti y Coco:
<![if !supportLists]>-          <![endif]>Posiblemente en el exterior, cumpliendo una misión de partido.
<![if !supportLists]>-          <![endif]>No es cierto. Yo se dónde están.
Al tiempo que sacaba unos papeles de su escritorio, me explicó que, en el sureste del país, se había detectado el sospechoso movimiento de un grupo de personas que estaba haciendo un extenso recorrido, al parecer de reconocimiento, por el Río Grande. Uno había muerto arrastrado por el río.
En el grupo -y aquí puso énfasis- hay dos hermanos cambas a quienes les llaman Inti y Coco.
<![if !supportLists]>-          <![endif]>Sería una gran casualidad - me dijo - que hubiese otros hermanos que lleven esos mismos nombres.
Hasta allí llegó la conversación. El mensaje era claro: la guerrilla había sido detectada. Pasé la información al partido; de momento, no supe qué providencias se tomaron. Después entendería que nada harían porque, la dirección, no quería y no podía hacerlo.
En Ñancahuazú, después de la visita de Mario Monje, el Che tomó las disposiciones necesarias para iniciar la fase de entrenamiento de la columna. Estos preparativos se prolongaron durante todo enero.
El 1 de febrero se inició la larga caminata hacia el norte que, proyectada para 15 días, se prolongó hasta el 20 de marzo, cuando recién pudieron retornar. El río Rosita fue el punto culminante de ese recorrido. En el camino, ocurrió la primera baja: Benjamín Coronado. Inti relata: "... de físico muy débil... tenía un carácter fuerte, una posición ideológica muy desarrollada y una decisión inquebrantable de defender con su vida nuestros ideales. Che quería mucho a Benjamín, y en los meses que permaneció con nosotros, siempre lo estimuló a seguir adelante. En el Río Grande, Benjamín caminaba muy agotado y tenía dificultades con su mochila. Cuando marchábamos por una faralla hizo un movimiento brusco y cayó al río, que iba muy crecido y con fuerte corriente. No tuvo fuerzas para dar unas cuantas brazadas. Corrimos a salvarlo e incluso Rolando se tiró al agua y buceó tratando de rescatarlo. No lo pudimos ubicar".
...
"Hombre sensible (Che), la muerte de Benjamín también lo golpeó. Por eso habló nuevamente de la necesidad de recibir estos hechos con estoicismo, como un riesgo de la guerra.
" - No deben desmoralizarse, recalcó. Hay ocasiones en que parece que las energías hubieran llegado al límite de nuestras fuerzas. Es entonces cuando ustedes deben apelar con energía a su voluntad y dar un paso más. Después de ése, otro y otro, sin detenerse nunca".

Era el 26 de febrero. Habían transcurrido casi cuatro semanas de caminata, con una alimentación magra y un esfuerzo diario que superaba la capacidad física de la mayor parte de ellos.
Poco después llegaron al río Rosita y emprendieron el retorno. Una segunda pérdida, casi en las mismas circunstancias, ocurrió el 16 de marzo.
El Che, en su diario, explica al día siguiente: "Otra vez la tragedia antes de probar el combate. Joaquín apareció a media mañana; Miguel y Tuma habían ido a alcanzarlo con buenos trozos de carne. La odisea había sido seria: no pudieron dominar la balsa y ésta siguió Ñacahuaso abajo, hasta que les tomó un remolino que la tumbó, según ellos, varias veces. El resultado final fue la pérdida de varias mochilas, casi todas las balas, 6 fusiles y un hombre: Carlos (Lorgio Vaca Marchetti). Este se desprendió en el remolino junto con Braulio pero con suerte diversa: Braulio alcanzó la orilla y pudo ver a Carlos que era arrastrado sin ofrecer resistencia. Joaquín ya había salido con toda la gente, más adelante, y no lo vio pasar. Hasta ese momento, era considerado el mejor hombre de los bolivianos en la retaguardia, por su seriedad, disciplina y entusiasmo".
Faltaban pocos días para que se iniciasen las hostilidades, pero nadie podía preverlas en aquel momento. En el relato de Inti, encontramos esta cita: "El 19 de marzo tuvimos el primer presagio de que algo importante ocurriría al ver una avioneta que sobrevolaba en insistente misión de reconocimiento por la zona. Casi al llegar al campamento Che se encontró con el Negro (médico peruano que venía a quedarse con nosotros) y con Benigno, quien se había adelantado para llevarnos comida. Las noticias que nos dieron fueron nutridas. En el campamento principal estaban esperándonos Debray, el Chino, Tania, Bustos y Guevara, con los nuevos combatientes. El ejército había atacado nuestra finca después que dos hombres habían desertado entregando valiosa información, luego de ser apresados en Camiri".

Los combates

Los acontecimientos se precipitaron; el primer combate ocurrirá el 23 de marzo. ¿Cómo lo sintieron los combatientes? Hay varios testimonios. Rolando (Eliseo Reyes Rodríguez), quien estuvo al frente de esa acción, dice:
"A las 0700, mientras le explicaba la emboscada a Benigno, llegan las fuerzas enemigas. Decido no retirarme. Abro fuego tal como estaba planeado. El fuego dura unos 6 minutos, la fuerza enemiga está de acuerdo en rendirse". Más adelante evalúa: "A las 1600 llego al campamento y reporto a Ramón la acción en la emboscada y la actitud del personal, del cual uno solamente (Walter) tuvo los pies fríos. Los camaradas B., Coco, Pedro, Guevara, Paco y Chino se portaron muy bien". La B. parece corresponder a Benigno.
Braulio (Israel Reyes Zayas) confirma: "A las 7 de la mañana, con Rolando y Benigno, el ejército cae en nuestra emboscada y capturamos 27 fusiles...".
Para Coco, aquélla debió ser una acción decisiva. Es cierto que muchas veces había disparado sobre animales en el Beni. Cierto también que pasó por un riguroso entrenamiento guerrillero. Pero en ninguna oportunidad había sentido el impacto que supone participar de una batalla real.
Los restantes miembros de la columna, que apenas habían retornado de la azarosa travesía hasta el río Rosita, también anotan el hecho.
Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca), dice: "Primera emboscada de combate.- 10 y 8 am. Me comunica Antonio que Rolando tuvo un encuentro".
Pombo dirá: "Cae en nuestra emboscada una patrulla del Ejército".
Para el Che, el tema no puede ser tan simple; lo anota así: "Día de acontecimientos guerreros... A las 8 y pico llegó Coco a la carrera a informar que había caído una sección del ejército en la emboscada".
Inti, en su rememoración "Mi campaña junto al Che", da detalles de la forma en que ocurrió aquel combate, seguramente tomando el relato que debió hacerle Coco. "A las 7 de la mañana del 23, mientras Rolando revisaba las posiciones de los guerrilleros emboscados, se sintió un chapoteo por el río. Rápidamente se situó en su lugar y esperó que la tropa fuera avanzando lentamente. Se mantuvieron en silencio hasta que penetró un grupo grande. Rolando, como responsable de esta primera acción nuestra, abrió fuego sorpresivamente. Muchos soldados se desplegaron en posición combativa. Los pocos que hicieron frente fueron abatidos en forma rápida. El resto huyó. El fuego duró aproximadamente unos seis minutos, según informó Rolando al Che, hasta que las fuerzas enemigas se rindieron".

Inti fue comisionado por el Che para charlar con los detenidos, presentándose como jefe de la guerrilla. Era evidente, ya para entonces, que se destacaba entre los combatientes bolivianos; pero no sólo eso, sino que era comisario político y como tal lo reconocían todos los miembros de la columna.
El comunicado que se redactó, estaba firmado por el Ejército de Liberación Nacional; posteriormente aparecerían sólo las siglas: E.L.N. que fue como, desde entonces, se conoció al movimiento revolucionario generado en Ñancahuazú. Los militantes de la organización se reconocieron después "elenos".

Las primeras reacciones del gobierno parecieron confusas. Sin embargo, dos días más tarde, llegó a Santa Cruz un avión procedente de Estados Unidos con "instructores y armamentos para combatir a los guerrilleros". Recién al día siguiente (26 de marzo) hubo un comunicado del comando en jefe de las fuerzas armadas y el presidente Barrientos afirmó que, en el combate hubo 15 guerrilleros muertos y 4 prisioneros, mientras el ejército perdió a 4 soldados y un oficial.
Los partes de ambos bandos, de hecho, fueron una declaración de guerra; una guerra que se prolongaría hasta casi finalizar ese año: 1967.
Para la columna, la situación era muy clara. Había que movilizarse, pese a que el grueso del grupo estaba cansado y desnutrido.
Además, debía resolverse la situación de los visitantes. Convocados por el Che, se hallaban en el sitio en que se iniciaron las acciones, el francés Regis Debray y el argentino Ciro Bustos; Tania (Tamara Bunke Bider) que actuaba de enlace urbano, los había conducido hasta allí y debió quedarse. También estaba el peruano Juan Pablo Chang (Chino). Se acordó que, tanto Tania como el Chino se integraran a la columna como combatientes. Pero había que sacar a Bustos y Debray.
Con este propósito, se inició la marcha hacia Gutiérrez. En Iripití, hubo nuevos enfrentamientos con el ejército, exitosos para la guerrilla, aunque se produjo la primera baja (Jesús Suárez Gayol, "Rubio"). Constatada la movilización militar en dirección a Gutiérrez, se tomó la decisión de acercarse a Muyupampa.
Es conocida la incidencia de ese episodio. Para acercarse a Muyupampa, el Che instruyó a la retaguardia (10 combatientes, 2 enfermos y 4 "resacas") quedarse atrás, maniobrando pero sin trabar combate con el ejército. La vanguardia y el centro avanzaron hacia esa población y posibilitaron que los dos visitantes -más un periodista que había logrado encontrar a la columna, para supuestamente entrevistar a los combatientes-, se dirigiesen a Muyupampa. No les fue posible pasar desapercibidos; fueron detenidos y, más adelante, sometidos a un juicio, junto con dos desertores y otros combatientes, sorprendidos por el ejército.
Mientras tanto, la columna debió entrevistarse con una comisión de autoridades y un sacerdote, que ofrecieron provisiones, a cambio de que no ingresaran a Muyupampa. El ejército, que ya ocupaba el poblado, impidió que se cumpliera aquella promesa y, al contrario, bombardeó la zona en que se encontraba la columna.
Cumplida esa misión, comenzó la búsqueda de la retaguardia comandada por Joaquín (Vitalio Acuña). Todos los intentos fueron inútiles, aunque el Che persistió hasta el final.
Fue en esas circunstancias que "se nos perdió el Loro Vásquez", como relata Inti. Además de camarada y amigo muy cercano a Inti y Coco, Loro fue uno de los cuatro militantes comunistas asignados a la preparación del foco guerrillero desde mediados de 1966.
A retazos, ha podido reconstruirse la captura y asesinato de Loro. El periodista Luis J. González, en su obra "El Gran Rebelde", hace un extenso relato.
"Jorge Vázquez Viaña fue herido y hecho prisionero en las cercanías de Monteagudo el 27 de abril. Deambulaba solo y perdido en aquella zona desde cinco días antes, en que ya no se presentó al grupo del que formaba parte. Nicolás Montaño, natural de Monteagudo, refiere así su intervención en el hecho: 'Observé huellas extrañas alrededor de mi chaco, tres días antes del Día de la Cruz. Me dí a la tarea de seguirlas. Una vez que localicé al guerrillero, avisé al oficial de guardia de Monteagudo'. El campesino y el oficial fueron juntos al sitio indicado y sorprendieron a Vázquez tendido en el suelo, agazapado entre las hierbas, armado con una metralleta. Montaño le disparó un tiro que le interesó la región intestinal. 'Cuando iba a rematarlo, el oficial de policía me arrebató el arma y pudimos capturar vivo al guerrillero'."
Trasladado a Camiri, fue internado en el hospital de YPFB. Allí sufrió intensos interrogatorios y fue sometido a tortura. González informa -después de una minuciosa investigación- que Loro, sometido a una intervención quirúrgica, no permitió que lo anestesiaran. De allí, fue llevado a Choreti. Luego de una larga gestión, su madre logró verlo, aunque no le permitieron acercarse a él. Este es el relato que se lee en "El Gran Rebelde" sobre la forma en que fue asesinado Vásquez Viaña.
"Después de haberse salvado de varias tentativas de victimación, en la madrugada del 27 de mayo - consagrado en Bolivia al Día de la Madre - fue conducido en un jeep a Choreti, donde estuvo al cuidado del teniente Torres Torres. En esa pequeña localidad, el sub-oficial Florencio Siles Villarroel firmó el parte de 'fuga' de Vázquez: “Logró escapar haciendo un forado en la pared”. En las primeras horas de la mañana sin embargo, según aserciones responsables, el cuerpo ensangrentado de Jorge Vázquez Viaña, envuelto en una vieja manta de cuartel, fue embarcado en un helicóptero en el aeropuerto de Choreti. Antes de que los rayos del sol indiscreto iluminaran la escena, la máquina conducida por el teniente Carlos Rafael Estívariz Cardozo levantó vuelo con su carga macabra, tomando rumbo hacia las barrancas de Ñancahuazú... El 29, el Comando de la IV División informó que el prisionero fugó del Hospital Militar de Camiri".

Terminaba mayo. Para entonces, pese a las circunstancias adversas, el balance que hacía la columna, era favorable. Aparte de los éxitos militares, Inti destaca que se notaba una evolución favorable en la relación con los campesinos de la zona. Como ejemplo, relata la incursión en Moroco, el 19 de junio.
"Como era natural, al principio la acogida fue fría. Incluso una buena dosis, mezcla de curiosidad y desconfianza. Ese mismo día llegaron al poblado tres individuos armados de revólveres y fusiles mauser, que dijeron ser comerciantes en chanchos. No hicimos reuniones ni el mitin que se acostumbra en estos casos para informar a los pobladores acerca de nuestros principios y pedirles su incorporación o solidaridad. Sencillamente nos dedicamos a charlar con ellos, pedirles datos sobre caminos, trillos, antecedentes sobre otros vecinos, etc. Esta conducta familiar nos permitió captar valiosos amigos y allí se produjo nuestro primer reclutamiento: Paulino, un muchacho campesino que tenía allí su familia y conocía toda la zona. A pesar de su juventud (tenía alrededor de 22 años) estaba afectado por la tuberculosis, producto de la mala alimentación y de la vida miserable que llevaba en esa región.
"Al día siguiente se produjo un acontecimiento espectacular. Paulino nos informó que los tres 'comerciantes' no eran tales, sino espías que enviaba el ejército para realizar labores de inteligencia... Paulino continuó posteriormente con nosotros y fue enviado a Cochabamba llevando algunos mensajes, los que no llegaron a su destino porque el ejército detuvo al muchacho".

Siento que estos relatos son como un sueño. Los he leído y luego explicado tantas veces, que -treinta años después de acontecidos- forman parte de mi pasado, de mi realidad. Y, sin embargo, estoy consciente de haber sido un lejano espectador.
Estuve en La Paz, hasta después del 20 de julio de 1967; luego debí emigrar a Chile.
Mientras permanecí aquí, seguí minuciosamente, a través de la prensa, la ruta de la guerrilla. Cada vez que se anunciaba un combate, en un mapa de dimensiones regulares, colocaba un alfiler. Gonzalo Muñoz, que era el director de la publicación en la que trabajaba por esos días, hacía las acotaciones que permitían reconstruir un panorama coherente, en medio de los informes contradictorios que daba el mando militar, un poco con el objeto de desorientar y otro poco porque también ellos estaban desorientados.
De cuando en cuando, brillan en mi mente los alfileres que resaltaban en el sureste del mapa. Siguen siendo un referente para recordarme que yo no estaba allí.

Seguramente, la toma de Samaipata, fue la acción más resonante, aunque en ella sólo participaron seis combatientes: Pacho, Coco, Ricardo, Julio, Aniceto y Chino. Conociendo la situación -una pequeña guarnición militar que no estaba preparada para actuar contra la columna-, se hizo una advertencia telefónica que no fue tomada en serio por las autoridades locales. El grupo guerrillero tomó la tranca. La acción fue exitosa, aunque no se lograron todos los objetivos. Uno importante, obtener medicamentos contra el asma, no pudo cumplirse.
El asma que aquejaba al Che, era un problema para toda la columna. Naturalmente que retrasaba la marcha, como ocurría con cualquier dolencia que tuviese uno u otro de los combatientes. Pero, por encima de esto, disminuía la capacidad de mando del Che, en circunstancias en que era absolutamente necesaria su conducción.
La búsqueda de la retaguardia comandada por Joaquín, se complicaba. A través de la radio, escuchaban noticias de enfrentamientos en lugares distintos a los que ellos cruzaban; la conclusión era que allí estaba Joaquín y hacia allí se dirigían.
Avanzado el mes de julio, la situación se mantenía sin variaciones. Hubo otros encuentros que reforzaron la confianza en los combatientes. El 30 de julio, esa confianza, iba a tener consecuencias funestas. Inti explica que cometieron varios errores debido a "un exceso de confianza en nuestra capacidad y en un desprecio por el poder del enemigo".
Murieron dos combatientes: Raúl Quispaya y Ricardo, el hombre que llevó el peso principal en la preparación del foco guerrillero.
El Che, que tenía un persistente ataque de asma, sufrió un peligroso percance: el caballo en el que iba resbaló y cayó. Lo auxiliaron Coco, Julio y Miguel que, evidentemente, ya formaban un equipo en la vanguardia de la columna.
Agosto se arrastró entre penurias y desalientos.
"Hubo días duros, tensos, de relajamiento de la moral en los que se necesitaba una voluntad fuerte y una conducción política firme y respetada", dice Inti, añadiendo que allí estaba el Che, pese a su grave dolencia, imponiendo la disciplina que necesitaba el grupo para sobrevivir.
En la otra cara de la medalla, las anécdotas de la solidaridad, dan una imagen vibrante de la columna. El Che perdió sus zapatos en el cruce del río; Ñato le fabricó un calzado rústico de cuero, que era el que tenía cuando fue herido, apresado y asesinado en La Higuera.

La ronda de la muerte

La búsqueda de la retaguardia llegaba su fin. El 31 de agosto, en Puerto Mauricio, Joaquín y el grupo que comandaba cayó en una emboscada.
Cuando cruzaban el río, con el agua a la cintura, fueron acribillados. Allí mismo cayeron Joaquín, Apolinar, Walter, Moisés, Alejandro y Braulio. Tania, al parecer, también fue abatida allí, pero sólo dos días después encontraron su cuerpo, arrastrado por la corriente. Freddy Maymura (Ernesto) y José Castillo (Paco) fueron apresados con vida. Ernesto fue asesinado poco después, por negarse a cumplir una orden humillante. Paco, sobreviviente de esa emboscada, fue sometido a juicio junto a Debray y Bustos. El único que logró escapar fue Restituto Cabrera (Negro), médico peruano, quien anduvo extraviado varios días hasta que fue ubicado y ultimado, a varios kilómetros de Puerto Mauricio.
"Septiembre fue un mes de combates, de pérdidas humanas valiosas, de largas caminatas y privaciones, de promisorios contactos con los campesinos, de altibajos en la moral de la tropa y en el que se empieza a vislumbrar la pérdida definitiva de Joaquín y su grupo", anota Inti.
El combate más negativo ocurrió el 26 de septiembre. Desde días antes, la columna entraba a las pequeñas aldeas de la zona, conversando con los pobladores. Ese día llegaron a Picacho muy temprano; había fiesta y los combatientes fueron agasajados con chicha y algunos bocados. Coco se había incautado de un telegrama en que el subprefecto de Vallegrande comunicaba al corregidor del poblado de la presencia de los guerrilleros en la zona.
De allí iban a partir rumbo a La Higuera. La vanguardia salió para tratar de llegar a Jagüey. Poco después se escuchó un intenso tiroteo y, en el poblado, el Che organizó la defensa para esperar el retorno de la vanguardia.
Relata Inti: "El primero en regresar fue Benigno, con un hombro atravesado por una bala, la misma que había matado a Coco. Luego lo hicieron Aniceto y Pablito, este último con un pie dislocado. También habían muerto en la emboscada Julio y Miguel.
"El combate fue ligero y desigual. El ejército con un gran poder de fuego y un número aplastante de hombres había atacado sorpresivamente a nuestros combatientes en una zona sin ninguna defensa natural...
"Miguel fue muerto casi instantáneamente, Coco quedó malherido. El resto de los compañeros peleó heroicamente tratando de rescatarlo, dando una hermosa prueba de solidaridad. Cuando Benigno arrastraba su cuerpo sangrante, una ráfaga de ametralladora lo remató y una de las balas hirió a Benigno; otro rafagazo mató a Julio".
Sigue Inti: "Coco y yo éramos -si así cabe decirlo- más que hermanos. Camaradas inseparables de muchas aventuras, juntos militamos en el Partido Comunista, juntos sentimos el peso de la represión policial en muchas oportunidades y compartimos la cárcel, juntos trabajamos en Tipuani, juntos recorrimos el Mamoré, aprendimos agricultura y pasamos largas jornadas cazando caimanes, juntos ingresamos a la guerrilla. En esta nueva aventura no lo veré a mi lado, pero siento su presencia, exigiéndome cada vez más".
Después, recuerda:
"Un día, conversando en el monte, a propósito de la muerte de Ricardo, que produjo un fuerte impacto en su hermano Arturo, Coco me dijo:
"-No quisiera verte muerto, no sé cómo me comportaría. Afortunadamente creo, que si alguien muere primero, ése seré yo...
"Coco era un hombre muy generoso, capaz de emocionarse y llorar como un hombre por un ser querido, como lo hizo el día que murió Ricardo.
"Yo no lo vi morir. Tampoco derramé una lágrima; por una cuestión de carácter, me cuesta mucho llorar. Pero no por eso el dolor, el sentimiento y el afecto por un hombre tan querido es menos intenso".
Alguien me sugirió abrir la urna en que estaban depositados los restos de Coco. No me atreví a hacerlo. Tampoco lloré cuando conocí la noticia de su muerte, hace tantos años. Para entonces, yo vivía en Santiago de Chile, a donde había emigrado, perseguido por el régimen.
Recién en 1997 llegué a Vallegrande y, por supuesto, estuve en el Hospital de Malta, donde habían sido mostrados, a la curiosidad pública, los cadáveres de los guerrilleros. Después de visitar la lavandería, en la que fue expuesto el cuerpo del Che y emocionarme con la inscripción que hicieron los miembros del equipo que encontró sus restos ese año, fui hasta el corredor en el que, tirados en el suelo, mostraron los restos maltratados de Coco, Julio y Miguel.
No se cómo expresar las sensaciones que tuve aquel momento. Conservaba en la memoria la foto de los tres cuerpos yacentes, que había visto tantas veces publicada en los diarios. Coco, en primer plano, con la barba crecida y un borbotón de sangre que le mancha parte del rostro. En el brazo, una extensa y profunda herida que nunca he podido explicarme. Por sobre todo ese horror, la expresión de su rostro es de una infinita tranquilidad; parece dormido.

Los escasos sobrevivientes de aquella aventura épica, recuerdan todavía que Inti cayó en un mutismo casi absoluto y, por momentos, parecía estar desubicado; incluso, en una ocasión, no escuchó la orden de avanzar y quedó bastante rezagado.

En la quebrada del destino

La disminuida columna -apenas 17 hombres- marchó hacia La Higuera, con objetivos claros. Confirmado el aniquilamiento del grupo comandado por Joaquín, había que buscar un nuevo teatro de operaciones. Para ello, debían romper dos cercos que se desplegaban en torno a ellos. La marcha era lenta, tanto por las múltiples precauciones que habían de tomar para no ser detectados, cuanto por el estado de salud de algunos combatientes. Así llegaron, en las primeras horas del 8 de octubre, a la quebrada del Yuro.
A la 1 y media de la tarde, comenzó el tiroteo. Aniceto cayó fulminado. Los guerrilleros disparaban sólo cuando lo hacían los soldados, para evitar que los detecten. Al oscurecer, pudieron reunirse Benigno, Darío e Inti, que se habían mantenido en una posición lateral, con Pombo, Urbano y Ñato, que estaban frente a ellos.
"-¿Y Fernando (Che)?
"- Nosotros creíamos que estaba con ustedes".
Ninguno de ellos sabía lo que había ocurrido con su comandante. Creyendo encontrarlo en un punto de reunión previamente acordado, marcharon hacia allí, sin resultado.
Relata Inti: "Después de perder el rastro de nuestra gente volvimos a caer en La Higuera, lugar que nos traía recuerdos dolorosos que aún no se habían borrado. Nos sentamos casi frente a la escuela del lugar. Los perros ladraban con persistencia, pero no sabíamos si era delatando nuestra presencia o estimulados por los cantos y gritos de los soldados que esa noche se emborrachaban eufóricos.
"Jamás nos imaginamos que a tan corta distancia de nosotros aún estaba allí herido, pero con vida, nuestro querido Comandante".
Sólo dos días después, los 6 combatientes tuvieron la certeza de que el Che había caído. "Permanecimos callados -recordaba Inti-, con los puños apretados, como si temiéramos estallar en llanto ante la primera palabra. Miré a Pombo, por su rostro resbalaban lágrimas".
Fue interminable el tiempo en que todos permanecieron quietos y mudos. Después lograron hablar.
"Sólo recuerdo -dice Inti- que con una sinceridad muy grande y unos deseos inmensos de sobrevivir, juramos continuar la lucha, combatir hasta la muerte o hasta salir a la ciudad, donde nuevamente reiniciaríamos la tarea de reestructurar el Ejército del Che para regresar a las montañas a seguir combatiendo como guerrilleros".
En la quebrada del Yuro cayeron siete combatientes, incluyendo al Che. Los diez sobrevivientes estaban divididos en dos grupos: Chapaco, Moro, Eustaquio y Pablito se dirigieron hacia el sur y cayeron en un combate sobre la desembocadura del río Mizque, en un lugar llamado Cajones. Los otros seis: Inti, Pombo, Ñato, Urbano, Darío y Benigno, marcharon hacia el norte. Tendrían siete encuentros, antes de romper definitivamente los sucesivos cercos que les tendió el ejército.
El primero de éstos, tiene ya carácter de leyenda; lo han relatado con mucho detalle más de uno de los sobrevivientes. Después de la batalla del Yuro, el ejército persiguió con encono a lo que consideraba restos en desbande. El día 12, casi pisándole los talones, obligó a este grupo a refugiarse en una "isla de monte", donde los sitió. En un momento, hicieron un "peinado" del lugar, pero las bajas que sufrieron los hizo desistir de este método y se mantuvieron a la espera. Eran las 3 de la madrugada, cuando la luna finalmente se ocultó y los guerrilleros se arrastraron, intentando deslizarse entre dos trincheras. Sin embargo, un soldado dio el alto y, en una rápida maniobra Inti lo eliminó, se introdujo en la trinchera y agrupó a los otros cinco. Durante 15 minutos, los otros soldados dispararon hacia la "isla", suponiendo que de allí habrían salido los disparos. Cuando cesó el fuego, los seis, rompieron el cerco más cerrado que les había tendido el ejército.
Durante un mes caminaron siempre hasta el norte, en cortas jornadas que aprovechaban la noche. Así llegaron hasta Mataral, donde incluso hicieron algunas compras. El ejército, que los seguía de cerca, volvió a detectarlos y se produjo un breve enfrentamiento en el que, un disparo, mató a Ñato.
Jesús Lara, en "Guerrillero Inti Peredo", cuenta: "Después de la muerte de Ñato Méndez, ciudades y pueblos de la república fueron empapelados con un cartel oficial que llevaba los retratos de los cinco sobrevivientes y ofrecía un 'premio' de diez mil pesos bolivianos por cada una de las cinco cabezas. Los guerrilleros debían ser presentados 'en lo posible vivos', para ahitar el sadismo del genocida Barrientos Ortuño. Un día nuestra puerta amaneció con un cartel de esos cuidadosamente pegado en su parte superior. Una muestra de ingenio de la inteligencia castrense, que nos indujo a escribir en Ñancahuazú - Sueños: 'aquellas cinco cabezas con torpe absurdidad puestas a precio, venían a honrar mi puerta y llenaban de orgullo mi casa'."
Mientras tanto, los cinco siguieron avanzando en paralelo con la carretera intentando así anunciar su situación, para que, desde la ciudad y al darse cuenta de la ruta que seguían, pudiese llegarles algún auxilio. Pero esta maniobra fue detectada antes por el ejército, obligándolos a buscar otros rumbos. Así fue que llegaron hasta un pastizal en cuyo centro ubicaron una choza y encontraron un matrimonio campesino que los acogió.
Durante varias semanas rumiaron su soledad, hasta que Inti propuso salir en busca de ayuda. Se preparó el plan y, a mediados de diciembre, Inti y Urbano salieron a la carretera decididos a viajar hasta Cochabamba, pero la estrecha vigilancia militar les obligó a ir en sentido contrario. Llegaron a Santa Cruz, tomaron un avión y se trasladaron a Cochabamba. Allí hicieron contacto con el suegro de Inti, Jesús Lara, quien logró comprometer a varios dirigentes del PCB.

Con ardor renovado

Inti pudo ver, entonces, a su familia. Desde el inicio de las acciones guerrilleras, Matilde y sus hijos: Rómulo y el segundo llamado también Inti, debieron permanecer ocultos, perseguidos por los organismos de represión. Escuetamente, Jesús Lara relata: "El encuentro fue patético, henchido de emoción, pero sin desbordes y sin efusiones. No en vano el hombre acababa de salir de Ñancahuazú. No en vano la esposa se había templado en ocho meses de persecución, de dolor y quizás también de esperanza.
"Los niños dormían y dormiditos los besó y abrazó el padre.
"La entrevista no podía ser muy larga. Veinte minutos, nada más, y tuvieron que despedirse".
Comenzó entonces la preparación del rescate de los tres que esperaban en el monte. Inti dice: "Deliberadamente nunca hemos explicado nuestra salida del monte, porque ello pone en peligro la vida de varios campesinos y sus familiares, que se jugaron enteros por nosotros, así como honestos revolucionarios de la ciudad". Pero Jesús Lara hace el relato pormenorizado de esa hazaña, precautelando la identidad de los actores.
Hubo dos intentos fallidos. La expedición fracasó porque Benigno, encargado de hacer el contacto, desconfió debido a la juventud de los enviados y no respondió a la consigna. Sólo una tercera tentativa, con otro grupo que debió superar varias dificultades, logró su cometido. Ya reunidos, se planeó cuidadosamente el rescate y, el 6 de enero de 1968, Pombo, Darío y Benigno llegaron a Cochabamba, ocultos debajo de una inmensa carga de madera.
El siguiente paso, era la salida del país de los tres combatientes cubanos. Inti viajó a La Paz. Tuvo contactos con la dirección del PC; acuerdos y desacuerdos, compromisos y postergaciones. El hecho es que, los tres combatientes cubanos, acompañados por Estanislao Willka -quien en 1970 integraría el estado mayor de la columna que se internó en la región de Teoponte-, llegaron hasta Sabaya, un poblado cercano a la frontera. El plan era llegar a un lugar en Chile en el que debían ser contactados por un emisario.
Bastó un soplón para que se movilizara todo el aparato militar y estuvieron a punto de ser copados. El 15 de febrero lograron atravesar la frontera y, después de una marcha extenuante, llegaron a la región de Camina. El senador socialista Salvador Allende los acompañó hasta Tahití, de donde fueron recogidos por un avión cubano.
La operación -un éxito total por la salida de Pombo, Urbano y Benigno- reveló que Inti seguía dentro de Bolivia. Su búsqueda se hizo más intensa. "Comenzaron a batir amplias zonas del país -dice Lara- donde presumían refugiado al guerrillero: Santa Cruz, Beni, Cochabamba, La Paz, el área minera de Potosí".
Sigue relatando: "El rastreo llegó cerca de su primer refugio cómodo y generoso (en La Paz), obligándole a cambiarlo por otro, estrecho y limitado. Desde aquí comenzó sus actividades de sondeo y de organización. Salía de noche, con muy poco aprecio del peligro, en busca de los contactos necesarios y a concurrir a las reuniones promovidas por él mismo. La larga experiencia recogida dentro del PCB y ante todo en Ñancahuazú le había enseñado que el sectarismo era un agente negativo para el género de lucha que a su juicio debía conducir a la liberación del país".
El ELN -que ya, con ese nombre era conocido en todas partes- tuvo un desarrollo impresionante en unos cuantos meses.
El impacto de las acciones de Ñancahuazú sensibilizó a grandes sectores de la sociedad. Obreros, universitarios, profesionales, comenzaron a integrarse progresivamente. Existían ya grupos en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
Su idea central era la reinstalación de la guerrilla. En junio, junto a sus compañeros más cercanos -entre ellos Enrique Ortega- elaboró un manifiesto que se publicó poco después de que él saliera del país, con el propósito de hacer contactos con grupos de simpatizantes en varios países.
El 19 de julio, el manifiesto titulado "Volveremos a las montañas" fue publicado en 'El Diario'. Aquel documento era una noticia de primera importancia para cualquier periódico pero, por supuesto, fue necesaria una cautelosa negociación, que no incluyó ningún pago, para que se publicara el documento.
Comenzaba diciendo: "La guerrilla boliviana no ha muerto. Acaba apenas de comenzar". Hacía un análisis de las circunstancias en que se había desarrollado la campaña de Ñancahuazú. Luego se refería a la situación del país que sólo podía superarse con una transformación profunda, posible únicamente mediante el enfrentamiento armado con el sistema. Pasaba a analizar la actitud de los partidos de izquierda, señalando sus debilidades y desaciertos, por lo que no era posible apoyarse en ninguno de ellos; de hecho, proclamaba la decisión de formar su propio aparato político. Finalizaba así: "Que el imperialismo y sus lacayos no canten victoria, porque la guerra no ha terminado: recién empieza. ¡Volveremos a las montañas! Otra vez estremecerá a Bolivia nuestro grito de ¡Victoria o Muerte!".
Habiendo logrado salir del país, Inti llegó a Cuba, donde sólo pidió contactos que permitieran, al ELN, contar con el necesario eco internacional.
Poco después, su esposa e hijos, fueron sacados del país en forma clandestina y llegaron a Cuba, donde iniciaron una vida nueva, después de año y medio en que debieron cambiar constantemente de albergue y hasta de nombre, para evitar la pertinaz asechanza de la represión.
Una operación similar debió hacerse después para trasladar a la viuda de Coco y sus hijos hasta Cuba, pues en ellos también quería cebarse el sadismo de las fuerzas represivas.
Pero, en la otra cara de la medalla, la insurgencia de Ñancahuazú, despertaba el apoyo de amplios sectores del país.
El Congreso de Universidades, realizado en Potosí a fines de 1968, aprobó en forma unánime un conjunto de resoluciones que declaraban la adhesión de los universitarios a los postulados del ELN, proclamaban Comandante de América y Héroe Nacional al comandante Che Guevara, reconocían a Inti como líder del pueblo y de los universitarios y convocaban a éstos a incorporarse al ELN.
Cuando, en 1970, se reunió el Congreso de Mineros, las sesiones se iniciaron bajo un retrato del Che, como un claro referente del curso que seguirían las deliberaciones de esa asamblea.

Era un sábado por la mañana, a fines de 1968, cuando llegó, a la vivienda que habitaba en Santiago de Chile, un hombre joven y menudo. Me preguntó mi nombre y luego me entregó una nota. Apenas eran dos frases en las que Inti me decía que quería verme y que acompañase al portador para concretar la cita. Así conocí a Peruchín que, para confirmar la autenticidad de la nota, me entregó el anillo de compromiso de mi hermano.
Primero me inundó una inmensa emoción. Luego, el resquemor de que pudiese ser una celada, pero, ¿qué podía perder?; acudía al llamado de mi hermano, que no desoiría de ningún modo, cualquiera fuese la circunstancia.
Tomando diversos vehículos y observando la regla de no fijarme en el recorrido, deambulamos la ciudad por casi dos horas, hasta que llegamos a una casa modesta. Ingresamos a una sala y allí quedé solo, por unos minutos.
Cuando apareció Inti, se me anudó la garganta. Nos abrazamos sin una palabra. Lo tocaba y volvía a tocar, sin poder reprimir la absurda pretensión de convencerme de que él estaba vivo y se hallaba frente a mí.
Había cambiado físicamente. Enjuto y algo encorvado, su rostro triangular por lo general tenía un aire adusto, que desdecía su trato afectuoso. Ahora, parecía haber crecido, pues se le veía erguido. Robusto y saludable, se movía con parsimonia. Su rostro se había ensanchado, perdiendo la angulosidad que antes le caracterizaba.
Recuerdo confusamente el diálogo que sostuvimos en aquella oportunidad. No importaban las palabras. Hablamos de Coco, de nuestra madre, de nuestros hermanos. Y, cuando se refirió a él mismo, dijo una frase que me quedó grabada a fuego:
- Después del combate del Yuro, donde yo debí morir, todo el tiempo que viva es de yapa.

Muchos insistían en la importancia de que escribiese su experiencia en Ñancahuazú. Inti no era escritor y, por eso, se resistía a hacerlo pero, al mismo tiempo, entendía que debía hacer el máximo esfuerzo, para cumplir esa tarea. "Mi campaña junto al Che" es el resultado de un trabajo que, ciertamente, le resultó arduo y complejo, en medio de todo el programa de actividades que había diseñado. Tuvo, si, un gran apoyo cuando se incorporó al ELN el excelente periodista Elmo Catalán que revisó, con él, los originales. Elmo ingresaría a Bolivia y llegaría a ser el comisario político de la organización.
En "Mi campaña junto al Che", Inti hace un relato escueto pero completo de las incidencias que ocurrieron desde el momento en que se incorporó al campamento de Ñancahuazú, hasta el último combate en Mataral. Sus descripciones de hechos que, en el Diario del Che apenas son anotaciones o no aparecen, permiten hacerse un cuadro completo sobre todo ese proceso histórico. Al final, en un capítulo ideológico, expresa sus opiniones de profundo cariño y respeto hacia el Che y la comunidad de sus ideas con las que formuló el Comandante de América y de las que se siempre se sintió heredero, no en el sentido del beneficio sino más bien, y con toda propiedad, en la responsabilidad que esto suponía.

Muriendo como vivió

A su retorno a Bolivia, Inti encontró una organización desarrollada. A la vez, traía aportes, tan importantes como la formación de un excelente núcleo de combatientes en Chile. Varios de ellos ingresaron con él, para incorporarse a los preparativos de la columna que debía reanudar las acciones guerrilleras.
Por supuesto, la publicación de 'Volveremos a las montañas', hizo que se redoblara la vigilancia de los órganos de represión. Venciendo grandes dificultades, pero consciente de que cada tarea requería del máximo esfuerzo y la mayor dedicación, Inti viajaba a Cochabamba, estaba en La Paz, circulaba por Oruro y las minas. Eran los centros más importantes, por el momento, teniendo el objetivo de reiniciar las acciones en la montaña.
Al mismo tiempo, sabiendo de la importancia de los medios, no perdía una sola oportunidad para publicar un documento. Al cumplirse el primer aniversario del asesinato del Che, redactó un  mensaje que difundió la prensa nacional: "El asesinato físico del Comandante Guevara no fue el panteón de sus ideas. Mientras exista la Revolución Cubana, mientras exista el Ejército de Liberación Nacional como vanguardia de la lucha guerrillera, las banderas del Che no se arriarán jamás".
En enero de 1969, lanzó un mensaje al campesinado a propósito del impuesto predial rústico -así fue como se le llamó- al que Inti definía como "la pieza maestra de un plan para reimplantar en el campo el latifundio y someter a las masas campesinas en beneficio de nuevos patrones y capitalistas norteamericanos".

Mamá llegó a Santiago, a principios de 1969, después de haber permanecido largo tiempo en Trinidad, aislada de los hechos que sacudían al país, por el cuidado que puso tía Talita en evitarle el dolor de saber la muerte de Coco y la sañuda persecución a la que estaba sometido Inti.
Por supuesto, su primera pregunta fue: - ¿Qué ha pasado con Coquito? Por más que Talita se empeñó en ocultarle los periódicos, impedir que escuchase radio y hasta tratar de que no la visitasen, de una forma u otra le llegaron los rumores. Como madre, por supuesto, y ante la imprecisión de las versiones que recibía, abrigaba la remota esperanza de que Coco estuviese vivo.
Me tocó a mí, por tanto, confirmar su muerte. Le entregué el archivo de recortes con la información y las fotografías. Sabía que iba a sufrir, pero era preferible a mantenerla embotada en la ignorancia. Estuvo encerrada dos días en su habitación. Lloraba quedamente. Cuando yo entraba, se abrazaba a mí y sollozaba interminablemente.
A la mañana del tercer día salió y me dijo: - Llévame donde tu hermano Inti.

La formación de una organización siempre es compleja, sobre todo cuando tiene que hacerse actuando en condiciones adversas, peor aún si es en la clandestinidad. El ELN debió enfrentar esas graves dificultades.
A fines de julio de aquel 1969, Inti volvió a viajar a Cochabamba. En esta oportunidad, los contratiempos se convirtieron en peligro de muerte. El alojamiento que habitualmente usaba para sus estancias, estaba vigilado. Una revisión que hicieron tres compañeros, lo confirmó, con resultados fatales: Maya (Rita Valdivia), la responsable del ELN en Cochabamba, fue muerta en el enfrentamiento; Víctor (Enrique Ortega) fue herido y apresado; Raúl Zamora, quien salió para alertar a Inti, días después se suicidó, sintiéndose culpable por haber abandonado a sus compañeros en circunstancias de vida o muerte.
Inti tuvo que pernoctar en domicilios de amigos, que sólo le ofrecían un precario asilo. Poco después, retornó a La Paz, sabiendo que la vigilancia policial era continua; otra vez, el cerco enemigo se estrechaba a su alrededor.
En los primeros días de septiembre, entregó un nuevo manifiesto que fue leído por radio y publicado en periódicos. El documento recordaba: "Cuando en julio de 1968 lancé un manifiesto, explicando al pueblo los alcances de nuestra lucha y las causas de sus victorias y derrotas, muchos creyeron que ésta era una honrosa retirada. Una vez más se equivocaron. Abandonar la lucha es una cobardía que la historia castigará implacablemente y los hombres formados por el Che no claudican ni se rinden".
El 9 de septiembre de 1969, cuando tenía 31 años de edad, Inti daba su último combate en una vieja casona de la calle Santa Cruz en la ciudad de La Paz.
¿Quién lo delató?, ¿por qué no se tomaron mayores medidas de seguridad?, son preguntas que se han hecho más de una vez. Aún siendo tan importantes, esas circunstancias, ceden ante el hecho fundamental: la muerte de Inti en la plenitud de su juventud.
Ya entonces era reconocido como líder de la revolución en Bolivia. Cierto que la imagen del Che, fulguraba tras suyo, pero es innegable que sus méritos propios lo hacían acreedor a ese puesto y a esa misión.
Los periódicos registraron, en primera plana, las incidencias que culminaron con su muerte. Algunos vecinos, según la crónica, dijeron haber visto que sacaban a un hombre herido. Un año después, Enrique Ortega me hizo un relato que confirma esa versión.
Estábamos en Cuba, a donde había llegado como uno de los diez presos políticos canjeados por los dos técnicos alemanes de la empresa South American Placers, tomados como rehenes al iniciarse las acciones de Teoponte, en julio de 1970. Enrique, que estaba preso en Achocalla (La Paz), -prisión a la que fue trasladado después de su detención en Cochabamba-, aquel 9 de septiembre fue despertado muy temprano por el inusitado trajín de vehículos que llegaban hasta el lugar; el trajín duró entre 7 y 11 de la mañana. Entonces abrieron la puerta de su celda y, luego de esposarlo y vendarlo, lo condujeron hacia otro recinto situado a unos quinientos metros, donde lo introdujeron en una habitación. Cuando le quitaron la venda, se encontró frente al cuerpo exánime de Inti; los agentes le ordenaron identificarlo, lo que le permitió acercarse y tocarlo. Al hacerlo, sintió que aún estaba tibio; era evidente que su muerte se había producido hacía menos de una hora.
Esa misma tarde, en dependencias de la policía, que entonces se ubicaba en el piso inferior de la casa prefectural, fue exhibido su cadáver, en cuyo rostro quedaban los residuos de yeso de la mascarilla que le hicieron. Había una enfermiza manía de los gorilas para acumular las más extrañas evidencias de sus éxitos represivos.
Eran los últimos días de gobierno del presidente Luis Adolfo Siles Salinas; el 26 de ese mismo mes, sería despojado de su investidura por el golpe que encabezó el general Alfredo Ovando Candia.
El entonces senador Guillermo Tineo Leigue, el primo con quien nos habíamos criado como hermanos, el hermano que nos había dado nuestras primeras nociones de marxismo, reclamó los restos de Inti. Le hicieron la entrega, sólo después de haberse comprometido a enterrarlo en un lugar alejado. En un avión militar debió llevarlos hasta San Joaquín. Lo acompañaba nuestro hermano mayor Oscar, quien quiso estar presente, pese al trato humillante al que lo sometieron. Su cuerpo fue enterrado en una propiedad rural y se encuentra todavía allí, treinta años después de su muerte.

Mamá recibió la dolorosa noticia, cuando se encontraba en Italia.
En aquella entrevista con Inti, a principios de ese año, él la instó a viajar a Cuba, convenciéndola de que, allí, le ayudarían a encontrar a Chato, el hijo menor que no daba señales de vida desde más de un año antes. No podía decirle que estaba preparándose para incorporarse a la guerrilla, pero sabía que allí estaría con él.
Después de permanecer en Cuba hasta julio, mamá iba a volver a Chile. Por entonces, los viajes directos eran poco menos que imposibles; debía hacerse un gran desvío por Europa. En Italia, el consulado chileno se negó a otorgarle visa de ingreso. Hubo que hacer gestiones directas ante la Cancillería en Santiago, pero los trámites duraron hasta mediados de septiembre.
Se hallaba en la residencia del embajador cubano, cuando una mañana recibió de sus manos un telegrama. El comandante Fidel Castro le presentaba sus condolencias. En Cuba se izaron banderas a media asta y se declaró duelo nacional.

El legado que Inti y Coco dejaron, se confunde con el que recibimos del Che. Legado de valor y entereza, de consecuencia y honestidad. Entregaron de si, todo lo que podían ofrecer, incluso su vida. Esa conducta, era el producto de su crianza, de un carácter que fueron forjando desde esos tiempos de Trinidad, aquella polvorienta y querida ciudad que los vio crecer, aquellos inmensos ríos y la compacta selva en la que hicieron sus primeras armas de convicción y decisión. Era la consecuencia natural de sus años de sueños adolescentes, cuando se formaron queriendo construir un partido distinto, un partido para la revolución.
Unidos en la vida, estuvieron también unidos cuando la ofrendaron por un ideal de todos, por una utopía que sigue teniendo plena validez, treinta años después: el socialismo.

                                                                                                              por   Antonio Peredo Leigue

informó el Museo “ ERNESTO CHE GUEVARA ” de Caballito, CABA
calle Rojas 129, esq. Yerbal, Buenos Aires  (AAC 1405) Argentina
Visitar lunes a viernes de 10 a 19 hs. (corrido) – entrada libre y gratuita
Escuela de Solidaridad con Cuba “ CHAUBLOQUEO ”
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Coordinador Mesa Vecinal Participativa en Seguridad de Caballito
Tel.  4 903 3285   Irene Rosa Perpiñal  -  Eladio González (Toto)  
Blog accidentes  -  http://nomuertesevitables.blogspot.com  protege a hijos y nietos
Lea libro Cuba Existe, es Socialista y No está en Coma del Arq. Rodolfo Livingston en http://estudiolivingston.com.ar/libros/cubaexiste.php  y emocionate.