miércoles, 20 de julio de 2016

Fidel Castro habla a los intelectuales cubanos junio 1961 en la Biblioteca Nacional Chaubloqueo Museo Che Guevara

Palabras a los intelectuales / Fidel Castro Ruz

La cultura es, ante todo, una forma de vida / Carlos Rafael Rodríguez

Intervención realizada en el acto por el 30 aniversario de Palabras a los Intelectuales, el 29 de junio de 1991 / Armando Hart Dávalos

Intervención realizada en el acto por el 30 aniversario de Palabras a los Intelectuales, el 29 de junio de 1991 / Graziella Pogolotti

Cuarenta años después / Roberto Fernández Retamar

Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación / Lisandro Otero

 

 

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO Y SECRETARIO DEL PURSC, COMO CONCLUSION DE LAS REUNIONES CON LOS INTELECTUALES CUBANOS, EFECTUADAS EN LA BIBLIOTECA NACIONAL EL 16, 23 y 30 DE JUNIO DE 1961.

 (DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)

Compañeras y compañeros:  

Después de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este problema, en que se han planteado muchas cosas de interés, que muchas de ellas han sido discutidas aunque otras hayan quedado sin respuesta   —aunque materialmente era imposible abordar todas y cada una de las cosas que se han planteado—, nos ha tocado a nosotros, a la vez, nuestro turno; no como la persona más autorizada para hablar sobre esta materia, pero sí, tratándose de una reunión entre ustedes y nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí también algunos puntos de vista.

Teníamos mucho interés en estas discusiones.  Creo que lo hemos demostrado con eso que llaman "una gran paciencia" (RISAS).  Y en realidad no ha sido necesario ningún esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión instructiva y, sinceramente, ha sido también amena.

Desde luego que en este tipo de discusión en la cual nosotros formamos parte también, los hombres del gobierno —o por lo menos particularmente en este caso, en el mío— no estamos en las mejores ventajas para discutir sobre las cuestiones en que ustedes se han especializado.  Nosotros, por el hecho de ser hombres de gobierno y ser agentes de esta Revolución, no quiere decir que estemos obligados ...Quizás estamos obligados, pero en realidad no quiere decir que tengamos que ser peritos sobre todas las materias.  Es posible que si hubiésemos llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna reunión del Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales nosotros estamos más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.

Nosotros hemos sido agentes de esta Revolución, de la revolución económico-social que está teniendo lugar en Cuba.  A su vez, esa revolución económico-social tiene que producir inevitablemente también una revolución cultural en nuestro país.

Por nuestra parte, hemos tratado de hacer algo.  Quizás en los primeros instantes de la Revolución había otros problemas más urgentes que atender.  Podríamos hacernos también una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado la discusión de una cuestión tan importante como esta.

No quiere decir que la habíamos olvidado del todo:  esta discusión  —que quizás el incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerarla— ya estaba en la mente del gobierno.  Desde hacía meses teníamos el propósito de convocar a una reunión como esta para analizar el problema cultural.  Los acontecimientos que han ido sucediendo —y sobre todo los últimos acontecimientos— fueron la causa de que no se hubiese efectuado con anterioridad.  Sin embargo, el gobierno revolucionario había ido tomando algunas medidas que expresaban nuestra preocupación por este problema.

Algo se ha hecho, y varios compañeros en el gobierno en más de una ocasión han insistido en la cuestión.  Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el ambiente cultural:  las condiciones de los artistas han variado.

Yo creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas.  Creo que aquí ha habido una preocupación que se va más allá de cualquier justificación real sobre este problema. Casi no se ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con relación al ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores.

Comparándolo con el pasado, es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se pueden sentir como en el pasado, y que las condiciones del pasado eran verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores.

Si la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones, ¿por qué recelar de que la Revolución que nos trajo esas nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones?  ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya precisamente a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?

Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo.  Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente.  Esto es una obligación tanto de ustedes como de nosotros.

No es un problema sencillo, puesto que es un problema que se ha planteado muchas veces y se ha planteado en todas las revoluciones.  Es una madeja —pudiéramos decir— bastante enredada, y no es fácil de desenredar esa madeja.  Es un problema que tampoco nosotros vamos fácilmente a resolver.

Los distintos compañeros han expresado aquí un sinnúmero de puntos de vista, y los han expresado cada uno de ellos con sus argumentos.

El primer día habla un poco de temor a entrar en el tema, y por eso fue necesario que nosotros les pidiésemos a los compañeros que abordaran el tema, que aquí cada cual explicara sus temores, que aquí cada cual dijera lo que le inquietaba. 

En el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística.  También cuando han visitado a nuestro país distintos escritores, sobre todo no solo escritores literarios, sino escritores políticos, nos, han abordado esta cuestión más de una vez.  Es indiscutible que ha sido un tema discutido en todos los países donde han tenido lugar revoluciones profundas como la nuestra. 

Casualmente, un rato antes de regresar a este salón, un compañero nos traía un folleto donde en la portada o al final aparece un pequeño diálogo sostenido con nosotros por Sartre y que el compañero Lisandro Otero recogió con el título de "Conversaciones en la Laguna", en Revolución, martes 8 de marzo de 1960. Una cuestión similar nos planteó en otra ocasión Wright Mills, el escritor norteamericano.

Debo confesar que en cierto sentido estas cuestiones nos agarraron a nosotros un poco desprevenidos.  Nosotros no tuvimos nuestra "Conferencia de Yenán" con los artistas y escritores cubanos durante la Revolución.  En realidad esta es una revolución que se gestó y llegó al poder en un tiempo —puede decirse— récord.  Al revés de otras revoluciones, no tenía todos los problemas resueltos.  Y una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente.

Y nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado bastante.  Por eso no puede decirse que esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han tenido los dirigentes de otras revoluciones.

Nosotros creemos que hemos contribuido en la medida de nuestras fuerzas a los acontecimientos actuales de nuestro país.  Nosotros creemos que con el esfuerzo de todos estamos llevando adelante una verdadera revolución, y que esa revolución se desarrolla y parece llamada a convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este siglo.  Sin embargo, a pesar de esa realidad, nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones.

Si los hombres se juzgan por sus obras, tal vez nosotros tendríamos derecho a considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa, y sin embargo no pensamos así.  Y creo que todos debiéramos tener una actitud similar.  Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan parecer, debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados.  Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos.  Porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia adelante.  Y creo que si todos nos situamos en ese punto —ustedes y nosotros—, entonces, ante esa realidad, desaparecerán actitudes personales y desaparecerá esa cierta dosis de personalismo que ponemos en el análisis de estos problemas.

En realidad, ¿qué sabemos nosotros?  En realidad nosotros todos estamos aprendiendo.  En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.

Y nosotros no hemos venido aquí, por ejemplo, a enseñar. Nosotros hemos venido también a aprender.

Había ciertos miedos en el ambiente, y algunos compañeros han expresado esos temores.  En realidad a veces teníamos la impresión de que estábamos soñando un poco, teníamos la impresión de que nosotros no hemos acabado de poner bien los pies sobre la tierra.  Porque si alguna preocupación a nosotros nos embarga ahora, si algún temor, es con respecto a la Revolución misma.  La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma.  ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias?  ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene enemigos?  ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?

¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la Revolución misma?  ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?  

No se trata de que nosotros vayamos a invocar ese peligro como un simple argumento.  Nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución, es qué peligros puedan amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución. 

Nosotros creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación debe ser qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa.  Porque lo primero es eso:  lo primero es la Revolución misma.  Y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones.

Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que el estado de ánimo nuestro —tal como es al menos el nuestro— es preocuparnos fundamentalmente primero por la Revolución.

El problema que aquí se ha estado discutiendo —y que lo vamos a abordar— es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse.  El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas.

Se habló aquí de la libertad formal.  Todo el mundo estuvo de acuerdo en el problema de la libertad formal.  Es decir, todo el mundo estuvo de acuerdo —y creo que nadie duda— acerca del problema de la libertad formal. 

La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la cuestión, cuando se trata de la libertad de contenido.  Es ahí el punto más sutil, porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones.  Es el punto más polémico de esta cuestión:  si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística.

Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista.  Quizás el temor a eso que llamaban prohibiciones, regulaciones,   limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión.

Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.

¿Dónde puede estar la razón de ser de esa preocupación?  Puede verdaderamente preocuparse por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias.  Puede preocuparse por ese problema quien tenga desconfianza acerca de su propio arte, quien tenga desconfianza acerca de su verdadera capacidad para crear.

Y cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución puede plantearse este problema.  Es decir, que el campo de la duda no queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios; el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios (APLAUSOS). 

Y es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como revolucionario se plantee ese problema, es decir, que un escritor y artista honesto, honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la justicia de la Revolución, se plantee este problema.  Porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones, el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador, es decir:  pone la Revolución por encima de todo lo demás.  Y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución (APLAUSOS).

Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los hombres o todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario.  Revolucionario es también una actitud ante la vida, revolucionario es también una actitud ante la realidad existente.  Y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad; y hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla:  por eso son revolucionarios.

Pero puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, solo que su espíritu no es un espíritu revolucionario, solo que su actitud ante la realidad no es una actitud revolucionaria.  Y puede haber, por supuesto, artistas —y buenos artistas— que no tengan ante la vida una actitud revolucionaria.

Y es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que incluso puede afectar su ánimo profundamente.  Es precisamente para ese grupo de artistas y de intelectuales que la Revolución puede constituir un problema que se le plantea.

Para un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto, no sería nunca un problema.  Ese sabe lo que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe hacia donde tiene que marcharse.  El problema lo constituye verdaderamente para el artista o el intelectual que no tiene una actitud revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una persona honesta. 

Claro está que quien tiene esa actitud ante la vida, sea o no sea revolucionario, sea o no sea artista, tiene sus fines, tiene sus objetivos.  Y todos nosotros podemos preguntarnos sobre esos fines y esos objetivos.  Esos fines y esos, objetivos se dirigen hacia el cambio de esa realidad, esos fines y esos objetivos se dirigen hacia la redención del hombre; es precisamente el hombre, el semejante, la redención de su semejante, lo que constituye el objetivo de los revolucionarios.

Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos:  el pueblo.  Y siempre diremos:  el pueblo.  El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel.  Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo.  El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese:  para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.

Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una actitud revolucionaria.  Al menos ese es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello de cada acción.

Comprendemos que debe ser una tragedia para alguien que comprenda esto y, sin embargo, se tenga que reconocer incapaz de luchar por eso.  Nosotros somos o creemos ser hombres revolucionarios; quien sea más artista que revolucionario no puede pensar exactamente igual que nosotros.  Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto, porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras luchas.

El pueblo es la meta principal.  En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos.  Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.

Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos referencia.  Y de la misma manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.

Aquí se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma.  Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos peculiares.  Y entre esos casos peculiares hay un sinnúmero de casos que no son tan fáciles de analizar.

Pero aquí habló un escritor católico, planteó lo que a él le preocupaba, y lo dijo con toda claridad.  El preguntó si él podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado, o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista suyos; él con toda franqueza señaló si dentro de un régimen revolucionario él podía expresarse dentro de esos sentimientos, de acuerdo con esos sentimientos.  Planteó el problema de una forma que puede considerarse simbólica; a él lo que le preocupaba era saber si él podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o de acuerdo con esa ideología, que no era precisamente la ideología de la Revolución; que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta a la filosofía de la Revolución.

Y ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con esos sentimientos.

Ese es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema.  Y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores.  Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios.  Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población:  los revolucionarios son la vanguardia del pueblo.  Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo.  La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella.  La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios.

Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores.  La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse.  Es decir, dentro de la Revolución.

Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.  Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir.  Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie     —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.  Creo que esto es bien claro.

¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios?  Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho (APLAUSOS).

Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores.  Esto es un principio general para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución.   Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho:  el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer.  ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho "iPatria o Muerte!", es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho "¡Venceremos!"?  Es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico, cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo.  Y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan.

Cuando hablábamos de los casos extremos, nosotros lo hacíamos sencillamente para expresar con más claridad nuestras ideas.  Ya dije que entre esos casos extremos hay una gran variedad de actitudes mentales y hay también una gran variedad de preocupaciones.  No significa necesariamente que albergar alguna preocupación signifique no ser revolucionario.  Nosotros hemos tratado de definir las actitudes esenciales.

La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo.  Y al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en el orden espiritual, queremos para el pueblo una vida mejor en el orden cultural.  Y lo mismo que la Revolución se preocupa del desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos desarrollar también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades culturales. 

¿Que el pueblo tiene un nivel bajo de cultura?  ¿Que un porcentaje alto del pueblo no sabe leer ni escribir?  También un porcentaje alto del pueblo pasa hambre, o al menos vive o vivía en condiciones duras, vivía en condiciones de miseria; una parte del pueblo carece de un gran número de bienes materiales que son para ellos indispensables, y nosotros tratamos de propiciar las condiciones para que todos esos bienes materiales lleguen al pueblo.  De la misma manera debemos propiciar las condiciones para que todos esos bienes culturales lleguen al pueblo.

No quiere decir eso que el artista tenga que sacrificar el valor de sus creaciones y que necesariamente tenga que sacrificar esa calidad.  ¡No quiere decir eso!  Quiere decir que tenemos que luchar en todos los sentidos para que el creador produzca para el pueblo y el pueblo a su vez eleve su nivel cultural que le permita acercarse también a los creadores.

No se puede señalar una regla de carácter general:  todas las manifestaciones artísticas no son exactamente de la misma naturaleza; y a veces hemos planteado aquí las cosas como si todas las manifestaciones artísticas fuesen exactamente de la misma naturaleza.  Hay expresiones del espíritu creador que por su propia naturaleza pueden ser mucho más asequibles al pueblo que otras manifestaciones del espíritu creador.  Por eso no se puede señalar una regla general, ¿porque en qué expresión artística es que el artista tiene que ir al pueblo y en cuál el pueblo tiene que ir al artista?  ¿Se puede hacer una afirmación de carácter general en ese sentido?  ¡No!  Sería una regla demasiado simple.

Hay que esforzarse en todas las manifestaciones por llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo pueda comprender cada vez más y mejor.  Creo que ese principio no contradiga las aspiraciones de ningún artista, mucho menos si se tiene en cuenta que los hombres crean para sus contemporáneos.  No se diga que hay artistas pensando en la posteridad porque, desde luego sin el propósito de considerar nuestro juicio infalible ni mucho menos, creo que quien así piense se está autosugestionando (APLAUSOS). 

Y eso no quiere decir que quien trabaje para sus contemporáneos tenga que renunciar a la posteridad de su obra, porque precisamente creando para sus contemporáneos, independientemente incluso de que sus contemporáneos lo hayan comprendido o no, es que las obras han adquirido un valor histórico y un valor universal.

Nosotros no estamos haciendo una Revolución para las generaciones venideras; nosotros estamos haciendo una Revolución con esta generación y por esta generación, independientemente de que los beneficios de esta obra beneficien a las generaciones venideras y se convierta en un acontecimiento histórico.  Nosotros no estamos haciendo una revolución para la posteridad; esta Revolución pasará a la posteridad porque es una revolución para ahora y para los hombres y las mujeres de ahora (APLAUSOS).

¿Quién nos seguiría a nosotros si estuviésemos haciendo una revolución para las generaciones venideras?  Trabajamos y creamos para nuestros contemporáneos, sin que esto le quite a ninguna creación artística el mérito de aspirar a la eternidad.

Esas son verdades que todos debemos analizar con honradez, y creo que hay que partir de ciertas verdades fundamentales para no sacar conclusiones erróneas.  Y no vemos nosotros que haya motivos de preocupaciones para ningún artista o escritor honrado.

Nosotros no somos enemigos de la libertad.  Nadie aquí es enemigo de la libertad.  ¿A quién tememos?  ¿Qué autoridad es la que tememos que vaya a asfixiar nuestro espíritu creador?  ¿Qué compañeros del Consejo Nacional de Cultura?

De la impresión que nosotros personalmente tenemos de las conversaciones con los compañeros del Consejo Nacional de Cultura, hemos observado puntos de vista y sentimientos que son muy ajenos a las preocupaciones que aquí se plantearon acerca de limitaciones, dogales, y cosas por el estilo, al espíritu creador.  Nuestra conclusión es que los compañeros del Consejo Nacional están tan preocupados como todos ustedes de que se logren las mejores condiciones para que ese espíritu creador de los artistas y de los intelectuales se desarrolle.

¿Sentimos el temor de la existencia de un organismo nacional, que es un deber de la Revolución y del Gobierno Revolucionario contar con un órgano altamente calificado que estimule, fomente, desarrolle y oriente, sí, oriente ese espíritu creador?  ¡Lo consideramos un deber!  ¿Y eso acaso puede constituir un atentado al derecho de los escritores y de los artistas?  Eso puede constituir una amenaza al derecho de los escritores y de los artistas por el temor de que se cometa una arbitrariedad o un exceso de autoridad?  De la misma manera podemos albergar el temor que al pasar por un semáforo el policía nos agreda, de la misma manera podemos albergar el temor a que el juez nos condene, de la misma manera podemos albergar el temor de que la fuerza existente en el poder revolucionario cometa un acto de violencia contra nosotros; es decir que tendríamos entonces que preocuparnos de todas esas cosas.  Y, sin embargo, la actitud del ciudadano no es lo de creer que el miliciano va a disparar contra él, de que el juez lo va a sancionar o de que el poder va a ejercer la violencia contra su persona.

La existencia de una autoridad en el orden cultural no significa que haya una razón para preocuparse del abuso de esa autoridad,  porque, ¿quién es el que quiere o el que desea que esa autoridad cultural no exista?  Por el mismo camino podría aspirar a que no existiera la milicia, que no existiera la policía, que no existiera el poder del Estado y que incluso no existiera el Estado.  Y si a alguien le preocupa tanto que no exista la menor autoridad estatal, entonces que no se preocupe, que tenga paciencia, que ya llegará el día en que el Estado tampoco exista (APLAUSOS).

Tiene que existir un consejo que oriente, que estimule, que desarrolle, que trabaje para crear las mejores condiciones para el trabajo de los artistas y de los intelectuales, ¿y quién es el primer defensor de los intereses de los artistas y de los intelectuales si no ese mismo consejo?  ¿Quién es el que propone leyes y sugiere medidas de todo orden para elevar esas condiciones si no el Consejo Nacional de Cultura?  ¿Quién propone una ley de imprenta nacional para subsanar esas deficiencias que se han señalado aquí?  ¿Quién propone la creación del lnstituto de Etnología y Folklore si no precisamente el Consejo Nacional?  ¿Quién aboga porque se disponga de los presupuestos y de las divisas necesarias para traer libros, que hace muchos meses que no entran en el país, para adquirir material para que los pintores y los artistas plásticos puedan trabajar?  ¿Quién se preocupa de los problemas económicos, es decir, de las condiciones materiales de los artistas?  ¿Qué organismo es el que se preocupa por toda una serie de necesidades actuales de los escritores y de los artistas?  ¿Quién defiende en el seno del gobierno los presupuestos, las edificaciones y los proyectos, precisamente para elevar el nivel de las condiciones y de las circunstancias en que ustedes vayan a trabajar?  Es precisamente el Consejo Nacional de Cultura.

¿Por qué mirar a ese consejo con reserva?  ¿Por qué mirar a esa autoridad como una supuesta autoridad que va precisamente a hacer lo contrario a limitar nuestras condiciones, a asfixiar nuestro espíritu creador?  Se concibe que se preocuparan de esa autoridad aquellos que no tuvieran problemas de ninguna clase, pero en realidad quienes puedan apreciar la necesidad de toda la gestión y de todo el trabajo que tiene que hacer ese consejo no lo mirarían jamás con reserva, y además porque el consejo tiene también una obligación con el pueblo y tiene una obligación con la Revolución y con el Gobierno Revolucionario, que es cumplir los objetivos para los cuales fue creado, y tiene tanto interés en el éxito de su trabajo como cada artista tiene interés también en el éxito del suyo.

No sé si se me quedarán algunos de los problemas fundamentales que aquí se señalaron.  Se discutió mucho el problema de la película.  Yo no he visto la película:  tengo deseos de ver la película (RISAS), tengo curiosidad por ver la película.  ¿Que fue maltratada la película?  En realidad creo que ninguna película ha recibido tantos honores y que ninguna película se ha discutido tanto (RISAS).

Aunque nosotros no hemos visto esa película nos hemos remitido al criterio de una serie de compañeros que han visto la película, entre ellos el criterio del compañero Presidente, el criterio de distintos compañeros del Consejo Nacional de Cultura.  De más está decir que es un criterio y es una opinión que merece para nosotros todo el respeto, pero hay algo que creo que no se puede discutir, y es el derecho establecido por la ley a ejercer la función que en este caso desempeñó el Instituto del Cine o la comisión revisora.  ¿Se discute acaso ese derecho del gobierno?  ¿Tiene o no tiene derecho el gobierno a ejercer esa función?  Para nosotros en este caso la función fundamental es, primero, si existía o no existía ese derecho por parte del gobierno.  Se podrá discutir la cuestión del procedimiento, cómo se hizo, si no fue amigable, si pudo haber sido mejor un procedimiento de tipo amistoso; se puede hasta discutir si fue justa o no justa la decisión; pero hay algo que no creo que discuta nadie, y es el derecho del gobierno a ejercer esa función.  Porque si impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo.  Y creo que ese es un derecho que no se discute.

Hay además algo que todos comprendemos perfectamente:  que entre las manifestaciones de tipo intelectual o artístico hay algunas que tienen una importancia en cuanto a la educación del pueblo o a la formación ideológica del pueblo, superior a otros tipos de manifestaciones artísticas, y no creo que nadie ose discutir que uno de esos medios fundamentales e importantísimos es el cine, como lo es la televisión.

¿Y en realidad pudiera discutirse en medio de la Revolución el derecho que tiene el gobierno a regular, revisar y fiscalizar las películas que se exhiban al pueblo?  ¿Es acaso eso lo que se está discutiendo?  ¿Y se puede considerar eso una limitación o una fórmula prohibitiva, el derecho del Gobierno Revolucionario a fiscalizar esos medios de divulgación que tanta influencia tienen en el pueblo?  Si nosotros impugnamos ese derecho del Gobierno Revolucionario estaríamos incurriendo en un problema de principios, porque negar esa facultad al Gobierno Revolucionario sería negarle al gobierno su función y su responsabilidad, sobre todo en medio de una lucha revolucionaria, de dirigir al pueblo y de dirigir a la Revolución.

Y a veces ha parecido que se impugnaba ese derecho del gobierno. Y en realidad si se impugna ese derecho del gobierno nosotros opinamos que el gobierno tiene ese derecho.  Y si tiene ese derecho puede hacer uso de ese derecho; lo puede hacer equivocadamente.  Eso no quiere decir que sea infalible el gobierno.  El gobierno actuando en ejercicio de un derecho o de una función que le corresponda no tiene que ser necesariamente infalible.

Pero, ¿quién es el que tiene tantas reservas con respecto al gobierno?  ¿Quién es el que tiene tantas dudas?  ¿Quién es el que tiene tanta sospecha con respecto al Gobierno Revolucionario y quién es el que desconfía tanto del Gobierno Revolucionario, que aun cuando pensara que estaba equivocada una decisión suya piense que constituye un peligro y constituye un verdadero motivo de terror el pensar que el gobierno pueda siempre equivocarse?  No estoy afirmando, ni mucho menos, que el gobierno se haya equivocado en esa decisión, lo que estoy afirmando es que el gobierno actuaba en uso de un derecho; trato de situarme en el lugar de los que trabajaron en esa película, trato de situarme en el ánimo de los que hicieron la película, y trato de comprender incluso su pena, su disgusto, su dolor de que la película no se hubiese exhibido.

Cualquiera puede comprender eso perfectamente.  Pero hay que comprender que se actuó en uso de un derecho, y que fue criterio que contó con el respaldo de compañeros competentes y compañeros responsables del gobierno, y que en realidad no hay derecho fundado para desconfiar del espíritu de justicia y de equidad de los hombres del Gobierno Revolucionario, porque el Gobierno Revolucionario no ha dado razones para que alguien pueda poner en duda su espíritu de justicia y de equidad.

No podemos pensar que seamos perfectos.  Incluso no podemos pensar que seamos ajenos a pasiones.  ¿Pudieran algunos señalar que determinados compañeros del gobierno sean apasionados o no sean ajenos a pasiones, y los que tal cosa crean pueden verdaderamente asegurar que ellos tampoco sean ajenos a pasiones?  ¿Y se les puede impugnar actitudes de tipo personal a algunos compañeros sin aceptar siquiera que esas opiniones puedan estar teñidas también por actitudes de tipo personal?  Aquí podríamos decir aquello de que quien se sienta perfecto o se sienta ajeno a las pasiones, que tire la primera piedra.

Creo que ha habido personalismo y pasión en la discusión.  ¿En estas discusiones no ha habido personalismo y no ha habido pasión?  Es que todos absolutamente aquí vinieron despojados de pasiones y de personalismos?  ¿Es que todos absolutamente hemos venido despojados también de espíritu de grupo?  ¿Es que no ha habido corrientes y tendencias dentro de esta discusión?  Eso no se puede negar.  Si un niño de seis años hubiese estado sentado aquí, se habría dado cuenta también de las distintas corrientes y de los distintos puntos de vista y de las distintas pasiones que se estaban debatiendo.

Los compañeros han dicho muchas cosas, han dicho cosas interesantes; algunos han dicho cosas brillantes.  Todos han sido muy eruditos (RISAS).  Pero por encima de todo ha habido una realidad:  la realidad misma de la discusión y la libertad con que todos han podido expresarse y defender sus puntos de vista;la libertad con que todos han podido hablar y exponer aquí sus criterios en el seno de una reunión amplia —y que ha sido más amplia cada día—, de una reunión que nosotros entendemos que es una reunión positiva, de una reunión donde podemos disipar toda una serie de dudas y de preocupaciones.

Y que ha habido querellas, ¿quién lo duda?  (RISAS.) Y que ha habido guerras y guerritas aquí en el seno de los escritores y artistas, ¿quién lo duda?  (RISAS.) Y que ha habido críticas y supercríticas ¿quién lo duda?  y que algunos compañeros han ensayado sus armas y han probado sus armas a costa de otros compañeros, ¿quién lo duda?

Aquí han hablado los "heridos" y han expresado su queja sentida contra lo que han estimado ataques injustos.  Afortunadamente no han pasado los cadáveres, sino los heridos (RISAS); compañeros incluso convalecientes todavía de las heridas recibidas (RISAS).  Y algunos de ellos presentaban como una evidente injusticia el que se les haya atacado con cañones de grueso calibre sin poder siquiera ripostar el fuego.

Que ha habido críticas duras, ¿quién lo duda?  y en cierto sentido aquí se planteó ese problema.  Y esos problemas nosotros no podemos pretender dilucidarlos con dos palabras.  Pero creo  que de las cosas que se plantearon aquí, una de las más correctas es que el espíritu de la crítica debía ser constructivo, debía ser positivo, y no destructor.  Eso, hasta los que no entendemos nada absolutamente de crítica, lo vemos claro.  Por algo la palabra crítica ha venido a ser sinónimo de ataque, cuando realmente no quiere decir eso, no tiene que querer decir eso.  Pero cuando a alguien le dicen:  “Fulano te criticó”, enseguida se pone bravo antes de preguntar qué dijo (Risas).  Es decir, que lo destruyó.  Es decir, que debe haber un principio en la crítica:  que sea constructiva.

Si  en realidad a cualquiera de nosotros que hemos estado un poco ajenos a estos problemas o a estas luchas, a estos ensayos y pruebas de armas, nos explican el caso de algunos compañeros que casi han estado al borde de una depresión insalvable, es posible que simpaticemos con las víctimas; porque tenemos esa tendencia a simpatizar con las víctimas.

Nosotros aquí, sinceramente, no hemos querido sino contribuir a la comprensión y a la unión de todos.  Y hemos tratado de evitar palabras que sirvan para herir a nadie ni para desalentar a nadie.  Pero es incuestionable un hecho:  que pueden darse casos de esas luchas o controversias, en que no exista igualdad de condiciones para todos.

Eso por parte de la Revolución no puede ser justo.  La Revolución no les puede dar armas a unos contra otros, la Revolución no les debe dar armas a unos contra otros.  Nosotros creemos que los escritores y artistas deben tener todos oportunidad de manifestarse; nosotros creemos que los escritores y artistas, a través de su asociación, deben tener un magazine cultural amplio, al que todos tengan acceso.

¿No les parece que eso sería una cosa justa?

La Revolución puede poner esos recursos, no en manos de un grupo:  la Revolución puede y debe poner esos recursos de manera que puedan ser ampliamente utilizados por todos los escritores y artistas.

Ustedes van a constituir pronto la Asociación de Artistas, van a concurrir a un congreso.  No sé si se discutirán o no las cuestiones que planteaba el compañero Walterio sobre Arango y Parreño y sobre Saco (RISAS); pero sabemos que se van a reunir.   y una de las cosas que nosotros proponemos es que la Asociación de Artistas, adonde deben acudir todos con espíritu verdaderamente constructivo...  Porque si alguien piensa que se le quiere eliminar, porque si alguien piensa que se le quiere ahogar, nosotros podemos asegurarle que está absolutamente equivocado.  Por eso debe celebrarse ese congreso con espíritu verdaderamente constructivo, y puede celebrarse.  Y creemos que ustedes son capaces de celebrar en ese espíritu ese congreso. Que se organice una fuerte asociación de artistas y de escritores —y ya era hora—, y que ustedes organizadamente contribuyan con todo su entusiasmo a las tareas que les corresponden en la Revolución.  Y que sea un organismo amplio, de todos los artistas y escritores.

Creemos que esa sería una fórmula para que cuando nos volvamos a reunir —y creemos que debemos volvernos a reunir (APLAUSOS)...  Por lo menos nosotros no debemos privarnos voluntariamente del placer y de la utilidad de estas reuniones, que para nosotros han constituido también un motivo de atención sobre todos estos problemas.  Tenemos que volvernos a reunir.  ¿Qué significa eso?  Pues que tenemos que seguir discutiendo estos problemas.  Es decir, que va a haber algo que debe ser motivo de tranquilidad para todos, y es conocer el interés que tiene el gobierno por los problemas y, al mismo tiempo, la oportunidad esta de discutir en una asamblea amplia todas estas cuestiones.

Nos parece que eso debe ser un motivo de satisfacción para los escritores y para los artistas.  Y con eso nosotros también seguiremos tomando información y adquiriendo mejores conocimientos por nuestra parte.

El Consejo Nacional debe tener también otro órgano de divulgación.  Creo que eso va situando las cosas en su lugar.  Y eso no se puede llamar cultura dirigida ni asfixia al espíritu creador artístico.  ¿A quién que tenga los cinco sentidos y además sea artista de verdad le puede preocupar que esto constituya asfixia al espíritu creador?   La Revolución quiere que los artistas pongan el máximo esfuerzo en favor del pueblo, quiere que pongan el máximo de interés y de esfuerzo en la obra revolucionaria.  Y creemos que es una aspiración justa de la Revolución.

¿Quiere decir que le vamos a decir aquí a la gente lo que tiene que escribir?  No.  Que cada cual escriba lo que quiera.  Y si lo que escribe no sirve, allá él; si lo que pinta no sirve, allá él.  Nosotros no le prohibimos a nadie escribir sobre el tema que quiera escribir.  Al contrario:  que cada cual se exprese en la forma que estime pertinente, y que exprese libremente el tema que desea expresar.  Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del prisma y del cristal revolucionario:  ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario, tan respetable como el derecho de cada cual a expresar lo que desee expresar.

Hay una serie de medidas que se están tomando, algunas de las cuales hemos señalado.

Para los que se preocupaban por el problema de la imprenta nacional:  efectivamente, la imprenta nacional, organismo recién creado, que tuvo que surgir en condiciones de trabajo difíciles, porque tuvo que comenzar a trabajar en un periódico que de repente se cerraba —y nosotros estuvimos presentes el día en que ese periódico se convirtió en el primer taller de la imprenta nacional con todos sus obreros y redactores—, y que además ha tenido que publicar una serie de obras de tipo militar, sabemos que tiene deficiencias y que serán subsanadas, a cuyos fines se ha presentado ya una ley al gobierno para crear dentro de la imprenta nacional distintas editoriales, de manera que no haya por qué repetirse las quejas que se han expuesto en esta reunión sobre la imprenta nacional.

Y también se están tomando o se van a tomar los acuerdos pertinentes a los efectos de adquirir libros, de adquirir material para el trabajo; es decir, resolver todos esos problemas que han preocupado a los escritores y a los artistas y en lo cual el Consejo Nacional de Cultura ha insistido mucho, porque ustedes saben que en el Estado hay distintos departamentos y distintas instituciones, y que dentro del Estado cada cual reclama y aspira a poder contar con los recursos necesarios para cumplir sus funciones cabalmente.  

Nosotros queremos señalar algunos aspectos en los cuales se ha avanzado ya, y que deben ser motivo de aliento para todos nosotros, como ha sido el éxito alcanzado, por ejemplo, con la orquesta sinfónica, que ha sido reconstruida, reintegrada totalmente, y que no solamente ha alcanzado niveles elevados en el orden artístico, sino también en el orden revolucionario, porque hay 50 miembros de la orquesta sinfónica que son milicianos.  El ballet de Cuba también se ha reconstruido y acaba de hacer una gira por el extranjero, donde cosecharon la admiración y el reconocimiento de todos los pueblos donde trabajaron.  Está teniendo éxito el conjunto de danza moderna, y ha recibido también elogios valiosísimos en Europa.  La biblioteca nacional, por su parte, también está desarrollando una política en favor de la cultura, en favor de esas cosas que les preocupaban a ustedes de despertar el interés del pueblo por la música, por la pintura; ha constituido un departamento de pintura, con el objeto de dar a conocer las obras al pueblo; un departamento de música, un departamento juvenil, una sección también para niños.  Nosotros un rato antes de pasar a este salón estuvimos visitando el departamento de la biblioteca nacional para niños, vimos el número de niños que ya están asociados, el trabajo que se está desarrollando allí y los adelantos que ha logrado la biblioteca nacional, que además constituyen un motivo para que el gobierno le facilite los recursos que necesite para seguir desarrollando esa labor.  La imprenta nacional es ya una realidad y, con las nuevas formas de organización que se le van a dar es ya también una conquista de la Revolución, que contribuirá extraordinariamente a la preparación del pueblo.

El instituto del cine es también una realidad.  Durante toda esta primera etapa, fundamentalmente, se han hecho las inversiones necesarias para dotarlo de los equipos materiales que necesita para trabajar.  Al menos la Revolución ha establecido las bases de la industria del cine, lo cual constituye un gran esfuerzo si se tiene en cuenta que no se trata de un país industrializado el nuestro, que ha significado sacrificios la adquisición de todos esos equipos.  Que además, si en cuanto al cine no hay más facilidades, no obedece a una política restrictiva del gobierno, sino sencillamente a la escasez de los recursos económicos actuales para crear un movimiento de aficionados que permita el desarrollo de todos los talentos en el cine, y que será puesto en práctica cuando se pueda contar con esos recursos.  La política en el instituto del cine será de discusión y además de emulación entre los distintos equipos de trabajo.

No se puede juzgar todavía en sí la tarea del instituto del cine.  No ha podido todavía disponer de tiempo para realizar una obra que pueda ser juzgada, pero ha trabajado, y nosotros sabemos que una serie de documentales hechos por el instituto del cine han contribuido grandemente a divulgar en el extranjero la obra de la Revolución.

Pero lo que interesa destacar es que las bases para la industria del cine ya están establecidas.  Se ha realizado también una labor de publicidad, conferencias, de extensión cultural a través de los distintos organismos; pero que al fin esto no es nada comparado con lo que puede hacerse y con lo que la Revolución aspira a desarrollar.

Hay todavía una serie de cuestiones que interesan a los escritores y artistas por resolver, hay problemas de orden material; es decir, hay problemas de orden económico.  No son las condiciones de antes.  Hoy no existe aquel pequeño sector privilegiado que adquiría las obras de los artistas, a precios de miseria por cierto, ya que más de un artista terminó en la indigencia y en el olvido.  Quedan por encarar y resolver esos problemas que debe resolverlos el Gobierno Revolucionario y que debe ser preocupación del Consejo Nacional de Cultura, así como también el problema de los artistas que hay que ya no producen y que están completamente desamparados, garantizarle al artista no solo las condiciones materiales adecuadas, sino también la garantía de que no tendrán que preocuparse de cuando ya ellos no puedan trabajar.

En cierto sentido, ya la reorganización que se le dio al instituto de los derechos de autores ha tenido como consecuencia que una serie de autores que estaban siendo miserablemente explotados y cuyos derechos eran burlados, cuenten hoy con ingresos que les han permitido a muchos de ellos salir de la situación de pobreza extrema en que se encontraban.  

Son pasos que ha dado la Revolución, pero que no significan sino algunos pasos que deben preceder a otros pasos para crear las mejores condiciones.

Hay la idea también de organizar algún sitio de descanso y de trabajo para los artistas y los escritores.

En cierta ocasión, cuando nosotros andábamos un poco peregrinando por todo el territorio nacional, se nos había ocurrido la idea de construir un barrio en un lugar muy hermoso de Isla de Pinos, una aldea en medio de los pinares —en ese tiempo estábamos pensando establecer algún tipo de premio para los mejores escritores y artistas progresistas del mundo—, como un premio y sobre todo como un homenaje a esos escritores y artistas; proyecto que no tomó cuerpo pero que puede ser revivido para hacer un reparto o una aldea, un remanso de paz que invite a descansar, que invite a escribir (APLAUSOS).  Y yo creo que bien vale la pena que los artistas, entre ellos los arquitectos, comiencen a dibujar y a concebir el lugar de descanso ideal para un escritor o un artista, y a ver si se ponen de acuerdo en eso (RISAS).

El Gobierno Revolucionario está dispuesto a poner de su parte los recursos en alguna partecita del presupuesto ahora que todo está planificándose.  Y será la planificación una limitación al espíritu creador de nosotros, los revolucionarios?  Porque en cierto sentido no se olviden que nosotros, revolucionarios un poco por la libre, nos vemos ahora ante la realidad de la planificación; y eso también nos plantea a nosotros un problema, porque hasta ahora hemos sido espíritus creadores de iniciativas revolucionarias y de inversiones también revolucionarias que ahora hay que planificar.  Que no vayan a creer que estamos exentos de los problemas, y que, desde nuestro punto de vista, pudiéramos también protestar contra eso.

Es decir que ya se sabrá lo que se va a hacer el año que viene, el otro año, el otro año.  ¿Quién va a discutir que hay que planificar la economía?  Pero que dentro de esa planificación cabe el construir un sitio de descanso para los escritores y artistas, y verdaderamente sería una satisfacción el que la Revolución pudiera contar esa realización entre las obras que está realizando.   Nosotros hemos estado aquí preocupados por la situación actual de los escritores y artistas, un poco nos hemos olvidado de las perspectivas del futuro.  Y nosotros, que no tenemos por qué quejarnos de ustedes, sin embargo también le hemos dedicado algún instante a pensar en los artistas y en los escritores del futuro, y pensamos lo que serán si se vuelven a reunir —como deben volverse a reunir— hombres del gobierno, en el futuro, dentro de cinco, dentro de diez años  —no quiere decir que tengamos que ser nosotros exactamente—, con los escritores y los artistas, cuando haya adquirido la cultura el extraordinario desarrollo que aspiramos alcanzar, con los escritores y los artistas del futuro, cuando salgan los primeros frutos del plan de academias y de escuelas que hay actualmente.

Mucho antes de que se plantearan estas cuestiones ya venía el Gobierno Revolucionario preocupándose por la extensión de la cultura al pueblo.

Nosotros hemos sido siempre muy optimistas.  Creo que sin ser optimista no se puede ser revolucionario, porque las dificultades que una Revolución tiene que vencer son muy serias.  ¡Y hay que ser optimistas!  Un pesimista nunca podría ser revolucionario.

Había distintos organismos del Estado propios de la primera etapa de la Revolución.  La Revolución ha tenido sus etapas.  La Revolución tuvo su etapa en que una serie de iniciativas dimanaban de una serie de organismos; hasta el INRA estaba realizando actividades de extensión cultural.  No dejamos de chocar con el Teatro Nacional incluso, porque ellos estaban haciendo un trabajo y nosotros de repente estábamos haciendo otro por nuestra cuenta.  Ya todo eso va encuadrándose dentro de una organización.

Y así, en nuestros planes, con respecto a los campesinos de las cooperativas y de las granjas, surgió la idea de llevar la cultura al campo, a las granjas y a las cooperativas.  ¿Cómo?  Pues trayendo campesinos para convertirlos en instructores de música, de baile, de teatro.  Los optimistas solamente podemos lanzar iniciativas de ese tipo. 

Pues, ¿cómo despertar en el campesino la afición por el teatro, por ejemplo?  ¿Dónde estaban los instructores?  ¿De dónde los sacábamos para enviar, por ejemplo, a 300 granjas del pueblo y a 600 cooperativas?, cosa que estoy seguro de que todos ustedes estarán de acuerdo en que si se logra es positivo, y sobre todo para empezar a descubrir en el pueblo los talentos y convertir al pueblo también en autor y en creador, porque en definitiva el pueblo es el gran creador.

No debemos olvidarnos de eso, y no debemos olvidarnos tampoco de los miles y miles de talentos que se habrán perdido en nuestros campos y en nuestras ciudades por falta de condiciones y de oportunidades para desarrollarse, que son como aquellos genios ocultos, los genios dormidos que estaban esperando la mano de seda —no quiero yo ser muy erudito aquí—, que vinieran a despertarlos, a formarlos.

En nuestros campos, de eso estamos todos seguros —a menos que nosotros presumamos que somos los más inteligentes que hemos nacido en este país, y empiezo por decir que no presumo de tal cosa.  Muchas veces he puesto como ejemplo el hecho de que en el lugar donde yo nací, entre unos 1 000 niños, fui el único que pudo estudiar una carrera universitaria, mal estudiada, por cierto, no sin librarme de atravesar por una serie de colegios de curas, etcétera, etcétera (RISAS).

Yo no quiero lanzar aquí ningún anatema contra nadie, ni mucho menos.  Sí digo que tengo el mismo derecho que tuvo alguien a decir                 —alguien aquí que vino y dijo lo que quería decir él también, quejarse—:  "Yo tengo derecho a quejarme."

Alguien habló de que fue formado por la sociedad burguesa.  Yo puedo decir que fui formado por algo peor todavía:  que fui formado por lo peor de la reacción, y donde una buena parte de los años de mi vida se perdieron en el oscurantismo, en la superstición y en la mentira, en la época aquella en que no lo enseñaban a uno a pensar, sino que lo obligaban a creer.

Creo que cuando al hombre se le pretende truncar la capacidad de pensar y razonar lo convierten, de un ser humano, en un animal domesticado (APLAUSOS).  No me sublevo contra los sentimientos religiosos del hombre.  Respetamos esos sentimientos, respetamos el derecho del hombre a la libertad de creencia y de culto.  Eso no quiere decir que el mío me lo hayan respetado; yo no tuve ninguna libertad de creencia ni de culto, sino que me impusieron una creencia y un culto y me estuvieron domesticando durante 12 años (RISAS).

Naturalmente que tengo que pensar con un poco de queja en los años que yo pude haber empleado, en esa época en que en los jóvenes existe la mayor dosis de interés y de curiosidad por las cosas, haber empleado todos esos años en el estudio sistemático y que me permitieran adquirir esa cultura que hoy los niños de Cuba van a tener ampliamente la oportunidad de adquirir.

Es decir que, a pesar de todo eso, el único que pudo, entre 1 000, sacar un título universitario, tuvo que pasar por ese molino de piedra donde de milagro no lo trituraron a uno mentalmente para siempre.  Así que el único entre 1 000 tuvo que pasar por todo eso.  ¿Por qué?  Ah, porque era el único entre 1 000 a quien le podían pagar el colegio privado para que estudiara en el campo.

Ahora, ¿por eso yo me voy a creer que yo era el más apto y el más inteligente entre los 1 000?  Yo creo que somos un producto de selección, pero no tan natural como social.  Socialmente fui seleccionado para ir a la universidad, y socialmente estoy aquí hablando ahora, por un proceso de selección social, no natural.

La selección social dejó en la ignorancia quién sabe a cuántas decenas de miles de jóvenes superiores a todos nosotros; esa es una verdad.  Y el que se crea artista tiene que pensar que por ahí se pueden haber quedado sin ser artistas muchos mejores que él —espero que Guillén no se ponga bravo por eso que estoy diciendo— (RISAS).  Si no admitimos eso, estaremos en la luna.  Nosotros somos unos privilegiados en medio de todo, porque no nacimos hijos del carretero.  Y no solamente somos privilegiados por eso.

Pero en fin, lo que iba a decir —y después les puedo decir en qué otra cosa somos privilegiados— es que eso demuestra la cantidad enorme de inteligencias que se han perdido sencillamente por la falta de oportunidad.  Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier orden pueda desarrollarse.

Y piensen lo que significa la Revolución que tal cosa permita y que ya desde ahora mismo, desde el próximo curso, alfabetizado todo el pueblo, con escuelas en todos los lugares de Cuba, con campañas de seguimiento y con la formación de los instructores que permitan conocer y descubrir todas las calidades.  Y esto no es más que para empezar.  Es que todos esos instructores en el campo sabrán qué niño tiene vocación e indicarán a qué niño hay que becar para llevarlo a la Academia Nacional de Arte; pero, al mismo tiempo, van a despertar el gusto artístico y la afición cultural en los adultos.

Y algunos ensayos que se han hecho demuestran la capacidad que tiene el campesino y el hombre del pueblo para asimilar las cuestiones artísticas, asimilar la cultura y ponerse inmediatamente a producir.  Y hay compañeros que han estado en algunas cooperativas, que han logrado ya que los cooperativistas tengan su grupo teatral.  Y, además, ha quedado demostrado recientemente, con las representaciones de distintos lugares de la república y los trabajos artísticos que realizaron los hombres y mujeres del pueblo.  Pues calculen lo que significará cuando tengamos un instructor de teatro, un instructor de música y un instructor de baile en cada cooperativa y en cada granja del pueblo.

En el curso solo de dos años podremos enviar 1 000 instructores     —más de 1 000—, para teatro, para danza y para música.

Se han organizado las escuelas, ya están funcionando, e imagínense cuando haya 1 000 grupos de baile, de música y de teatro en toda la isla, en el campo —no estamos hablando de la ciudad, en la ciudad resulta un poquito más fácil—, lo que eso significará en extensión cultural.

Porque han hablado aquí algunos de que es necesario elevar el nivel del pueblo.  ¿Pero cómo?  El Gobierno Revolucionario se ha preocupado de eso, y el Gobierno Revolucionario está creando esas condiciones para que, dentro de algunos años, la cultura, el nivel de preparación cultural del pueblo se haya elevado extraordinariamente.

Hemos escogido esas tres ramas, pero se pueden seguir escogiendo y se puede seguir trabajando para desarrollar la cultura en todos los aspectos.

Ya esa escuela está funcionando, y los compañeros que trabajan en la escuela están satisfechos del adelanto de ese grupo de futuros instructores.  Pero, además, ya se empezó a construir la Academia Nacional de Arte, aparte de la Academia Nacional de Artes Manuales.  Que, por cierto, Cuba va a poder contar con la más hermosa academia de arte de todo el mundo.  ¿Por qué?  Porque esa academia va situada en el reparto residencial más hermoso del mundo, donde vivía la burguesía más lujosa del mundo.  Y allí, en el mejor reparto de la burguesía más ostentosa y más lujosa y más inculta —dicho sea de paso— (RISAS Y APLAUSOS)...  porque en ninguna de esas casas falta un bar, por lo demás no se preocupaban —salvo excepciones—, de los problemas culturales; vivían de una manera increíblemente fabulosa.  Y vale la pena darse una vuelta por allí para que vean cómo vivía esa gente, ¡pero no sabían qué extraordinaria academia de arte estaban construyendo!  (RISAS.)

 Y eso es lo que quedará de lo que hicieron, porque los alumnos van a vivir en las casas que eran residencias de los millonarios, no vivirán enclaustrados; vivirán como en un hogar, y entonces asistirán a las clases en la academia.  La academia va a estar situada en el medio del Country Club, donde un grupo de arquitectos-artistas han diseñado una obra —¿están por ahí?  Retiro lo dicho— (RISAS), han diseñado las construcciones que se van a realizar; ya empezaron, tienen el compromiso de terminarlo para el mes de diciembre; ya tenemos 300 000 pies de caoba y de maderas preciosas para los muebles.  Está en el medio del campo de golf, en una naturaleza que es un ensueño, y ahí va a estar situada la Academia Nacional de Arte, con 60 residencias a los alrededores, con el círculo social al lado que, a su vez, tiene comedores, salones, piscina y también una zona para visitantes, donde los profesores extranjeros que vengan a ayudarnos podrán albergarse, y con capacidad hasta para 3 000 niños, es decir, 3 000 becarios, y con la aspiración de que comience a funcionar el próximo curso.  E inmediatamente también comenzará a funcionar la Academia Nacional de Artes Manuales con otras tantas residencias, en otro campo de golf y con otra construcción similar.  Es decir, serán las academias de tipo nacional —no quiere decir que sean las únicas escuelas ni mucho menos— donde irán becados aquellos jóvenes que demuestren mayor capacidad, sin que les cueste a sus familias absolutamente nada, y van a tener las condiciones ideales para desarrollarse.

Cualquiera quisiera ahora ser un muchacho para ingresar en una de esas academias.  ¿Es o no es cierto?  (EXCLAMACIONES DE:  "¡Seguro!").  

Aquí se habló de pintores que se tomaban un café con leche, que estaban 15 días a café con leche.  Calculen qué condiciones tan distintas.  Y entonces nos dirán si el espíritu creador encontrará o no encontrará las mejores condiciones para desarrollarse:  instrucción, vivienda, alimentación, cultura general, porque irán allí desde los ocho años y recibirán junto con la preparación artística una cultura general.

¿Y desearemos o no desearemos nosotros que esos muchachos se desarrollen allí plenamente en todos los órdenes?

Esas son, más que ideas o sueños, realidades ya de la Revolución:  los instructores que se están preparando, las escuelas nacionales que se están preparando, más las escuelas para aficionados, que también se fundarán.

Por eso es importante la Revolución.  Porque, ¿cómo pudiéramos hacer esto sin revolución?  ¿Vamos a suponer que nosotros tenemos el temor de que se nos marchite nuestro espíritu creador, "estrujado por las manos despóticas de la revolución staliniana"?  (RISAS.) 

Señores, no vale la pena pensar en el futuro?  ¿Que nuestras flores se marchiten cuando estamos sembrando flores por todas partes, cuando estamos forjando esos espíritus creadores del futuro?  ¿Y quién no cambiaría el presente —¡quién no cambiaría incluso su propio presente!— por ese futuro?  (APLAUSOS.)  ¿Quién no sacrificaría lo suyo por ese futuro y quién que tenga sensibilidad artística no está dispuesto, igual que el combatiente que muere en una batalla sabiendo que él muere, que él deja de existir físicamente para abonar con su sangre el camino del triunfo de sus semejantes, de su pueblo?

Piensen en el combatiente que muere peleando:  sacrifica todo lo que tiene, sacrifica su vida, sacrifica su familia, sacrifica su esposa, sacrifica sus hijos.  ¿Para qué?  Para que podamos hacer todas estas cosas.  ¿,Y quién que tenga sensibilidad humana, sensibilidad artística no piensa que por hacer eso vale la pena hacer los sacrificios que sean necesarios?

Mas la Revolución no pide sacrificios de genios creadores.  Al contrario, la Revolución dice:  pongan ese espíritu creador al servicio de esta obra sin temor de que su obra salga trunca.  Pero si algún día usted piensa que su obra puede salir trunca, diga:  bien vale la pena que mi obra quede trunca para hacer una obra como esta que tenemos delante (APLAUSOS PROLONGADOS).

Al contrario:   le pedimos al artista que desarrolle hasta el máximo su esfuerzo creador.  Queremos crear al artista y al intelectual esas condiciones.  Porque si estamos queriendo crearlas para el futuro, ¿cómo no vamos a quererlas para los actuales artistas e intelectuales?

Les estamos pidiendo que las desarrollen en favor de la cultura precisamente y en favor del arte, en función de la Revolución, porque la Revolución significa precisamente más cultura y más arte.  Les pedimos que pongan su granito de arena en esta obra que, al fin y al cabo, será una obra de esta generación.

La generación venidera será mejor que nosotros, pero nosotros seremos los que habremos hecho posible esa generación mejor.  Nosotros seremos forjadores de esa generación futura.  Nosotros, esta generación, sin edades, no es cuestión de edades.  ¿Para qué vamos a entrar a discutir ese problema tan delicado?  (RISAS.)

Es que cabemos todos.  Porque esta es obra de todos nosotros:  tanto de los "barbudos" como de los lampiños; de los que tienen abundante cabellera, o de los que no tienen ninguna, o la tienen blanca.  Esta es la obra de todos nosotros.

Vamos a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas.

¿Que alguno no quiera colaborar?  ¡Y qué mayor castigo que privarse de la satisfacción de lo que se está haciendo hoy!

Nosotros hablábamos de que éramos privilegiados.  ¡Ah!, porque habíamos podido aprender a leer y a escribir, ir a una escuela, a un instituto, ir a una universidad, o por lo menos adquirir los rudimentos de instrucción suficientes para poder hacer algo.  ¿Y no nos podemos llamar privilegiados por estar viviendo en medio de una revolución?  ¿Es que acaso no nos dedicábamos con extraordinario interés a leer acerca de las revoluciones?  ¿Y quién no se leyó con verdadera sed las narraciones de la Revolución Francesa, o la historia de la Revolución Rusa?  ¿Y quién no soñó alguna vez en haber sido testigo presencial de aquellas revoluciones?

A mí, por ejemplo, me pasaba algo.  Cuando leía la Guerra de Independencia, yo sentía no haber nacido en aquella época y me sentía apenado de no haber sido un luchador por la independencia y no haber vivido aquella historia.  Porque todos nosotros hemos leído las crónicas de la guerra y de la lucha por la independencia con verdadera pasión.  Y envidiábamos a los intelectuales y a los artistas y a los guerreros y a los luchadores y a los gobernantes de aquella época.

Sin embargo, nos ha tocado el privilegio de vivir y ser testigos presenciales de una auténtica revolución, de una revolución cuya fuerza es ya una fuerza que se desarrolla fuera de las fronteras de nuestro país, cuya influencia política y moral está haciendo estremecer y tambalearse al imperialismo en este continente (APLAUSOS).  De donde la Revolución Cubana se convierte en el acontecimiento más importante de este siglo para la América Latina, en el acontecimiento más importante después de las guerras de independencia que tuvieron lugar en el siglo XIX:  verdadera era nueva de redención del hombre. 

Porque, ¿qué fueron aquellas guerras de independencia sino la sustitución del dominio colonial por el dominio de las clases dominantes y explotadoras en todos esos países?  y nos ha tocado vivir un acontecimiento histórico.  Se puede decir que el segundo gran acontecimiento histórico ocurrido en los últimos tres siglos en la América Latina, del cual los cubanos somos actores.  Y que mientras más trabajemos más será la Revolución como una llama inapagable, y más estará llamada a desempeñar un papel histórico trascendental.

Y ustedes, escritores y artistas, han tenido el privilegio de ser testigos presenciales de esta revolución.  Cuando una revolución es un acontecimiento tan importante en la historia humana, que bien vale la pena vivir una revolución aunque sea solo para ser testigos de ella.  Ese también es un privilegio, que los que no son capaces de comprender estas cosas, los que se dejan tupir, los que se dejan confundir, los que se dejan atolondrar por la mentira, pues renuncian a ella.

¿Qué decir de los que han renunciado a ella, y qué pensar de ellos, sino con pena, que abandonan este país en plena efervescencia revolucionaria para ir a sumergirse en las entrañas del monstruo imperialista, donde no puede tener vida ninguna expresión del espíritu?

Y han abandonado la Revolución para ir allá.  Han preferido ser prófugos y desertores de su patria a ser aunque sea espectadores.

Y ustedes tienen la oportunidad de ser más que espectadores:  de ser actores de esa revolución, de escribir sobre ella, de expresarse sobre ella.

¿Y las generaciones venideras qué les pedirán a ustedes?  Podrán realizar magníficas obras artísticas desde el punto de vista técnico.  Pero si a un hombre de la generación venidera le dicen que un escritor, que un intelectual —es decir, un hombre dentro de 100 años— de esta época vivió en la Revolución indiferente a ella y no expresó la Revolución, y no fue parte de la Revolución, será difícil que lo comprenda nadie, cuando en los años venideros habrá tantos y tantos queriendo pintar la Revolución y queriendo escribir sobre la Revolución y queriendo expresarse sobre la Revolución, recopilando datos e informaciones para saber qué pasó, cómo fue, cómo vivían.

En días recientes nosotros tuvimos la experiencia de encontrarnos con una anciana de 106 años que había acabado de aprender a leer y a escribir, y nosotros le propusimos que escribiera un libro.  Había sido esclava, y nosotros queríamos saber cómo un esclavo vio el mundo cuando era esclavo, cuáles fueron sus primeras impresiones de la vida, de sus amos, de sus compañeros.

Creo que puede escribir una cosa tan interesante que ninguno de nosotros la podemos escribir.  Y es posible que en un año se alfabetice y además escriba un libro a los 106 años —¡esas son las cosas de las revoluciones!— y se vuelva escritora y tengamos que traerla aquí a la próxima reunión (RISAS y APLAUSOS).  Y entonces Walterio tenga que admitirla como uno de los valores de la nacionalidad del siglo XIX (RISAS Y APLAUSOS).

¿Quién puede escribir mejor que ella lo que vivió el esclavo? ¿Y quién puede escribir mejor que ustedes el presente?  y cuánta gente empezará a escribir en el futuro sin vivir esto, a distancia, recogiendo escritos. 

Y no nos apresuremos en juzgar la obra nuestra, que ya tendremos jueces de sobra.  Y a lo que hay que temerle no es a ese supuesto juez autoritario, verdugo de la cultura, imaginario, que hemos elaborado aquí.  Teman a otros jueces mucho más temibles:  ¡Teman a los jueces de la posteridad, teman a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra! (OVACION.)

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La cultura es, ante todo, una forma de vida
(Discurso de Carlos Rafael Rodríguez en el VI Congreso de la UNEAC, efectuado en enero de 1988)

Regresamos con el recuerdo a aquellos días, hace más de 26 años, en que la Revolución celebró su primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas.

¡Qué confusión tan maravillosa y creativa pero, a la vez, colmada de peligros la de entonces!

Coincidían en aquella época quienes convertían el Evangelio en un instrumento de combate reaccionario y otros, desesperadamente asidos al Dios que no querían abandonar y hondamente atrapados, a la vez, por una Revolución que parecía exigírselo. Confluían allí los que habían ido a la Sierra en busca de una renovación en el marco burgués y se negaban a aceptar otra premisa con quienes, llegados a la guerrilla sin comprender lo que era el socialismo lo habían asimilado en pocos meses y se situaban ahora en la posición intransigente de todo neófito. Escritores y artistas honestos que trabajaron su obra casi en la soledad sin comprometerse con lo prevaleciente, que siempre habían abominado, pero sin suscribir tampoco la tesis de la izquierda, que les parecían ajenas e incomprensibles, compartían sus aspiraciones –hasta ese día frustradas– de una cultura distinta, libre y poderosa, con las de colegas, no menos afamados, mílites en el marxismo-leninismo durante largos años de confrontaciones y amarguras. Escritores, pintores, músicos, que no necesitaban demostrar quiénes eran porque sus obras lo justificaban, compartían los asientos del Congreso con otros hombres y mujeres que traían entre sus manos la obra inédita y aspiraban a situarse en el ámbito cultural como un resultado de la Revolución.

Así nació la UNEAC, en instantes en que, para recordar a Alfonso Reyes, habría que realizar, aún, “el deslinde”.

Poco después se marcharon los que pretendían enfrentar a la Revolución y el Evangelio al que temporal y oportunistamente se adscribieron. En la fuga dejaron abandonado el Cristo en el que no creían. Los otros, los auténticos poseídos de la fe, supieron darles a su Dios y a su Revolución lo que a cada uno debía corresponderle. Ellos están aquí.

Los revolucionarios fortuitos y convencionales y sus consocios, casi todos mediocres con solo uno que otro escritor verdadero, se fueron a rumiar el rencor de no haber podido agenciarse las posiciones que, sin merecer, ambicionaron. El sectarismo quedó extirpado, como una mala hierba, y los neófitos volcados al izquierdismo inmaduro, encontraron en definitiva el camino accidentado y complejo de la participación revolucionaria.

La Revolución les dio enseguida a los adultos –a quienes la falsa República condenara al retraso– la ortografía y la gramática que les permitieron dar mejor forma a sus ricos hallazgos literarios espontáneos.

De las aulas de nuestra Revolución Educacional, en las que ya no quedaban afuera ni los ayer pobres y desvalidos hijos de obreros y de abrumados campesinos, surgieron nuevos literatos, pintores y músicos, que no necesitaban vender su alma al diablo de la politiquería para conseguir una plaza en el Conservatorio o en la Escuela de Arte.

Como símbolo del sitio que la Revolución quería ubicar a la cultura, allí, en el lugar mismo en que la burguesía había tenido su “club” aristocrático más exclusivo, a las cercas del cual no permitían ni asomarse al negro curioso, se situaban las Escuelas de Arte, malogradas arquitectónicamente algunas de ellas por quienes no supieron subordinar la audacia de sus líneas a los requerimientos de la enseñanza.

Así, en estos 27 años, los que soñaban escribir o pintar, o componer, pero no habían podido quebrar el cerco de la ignorancia formal y acceder a las escuelas, jóvenes o viejos, tuvieron en la Revolución la oportunidad que anhelaron. Ella los nutrió de los instrumentos culturales. A los que llevaban soterrado su talento se lo sacó a la luz, y hoy están entre nosotros, con sus antiguos colegas de antecedentes revolucionarios o aquellos que, sin tenerlos, no los necesitaron, porque la Revolución no se los ha pedido y ha mirado tan sólo a su obra y su actitud.

¿De qué hablar en este Congreso al que se llega con el mismo enfebrecimiento con que arribamos al otro tres décadas atrás y en el que se nos abren al examen tantos conflictos que antes permanecían cerrados por la estulticia o por la inercia?

Estamos en el natalicio de Martí. Nos encontramos en el rumbo hacia los 60 años del “Guerrillero” admirable. Montaigne dijo alguna vez que el intelectual era heroico “hasta la muerte exclusive”. Martí y el Che supieron ser heroicos incluida su hermosa y desgarrada muerte. A ellos sí podemos considerarlos intelectuales plenos, y ellos nos inducen a partir en nuestro examen del intelectual de la Revolución y, desde luego, del artista y el músico.

Nos referimos, claro está, a aquellos a quienes Gramsci llamó “intelectuales orgánicos”, y a los que denominó con sagacidad “servidores de la superestructura”, lo que provoca de inicio en los demás una cierta desconfianza que es necesario vencer.

Lenin descubrió el origen de esa reserva instintiva de los trabajadores hacia los hombres del arte y la cultura cuando aludió al “señoritismo intelectual” que afecta a la mayoría de ellos y que él supo delimitar magistralmente en una cierta actitud de superioridad respecto a los iletrados que se transparentaba, en medida mayor o menor, aún en tierra como la nuestra.

Lo primero que habría que anotar es que ese espíritu que tiende a separar a los protagonistas de la cultura de los demás va siendo vencido entre nosotros. La obra de arte la realizan hoy en buena parte hijos de obreros o gentes surgidas de una familia campesina. Pero hemos de reconocer que, pese a eso, todavía no se ha podido eliminar frente a los escritores y artistas cierta reticencia de quienes pueblan las fábricas o cortan la caña. Lo sabe bien Tomás Alvarez, intelectual del pueblo, antiguo trabajador del campo que no quiere dejar de serlo; pero a quienes sus antiguos compañeros consideran, por confesión propia “distinto”.

El acercamiento cada vez mayor de intelectual y pueblo debe romper en definitiva esas barreras. Y para conseguirlo es de suma importancia que los escritores y artistas cubanos hayan comprendido cada vez más que están muy lejos de ser la “conciencia crítica” de la sociedad. No lo han sido nunca. Cuando Gramsci los califica como “servidores de la superestructura”, no olvida el papel subalterno a que durante siglos estuvieron condenados, pese a la rebeldía sutil de Sócrates o a individualismo desafiante de Miguel Angel. El ascenso burgués concedió, sin duda, algunas ventajas y permitió a intelectuales y artistas aparentes osadías pero los obligó a hablar, siempre, a tono con las fuerzas dominantes que les dictaban el tema o los condenaban a vivir al margen de la sociedad en un asilamiento a veces espléndido pero no pocas veces sobrecogedor. Recordemos tan solo a Verlaine o a Kafka.

No, la sociedad no tiene una conciencia crítica predeterminada. Si en nuestra Cuba socialista algún grupo pudiera reclamar ese papel, es el Partido; pero no lo hace. Porque el Partido sabe demasiado bien que su fuerza rectora le viene de tener las raíces enclavadas en los redaños de la clase obrera y de todos los sectores del pueblo y que para convertirse en guía político e ideológico debe respetar las actitudes críticas de aquéllos y recibirlas como su acervo más importante.

Libre de las pretensiones de convertirse en el reservorio crítico de la sociedad, enriquecidos por su modestia histórica, nuestros escritores y artistas podrán acercarse más a ser “testigos de la verdad”.

Nada más y nada menos que eso les pediríamos que fuesen. Al proponérselo, quedarán libres de caer en ese “discurso artístico-literario de tono apologético, y moralizante, carente de búsquedas y de problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa” del que el Informe Central ante el Congreso se quejaba como síntoma de los malos momentos de nuestra cultura.

Porque es necesarios que nos entendamos. La Revolución a que se llama a servir al escritor y al artista no es una vía acotada en la que caben apologistas y acólitos.

Se ha mencionado con razón en este Congreso un documento que tendrá ya para siempre valor permanente en nuestras tareas de la cultura, las “Palabras a los Intelectuales” de Fidel. En aquella tarde, cuyo resplandor nos ilumina todavía, en medio de dicterios subrepticios y de medias palabras deliberadas, se fue abriendo paso la imagen necesaria de nuestra cultura de hoy de mañana. Se repite con frecuencia la frase magistral: “Dentro de la Revolución, todo: contra la Revolución nada”. En el debate sobre el Informe, se analizó si a esa frase le correspondía una interpretación estrecha que pone fuera de la Revolución a todos los que no pueden ser considerados como revolucionarios. Me asocio al criterio expuesto por Roberto Fernández Retamar. Me atrevo a sostenerlo no solo porque me correspondió el privilegio de estar junto a Fidel en los momentos previos a su discurso, en un encuentro inolvidable con quienes entonces tenían la responsabilidad orgánica de conducir nuestro trabajo cultural, sino porque la frase no fue una expresión accidental, sino la culminación de un análisis en el que queda muy claramente expresada la función abarcadora de la Revolución en la cultura.

“La Revolución –dijo en ese discurso Fidel un poco antes de pronunciar su histórica definición– no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella. La Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario. La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar –concluyó– no sólo con los revolucionarios sino con todos los ciudadanos honestos que, aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella.”

“Nadie ha supuesto nunca –dijo en aquella tarde– que todos los hombres, o todos los escritores, o todos los artistas, tengan que ser revolucionarios”.

Y señaló, con admirable precisión:

“La revolución sólo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.

Así fue, compañeros y compañeras, recordémoslo, la respuesta de Fidel ante un escritor católico que había preguntado si podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado. Fidel consideró esa inquietud como “un caso digno de tenerse muy en cuenta… un caso representativo del género de escritores y de artistas que muestran una disposición favorable hacia la Revolución y desean saber qué grado de libertad tienen dentro de las condiciones revolucionarias para expresarse de acuerdo con sus sentimientos”.

Es bueno recordar no solo la frase definitoria sino sus antecedentes inmediatos, porque más de una vez en el pasado se quiso interpretar aquélla por la vía estrecha para imponer decisiones extemporáneas o criterios de capilla en nombre de la Revolución y del Partido. El Partido nos guía, como un gran conductor que sólo podrá cumplir sus tareas cimeras si toma en cuenta todos los factores que componen nuestra sociedad y conforman nuestra realidad. De la historia reciente los intelectuales y artistas han aprendido que no deben ver al Partido como alguien detrás de un buró, en el Comité Central, dictando directivas, bien intencionadas tal vez pero inconsultas o esterilizadoras. Es mucho más que eso. Poseer el título de militante es, para un escritor revolucionario, no sólo la prueba de que ha aprendido a manejar el marxismo-leninismo como instrumento de profundización y de amplitud al interpretar la vida sino el recuerdo de modo permanente de que su conducta ejemplar no le ha dado nuevos privilegios sino que le ha traído mayores responsabilidades. Pero no poseer el carné del Partido está muy lejos de ser denigratorio. La Revolución es mucha más amplia, mucha más heterogénea, mucho más complicada que el Partido. En el turbión revolucionario caben todos los que no están opuestos a nuestras aspiraciones, a nuestros postulados. Siguiendo esa concepción fidelista, la Revolución Cubana podía decir también que su divisa no es “los que no están con nosotros están contra nosotros” sino aquella otra: “los que nos están contra nosotros están con nosotros”.

No se trata, no, de mermar el significado y el sentido que los intelectuales militantes del Partido adquieren en el torrente de la intelectualidad. Muy lejos de ello. Recordando que ese tipo de revolucionario “pone la Revolución por encima de todo lo demás”, Fidel en aquella ardiente tarde puntualizó:

“El artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”.

La imagen de Rubén Martínez Villena, con su pureza diamantina, flotó en ese momento sobre nosotros.

Ese es, compañeras y compañeros, nuestro punto de partida. El camino hacia el comunismo es menos fácil de lo que nos parecía a algunos hace 50 años. Tenemos que transitarlo en la diversidad y con la diversidad.

El primero de los Lineamientos que se le han presentado al Congreso en el Informe define plenamente la responsabilidad fundamental de los artistas y escritores, de los hombres y mujeres de la cultura, en esta etapa. Se declara allí como indispensable “fortalecer el papel de la cultura en la sociedad cubana de hoy”.

Nada resulta más necesario. Hemos realizado una hermosa, profunda, abarcadora, Revolución educacional, pero nos falta incorporar a esa Revolución el ingrediente indispensable de la cultura. No se trata –y estoy seguro de que ustedes me comprenden– de atiborrar a nuestros estudiantes de referencias culturales, de nombres de autores o referencias de obras. Eso no es la cultura, sino tan sólo uno de los ingredientes culturales. La cultura es, ante todo, una forma de vida. Cuando, ante el comportamiento de unos campesinos españoles, Chesterton pudo decir: “¡Qué cultos son estos analfabetos!”, le daba a la cultura esa significación omnicomprensiva. Confesemos, es una obligación revolucionaria, que todavía estamos lejos de lograr entre nosotros como patrón de vida las formas culturales que corresponden a nuestra sociedad socialista. Tenemos un pueblo cada vez más instruido, pero todavía no tenemos un pueblo culto.

Yo recuerdo con amargura, hace pocos años, haber asistido a un acto en el cual, después, después de escuchar una charla magistral de nuestro siempre presente Nicolás Guillén, el locutor anunció, para nuestra sorpresa: “Y ahora, compañeras, comienza el acto cultural”. Y venía detrás un combo de segunda clase.

No se trata de reproducir la vieja y falsa contraposición entre lo culto y lo popular sino de incorporar a lo popular el sentido enriquecedor de lo culto. Se ha dicho con verdad que cultura es todo lo que no es naturaleza. Pero la cultura de la Revolución no puede ser una creación imperfecta. Varela, Luz, Martí, Alejo, Juan Marinello, Portocarrero, fueron la cultura; Nicolás, Alicia, Mariano, Leo, Roberto, son la cultura; Pablo y Silvio son también la cultura, como los Irakere, Portillo de la Luz, José Antonio y Sandoval, como la Danza Moderna o el Conjunto Folclórico. Pero que el bacalao lleve o no lleve papa no es necesariamente la cultura a la que aspiramos. Hay que atreverse a decirlo, si es que realmente queremos como se proponen las resoluciones, “fortalecer el papel de la cultura en el socialismo cubano de hoy”. Es bueno diferenciar lo popular auténtico de la chabacanería con pretensiones de pueblo.

Se alega con frecuencia de que hay que partir de nuestros niveles culturales. Correcto. Pero partir de ese nivel no significa adaptarse a él, Lenin, que se nutría como nadie del pueblo, y Fidel, leninista contemporáneo, han sabido tomar al pueblo como punto de partida para una incesante proyección hacia arriba. Sepámoslo hacer nosotros, librémonos de las excrecencias populistas.

Si algo se nos puede reprochar es no haber sido lo necesariamente exigentes. Es una muestra de eso que suelo denominar “resignación socialista” el no haber peleado lo suficiente por introducir desde nuestra enseñanza primaria la educación artística de nuestros niños y jóvenes. Si saber disparar un arma en nuestra Patria de hoy es condición indispensable para todo ciudadano, esto no puede conducirnos a olvidar apreciar a Degas o a Picasso, a Bethoven o a Prokofiev, es también importante (aplausos).

¿Por qué hemos de condenar a quienes laboran voluntariamente en la microbrigada, o dan 120 horas de su tiempo libre al esfuerzo común, a que tengan todavía que contemplar personajes que recuerdan demasiado a los de “Crusellas” y “Palmolive”?, a pesar de que reconozcamos los esfuerzos de la televisión por acercarse a la cultura. Un pueblo como el nuestro, además de confirmar cada día que ama a la Revolución, ha dejado atrás el analfabetismo y tiene una clase obrera que en su conjunto aspira a cumplir los nueve grados de educación, no merece ser alimentado espiritualmente con productos adulterados. Tiene derecho a lo mejor, y estamos en la obligación de proporcionárselo.

Se oye hablar de “cultura masiva”. Para mí la cultura “masiva”, no es cultura. Yo creo en la cultura hacia las masas, con las masas y para las masas. Son cosas distintas, aunque luzcan semejantes.

Cabe que nos preguntemos si estamos ya en el camino de esa cultura, a la vez revolucionaria y abarcadora, a que aspiramos.

Creo que no debemos dudarlo.

Porque es cierto que –como aquí se ha dicho– lo que nos han faltado no son las definiciones y las líneas de política. Las empezamos a tener en ese discurso de Fidel de 1961, y las encontramos, reforzadas por una experiencia de 16 años, en la Resolución del I Congreso del Partido. De lo que hemos carecido es de la capacidad para ponerlas en práctica. Ahora el Partido, impulsado por la rectificación, que sitúa la conciencia política en el plano central de sus preocupaciones, trabaja por transformar aquellas palabras rectoras de entonces en una línea permanente de acción. Y ahora también el Congreso de la UNEAC da a los escritores y artistas de nuestro país la coherencia y la voz necesarias para dejar de ser una fuerza amorfa y subalterna y convertirse en parte de esa gran batalla renovadora.

Los intelectuales cubanos no pueden retrasarse. Les tocará, como a los demás, poner el ladrillo, mezclar la arena, levantar así las viviendas, el consultorio del médico de la familia, los círculos infantiles. Pero tienen además su propia, específica, irrenunciable tarea que no pueden traicionar. Les corresponde realizar la obra seria en lo literario, en lo musical, en lo plástico, a la que el crecimiento revolucionario los conmina. Les toca, por encima de eso, la hermosa y alta tarea de llevar esa obra, y las obras de sus antecesores cubanos y no cubanos –porque la palabra “extranjero” debe ser abolida de la cultura– a millones de hombres y mujeres que esperan por ellas. Mientras haya galerías de arte sin espectadores, mientras los niños no tengan acceso, por inercia de quienes los educan, al museo; mientras Mozart siga siendo un buen pretexto para la comedia musical de turno; mientras Pushkin y Shakespeare resulten desconocidos para cientos de miles que los disfrutarían si se les acercara a ellos, la misión de los promovedores de la cultura no habrá terminado.

Nadie tiene derecho a esperar. A cada cual le toca lo suyo. El Partido orienta, pero la UNEAC y sus miembros tienen su órbita propia, y la inercia los hará culpables. No es momento de querellas sino de conjunciones, pero si hay inmovilidad oficial las armas de la crítica están ahí para usarlas. La Revolución, que condena la pelea innecesaria, ha respaldado siempre la pelea justa, lo que rechaza es la quietud pesimista (aplausos).

Y si se quiere estar mejor preparado para esa batalla, en que conjuntamente han de participar el Partido y la UJC, los ministerios, los sindicatos, sin duda que la UNEAC debe preocuparse más por la incorporación a ella de nuestra juventud intelectual.

Creo que no tendré que jurar ante ustedes que no tengo nada contra los viejos. Pero me asusta que en este Congreso, en que los literatos y los artistas han logrado expresar su combatividad, aunque sea a la manera pausada del gremio, apenas un 2 % de los participantes tenga menos de 30 años. Menos de 30 años tenía José Martí cuando empezó su faena liberadora sin tregua; a Mella no le permitieron llegar a los 30 años. Entre los firmantes de la “Protesta de los 13”, muy pocos pasaban de los 25 años. No tenían 30 años los editores de la “Revista Avance”, ni Nicolás Guillén cuando escribió “Sóngoro Cosongo”. Con poco más de 20 años, Roa, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre y otros se paseaban ya en las letras cubanas de su tiempo. Y, para decirlo de una sola buena vez; el protagonista de “La Historia me Absolverá”, ese Manifiesto de Montecristi de nuestra época, no había rebasado, cuando se puso al frente de su pueblo, los 27 años (aplausos). Y aquí, entre 518 delegados, solo 9 no pasan de los 30 años.

Mal síntoma sería si ello se debiera a la desconfianza; peor aun si se originara en la inmadurez. Creo que el origen de esa ausencia está, más bien, en una falta de perspectiva.

Permítaseme una sola reflexión final.

En la Resolución se nos propone también “el rechazo de toda desviación ética, política e ideológica, que pretenda erosionar nuestra voluntad de luchar por el socialismo” y se proclama la aspiración de estar “tan lejos del dogmatismo como del liberalismo, tan lejos de la intolerancia como de la complacencia”.

Al llevarlo a la práctica, no debemos olvidar sin embargo que, aunque el liberalismo es peligroso y la complacencia inaceptable, más peligroso todavía, en el terreno de la cultura y la ciencia, son la intolerancia y el dogmatismo (aplausos). Aquéllos no pueden penetrar –por su signo político- en nuestra unida y fuerte Revolución. Pero si no vencemos el dogma nos corroerá y nos cerrará el camino hacia la amplia y noble cultura del socialismo, en la cual la del Hombre tiene que ser, como lo proclamaba Máximo Gorki, “una hermosa palabra”.

Patria o Muerte (ovación)

Tomado del Periódico Granma, 29 de enero de 1988

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Intervención realizada en el acto por el 30 aniversario de Palabras a los Intelectuales, el 29 de junio de 1991.
Armando Hart Dávalos

Compañeras y compañeros:

Pleno de sentimientos y de emociones, arribamos hoy a la víspera del 30 aniversario de las célebres palabras de Fidel a los intelectuales. Quizás, ni los mismos protagonistas de aquel encuentro nos percatamos suficientemente del alcance histórico que el mismo tendría. Dos meses atrás, habíamos derrotado al imperialismo en Girón y andábamos, entonces, en la gran Campaña de Alfabetización de 1961. Se incubaban, por aquella época, las amenazas de agresión y los planes del imperialismo que desembocarían, un año más tarde, en la Crisis de Octubre de 1962. Eran momentos en que la tensión internacional creciente convertía ya a Cuba en el centro del debate ideológico mundial, con todas sus consecuencias políticas, económicas y militares.

El arte y la cultura, en aquellos tempranos tiempos de la Revolución triunfante, no podían estar ajenos a los requerimientos y circunstancias de la época. Por ello,  en las nuevas condiciones, se desataban viejas disputas, antiguas y aun recientes querellas y diversos enfoques ideológicos. En la memorable intervención de Fidel, que concluyó tres sesiones de trabajo, quedó plasmada una idea, un pensamiento que, por responder a una exigencia política, se convirtió en un magisterio para 30 años de Revolución en la cultura: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Era no solo una frase feliz, sino algo mucho más trascendente: fue la síntesis de una época y la raíz de una política que fecundó el quehacer cultural cubano en lo adelante.

A lo largo de estas tres décadas, las ideas de Palabras a los intelectuales le abrieron a la Revolución, en la cultura, caminos insospechados y facilitaron la creación de una obra inconmensurable. Aunque hoy no es el momento de hacer su balance, sí es de subrayar que el célebre documento de Fidel posibilitó el esclarecimiento político necesario para que el arte y la literatura del país alcanzaran, sobre los fundamentos de una historia anterior, niveles aun más altos  y fueran ejemplos en América y el mundo.

Si bien nuestros enemigos pretenden, en la actualidad, tapar el sol con un dedo, la cultura cubana se extiende a todos los rincones de la patria, al extremo de que ya se puede afirmar que no se encuentra concentrada en una o varias ciudades, sino que se promueve a lo largo y ancho de la república, ejerce una influencia internacional importante y tiene un marcado respeto en todos los continentes. Quizás sea, en la hora presente, una de las fuerzas políticas principales de la Revolución cubana en el exterior. Esa es una obra que empezó entonces y que hoy, treinta años después, debemos continuar.

Es cierto que ha habido reveses, algunos dolorosos y bastante amargos, pero ninguno de ellos estratégico ni con el peso como para nublar la obra de la Revolución en la cultura. Hemos dicho, una y mil veces, que lo mejor, más depurado y de más alto nivel intelectual del país, permaneció fiel a Palabras a los intelectuales y se mantiene al servicio de la Revolución  Cubana.

Con orgullo levantamos esta bandera. No hay obra humana que no tenga errores y quizás, hoy más que nunca, debamos comprender lo que se dijo con motivo de la inauguración de la escuela internacional de Cine y Televisión: “no es posible crear sin derecho al error”. Pero ha sido el sol, y no las sombras, lo que ha prevalecido en 30 años de revolución en la cultura.

Desde el principio de la década del ochenta, apreciamos que una generación nueva de creadores, reflejo de los cambios de edades que ya habían tenido lugar en la Revolución y que no conocía los pormenores ni los hilos históricos de la trama transcurrida en los 20 años anteriores, irrumpía en la vida intelectual de la nación con un ímpetu renovador. Todo movimiento de esta naturaleza, tanto en lo cultural como en lo político, viene siempre cargado de nobles y altos propósitos y, también, de confusiones y errores. Eran nuestros hijos y, como tales, teníamos obligación de mirarlos. Eran hijos de nuestra obra y, como tales, teníamos la exigencia de considerarlos.  

Estas nuevas promociones surgían, además, de las capas más humildes de la población; arrastraban algunas lagunas culturales, históricas y, a su vez, se comportaban como parte integral de la Revolución. Como hijos de ella, enjuiciaban, con espíritu crítico, el pasado reciente. Comprendí, desde entonces, y así lo advertí expresamente, que una crisis de crecimiento se presentaba en el desarrollo de la vida espiritual y cultural del cubano; entendí, con mayor fuerza, la necesidad de un trabajo ideológico-cultural más profundo con estas nuevas generaciones; aprecié que algo teníamos que hacer si no queríamos dejar, a la posteridad, una laguna en la trama de la historia de la política cultural cubana. Pero la dificultad estaba, y está, en que tal historia, de 1959 hacia acá, era parte, o reflejo, de la propia historia de la política cubana. Y ya esto era otro plano más complejo del problema.

A quienes aspiramos siempre a afrontar la historia haciéndola, y no simplemente escribiéndola, les sugiero analizar el momento presente como el instante más dramático y difícil de la vida y de la historia del país. En Palabras a los intelectuales, Fidel exhortó a los escritores y artistas a narrar y escribir los hechos heroicos de aquella epopeya. Hoy, a 30 años  de distancia, con la serenidad y la justeza de la obra realizada, los exhortamos, también, a hacer la historia y a vivirla, como la ha vivido la inmensa mayoría de ustedes, en estas tres décadas de Revolución. Los invitamos a vivir y actuar, en la historia presente, desde sus trincheras de ideas, con una visión universal que siempre el cubano ha tenido de la vida y de la propia historia.

Quienes, de una manera u otra, nos relacionamos con los importantes empeños culturales cubanos, y estamos a diario enfrentándonos a tareas que nos reclaman un tiempo precioso, debemos hoy analizar y proceder conforme con la situación política y cultural actual, sin perder de vista lo que lúcidamente señaló Martí en el primer párrafo de su ensayo magistral Nuestra América. Aunque mucho se ha repetido en estos días, vale la pena volver, con amor, sobre su lectura cuidadosa:

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas, y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido (s) engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.  [1]

De eso se trata, compañeros. En la hora que viven Cuba y el mundo, la intelectualidad del país está en el deber de generar una nube de ideas y flamearla ante el mundo para parar, como la bandera mística del juicio final, a los escuadrones de acorazados. Situar la cultura cubana en el punto de vanguardia, tanto nacional como internacional –lo saben bien ustedes-, ha sido siempre la más noble y alta aspiración del Ministerio de Cultura. Saben, también, que hemos insistido en que tenemos historia y capacidad intelectual para semejante propósito. Esto contribuirá a fortalecernos y hacernos más eficaces en nuestras posiciones ideológicamente radicales. No hay otra opción, para el pensamiento radical cubano, que tomar esta postura.

Es preciso hacer un análisis para actualizar y profundizar en la aplicación de la política cultural de la Revolución. No es aquí donde corresponde hacerlo, pero sí voy a subrayar algunas ideas esenciales. La visión del arte y la cultura que teníamos, en 1961, era estrecha y se reducía a eso, a lo estético. La visión del arte y la cultura que hoy tenemos abarca el amplio panorama de la creación humana. Una explosión cultural, educacional y científica ha tenido lugar en el país. Se ha convertido en necesidad política enfrentar estos problemas, junto a la inmensa masa educada o instruida por la Revolución, y promover su más íntima relación con el movimiento político y social en su conjunto.

En las instituciones educacionales, científicas y culturales, y en general en las nuevas generaciones que han elevado su nivel espiritual, hay una fuerza potencial, de enorme significado, que ha surgido del pueblo. Un contacto o una relación profundamente cultural e ideológica con ellas constituirían un factor de enorme significación para el fortalecimiento de las posiciones más radicales y consecuentes. El problema no es, simplemente artístico, ni puede analizarse exclusivamente por las actitudes individuales de un grupo de personas. El problema es político, social y cultural.

Esta explosión cultural nos permite analizar los medios prácticos de que disponemos para la realización de nuestro trabajo. Debemos estrechar relaciones con el sistema nacional de educación, a través de las escuelas del ministerio del ramo. Hemos encontrado una clara comprensión y una identificación total entre los objetivos de la educación y las aspiraciones de la promoción cultural. Vincular las escuelas con las instituciones culturales ha sido una de nuestras mayores aspiraciones, en eso hemos trabajado y debemos continuar laborando. Debemos vincular nuestro trabajo con la extensión universitaria –y así se ha venido haciendo- y hemos sostenido diversas reuniones en los propios centros universitarios. Allí hemos encontrado el calor y la comprensión necesarios para implementar estas ideas.

Debemos, asimismo, elaborar programas, como los que venimos instrumentando en regiones, provincias y municipios, con fines y objetivos bien definidos, bajo una concepción de proyectos socioculturales que sean, además, sometidos a los Órganos del Poder Popular. Debemos continuar agilizando el trabajo de los Consejos Populares de la Cultura que, por cierto, con los nuevos estilos de trabajo, han venido mejorando notablemente su gestión. Debemos lograr, cada vez más, que en las escuelas de arte se brinde no solo la enseñanza de una profesión artística o se promueva, exclusivamente, el talento, sino que también se acentúe la educación integral y la formación humanista completa. Debemos vincularnos, como lo estamos haciendo, con el desarrollo del turismo, y los programas que al efecto se realizan van encontrando caminos de materialización por diversas vías. Debemos relacionarnos con algunos de los objetivos económicos-sociales más importantes de la Revolución, como lo estamos tratando de hacer en Moa, Nicaro y en diversos planes agrícolas. Nuestra relación con el sistema de escuelas, con las instituciones científicas, con los centros universitarios, es una necesidad imprescindible para el desarrollo de la cultura. En la medida en que hemos avanzado en cada uno de estos terrenos y esclarecidas algunas de estas ideas, hemos encontrado solución a importantes problemas culturales, laborales y sociales.

Hace 30 años, hablábamos de libertad de creación dentro de la Revolución y se nos exhortó a promover un arte a la altura del socialismo. Hoy tenemos la suficiente experiencia para enfocar y fortalecer los mecanismos institucionales, ideológicos y políticos, que sirvan de fundamento a nuestra acción. En muchas ocasiones, hemos insistido en los principios institucionales y en su eficaz funcionamiento para garantizar el éxito de la gestión. Siempre hemos subrayado, también, la necesidad de fortalecer nuestra identidad nacional, latinoamericana y caribeña, así como nuestra vocación antiimperialista. Ahora permítaseme destacar la necesidad de que la crítica artística literaria, dada a conocer por todos los medios de difusión posibles, constituya una exigencia y un requisito indispensable para el desarrollo de una mejor gestión.

En cuanto a la crítica, nadie como Martí nos enseñó el camino. Relean estos fragmentos memorables:

“(…) Crítica no es más que el mero ejercicio del criterio. (…) Criticar, no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota, no es consagrarse impíamente a escudriñar con miradas avaras en la obra bella los lunares y manchas que la afean; es señalar con noble intento el lunar negro, y desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella (…)”[2]

“Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud: pero con un solo pecho y una sola mente”.[3]

Nosotros agregamos: a veces, en nuestra práctica artística, la crítica desmedida, hipertrofiada, que no le haya salida fácil a los problemas descritos, bien porque no la encuentra o porque no es fácil hallarla, puede producir, como reacción lógica y natural, la  indignación y el malestar. No ha de quejarse el crítico que exagera por el desborde de las pasiones que provoca; pero, a su vez, han de contenerse las pasiones, para que el juicio sereno, que es la pasión mayor, se imponga y se comprenda que puede haber, en la exageración, algún elemento de verdad. Pero no es este, aunque parezca en ocasiones el más sobresaliente, el peor problema que tenemos en la crítica. La dificultad mayor está en la ausencia de una crítica rigurosa, seria y profunda, de la que no culpo a nadie en particular, pero en la que todos los que tenemos alguna posibilidad de influencia debemos trabajar por resolver de forma radical. La cultura del país la necesita, como el hombre necesita el aire para respirar.

En fin, que el movimiento cultural cubano, en lo interno, tiene clara su estrategia, camina sobre bases sólidas  y solo se ve afectado por los conocidos factores internacionales que enturbian nuestra obra, aunque, incluso, ha ido encontrando fórmulas para enfrentarlos. Su esencia está en promover una relación más directa con los objetivos socioculturales de la sociedad cubana y una acción cultural más inmediata con la comunidad, con el barrio, con el municipio y con la provincia. Estos empeños generosos, llevados a cabo provincia por provincia, región por región del país, renglón por renglón de la economía, persiguen, precisamente, que el arte y la cultura no queden desvinculados de las grandes aspiraciones socioeconómicas de la sociedad cubana. Pero su valor no es de carácter económico.

Aunque siempre hemos creído que la cultura tiene un peso enorme en la economía, a través de la elevación de la calidad de la vida, ha sido esta última la meta principal, la aspiración esencial de los conceptos de política cultural que hemos tratado de defender. Defendiendo estos principios, creemos que le estamos abriendo un camino al porvenir  y un camino a la cultura. El valor principal del arte y la cultura –bien lo saben ustedes- es formativo, ideológico, comunicador, teórico, etc. Con esto aspiramos, además, a insertar el arte y la cultura nacionales en los más diversos planos de la vida del país. Para todos estos empeños se requiere un creciente apoyo político y un estímulo a nuestro trabajo.

Tal estímulo lo hemos encontrado en los cuadros del Partido y de las organizaciones sociales en las más diversas provincias. Debo decir que no en pocas de ellas hay un estímulo al movimiento cultural de impresionante consecuencia. Cuando el tercer congreso de la UNEAC, se criticó la no presencia de las provincias en el quehacer intelectual y en la integración de los organismos dirigentes de artistas y escritores. Esta ya no es una crítica válida. Ya existen cuadros, tanto de la UNEAC como de la Asociación Hermanos Saíz, que, bien orientados en la política cultural de la Revolución, producirán resultados muy positivos. Hay un enorme potencial cultural en el país, creado por una diversidad de centros de enseñanza media y superior; hay un caudal intelectual en la nación que no puede quedar –y no quedará- al margen, de las necesidades que impone el quehacer económico, social y moral. Su peso debe ser cada vez mayor.

Todavía está por estudiarse el desconocimiento que se tuvo de los valores culturales y científicos más importantes del siglo XX en diversos países socialistas, o –como decimos nosotros- en la práctica socialista del siglo XX. En algunos casos, los tenemos bastante estudiados; en otros, merecería la pena un análisis más detenido, a escala internacional. En el orden nacional, los valores intelectuales y culturales de la sociedad cubana se insertaron con el programa socialista de la Revolución y constituyen –como hemos explicado más de una vez- un escudo ideológico esencial, para afrontar los problemas espirituales que tiene planteados el país en los próximos años y décadas. Vale la pena, efectivamente, subrayarlo.

Hemos explicado, en otras oportunidades, cómo el movimiento intelectual cubano del siglo XX, a la vez que se fue afectando por la intervención imperialista en los momentos iniciales de la república mediatizada, fue inclinándose, con mayor fuerza, a partir de los años veinte, hacia la izquierda. Ello responde a una tradición que viene desde sus orígenes, orientada hacia el progreso social, la investigación científica, la democracia y el derecho de los humildes, cuya síntesis más alta –todos lo sabemos- fue un gran poeta, un gran organizador de pueblos, un inmenso ideólogo, José Martí.

Con esta historia, con esta tradición, si nos mantenemos unidos, y si logramos que el movimiento intelectual del país se inserte y articule de una manera orgánica con el movimiento político y social, habremos alcanzado metas insospechadas. Como dijeron algunos jóvenes en el IV congreso de la UJC, lo que se solicita es un espacio para servir a la Revolución. Con una profunda convicción y plena responsabilidad del alcance de mis palabras, digo hoy, aquí, que la necesidad más apremiante del movimiento intelectual cubano es que ocupe su espacio en la vida social cubana y pueda contribuir, como está dispuesto a hacerlo, a afrontar nuestros problemas con la misma decisión y el mismo coraje que muchos intelectuales cubanos del siglo pasado así lo hicieron.

La clave se halla en como abordamos la necesaria interrelación entre el poderoso movimiento cultural surgido en el seno de la Revolución –que es, precisamente, uno de sus más importantes logros- y el proceso político y social, cargado de graves enfrentamientos, que vive Cuba. El problema es difícil, pero estamos en condiciones de hacerlo. Y, como hemos repetido en múltiples ocasiones y probado con determinados análisis, la intelectualidad de nuestro país, su historia, su tradición, se corresponden y articulan con los ideales del socialismo. El gran reto histórico que, a 30 años de revolución en la cultura, tiene planteada la intelectualidad cubana, esta, precisamente, en trabajar por ocupar un lugar en la vanguardia de nuestro pueblo. A aquellos que por vacilaciones, dudas o cualquier otra razón prefieran quedar al margen, les recordamos las palabras de Martí:

(…) Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos (…) ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes”.[4]

Ocupar un lugar en las trincheras del pueblo, en las trincheras de ideas, en el diálogo franco, en la convicción de la victoria. Y ese lugar corresponde a la historia y a la tradición de lo mejor de la intelectualidad cubana, no está alejado de esa tradición, es parte de ella. Y si se quiebra  es porque rompemos con nuestra tradición. Encontrar los vínculos prácticos de relación entre el movimiento intelectual y todo el movimiento social y político es precisamente, una de nuestras más importantes tareas.

Ustedes saben que he hablado bastante de este asunto y no me cansaré de hacerlo. Conocen  que hemos tratado de concebir fórmulas para ese encuentro. La masa de la población, en todos los rincones del país, también sabe que el Ministerio de cultura ha trabajado con pasión en los más diversos escenarios. Entre ellos, los consejos populares de la cultura, para lograr estos objetivos. Hoy se labora por muchos, abnegada y desinteresadamente, con amor, en esta dirección, sin que sea, quizás suficientemente conocido. Pero en este 30 aniversario, cuando los comentas están engullendo mundos, y la cultura cubana tiene que elevarse a una constelaciones de ideas, tenemos que acabar de consolidar esta unidad entre el pueblo y su intelectualidad.

En el plano internacional, han tenido lugar acontecimientos trascendentes que exigen nuestra respuesta. Si se me pregunta qué es lo que más deseo de la intelectualidad cubana, en el orden internacional, diría que seguir haciendo acto presencia, como hoy ocurre, en los más diversos escenarios, y promover con fuerza, una nueva lectura de izquierda de la historia  del siglo XX. Ya hay, en ambas Américas, la del Norte y la del Sur, quienes vienen haciendo esa nueva lectura. Tentado estoy de hacer una selección de esos escritos. Desde luego, lo hacen desde su óptica, con verdades esenciales y no siempre con toda la información necesaria sobre Cuba. Pero ya hay quienes vienen regando un semillero de ideas nuevas acerca de una óptica revolucionaria de la situación actual del mundo.

A esto contribuyó, hace pocas semanas, uno de los más extraordinarios discursos que he oído últimamente. Me refiero a la intervención de Carlos Rafael Rodríguez, en el congreso de Sociología. Ha llegado la hora de andar por el camino del pensamiento que él esbozo. Fidel también, en sus entrevistas a la revista Siempre, de México, brinda –como estamos acostumbrados-nuevas y sugerentes ideas. Se trata de eso: de unirnos en lo interno, de integrarnos orgánica y definitivamente al movimiento ideológico que se desarrolla en nuestro país y de seguir promoviendo, hacia afuera, hacia otras tierras, una nueva lectura, una lectura de izquierda de lo ocurrido en el siglo XX.

El movimiento ideológico y cultural, a escala internacional, está sometido a importantes cambios y ajustes. Eso repercute y ejerce su influencia en la comunidad mundial, de la cual formamos parte. Debemos prepararnos para dar una respuesta cabal, por ello es menester profundizar en el plano teórico y político. Nuestra Revolución, que desde los años sesentas indicó la necesidad de cambios en los métodos, estilos y concepciones del socialismo, está, una vez más, ante el desafío que impone el actual movimiento de las ideas. Como nos ha enseñado Fidel, Cuba se ha ganado el derecho a escoger su propio camino.

En nuestras condiciones, por no ser deudores de una política dogmática, el pensamiento social, la creación literaria y artística, herederos de las ideas más radicales de nuestra historia, tienen importantes contribuciones que aportar a la obra común de todos los revolucionarios cubanos. El proyecto que nos ha de trascender en la hora presente no es solo el de una revolución legítima, que trajo la justicia social para nuestro pueblo. Estamos llamados, para bien de América Latina, de los países explotados y de la humanidad toda, a defender con las ideas, con la decisión irrevocable del pueblo y con las armas, si fuera necesario, el futuro del socialismo.

El arte y la cultura cubanos, proyectados en su diversidad y riqueza hacia el socialismo, pueden hacer un aporte de trascendencia histórica al movimiento intelectual de nuestro tiempo. Hay una enorme riqueza intelectual y moral en nuestra historia. Es ahí donde debemos buscar las fuentes vivificadoras del presente y encontrar las ideas con las cuales avanzar. En todas partes de Cuba pueden celebrarse encuentros como este. Hay intelectuales suficientes en todos los rincones de la patria para reunirse en actos similares. Hay masas de jóvenes y de graduados universitarios lo suficientemente numerosas como para agruparlas por provincias, regiones, municipios e incluso, barrios, en reuniones como esta. Ya no es un simple escenario de intelectuales y académicos, como el que se reunió, hace treinta años, en la Biblioteca Nacional.

El panorama se ha ampliado, ya estamos en la calle. Por las calles de La Habana salieron, a pura espontaneidad, artistas y escritores, a cantarle a esta fecha. En diversos rincones de la patria, se celebran actos y festivales. En todas partes hay hombres de pensamiento, de talento, surgidos de la Revolución; aquellos que salieron de la Campaña de Alfabetización, aquellos que fueron alfabetizados, aquellos que fueron maestros voluntarios, aquellos que fueron a la escuela de instructores de Arte y que hoy, como técnicos, maestros, ingenieros, artistas o escritores aman la cultura del país, la sienten suya y ya nada ni nadie podrá separarlos de la Revolución triunfante, de la Revolución de Fidel.

En fin, nuestra decisión cultural, para ser fuerte y arraigada, y dura como el diamante, ha de fundamentarse en la historia y en las raíces de esta sociedad; de lo contrario, no será fuerte ni dura. Ahí es donde está la clave del problema, la reciedumbre y el rigor tienen que nacer de las entrañas de la historia de esta sociedad. Para nuestra fortuna, vivimos en un país de una cultura con valores enraizados en el más profundo patriotismo, en el más acendrado latinoamericanismo, en la más firme vocación universal y antiimperialista, con un profundo amor a los principios democráticos y a la libertad individual, con un sentido ético de la vida y de las conductas humanas, con un concepto de la disciplina que nació en los combates y en la guerra, con un sentido de unidad nacional en el enfrentamiento al enemigo imperialista.

La dureza, la firmeza y la reciedumbre de nuestra cultura han de fundamentarse en esos principios. Y en estos momentos cruciales con más razón aun. Es la hora de los hornos y debemos andar unidos, como la plata en las raíces de los Andes. La intelectualidad cubana, la que se educó antes de la Revolución, la que maduró en medio de ella, la que surgió en la Revolución, está indisolublemente unida a la causa de su pueblo y a las tradiciones democráticas y revolucionarias que nos vienen de antaño. La unidad necesaria entre intelectuales, obreros y campesinos, es decir, del pueblo cubano, puede asentarse en la bandera de la cultura nacional.

Esta es –pienso- la única manera de ser fieles a Fidel, y por tanto, a la Revolución, que está muy por encima de cada uno de nosotros y que es nuestro proyecto mayor. Ambos nos reclaman en este momento, el de mayor gloria y el de mayor victoria de la patria cubana. Las banderas de la cultura nacional serán las que nos harán más fuertes, más firmes, más intransigentes y más internacionalistas. No hay otro camino. Pero ello tiene que tomar en cuenta lo siguientes: resulta imprescindible brindar todas las facilidades para promover el desarrollo del pensamiento social cubano contemporáneo. No solo constituye una necesidad cultural, sino también un reclamo político, es decir, una exigencia práctica. A menudo, nos enfrentamos con una interpretación de la Revolución y sus ideas estudiada por personas ajenas a nuestra ideología o, incluso contrarias a ellas. Eso es sumamente preocupante.

El crecimiento del pensamiento social es necesariamente polémico. Es más, todo pensamiento, si es creador, es polémico; de lo contrario no es creador. La más importante muestra del carácter polémico del pensamiento político la dieron Carlos Marx y Federico Engels, cuando, retomando todo la historia de la evolución cultural de la humanidad, esbozaron las más polémica, combativa y profunda de las ideas. Cuba no puede permanecer al margen del debate internacional de las ideas. Cuba no puede permanecer al margen del debate internacional de las ideas. Las nuevas generaciones tienen que prepararse para ello. La ideología no se desarrolla en forma lineal, sino contradictoria; no crece si no en el enfrentamiento diario con ideas claras, profundas y rechazando, con rigor, todos los diversionismos. Y debemos estar dispuestos y decididos a esta lucha.

El mundo está pensando en nosotros. Tenemos problemas en nuestra aldea, en parte por los problemas del mundo, en parte por nuestros propios problemas. Por muy difíciles que sean, y algunos pueden resultar para muchos angustiosos, hay que reconocer que la raíz de los mismos está en lo que ha pasado en el mundo. No reconocer esto es no reconocer la verdad objetiva y nublarse las mentes. Nadie con mayor honestidad que Fidel, cuando denunció, hace ya varios años, desde el proceso de rectificación, los males que nos aquejaban, se ha situado a la vanguardia de la crítica social. Nadie lo ha logrado superar. Pero la crítica social de hoy tiene que tomar en cuenta que muchos de nuestros problemas y lo sustancial de ellos, se deben a factores externos que no están fácilmente en nuestras manos resolver. Hay compañeros que, con pasión, amor y enorme trabajo y estudio vienen laborando, dentro y fuera de Cuba, semana tras semana, día tras día, noche tras noche, por tratar de resolver esos problemas.

Pero tenemos que partir de que el mundo ha cambiado y de que nuestros caminos hacia el socialismo tienen también que cambiar. Sí, cambiar, pero para ser más genuinamente socialistas. Tenemos que prepararnos para las grandes transformaciones ideológicas de nuestra época. Como una vez se confundió la idea del socialismo con el socialismo real, y este último desapareció, ahora parecería como si también hubiera desaparecido la idea misma del socialismo. Cuando Marx y Engels, y el propio Lenin hablaban de socialismo, no existía el socialismo real, sino solo la idea del socialismo. Cuando Martí hablaba de la república cubana independiente, o cuando Maceo lo hacía en Baraguá, no existía la república cubana independiente. Existía la idea de socialismo y existía la idea de la república cubana independiente.

Se trata de eso, de trabajar arduamente por esclarecer rumbos en lo que yo llamaría los caminos cubanos hacia el socialismo futuro. Se trata de promover, desde Cuba, una crítica de izquierda a la práctica socialista del siglo XX; una crítica que, para ser justa, ha de hacerse con aquel mismo espíritu de amor con que Martí analizó la historia de la Guerra de los Diez Años y a los próceres de aquella epopeya. Una crítica sin nihilismo, sino con amor. Porque la critica histórica, para ser justa, ha de fundamentarse en las realidades que los hombres tuvieron concretamente que enfrentar.

Y a propósito de ello, en esta hora de graves contingencias, de graves coyunturas políticas universales, quiero manifestarles mi más profunda admiración, mi más extraordinario cariño por los comunistas cubanos, quienes, desde épocas de Mella, y aun antes, supieron mantenerse leales a una causa. Los sucesos que han tenido lugar, lejos de disminuir mi cariño y mi admiración, mi los han acrecentado. Porque si muchos de estos problemas fueron, en cierta forma, previstos por algunos, la magnitud de los mismos muestra las enormes dificultades que tuvieron para ser comunistas en el siglo XX. Ser comunista en el siglo XX, compañeros, ha sido una proeza de enorme valor moral, porque los errores fueron grandes, pero la lealtad a los principios de los mejores comunistas fue más grande aun.

Hoy se abren nuevos caminos, complejos y cargados de peligros e incertidumbres. Insisto en que trabajemos por unirnos todos y porque el movimiento intelectual de nuestro pueblo tenga un peso, cada vez más significativo, en el proceso político y social de nuestra sociedad. Enfrentemos las responsabilidades y los retos que nos impone el porvenir de la patria y continuemos trabajando para forjar una nube de ideas que pare a los escuadrones de acorazados. ¿Puede la cultura hacerlo? La cultura cubana tiene derecho y posibilidades de promoverla. Estoy convencido firmemente de ello; lo sabrá hacer con energía renovadora, talento e imaginación. En este 30 aniversario de Palabras a los Intelectuales, lo proclamamos con fuerza. Lo sabrá hacer con la pasión, el amor y la inteligencia que hay en la cultura del país.

Dejemos a un lado, o situemos en su justo lugar, las acciones secundarias y de importancia relativa. Unámonos todos, para crear una inmensa nube de ideas que haga sentir sobre nosotros una suma mayor de amor y de pasión, que paralice a los escuadrones de acorazados.

Muchas gracias.

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Intervención realizada en el acto por el 30 aniversario de Palabras a los Intelectuales, el 29 de junio de 1991.
Graziella Pogolotti

Compañeros y Compañeras

No sé muy  bien si estoy aquí como vicepresidenta de la UNEAC o como testigo de aquellas horas, de aquellos días, para nosotros inolvidables, que concluyeron en las ya conocidas Palabras a los Intelectuales, del compañero Fidel. Pienso que, quizás, esta última razón sea la que, por lo menos en mí, provoque una evocación más íntima y más profunda. Hoy, sentada aquí, de este lado, no puedo dejar de recordar aquellos días intensos, en que pensábamos juntos las horas, en este mismo local, en un agitado y controversial desorden, donde se dijeron cosas profundas, cosas brillantes, cosas que no lo eran tanto, como siempre ocurre cuando muchos hablan. Recuerdo que entrábamos y salíamos, que conversábamos por los pasillos, que nos veíamos allá abajo, en el sótano y en la cafetería, donde proseguían el diálogo y el debate.

Con la distancia de los 30 años, creo que ese hecho memorable se produjo en circunstancias históricas que fueron mucho más allá de lo coyuntural. Hoy, pienso que podemos colocar ese acontecimiento en su marco justo, en su marco exacto. Con el triunfo de la Revolución, en 1959, los intelectuales y los artistas cubanos se habían encontrado, entre otras cosas, con la patria reconquistada, con la posibilidad real de hacer y construir la república martiana. Un 26  de julio, frente a esa misma Biblioteca Nacional se reunió medio millón de campesinos, a los cuales Fidel dijo que desde ese momento, desde la Reforma Agraria, empezarían a dejar de ser ilotas. La nación, la patria, recuperaba en su integralidad su cuerpo y sus manos.

Una noche de agosto, de un agosto lluvioso, se habían nacionalizado las grandes empresas norteamericanas. Aquello, que pesaba sobre la conciencia nacional desde la fundación de la república neocolonial, aquello que había estado en la lucha de todos los revolucionarios, se había convertido, esa noche, en una realidad. La patria, la nación, recobraba también su riqueza.

En abril de 1961, se había producido la Victoria de Girón. Y esa patria recobrada había tomado también conciencia, en ese momento, que para hacerlo verdaderamente, para lograr la plena independencia, la soberanía y la justicia social, tenía que ser una patria socialista, que fue lo que defendimos en Girón.

Pero ese año 1961 era el Año de la Alfabetización. En esta misma Biblioteca Nacional se había hecho un hermoso anuncio que recogía una frase de Fidel: “La Revolución no te dice cree, la Revolución te dice lee”. Y habiendo recuperado el cuerpo, las manos, la riqueza; la Revolución también recuperaba su derecho al espíritu, su derecho al conocimiento, su derecho, por lo tanto, a la libertad plena del hombre. Y pienso que es en ese contexto en el que hay que colocar la reunión de los intelectuales, que desembocó en las palabras de Fidel que sentaron las bases de una política cultural que nació de un diálogo profundo, intenso, rico, que se sustentó en una tradición de nuestra historia y de nuestra cultura, en una concepción de nuestra tradición que también conduciría más  tarde, en 1968, a la formación de la tesis de  los Cien Años de Lucha, y que constituyó, sin duda, uno de los rasgos originales de la Revolución Cubana.

Tuve personalmente, la posibilidad de comprobarlo algún tiempo después, cuando recorrí buena parte de lo que ahora llamamos Europa del Este con una exposición de pintura cubana, una exposición en la cual estaban presentes todas las tendencias que había dentro de la Revolución. Y a cada paso tuve que defender esa muestra, también variada y controvertida, apoyándome en las palabras, en el texto de Fidel aquel inolvidable día. Porque, ciertamente, esa exposición, de variadas tendencias artísticas, era portadora de un mensaje de fuerza, de vitalidad, de afirmación de nosotros mismos, de autoreconocimiento, que en sí mismo constituía, también, una afirmación profundamente revolucionaria.

Y pude comprobar, en esos debates en otras tierras, cómo los errores cometidos en el plano de la política cultural contribuían a ir estableciendo quiebras en las relaciones entre los artistas y la dirección de la cultura en cado uno de esos países. Mientras, el caso nuestro, por el contrario, habíamos echado a andar juntos, unidos de la mano, conscientes de una historia, de un pasado común, de un presente unido y de un futuro al que todos conscientemente nos dirigíamos.

Originalidad de la Revolución Cubana en este aspecto, como en muchos otros, que de alguna manera explica la esencial fuerza vital de esta Revolución Cubana en los momentos difíciles que hoy nos ha tocado vivir. Originalidad de un revolución que se fundó en el conocimiento de sus raíces, en el entendimiento de su realidad, en la convicción del destino futuro que ya se había señalado por quienes eran, a la vez, fundadores de la nación y fundadores de la cultura. Y junto a esto estaban los hacedores de la cultura, que también eran los herederos no solamente de esa misma historia, sino de una cultura que se había ido diseñando, a través del tiempo, en términos de cultura de la resistencia, cultura anticolonial, cultura antineocolonial, cultura antinjerencista primero para ser, después, una cultura raigalmente antimperialista. Por lo tanto, la vocación de esta cultura de la resistencia era una vocación que la unía íntimamente al destino histórico de la patria y por ende, al destino histórico de la Revolución Cubana. Así lo entendimos todos.

Así, como consecuencia de ese encuentro y de aquellas palabras, se diseñó una política, se diseñó una acción, surgió nuestra Unión de Escritores y Artistas de Cuba, se multiplicaron nuestros espacios, se diseñó también una profunda política destinada a la democratización de la cultura, a la extensión de la cultura a las zonas más apartadas del país, y también se concibió el sentar, sobre nuevas bases, la formación de los creadores, la estructuración de lo que habría de ser, más tarde, el sistema de la enseñanza artística. La noción de cultura incluía, desde entonces, la creación artística y literaria, su proyección hacia un destinatario por mucho tiempo marginado y el desarrollo de un clima que favoreciera su crecimiento.

En aquellos días intensos no sólo se habló de creación artística y literaria, no solo se debatió profundamente sobre el concepto de realismo y sobre los peligros que podían derivarse de la implantación del realismo socialista como norma para la creación artística, sino que también se debatieron aquí temas relacionados con la concepción de nuestra historia, con el punto de vista a asumir en relación con la historia de Cuba en el siglo XIX, puesto que cultura también era  eso; cultura era ese espacio de diálogo en el cual se forja el ser de la nación, en el cual se forma la dimensión espiritual de la nación.

Y como parte de este proyecto, los intelectuales cubanos, antes y ahora, en los momentos difíciles de entonces y en los momentos aún más difíciles de ahora, estuvimos y estamos dentro de la Revolución, en el centro mismo del alma de la Revolución en ese cuerpo rescatado y en el espíritu que le da sentido y razón de ser a nuestra vida y a nuestra obra. Y nuestra vida y nuestra obra adquirieron un verdadero sentido cuando pudieron entroncar plenamente con la nación recuperada, con la construcción de la república que había soñado Martí.

Gracias. 

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Cuarenta años después*

Roberto Fernández Retamar

La invitación del compañero Abel para leer hoy estas líneas, al mismo tiempo me ha honrado y perturbado, y supongo que ambas cosas se entienden con facilidad. Lo menos que puedo decir es que, aunque me enorgullece la solicitud, no me resulta fácil hablar aquí cuarenta años después de haberlo hecho el compañero Fidel, cuando, luego de tres días de reuniones entre miembros del Gobierno Revolucionario y un grupo de escritores y artistas, él pronunció el fundamental discurso suyo que sería publicado con el título Palabras a los intelectuales: si bien, como sabemos, dichas Palabras no se referían a los intelectuales en su conjunto (de cuya naturaleza y diversidad nos enseñaría tanto Antonio Gramsci), sino a esa zona de los intelectuales formada por escritores y artistas. Reiteradamente Fidel habla en su discurso "de los artistas y de los escritores", o de "los artistas y los escritores cubanos", añadiendo más adelante un distingo entre "todos los escritores y artistas revolucionarios, o [...] todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución", y "los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios". Y si alguna vez menciona a "un artista o intelectual", o a "un artista o intelectual mercenario, [...] un artista o intelectual deshonesto", no parece que en estos casos se trate de sinónimos: la disyuntiva apunta más bien al señalamiento de quienes desempeñan tareas afines, pero no idénticas. Y refiriéndose a sí mismo, dirá con modestia: "nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos [los propios de la gestión revolucionaria], no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones." Sin embargo, para Gramsci los dirigentes políticos son también sin duda intelectuales, por supuesto de un tipo particular, criterio que comparto, como tantos otros del gran revolucionario italiano.


Una de las primeras cosas que se me ocurrieron al comenzar a esbozar estas líneas fue que en aquellas tres reuniones de junio de 1961, memorables para los que tuvimos el privilegio de participar en ellas, no hubiera podido estar presente nuestro ministro de Cultura, pues (quizá por desdicha) no había allí niños ni niñas de diez u once años, que es la edad que a la sazón tenía Abel. Otro tanto puede decirse de quienes también nacieron, como él, en el nutrido 1950. Por ejemplo, el presidente de la UNEAC, Carlos Martí; el de la Asociación de Escritores, Francisco López Sacha; el de la de Artistas Plásticos, José Villa, sin el cual John Lennon no tendría su estatua meditabunda en un visitado parque de El Vedado; el del ICAIC, Omar González; mi compañero de aventuras en la revista Casa de las Américas, Luis Toledo Sande; otros artistas y escritores de la jerarquía de Roberto Fabelo y Senel Paz. Añádase que en las cuatro décadas y pico que median entre las vísperas de los 40 y los comienzos de los 80 del pasado siglo nació la gran mayoría de quienes son hoy escritores y artistas cubanos (incluyendo desde luego a los actuales miembros de la Asociación Hermanos Saíz), y a ellos, a causa de su edad, no les fue dable ir a las reuniones de junio de 1961. Con raras excepciones, como la de quien acaso fue el más joven de los asistentes, Miguel Barnet, quien no obstante tendría que esperar aún dos años para publicar su poemario inicial. Digamos, para no fatigar con nombres, desde gentes como Eduardo Heras León, Nancy Morejón o Silvio Rodríguez, hasta gentes como Kcho, Elsa Mora o Rolando Sarabia. No pocos y pocas (como me consta directamente en un caso que ustedes adivinarán, pues su madre y yo la dejábamos en su cuna para venir a las reuniones) tenían apenas unos meses entonces, y muchas y muchos nacerían después. No en balde nos separan ocho lustros del acontecimiento que hemos venido a conmemorar. Y como no tiene demasiado sentido que me dirija a los sobrevivientes, ya más bien escasos, de quienes estuvimos en la Biblioteca Nacional aquel junio de 1961 y hemos formado nuestro criterio, hablaré sobre todo para los más, aquellos que saben de los acontecimientos por versiones, a menudo harto diversas, que les han llegado.
El discurso de clausura de Fidel ha sido leído con frecuencia, y sin duda seguirá siéndolo. También ha sido objeto de numerosos comentarios, de algunos de los cuales me valdré. E incluso se lo ha citado sin habérselo leído, o alterando sus líneas, o desgajándolas del conjunto, con las intenciones por lo general aviesas que se supondrá. Para apreciarlo debidamente, no sólo es imprescindible remitirse a él con fidelidad, sino que es útil recordar los contextos en que se produjo: contextos que no son siempre círculos concéntricos, y a menudo se mezclan entre sí.

En primer lugar, el discurso fue precedido por un número grande de intervenciones de escritores y artistas. Tales intervenciones, improvisadas como lo sería el discurso de Fidel, no se han publicado aún (ni siquiera sé si existen grabaciones o transcripciones suyas), y los asistentes que quedamos conservamos recuerdos cada vez más desvaídos de ellas, sin excluir las propias: al menos, esa es mi experiencia. Sin embargo, Fidel las comenta a cada rato en sus Palabras, que probablemente ganarían de conocerse con precisión a quiénes o a qué se refieren en cada caso. Al evocar treinta años después tales experiencias, Graziella Pogolotti dijo con vivacidad:

Hoy, sentada aquí, de este lado, no puedo dejar de recordar aquellos días intensos, en que pasábamos juntos las horas, en este mismo local, en un agitado y controversial desorden, donde se dijeron cosas profundas, cosas brillantes, cosas que no lo eran tanto, como ocurre siempre cuando muchos hablan. Recuerdo que entrábamos y salíamos, que conversábamos por los pasillos, que nos veíamos allá abajo, en el sótano y en la cafetería, donde proseguían el diálogo y el debate.

En segundo lugar, lo que en lo inmediato provocó aquellas reuniones fue el hecho, sobredimensionado, de haberse impedido la exhibición de un documental. Yo no me encontraba entonces en el país, sino en la hoy inexistente República Democrática Alemana, adonde había ido para asistir a un congreso de escritores. Era la primera vez que visitaba un país llamado socialista de Europa, y ello despertaría en mí inquietudes en las que no voy a detenerme ahora. Me limito a decir que durante mi ausencia se celebró en la Casa de las Américas una reunión de escritores y artistas para abordar la cuestión del documental. Tal reunión, que sólo conozco de oídas, resultó un preludio de las que ocurrirían algún tiempo después en la Biblioteca Nacional, esta vez con la presencia también, ya aludida, de miembros del Gobierno Revolucionario. Pero estas últimas reuniones iban a tener lugar de todas maneras, tarde o temprano. Era algo previsible, y Fidel lo aclaró sin ambages al decir: "esta discusión [la de junio de 1961] -que quizás el incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerar-, ya estaba en la mente del Gobierno".

Abultar aquel incidente, como a menudo se ha hecho casi siempre con mala sangre, no es apropiado. Pero tampoco lo es pretender esfumarlo. Lo justo es hacer mención de él, y tratar de darle una explicación. Contamos en este sentido con un testimonio excepcional: el de uno de los protagonistas de la vida cultural en la Cuba revolucionaria, Alfredo Guevara, presidente del ICAIC al ocurrir dicho incidente, quien ha asumido su responsabilidad, y aportado sus razones, en entrevista publicada en La Gaceta de Cuba en diciembre de 1992. En aquella ocasión, el entrevistador le planteó: 

En un clima de intensos debates ideológicos, la realización del documental PM en 1961 desató una polémica que desembocó en su prohibición por parte de la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas, considerándola "nociva a los intereses del pueblo y su revolución". A la distancia de 30 años, ¿cuál es su punto de vista sobre aquella decisión?

Aunque la respuesta de Alfredo fue muy extensa, y por descontado polémica, es útil recordarla en su totalidad. Hela aquí:

De aquel instante quedan la noticia lejana y confusa, las interpretaciones diversas, lo que han dicho algunos protagonistas, y nuestro silencio. 

PM no es PM. PM es Lunes de Revolución, es Carlos Franqui, es una época convulsa y de extremas contradicciones en que participaban múltiples fuerzas. No creo que PM merecía tanto revuelo, y la reacción del naciente ICAIC fue muy matizada. De acuerdo con el texto de su pregunta quedamos reducidos a una simple, calculada y también graduada prohibición. Pero convendría recordar que en esos días se esperaba ya el ataque armado y que por todas partes se emplazaban ametralladoras y antiaéreas. Que el pueblo todo se movilizaba para repeler la agresión y que el espíritu guerrillero y de combate estaba en su más alto grado de exaltación. No soy ajeno al mundo que recoge PM. Titón, Guillermo Cabrera Infante y yo, con Olga Andreu y alguna que otra vez con Billo Olivares, estuvimos en El Chori, un cabaretucho de la playa que impregna con su experiencia el hilo conductor del documental; los bajos fondos, la embriaguez (y la mariguana), la música quejumbrosa que acompaña al alcohol y el abandono de sí mismo.
Pero la revolución abrió un abismo en aquel grupo de amigos; unos quedaron indiferentes ante la conmoción transfor-madora que se desencadenaba, para ellos no pasaba de ser un trastorno bananero que perturbaba sus vidas; para otros era la culminación potencial de la independencia nacional.
Reduces el tema a PM. Tengo las de perder ante el audaz periodista. Prohibir es prohibir; y prohibimos. No entraré en los detalles pero sí diré que el film quedó en manos de sus autores, y que cuando salieron pudieron llevárselo. Lo que no estábamos dispuestos, y era un derecho, era a ser cómplices de su exhibición en medio de la movilización revolucionaria. A ellos parece que les sucede lo que a nosotros con El Mégano, prefieren cultivar el mito y dejar la obra en la oscuridad. Fue el ICAIC quien la presentó recientemente en el Centro Georges Pompidou, en París, en un panorama "casi" exhaustivo del cine producido en Cuba.

Si ahora, en las condiciones actuales, me tocara aprobar o prohibir PM, simplemente dejaría que siguiera su curso porque aunque las circunstancias no nos son favorables, no vivimos un instante de tensión y exaltación; y tampoco yo lo vivo de aquella manera. Pero si combatiente revolucionario volviéramos -y eso ya sabes que no es posible- treinta años atrás, no vacilaría seguramente en enfrentarme a los que comenzaron a usar todos los medios de comunicación para servir a su objetivo, el de Franqui en la época: impedir el socialismo. Acaso PM no sería la chispa, pero una chispa habría; y treinta años después alguien, ahora, preguntaría no qué estaba sucediendo contextualmente en el país, sino [si] la chispa era o no apagable con este u otro método.

Aquel grupo, persecutor de Alejo Carpen-tier y Alicia Alonso, de Lezama Lima y de todo el Grupo Orígenes, no salió triunfador. Por eso es catalogado factualmente como "la víctima", pero no estamos, amigo entrevistador, revisando una historia de ángeles. Sé que estas palabras pueden ser sospechosas de pasión. Pero en estos días me divierto leyendo el Herald de Miami. En sus páginas el periodista ya de aquellos tiempos Agustín Tamargo, y tras él otros exiliados nada revolucionarios, recuerdan a Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante su historia de persecutores intolerantes; y no callan casi nada. Le haré llegar copia de esta polémica. Tal vez le resulte más creíble que mis palabras. Y lo digo porque las suyas reflejan cuando menos poca información. Las inquisiciones son muchas. Pero sólo quedan como tales las que producen víctimas. De aquellos victimados sálveme Dios.

El periódico Revolución, dirigido por Carlos Franqui, era órgano del Movimiento 26 Julio; y Lunes de Revolución, dirigido por Guillermo Cabrera Infante, su suplemento cultural. En consecuencia, no podían aparecer como más oficiales. Con posterioridad a las reuniones de 1961, tanto Franqui como Cabrera Infante, consecuentes con la conducta denunciada, abandonaron el país y se desenmascararon como contrarrevolucionarios viscerales. Pero, si bien no es éste el momento de dilucidar la cuestión, hay que decir que, a pesar de oportunismos políticos y mezquindades de varia índole, no todo lo publicado en el periódico ni en su suplemento era desdeñable. Sin duda hubo valores positivos en uno y otro que el tiempo, ese autor por excelencia de antologías de que habló Borges, se está encargando de poner en su sitio. Parte de la propia obra literaria de Cabrera Infante tiene méritos, aunque él sea un resentido calumniador de oficio y beneficio. En todo caso, importa subrayar que las reuniones de junio de 1961 y el discurso de Fidel, cuyo cuadragésimo aniversario celebramos, estuvieron lejos de agotarse en la querella en torno a PM: querella ciertamente de raíz política, como ha explicado Alfredo.

Y político, en el más amplio sentido de este término, fue el contexto mayor en que estuvieron situados aquellos acontecimientos. Pues ese contexto era la Revolución Cubana que había llegado al poder, tras combates heroicos, en enero de 1959. Quizá hoy para muchos sea difícil comprender en plenitud el clima de esperanza, fervor y lucha que entonces se vivía, aunque es bien conocido el conjunto de hechos históricos desencadenados a raíz de aquella fecha. Baste recordar que en abril de 1961 había sido derrotada en sesenta y seis horas la invasión enviada por el imperialismo estaduni-dense; y que la víspera de iniciarse dicha invasión Fidel había proclamado el carácter socialista asumido por nuestra Revolución. Además, ese año 1961 se estaba llevando a cabo la extraordinaria campaña que erradicaría el analfabetismo de nuestro país, e iba a constituir una realización cultural de primera magnitud.

Sin embargo, para numerosos escritores y artistas de izquierda, no sólo en Cuba sino en todo el mundo, un fantasma lo recorría: el de esa monstruosa deformación encarnada en el realismo socialista, que causara incalculables daños en países que se decían socialistas y aun más allá de ellos. No me gusta patear a un mulo muerto, ni dejo de reconocer virtudes en el país nacido de la gran Revolución de Octubre de 1917, ni de agradecer la ayuda material que prestó a nuestra Revolución sobre todo en sus difíciles momentos iniciales. El haber contribuido decisivamente a la derrota del nazifascismo, menos de veinte años antes de 1961, fue sin duda una de las virtudes mayores de la Unión Soviética. Pero los graves errores políticos, las arbitrariedades y las deformaciones intelectuales que acabarían por dar al traste con aquel grandioso experimento ofrecían a los escritores y artistas un rostro particularmente cercano en el realismo socialista, del que se ha dicho que tenía, entre otros, dos defectos ostensibles: no ser realista y no ser socialista. Su fantasma es el que explica la reacción de tantos ante el fenómeno sin duda menor de PM. Declarada socialista nuestra Revolución, lo que no podía sino llenar de júbilo a cuantos desde la más temprana edad nos considerábamos socialistas, así fuera por la libre, no parecían enteramente desencaminadas ciertas inquietudes ante el hecho de que la más joven de las revoluciones de ese carácter en el planeta pudiera incurrir en errores similares a los que habían dañado, en este campo, a los otros países que se decían tales, siguiendo el mal ejemplo soviético.

Resulta más que comprensible la reacción de Fidel ante preocupaciones expresadas por varios de los asistentes a las reuniones. Como figura principal de una revolución que había mostrado una y otra vez su originalidad, su independencia, su autoctonía, la sorpresa de Fidel ante dichas preocupaciones era bien explicable. Pero al menos algunas de ellas no dejaban de tener razón de existir, desde una perspectiva que tomara en cuenta numerosas experiencias de otros países. Cuatro años después de 1961, en El socialismo y el hombre en Cuba, el Che iba a escribir: 

Se busca entonces la simplificación, lo
que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.
Pero el arte realista del siglo XIX también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente; en arte, su decadencia de hoy. Pero ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista "la libertad", porque ésta no existe todavía, ni existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas las formas de arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.

En sus Palabras de 1961 Fidel afrontó la cuestión candente que ya le habían planteado (dijo) visitantes como Jean Paul Sartre y C. Wright Mills, al decir: "El problema que aquí se ha estado discutiendo y vamos a abordar, es el problema de la libertad de los escritores y artistas para expresarse." Y más adelante:

Se habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que se respete la libertad formal. Creo que no hay duda acerca de este problema.

La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la discusión cuando se trata de la libertad de contenido. Es el punto más sutil porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones. El punto más polémico de esta cuestión es si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística. [...]

Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, [...] esa preocupación es innecesaria, [...] esa preocupación no tiene razón de ser.

Como carece de sentido, no obstante la tentación grande de hacerlo, que continúe citando textualmente de aquellas Palabras, me limitaré a las líneas que en cierto modo resumen lo esencial del texto:

dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir, y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie, por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.

Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho.

Naturalmente que estos juicios, como casi cualesquiera otros, son susceptibles de más de una interpretación, y así ha ocurrido en este caso. Me cuento entre aquellos para quienes "dentro de la Revolución", lejos de ser un llamado a la obsecuencia, incluye la crítica, desde perspectivas revolucionarias, de los que se estimen conflictos o errores en que hemos incurrido. Es algo que ejemplifican filmes de nuestro admirable cineasta de ficción Tomás Gutiérrez Alea como Memorias del subdesarrollo, La muerte de un burócrata o Fresa y chocolate. Por cierto, no está de más recordar que este artista rebelde secundó en su intervención de junio de 1961 la medida tomada por el ICAIC en cuanto a PM.

Una de las primeras consecuencias de las reuniones de junio de 1961 y del discurso de Fidel fue el cese de la publicación de Lunes de Revolución y la convocatoria a un amplio y movido congreso que se celebró en agosto de ese año, y de donde nacería la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). A su frente se encontró desde el primer momento Nicolás Guillén, junto a un Secretariado de escritores y artistas cuyo promedio de edad era bajo. Entre sus integrantes, Lisandro Otero y José A. Baragaño tenían veintinueve años; yo, treinta y uno. Las Palabras a los intelectuales iban a ser la línea rectora de la flamante institución, es decir, el sentido de unidad, la amplitud de criterios estéticos, el rechazo a todo dogmatismo o sectarismo, el
carácter multigeneracional. Pronto empezó a dar forma a sus publicaciones periódicas, que verían la luz al año siguiente: La Gaceta de Cuba y la revista Unión. En ambas desempeñaría papel capital Guillén, acompañado en La Gaceta sobre todo por Lisandro; y en Unión por Alejo Carpentier y por mí, a quienes se uniría José Rodríguez Feo. A fin de abreviar estas líneas (pues los cuarenta años de la UNEAC merecen trabajo aparte), transcribiré, como mero ejemplo, en su orden de aparición, la lista de autores que colaboraron en el primer número de Unión: Carpentier, Navarro Luna, Labrador Ruiz, Lezama Lima, Piñera, Fayad, Nivaria Tejera, Marinello, Martínez Estrada, Augier, Ardévol, Portocarrero, Feijoo, Baragaño, Díaz Martínez, Lisandro, Rodríguez Feo, Rine, Loló de la Torriente, Graziella. También había unos versos míos. Y como "Documento", la "Segunda Declaración de La Habana".

Fechada en París el 21 de septiembre de 1967 (es decir, cuando aún no se vislumbraban la desaparición del llamado campo socialista europeo y la implosión de la Unión Soviética), recibí una carta que era testimonio elocuente de la enorme trascendencia de aquel texto de Fidel. La carta era del firme comunista y amigo de los países socialistas que fue Juan Marinello, quien me escribió allí: "He creído siempre que el discurso del compañero Fidel en 1961, dirigido a los intelectuales, tiene un relieve capital: nos salvó de caer en los feroces dirigentismos que ensombrecieron en otras latitudes la tarea creadora." Si así opinaba una criatura como Marinello, se comprende fácilmente lo que el discurso implicó para muchísimas otras personas, para el destino de la vida cultural de la Cuba revolucionaria.

Pero aquel mismo 1967 nuestra realidad histórica comenzó a variar, y no para bien. En octubre de ese año fue asesinado el Che, y con tal asesinato, que hizo posponer de nuevo hermosos y audaces proyectos de hacer avanzar la Revolución de nuestra América, se clausuraron nuestros años 60. Hechos posteriores, como el malhadado "caso Padilla", el incumplimiento de la zafra de los diez millones, no obstante el esfuerzo realizado, o ciertas consecuencias del Congreso de Educación y Cultura de 1971, pusieron al país en situación difícil: todo ello unido a un aislamiento recrudecido. El ingreso de Cuba en el CAME, en 1972, no contribuyó a mejorar las cosas. Nos habíamos sentido orgullosos de merecer la observación de Mariátegui según la cual el socialismo no podía ser en América calco y copia, sino creación heroica. Pero aunque no faltaron, como no lo han hecho nunca, creaciones heroicas de nuestro pueblo, asomaron su oreja el calco y la copia. Aludiendo al ambiente cultural de la época, Ambrosio Fornet acuñaría más tarde la expresión "Quinquenio gris". Es bizantino discutir sobre si fue sólo un quinquenio o si fue más o menos gris. Lo cierto es que algunos peligros que se daban por conjurados amenazaron entonces con empobrecer nuestra vida cultural, si bien no se llegara nunca al ejercicio de uno de esos "feroces dirigentismos" a que aludió Marinello. Pero se dio entrada a prejuicios absurdos, escritores y artistas valiosos fueron marginados, la mediocridad encontró terreno abonado y se debilitó en parte el impulso creador. No temo evocar las dificultades o las equivocaciones de la Revolución, porque el proceso del aprendizaje, y hasta el del crecimiento, implican lo que se ha llamado ensayo y error. Y además, porque sólo el ejercicio franco y valiente de la autocrítica (no el regodeo, que puede ser interesado, en las mataduras) nos permite volver a encontrar la ruta correcta.

Aludiendo a esta época ingrata, escribió en 1991 Armando Hart, a quien se le había encomendado en 1976 crear y dirigir el Ministerio de Cultura:

Es cierto que ha habido reveses, algunos dolorosos y bastante amargos, pero ninguno de ellos estratégico ni con el peso necesario como para nublar la obra de la Revolución en la cultura. Hemos dicho, una y mil veces, que lo mejor, más depurado y de más alto nivel intelectual del país permaneció fiel a Palabras a los intelectuales y se mantiene al servicio de la Revolución Cubana.

Cinco años más tarde, en 1996, añadiría Hart:

Cuando se creó el Ministerio de Cultura, en diciembre de 1976, entendí que se me había situado en esta responsabilidad para aplicar los principios enunciados por Fidel en Palabras a los intelectuales y para desterrar radicalmente las debilidades y los errores que habían surgido en la instrumentación de esa política. Consideré que sólo era posible hacer más efectiva mi gestión promoviendo la identidad nacional cubana, que se había articulado en nuestro siglo con el pensamiento socialista. Aprecié que para este empeño era necesario emplear, en el campo sutil y delicado del arte y de la cultura, los estilos políticos de Martí y Fidel.

Armando, un histórico de la Revolución Cubana, tras realizar una encomiable tarea al frente del Ministerio, y hacer posible la extinción del "Quinquenio gris", ha sido continuado por uno de aquellos niños que tenían diez u once años cuando Fidel pronunciara su discurso orientador. Me refiero, naturalmente, a Abel Prieto. Si he destacado desde el primer momento la cuestión de su edad, que es también, más o menos, la de muchísimos de nuestros escritores y artistas, de nuestros dirigentes en el área cultural, es porque veo en ello una señal llena de esperanza. Al concluir sus Palabras, Fidel se refirió "a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra". Mientras exista la humanidad, se sucederán las generaciones como las hojas de los árboles, según el viejo poema, y en consecuencia volverá a decirse la última palabra. Pero para quienes un día inolvidable escuchamos de labios de Fidel aquel discurso, nuestras generaciones futuras inmediatas son las que llevan hoy la voz cantante: lo que en modo alguno supone desconocer la valía de los mayores, como lo muestra, por ejemplo, el caso de Compay Segundo y sus muchachones.

A pesar de realidades muy duras, de descalabros, de tristezas, las promociones recientes tienen ante sí un país con más posibilidades que las que nos fueron deparadas: un país alfabetizado, donde se ha puesto el énfasis en la cultura al punto de decir Fidel que es lo primero que hay que salvar, y que está siendo difundida cuantiosamente en sus más altas producciones; un país que en circunstancias muy adversas, de recrudecimiento del bloqueo, ha conservado, fortalecido y multiplicado sus instituciones culturales; un país que perdió el apoyo material de naciones europeas que se decían socialistas, pero a la vez está liberado de la sombra que las estrecheces espirituales de tales naciones echaban sobre él, a nombre de una deformación teratológica del marxismo; un país libre, independiente y soberano que piensa con su cabeza y siente con su corazón, no obstante estar rodeado de vergonzosos ejemplos de "pensamiento único", cinismo, corrupción y desaliento. Es natural, es útil que los nuevos critiquen. "Los pueblos han de vivir criticándose," decía Martí, "porque la crítica es la salud; pero," añadía el Maestro, "con un solo pecho y una sola mente." Y es imprescindible que sean fieles a otro consejo, también del programa radical, hermoso y vigente que es "Nuestra América": "Crear, es la palabra de pase de esta generación."

Se nos pregunta con frecuencia cómo será nuestro futuro. Pero el futuro no empieza con un hachazo, como tampoco lo hace el alba, según experimentamos quienes hemos contemplado el glorioso espectáculo del amanecer en medio del mar; ni la primavera, que "ha venido", escribió Antonio Machado, y "nadie sabe cómo ha sido". Hay que ser muy poco perspicaz para no reparar en que nuestro futuro ya ha comenzado, cuarenta años después.

*Leído en la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, el 30 de junio de 2001. Publicado en La Gaceta de Cuba, no.4, julio-agosto, 2001, pp.47-53.

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Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación.[5]
Lisandro Otero

El 1961 fue un año dramático, fructífero, conmovedor. Comenzó con la ruptura de relaciones de los Estados Unidos con Cuba y el presagio de mayores antagonismos. Se abastecía desde el aire a las bandas contrarrevolucionarias en el Escambray. Se organizó el ejército de cien mil alfabetizadores voluntarios. El 16 de abril se declaró el carácter socialista de la Revolución y al siguiente día desembarcaba en Playa Girón la brigada mercenaria que sería derrotada tres días después. E16 de junio se aprobó la ley de nacionalización de la enseñanza y en diciembre se declaró al país territorio libre de analfabetismo. Dentro de la reorganización institucional en curso, la cultura era un área imprescindible. En aquel verano de 1961 ya existían el ICAIC, Casa de las Américas y el Consejo Nacional de Cultura. Algunos intentaron convertir a este último en un dispositivo para instrumentar el realismo socialista zdanoviano, aunque contaba entre sus directivos con prestigiosas figuras de la cultura cubana como Alejo Carpentier y José Lezama Lima, ajenos a esa intención doctrinaria.

Desde 1960 existía una pugna subterránea por alcanzar mayor ascendencia en los asuntos culturales. De una parte un grupo teoricista, apegado a las normas clásicas del marxismo para la esfera cultural, y la otra, un equipo partidario de no ahogar la libertad creativa con consignas, de permitir el libre vuelo de la imaginación artística. Los primeros favorecían un arte comprendido; los segundos eran permisivos y aspiraban a una tolerancia respetuosa de la pluralidad de tendencias.

Desde luego, esquematizo: los partidarios de la ortodoxia socialista incluían a quienes no fueron miembros del viejo partido, los liberales comprendían a muchos que operaban por cuenta propia, como francotiradores culturales. Aunque algunos estábamos en desacuerdo con los postulados dogmáticos, rehusábamos sometemos al predominio hegemónico de los liberales porque algunos alentaban pretensiones caudillísticas. La opción era bien desalentadora: saltar del sartén para caer en las brasas. En mayo de 1961 Sabá Cabrera, hermano de Guillermo Cabrera Infante, filmó una película intrascendente a Ia que tituló PM (pasado meridiano), sobre las actividades nocturnas de una parte de la población habanera. Si este documental se hubiese rodado en otro instante de la historia habría sido olvidado a la semana siguiente, pero nació en una hora de enfrentamiento de camarillas. La película pasó por televisión pero fue vista con objeciones en el Instituto del Cine. La acusaban de escamotear la presencia de milicianos, de obreros, de maestros alfabetizadores en la imagen que se ofrecía del pueblo; quienes aparecían en las diversiones nocturnas eran marginales, lumpen. Mostrar una parte de la verdad, decían, era una forma de mentir sobre la realidad cubana. Los permisivos alegaban que se había confiscado el filme de manera insultante, coaccionando la libertad de expresión en el umbral del estalinismo. En conciliábulos cotidianos se daba crédito a las especulaciones mas exageradas, rayanas a veces en una histeria alarmista. Guillermo Cabrera Infante y Carlos Franqui, binomio que aspiraba al control total del aparato cultural, aprovecharon aquel incidente para atizar el temor de muchos a la repetición posible en Cuba de las coacciones a la creatividad ocurridas en la Unión Soviética. Convocado el Primer Congreso de Escritores y Artistas sería imposible un diálogo en aquel clima. Se organizó, por tanto, una reunión previa en la Biblioteca Nacional, para despejar la atmósfera.

En los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 se reunieron allí las figuras más representativas de la intelectualidad cubana para discutir problemas inherentes a la creación literaria y artística. En la Presidencia se encontraban Fidel, Dorticós, Roa, Carlos Rafael, Guillén, Carpentier, Vicentina Antuña, Núñez Jiménez, Aragonés y Hart. Dorticós dijo, en unas palabras introductorias al debate, que la cultura, con todos sus cauces y matices debía servir al pueblo, lo cual fue recibido con alivio porque constituía una primera aseveración inclinada a la apertura.

Virgilio Piñera fue el primero en hablar "porque era el que tenía más miedo", según declaró al iniciar sus palabras. Manifestó que "por ahí se decía que el Movimiento 26 de Julio iba a proclamar la cultura dirigida" y Fidel Ie preguntó sonriendo que por donde se corría eso. Virgilio replicó en su peculiar estilo coloquial: "hay voces por ahí, yo lo he oído". Baragaño lo interrumpió: "jYo nunca he oído eso!" Virgilio prosiguió: "Esta en el aire, se especula con eso. Yo no soy contrarrevolucionario, no estoy en Miami, estoy aquí; hay dudas y reservas; aunque alguna gente habla con eufemismos, yo lo digo ramplán". Un poeta dijo que el nivel actual de nuestra cultura era bajo y debía realizarse un esfuerzo por aumentar su nivel, lo cual motivó una réplica de una actriz contra los "elitistas". Un arquitecto citó a Jaeger y habló de forma y contenido. Un músico se quejó de nuestra crítica cultural, excesivamente benigna. Un pintor habló de las relaciones entre el Estado y el individuo y afirmó que el diseño industrial tenía reservado un lugar de importancia en el futuro. Un director de teatro planteó que en lo sucesivo debían convivir criterios dispares y que la Revolución debía admitir y proteger por igual todas las modalidades de la cultura. Un narrador dijo que si no se estaba de acuerdo con la película PM, debía haberse discutido con los realizadores y sugerido modificaciones. Titón Gutierrez Alea planteó que el arte necesitaba de la tolerancia. Que la película PM mentía porque solamente decía una parte de la verdad. Que efectivamente había inquietudes en relación con la libertad de la cultura y que la Iglesia no se atacaba cerrando templos. No se podía vetar a un artista porque no pudiese transformar su instrumento de creación. Defendió el cine polaco como el más vital de los países socialistas y terminó diciendo que la centralización de la organización cultural podría ser muy dañina. Roberto Fernandez Retamar manifestó que los intelectuales no nos habíamos sumado a la Revolución, éramos parte de ella: la Revolución era nuestra, pero habría que definir que se esperaba del escritor en la nueva sociedad. Dijo que a Pushkin no lo leían los campesinos de su época. En una Revolución se integraban elementos muy disimiles; Lam, por ejemplo, no podría pintar barbudos a estas alturas de su obra y recordó a Lenin: no haremos de ningún amigo, un neutral, ni de ningún neutral, un enemigo.

Hice una larga, quizás excesivamente prolongada intervención, a la cual Fidel se refirió en sus palabras finales. Frente a quienes pretendían una cultura edulcorada, optimista, sin conflictos, recreativa, defendí el arte como uno de los medios que el hombre posee para crearse una conciencia de sí mismo, profundizando en sus contradicciones; el arte, dije, no es un medio de escape sino un instrumento para enfrentarse a los problemas. Frente a quienes deseaban la formulación de normas rígidas y medidas administrativas para dirigir la invención artística, defendí el derecho a la experimentación, porque restringirla equivalía a desalentar la creación con el consiguiente estancamiento del proceso cultural.

El día 30 de junio Fidel Castro hizo un resumen de las discusiones, con un análisis de las inquietudes de entonces y de la perspectiva histórica abierta ante la cultura cubana. Ese discurso, del cual se conmemora en estos días cuarenta años, ha pasado a ser conocido con el nombre de Palabras a los Intelectuales. Fidel trenzó las inquietudes de los escritores y artistas revolucionarios con las de aquellos que, sin serlo, tampoco eran contrarrevolucionarios. Enfrentó el problema principal en el ambiente, el de la libertad de creación artística, y se preguntó cómo podría la Revolución, que transformó las condiciones de trabajo deprimentes de escritores y artistas, cambiar el ambiente creativo propiciado por la propia Revolución. Más tarde se refirió a la intervención de Eliseo Diego: ¿podía escribir de acuerdo con su visión idealista, que no era la ideología de la Revolución? Fidel Ie respondió que la Revolución debía aspirar a que marchasen junto a ella no solo los revolucionarios, no solo la vanguardia, sino todos los ciudadanos honestos, fuesen o no escritores o artistas. La Revolución, continuó, debía comprender a ese sector y propiciarle un campo donde manifestarse. De ahí pasó a la definición más polémica de su discurso, luego una guía para la práctica en los años por venir: "Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella". Fidel veía los peligros acechantes en el futuro inmediato. Cualquier posibilidad de infiltrarse, por un resquebrajamiento en la unidad, sería aprovechada por nuestros antagonistas. Ante todo la Revolución debía sobrevivir porque ese gran movimiento social era la base de todo, de la cultura, del derecho a una vida mejor. Sin duda la cultura se dirige al pueblo, eso hicieron Cervantes y Shakespeare, Chaplin y Picasso, pero ¿hacia qué etapa de su desarrollo dirigirse: hacia el nivel en que fue sumido por las clases dominantes o hacia la cúspide hacia donde lo elevaba la Revolución?, era la pregunta. ¿Masividad o elitismo?, simplificaban otros la alternativa. "Debemos propiciar -dijo Fidel- las condiciones necesarias para que todos esos bienes culturales Ileguen al pueblo. No quiere decir eso que el artista tenga que sacrificar el valor de sus creaciones, y que necesariamente tenga que sacrificar su calidad. Quiere decir que tenemos que luchar en todos los sentidos para que el creador produzca para el pueblo y el pueblo, a su vez, eleve su nivel cultural a fin de acercarse también a los creadores [ ... ] Hay que esforzarse en todas las manifestaciones por llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo pueda comprender cada vez más y mejor".

Cuarenta años después de aquellas sesiones resalta con nitidez su importancia histórica. Aquel diálogo fue el punto de partida de las principales instituciones culturales vigentes. Las Palabras a los Intelectuales de Fidel Castro ayudan a comprender por qué, pese a parciales retrocesos, coyunturales nubarrones y desaciertos, la cultura cubana ha atravesado en estos últimos decenios una etapa de desarrollo. Casi dos meses después de las reuniones en la Biblioteca se efectuó el Primer Congreso de Escritores y Artistas. Algunos intelectuales favorecían un arte hermético, evasivo, de espaldas a las realidades de su tiempo, y otros deseaban hacer arte facilista, literatura al por mayor, negligente y barata. Aunque el debate no condujo a una síntesis, el diálogo facilitó una mejor comprensión de las diversas tendencias. En octubre de 1965 se creó el Partido Comunista de Cuba y algunos escritores y artistas fuimos convocados al edificio frente al Capitolio Nacional. Julio Garcia Espinosa hizo un resumen de las causas de nuestra inquietud y planteó que era muy difícil abrir un diálogo mientras permanecían sin resolver problemas muy espinosos de la cultura. Ambrosio Fornet señaló el preocupante cuadro que ofrecía un aparato cultural debilitado mientras las masas seguían avanzando en su desarrollo educacional; los creadores artísticos estábamos limitados. Sergio Corrieri expresó su inquietud por la reducción de grupos teatrales, lo cual impediría la popularización del teatro. Juan Blanco manifestó con vehemencia su rechazo a quienes consideraban a los artistas paracitos sociales. Retamar aclaró que los intelectuales no manteníamos una actitud esteticista, tal como se nos imputaba, sino que reclamábamos el derecho de usar la búsqueda y el tanteo en la experimentación creativa, de la misma manera que la dirección política lo hacía en el seno de la Revolución. Por mi parte reiteré la inquietud de los debates en la Biblioteca Nacional: ¿a qué nivel educacional del pueblo debía dirigir el artista su obra? En reuniones ulteriores se añadieron Guillén, Lezama, Alicia Alonso, Portocarrero, Marinello, Portuondo, Pita, Fernando Alonso, Salvador Bueno y Harold Gramatges, entre otros. Carpentier habló de la gran participación de los surrealistas en la resistencia antinazi cuando la ocupación de Francia. Alicia Alonso reclamó que la dotación de medios materiales a la cultura se equiparara con lo otorgado al deporte. Juan Marinello intervino: la esmerada atención al deporte tenía su origen en el tratamiento similar de esa área en los países socialistas. Alicia planteó la necesidad de jerarquizar los valores: no se podía otorgar el mismo reconocimiento social a un intelectual que estudia su arte académicamente durante muchos años, que a uno que se manifiesta intuitivamente.

Aquellas tres reuniones, continuación del diálogo en la Biblioteca Nacional, dejaron un clima de entendimiento entre creadores artísticos y dirigentes. Para todos nosotros, los intelectuales revolucionarios, era más que evidente que una adecuada política cultural de la Revolución Cubana debía llevar implícita la más absoluta libertad de creación, sin olvidar el derecho a experimentar y a equivocarse; también debía incluir una preocupación por la divulgación masiva, por la calidad y por la actualización de técnicas y tendencias. Pero habría, además, que confiar en los intelectuales eliminando reservas, haciéndolos participar de manera funcional en el proceso, utilizando operativamente su capacidad específica dentro de la dinámica social.

En marzo de 1965 la carta de Che Guevara a Carlos Quijano, director del semanario Marcha de Montevideo, más conocida como El socialismo y el hombre en Cuba, asestó un golpe letal a las tesis del "realismo socialista": "Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios -comentaba el Che-. Se anula la autentica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado". Las posiciones discrepantes entre los creadores artísticos eran consecuencia de la tardía inserción de la vanguardia intelectual de nuestra generación en el decursar histórico. Fidel había sobrepasado a la avanzada de los políticos y los intelectuales de izquierda con una serie de movimientos rápidos, inusitados, usando caminos desconocidos hasta entonces, para alcanzar el poder y con él la posibilidad de realizar un gran vuelco, de cambiar la vida. Tal como describiera Retamar en su ensayo "Hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba", publicado en septiembre de 1966, nosotros, la primera generación revolucionaria, éramos los herederos de los intelectuales de la vanguardia, los que hicieron la Revista de Avance, los que insertaron el legado africano en nuestra cultura y se vincularon al marxismo, y también de Orígenes, grupo que supo reconocer la fuerza de nuestras raíces en el siglo XIX, se preocupó por la expresión de "lo cubano" y se dedicó con seriedad a la creación artística. Nosotros, los que fundamos Nuestro Tiempo, y rechazamos activamente la podredumbre de nuestra endeble vida cívica, andábamos disgregados por el mundo, en Roma, Madrid, París y Nueva York, cuando la vanguardia política andaba madurando en la guerrilla montañesa o en la resistencia urbana. Como Che Guevara precisó: "No hay artista de gran autoridad que, a su vez, tenga gran autoridad revolucionaria". Fuimos sobrepasados y nuestro papel, como postuló Retamar, fue: "[ ...] recuperar el tiempo perdido, recuperamos a nosotros mismos, hacernos intelectuales de la revolución en la revolución. Y esto debía hacerse desde una revolución que ya era poder".

Ahora, cuarenta años después de aquellos debates, podemos ver nuestros aciertos y errores. Entre estos últimos no contamos, afortunadamente, la implantación de los dogmas estéticos del realismo socialista. La política de apertura se afianzó. En aquella primera década, teniendo como base las Palabras a los Intelectuales de Fidel Castro, la Revolución Cubana abrió todas las ventanas a la imaginación.

 

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[1] José Martí, Nuestra América, en: Obras completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.15.

[2] José Martí, Echegaray, en: Obras completas, tomo 15, editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.94.

[3] José Martí, Nuestra América, en: Obras completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.

[4]José Martí, El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América, en: Obras Completas, tomo 3, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p.143.

[5] Publicado en La Gaceta de Cuba, no.4, julio-agosto, 2001, pp.52-55.