domingo, 2 de abril de 2017

Mala Praxis contagio HIV y hepatitis C juicio y sobreseimiento en Argentina

 

¿Crimen impune?

por Juan José Oppizzi

La breve noticia judicial aparecida e1 15/2/2017, en pocos espacios de prensa, pareció una más entre las que enredan los estrados; sin embargo, tiene una implicación tan grande, que no debe quedar en el olvido periodístico o en cualquiera de las otras probables amnesias. El célebre juez Claudio Bonadío ratificó el sobreseimiento de cuatro médicos acusados de mala praxis por el contagio con HIV y hepatitis C de algo más de mil pacientes hemofílicos. La Cámara de Casación Penal Federal, aceptando la apelación de la querella y de la Fiscalía, le había ordenado en diciembre de 2016 continuar investigando. Bonadío insistió en que la causa está prescrita a causa del tiempo transcurrido, puesto que, según su especial criterio, no hay "delito continuado" ni se trata de un "delito de lesa humanidad".

Conviene recordar que la hemofilia es una enfermedad que anula la capacidad de coagulación del organismo; esto hace que aun la más leve herida coloque a sus víctimas en riesgo de muerte por hemorragia. Desde más de treinta años atrás, la lucha contra ese mal se efectúa con transfusiones de sangre y con el empleo de un medicamento llamado Factor 8, que incentiva la generación de plaquetas.

El juez Bonadío interviene en el mencionado expediente desde 2006 y ya en 2010 había declarado la prescripción por primera vez. Luego hubo dos más, antes de la decidida en febrero último. Uno de los demandantes/damnificados, Luis Echarren, lo denunció en 2011 por mal desempeño ante el Consejo de la Magistratura, ya que el funcionario habría tomado las indagatorias recién a los tres años de empezada la causa y pocos meses después sobreseyó a los imputados presuntamente sobre la única base de los testimonios de ellos mismos. Los acusados son algunos médicos integrantes del Directorio de la Fundación de la Hemofilia Argentina y de la Academia Nacional de Medicina. Cabe mencionar que Luis Echarren murió en 2015, a causa de la hepatitis que contrajo en su tratamiento contra la hemofilia.

Todo empezó cuando aquellos algo más de mil hemofílicos argentinos recibieron sangre extraída en África, donde arreciaba una epidemia de HIV, y procesada en Francia, aparentemente sin los recaudos necesarios de control. Tampoco, según las víctimas de toda esta seguidilla de hechos, se tomaron recaudos en la Fundación de la Hemofilia Argentina ni en la Academia Nacional de Medicina. Lo más espeluznante del caso es que, siempre según los testimonios de los perjudicados, ambas instituciones argentinas habrían recibido los correspondientes avisos acerca de la contaminación, sin que por eso dejaran de emplear la misma sangre en los tratamientos. Es necesario destacar que también les fue adjudicada responsabilidad a cuatro laboratorios internacionales.

A partir de los primeros síntomas de las enfermedades infiltradas en la sangre de los pacientes, éstos comenzaron a presentar denuncias y a reclamar las investigaciones correspondientes. Las idas y vueltas de la justicia se produjeron a paso de tortuga: como ya se mencionó, los sobreseimientos de Bonadío fueron en total cuatro; los cuestionamientos de la Cámara Federal porteña le anularon los dos primeros y sobre el tercero hubo un fallo dividido, que pasó a ser resuelto por la Cámara de Casación Penal en un larguísimo análisis que viene desarrollándose desde 2012; el último movimiento para exculpar al grupo de médicos y de laboratorios también fue apelado; los procedimientos judiciales continúan al mismo lerdo paso. En tanto, de aquel grupo de algo más de mil hemofílicos sólo queda algo menos de cien, muchos de ellos en situación terminal. Los ruegos de los últimos sobrevivientes para que se haga justicia desgarran la conciencia de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. ¿Desidia? ¿Inepcia? ¿Indiferencia? ¿Intencionalidad criminal a favor de intereses espurios? Cualquiera de las respuestas lleva a una sola conclusión: fue un asesinato colectivo. La definición lingüística de "genocidio" (palabra acuñada por el jurista polaco Raphael Lemkin alrededor de 1939) refiere a la "aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos"; pero la definición aceptada por la Corte Penal Internacional, en su Estatuto de Roma de 1998, le agrega varios puntos, entre los cuales se destaca el "C": "Sometimiento del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial". Los dos principales argumentos de Bonadío, en su empeñosa labor de exculpación de los acusados, quedan así en un estado de fragilidad evidente: es difícil sostener que no hubo "delito continuado", cuando las víctimas son tan numerosas; no hablamos de una o de dos personas, sino de un millar; las primeras manifestaciones de alguna de las enfermedades que se les inocularon han de haber surgido al poco tiempo de comenzar con las transfusiones; insistentemente, las enfermos dicen haber alertado enseguida a los médicos y a las dos instituciones que intervinieron en sus tratamientos; si la contaminación prosiguió esparciéndose a nuevos pacientes luego de aquel aviso, fue porque también prosiguieron usándose los mismos elementos, es decir que se habría "continuado" delinquiendo. De igual manera, es difícil sostener que no se trata de un "delito de lesa humanidad", cuando quedaría incurso en el punto señalado por la Corte Penal Internacional. Por otra parte, no cabe otro calificativo que el de "obscena" a la lentitud del tramiterío judicial, que ralentiza criminalmente un proceso en donde estuvo y está en juego la vida de personas; ninguno de esos damnificados tuvo ni tiene margen como para aguardar con paciencia que una mano burocrática se digne mover un expediente según los turnos o las ganas que le vengan; el paso de los años agrandó la tragedia, sumió en la desesperación a los infectados y a sus familias, los condenó a una espantosa agonía lenta. Acá se revela un asesinato serial, que no por paulatino es menos asesinato ni menos serial. No hay diferencia entre una bestia humana que se le ocurre aniquilar a un par de semejantes en pocos días y una bestia humana que permite la aniquilación de mil semejantes a lo largo de varios años.

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