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In defense of the nameless, invisible, workers
Leonardo Boff
Theologian-Philosopher
Earthcharter Commission
In spite of the threats to our Common Home, the Earth, attacked on all fronts by the type of culture that we have developed in the last two centuries, limitless exploitation of her finite goods and services, essentially for the material accumulation of a few; in spite of everything, she continues to generously offer us the beauty of the fruits, flowers, plants, animals and broad bio-diversity.
I am impressed by the tiny red and yellow flowers of the three vases that hang outside one of my windows. They happily smile to the universe. That reminds me of the phrase of the German mystic poet, Ángel Silesius, who says: «the flower does not have a why, the flower flourishes just to flower, the flower does not worry if she is being seen or not, the flower simply flourishes to flower».
We know that only a 5% of life is visible. The rest is invisible, made up of microorganisms, bacteria, virus and fungi. I have already written about this here and I repeat it with the words of one of the main living biologists, Edward O. Wilson: «only in one gram of earth, that is, in less than a handful, there are about 10 billion live bacteria, belonging to up to 6 thousand different species» (The Creation: how to save life on Earth, 2008, p. 26). If that is so only in a handful of earth, image the trillions of trillions of microorganisms that inhabit the Earth's subsoil. That is why James Lovelock and his group are correct when they affirm that the Earth is a living super organism; not in the sense of an immense animal, but in the sense of a self regulating system that expresses the physical, chemical and ecological in such an intelligent and subtle form that it always produces and reproduces life. James Lovelock called her Gaia, a Greek name for the living Earth.
In nature nothing is superfluous. With a certain sense of humor Pope Francis wrote his encyclical letter, "On the Caring for the Common Home" making reference to Saint Francis, who would ask the friars to «leave a part of the field for the wild weeds», because they in their own way also praise the Creator.
We must care for these anonymous workers that guarantee the fertility of the soil and are responsible for the unimaginable diversity of her beings, the many fruits, the wide variety of flowers, the diversity of plants, and also the existence of human beings, each in their different ways of being what and who they are. With the billions of liters of agro-toxic (only in Brazil around 760 billion liters are poured on the ground) we are threatening and killing them. Humanity is the first species in the history of life, that has already been around for 3.8 billion years, that has become a lethal geophysical force. Humanity is the low meteor, capable of generating, for its lack of caring and for the death machine it has created, the conditions for the extermination of visible life and of our civilization. There are those who say that therefore a new geological era has been inaugurated, the anthropocentric era. But to those microorganisms that is meaningless. A naturalist, Jacob Monod, launched the idea that, due to the failure of our species, perhaps another being will arise, capable of holding the spirit, that will be more loving of life. Let's consider these facts: of the small living and visible organisms, such as the ants, there are about 10 thousand billion, with a weight equivalent to the whole human population of 7.5 billion people. The insects, by the billions, are responsible for the pollenization of the flowers that, eventually, will give fruits.
Who could image that a simple wild herb from Madagascar would supply alkaloids that cure the majority of cases of acute childhood leukemia? Or that an obscure fungus from Norway would provide a substance that facilitates organ transplants? Even more surprising: from the saliva of leeches a blood thinner has been developed that prevents its coagulation during surgery.
As is deduced, all beings posses value in and of themselves, for the simple fact of having arisen throughout the millions of years of evolution, and of being generously useful to their brothers and sisters, the human beings. The species considered "harmful" that, in fact, are wild, enrich the soil, clean the waters, and pollinate the majority of flowering plants. Without them, our lives would be more vulnerable to disease, and could be much shorter. That legion of microorganisms and miniscule invertebrates, especially the nematodes that constitute four fifths of all living beings on the Earth, as biologists tell us, are neither useless nor fail to fulfill their function in the cosmogenic process. We need them to survive. They do not need us.
Saint Francis walked softly over the Earth, for fear of killing even a small bug. We walk trampling, unaware that, hidden in the subsoil, there are members of the community of life.
Free translation from the Spanish sent by
Melina Alfaro, alfaro_melina@yahoo.com.ar.
Done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.
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Defensa de los invisibles trabajadores anónimos
2017-08-01
Por más amenazas que pesen sobre la Casa Común, la Tierra, atacada en todos los frentes por el tipo de cultura que hemos desarrollado en los últimos dos siglos, explotando ilimitadamente sus limitados bienes y servicios, más directamente para la acumulación material de unos pocos, a pesar de todo eso ella continúa ofreciéndonos generosamente la belleza de los frutos, flores, plantas, animales y una amplia biodiversidad.
A mí me impresionan las pequeñinas flores rojas y amarillas de tres vasos que cuelgan de una de mis ventanas. Ellas, alegres, sonríen al universo. Eso me remite a la frase del místico poeta alemán Ángel Silesius que dice: «la flor no tiene un porqué, florece por florecer, no se preocupa de si la miran o no, simplemente florece por florecer».
Sabemos que solamente un 5% de la vida es visible. Lo restante es invisible, está compuesto de microorganismos, bacterias, virus y hongos. Ya escribí esto aquí y lo repito con las palabras de uno de los mayores biólogos vivos, Edward O. Wilson: «en un sólo gramo de tierra, o sea, en menos de un puñado, viven cerca de 10 mil millones de bacterias, pertenecientes hasta a 6 mil especies diferentes» (La creación: cómo salvar la vida en la Tierra, 2008, p. 26). Si eso es así en solo un puñado de tierra, imaginemos los trillones de trillones de microorganismos que habitan en el subsuelo de la Tierra. Por eso tienen razón James Lovelock y su grupo al afirmar que la Tierra es un superorganismo vivo. No en el sentido de un animal inmenso, sino en el de un sistema que se autorregula y que articula lo físico, lo químico y lo ecológico de forma tan inteligente y sutil que siempre produce y reproduce vida. La llamó Gaia, nombre griego para designar a la Tierra viva.
En la naturaleza nada es superfluo. Con cierto sentido del humor escribió el Papa Francisco en su encíclica "Sobre el Cuidado de la Casa Común" refiriéndose a san Francisco, que este pedía a los frailes «que dejasen siempre en el convento una parte del huerto para las hierbas silvestres», porque a su manera ellas también alaban al Creador.
Debemos cuidar de estos trabajadores anónimos que garantizan la fertilidad de los suelos y son responsables de la inimaginable diversidad de los seres, de los distintos frutos, de la variedad de flores, de la diversidad de las plantas y también de la existencia de los seres humanos, en sus diferentes modos de ser lo que son. Con los miles de millones de litros de agrotóxicos (sólo en Brasil se vierten en el suelo cerca de 760 mil millones de litros) los amenazamos y matamos. La humanidad es la primera especie en la historia de la vida, que tiene ya 3,8 mil millones de años de duración, que se ha vuelto una fuerza geofísica letal. Ella es el meteoro rasante, capaz de generar, por su falta de cuidado y por la máquina de muerte que ha creado, las condiciones para exterminar la vida visible y nuestra civilización. Habrá quien diga que con eso se inauguró una nueva era geológica, el antropoceno. Pero a esos microorganismos les es indiferente. Un naturalista, Jacob Monod, lanzó la idea de que, debido al fracaso de nuestra especie, surgirá tal vez otro ser, capaz de soportar el espíritu, que sea más amante de la vida. Consideremos estos hechos: los pequeños organismos vivos y visibles como las hormigas totalizan cerca de 10 mil billones y tienen un peso equivalente al de toda la población humana de 7,5 mil millones de personas. Los insectos, por miles de millones, son responsables de la polinización de las flores que, posteriormente, darán frutos.
¿Quién podría imaginar que una simple hierba silvestre de Madagascar proporcionaría alcaloides que curan la mayoría de los casos de leucemia infantil aguda? ¿O que un oscuro hongo de Noruega proporcionaría una sustancia que permite realizar el trasplante de órganos? Más sorprendente aún: a partir de la saliva de las sanguijuelas se ha desarrollado un disolvente que evita la coagulación de la sangre en las cirugías.
Como se deduce, todos los seres poseen primeramente un valor en sí mismos, por el simple hecho de haber surgido a lo largo de millones de años de evolución y enseguida poder ser generosamente útiles para su hermano o hermana, el ser humano.
Las especies consideradas "dañinas" que, en realidad, son silvestres, enriquecen el suelo, limpian las aguas, polinizan la mayoría de las plantas con flores. Sin ellos nuestra vida estaría sujeta a enfermedades y sería más breve. Esa legión de microorganismos y minúsculos invertebrados, especialmente los gusanos nematodos que constituyen las cuatro quintas partes de todos los seres vivos de la Tierra, como nos afirman los biólogos, no están inútilmente y sin cumplir su función en el proceso cosmogénico. Los necesitamos para sobrevivir. Ellos no necesitan de nosotros.
San Francisco pisaba el suelo suavemente con miedo de matar algún bichito. Nosotros andamos atropellando, sin conciencia de que, escondidos en el subsuelo, hay miembros de la comunidad de vida.
Leonardo Boff
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