La crueldad a la orden del día
Por Juan José Oppizzi
Pocas veces se ha visto como a partir de agosto de este 2017 el ejercicio de la crueldad de un sistema en contra de un pequeño grupo humano. La desaparición del joven artesano y tatuador Santiago Maldonado motivó, como es lógico, un kilométrico número de opiniones verbales y escritas. Sin embargo, voy a agrandar la cifra, porque me vi impulsado a escribir esto luego de haber leído –en la página que la familia Maldonado tiene en Internet– un reportaje a dos personas que lo conocieron y que lo trataron asiduamente. Juan Alberto Roca y Sergio Bahamondi son, uno en calidad de profesor y el otro como alumno, integrantes del centro de artes marciales "El Recinto" de la ciudad de El Bolsón. Allí iba Santiago a aprender Kenpo, una disciplina oriental milenaria con profundas raíces filosóficas. Los testimonios del profesor y del compañero de actividades son especialmente conmovedores. Al mismo tiempo son una sincera y leal desmentida a las construcciones falsas sobre la idiosincrasia del joven desaparecido. Porque una de las labores despiadadas que se desplegaron en torno de su persona ha sido la de la transfiguración. El muchacho flaco, melenudo, barbudo, de mirada limpia (extraordinariamente limpia), lleno de tatuajes, desafiantemente informal, se vio poco a poco transformado en espía, terrorista, conspirador, piromaníaco, asaltante y karateca indetenible. No faltó asimismo la adulteración física, en pluma de uno de los mejores dibujantes que tiene la actividad: sus facciones apacibles tomaron aspecto satánico, justo para que los lectores de uno de los diarios de más tirada de la Argentina se horroricen y consideren que "algo habrá hecho" para ser desaparecido. Tanto Roca como Bahamondi volcaron el testimonio de un joven muy principiante en artes marciales, respetuoso (tan respetuoso que prefería una actitud de defensa a una de ataque, en sus entrenamientos), movido por el deseo de conocer diversas formas de vida, nómada, nostálgico de su madre y de su abuela. Me sorprendió la emoción que mostraron los dos hombres al referirse a Santiago. Alguien que deja un rastro afectivo como ese no puede ser el individuo torvo que la gran prensa fabricó. Los sentimientos más simples no pueden ser engañados o sobornados. Solo la crueldad de un sistema puede montar sin piedad semejantes mentiras, a favor de oscuros –o de muy claros– intereses. Solo la crueldad de un grupo de funcionarios y de periodistas llenos de ambición y carentes de alma puede fogonear sin una pizca de remordimiento la tortura que sufre la familia Maldonado. Cada versión, cada falsa noticia de haber visto, de haber sabido o de haber escuchado esto o aquello es una puñalada en el corazón de los padres y de los hermanos. Resulta difícil imaginar el desgaste que abruma a los que forman el círculo más íntimo de la familia. Alrededor de ellos vuelve a sonar aquella terrible frase que dijera un gusano de nuestra historia: "…Es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo…". El suspenso de no saber dónde está ni qué sucedió con él es mil veces peor que la revelación, por horrenda que esta sea. En el territorio de la incertidumbre habitan grupos de fantasmas, llamados hipótesis. Ellos aparecen, revolotean, exhiben su colorido y su ingenio, fingen ser reales, pero son únicamente fantasmas. Viven a expensas del ocultamiento de la verdad; medran en tanto la verdad no aparezca. Ninguno de los periodistas –o propagandistas– que hicieron el festival de hipótesis es inocente. Todos saben que hay una verdad oculta y que la mejor forma de que siga oculta es alimentar los puñados de fantasmas de las hipótesis. Y menos inocentes aún son los funcionarios con poder real: tal vez conocen muy bien la verdad y los espantan las eventuales consecuencias de que sea revelada. ¿Pero hasta cuándo podrán unos contribuir al ocultamiento y otros negarse a la revelación? A la mayoría de los habitantes de nuestro país se le erizan los pelos ante la palabra "desaparecido". Es inútil que se persiga, censure o estigmatice a quienes exigimos el paradero de Santiago Maldonado. Su mirada limpia traspasa el papel de los afiches, interpela las conciencias, enlaza todos los casos similares, se transforma en lo más temido por los laberintos del poder corporativo: símbolo. Y la crueldad siempre tiene un elevado costo.
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