La muerte de estos jóvenes en La Habana provocó al correr del tiempo la creación de la Escuela de Solidaridad con Cuba CHAUBLOQUEO y en 1996 la fundación del primer museo suramericano dedicado al Comandante Ernesto Che Guevara. Eladio González fundador y director.
LA MADRUGADA DE LOS PERROS por Julio Martí.
El presente relato corresponde a dos capítulos del libro en preparación “La madrugada de los perros” , del periodista Julio Martí, basado en los crímenes ocurridos en la base náutica de Tarará el 9 de enero de 1992. Durante aquellos sucesos resultaron asesinados los jóvenes Orosmán Dueñas Valero, de Tropas Guardafronteras, los policías Yuri Gómez Reynoso y Rolando Pérez Quintosa murió después de una larga agonía a causa de las heridas de bala – y el trabajador de la ciudad infantil, Rafael Guevara Borges.
¿Que ocurrió realmente el 9 de Enero?
La hora cero se aproximaba, mas ninguno de los comprometidos en el plan de fuga lo sabía.
Pedro Marcelino de la Rosa Guerra: “A eso de las cuatro de la tarde del día 8, mi mujer y yo estábamos en la casa de mi primo, en Arroyo Naranjo, y se apareció allí María Mendoza acompañada de Erick otro hijo de ella al que no conocíamos. Me pidió que fuera con ella para San Miguel del Padrón, a fin de precisar detalles sobre el asunto que ya habíamos tratado en el encuentro del día 6; pero en ningún momento dijo que se trataba de poner en práctica el plan de salida”.
Esperanza Micaela Atencio: “María conversó con mi marido. Yo no escuché de qué hablaban. El me dijo; “prepárate, que vamos a salir”, y le obedecí. Esa mujer inventó muchas cosas que después comprobamos que no eran ciertas. Pedro no la presionó y creo que no hacerlo fue un error”.
Mideiglys Ponce: “En la casa de René, donde parábamos Luis Miguel y yo con la niña desde unas semanas atrás, nos encontrábamos los ya citados y Elías, que era el encargado de abrir la puerta y verificar quién llegaba, en los momentos en que se aparecieron María, Erick, el hermano de René, y el guajiro que iba a manejar la lancha, acompañado de su mujer. Aquella iba a ser una reunión parecida a la del día 6; pero María Mendoza dijo que tomáramos las cosas en caliente y nos largáramos esa misma noche. Ella empujó muchísimo para que nos fuéramos. Luis Miguel consideró que María tenía razón y decidió llevar la cosa adelante”.
Erick Salmerón Mendoza, de diecinueve años y condenado por un delito probado de robo con fuerza, por el cual había cumplido sanción, se sumó al grupo. Almeida insistió en su decisión de no dejar testigos con vida si la cosa fracasaba. Pedro Marcelino propuso no tomar como rehenes a los custodios y trasladarlos en calidad de tal hasta el territorio de los Estados Unidos; sin embargo, Luis Miguel consideraba que sería una impedimenta demasiado grande y desaprobó esa posibilidad. “Yo no voy a dar golpes”, recalcó Pedro. Al jefe del grupo pareció no gustarle la posición del hombre encargado de conducir la lancha. Lo miró y dijo: “Tú te quedas junto a las mujeres y la niña. En tu lugar me llevo a Erick.” Elías se rió con un destello de malicia en la mirada “¿Qué te da tanta gracia..?, le preguntó Pedro Marcelino y Elías cesó la burla. El grupo en pleno abordó un ómnibus del transporte público y bajó en la rotonda de Guanabacoa. Eran aproximadamente las siete y treinta de la noche y hacía rato que la oscuridad había tendido su manto sobre los sitios de pobre iluminación artificial, favorecida por el estación del invierno. “Yo iba con una crisis de llanto- me dijo Esperanza Micaela- No quería salir del país en tales circunstancias; pero María me dijo que dejara las bobadas a un lado y siguiera a mi marido, puesto que nada malo iba a ocurrir”. “Allí nadie lloró – me refirió Mideiglys -. La única que formó cierto show fue María a la hora en que se despidió de Erick y de René en la rotonda, porque le dio por decir que ella también iba y los hijos no permitieron que los acompañara”. Abordaron una camioneta en la cual hicieron el viaje hasta el reparto Alamar. Luego se encaminaron a la Vía Blanca y subieron a un ómnibus que rendía viaje en la playa de Guanabo. En pocos minutos arribaron a los alrededores de la Ciudad de los Pioneros. Penetraron a su interior por donde mismo lo habían hecho Luis Miguel, Elías y René dos noches antes; pero con mayores precauciones por la impedimenta que representaban Mideiglys, su hija de cuatro años y Esperanza Micaela. Para ellas había un sitio reservado a la orilla misma del río, bajo unas casuarinas cuya sombra y alfombra de hojas caídas podía resultar agradable a cualquiera en el sopor de un mediodía de estío; mas no en la soledad de una noche de enero saludada por el martirio de las plagas chupadoras de sangre. Pregunté a Mideiglys si las horas de espera en aquel rincón de suplicio no habían desbordado los límites de la ingenua paciencia de la niña y me respondió: “Al contrario, para ella fue como jugar a los policías y los ladrones. Hizo todo cuanto le dijimos que hiciera y en ningún momento se durmió siquiera, ilusionada por la aventura de un viaje bonito al Norte que le había prometido su papá”. De manera que mientras las mujeres y la pequeña permanecían escondidas junto a Pedro Marcelino de la Rosa hasta tanto se anulara la vigilancia sobre las embarcaciones de la Base Náutica y sus alrededores, Erick y René Salmerón, en compañía de Elías Pérez Bocourt salieron tras los pasos de Luis Miguel Almeida, a poner en práctica la parte mas difícil del proyecto que desde meses atrás elaboraran con cautelosa perseverancia. “Pero no nos quitaron los ojos de encima a pesar de que la muchacha y la niña no se separaron ni por un momento de nuestro lado – me relató Esperanza – Se mantuvieron dándonos vueltas y vigilando el comportamiento de Pedro y el mío, quizá por el temor de que fuéramos a echarnos a atrás. Siempre he pensado que, a pesar de las recomendaciones que María dio sobre mi marido, esa gente desconfiaba de nosotros. Dicen que la vigilancia sobre los custodios se hizo efectiva alrededor de las nueve y media de la noche. A esa hora Luis Miguel y sus seguidores subieron al techo de una de las edificaciones destinadas a aulas del campamento de pioneros desde donde se domina visualmente toda el área de la Base Náutica. El edificio en cuestión está situado a pocos metros de la parte posterior de la casita administrativa y aun en horario diurno se hace difícil descubrir a alguien que se esconda allí, pues posee techo acanalado en forma de V, resguardado, además, por el follaje de los numerosos árboles que lo circundan. Si se tiene a favor la oscuridad, como ocurrió aquella noche, las posibilidades de ser descubierto se reducen al mínimo. Con los custodios de la Base Náutica no pasaba lo mismo. “A nosotros nunca nos gustó aquel sitio – me dijo Francisco – En la costa los guardafronteras acostumbramos a escondernos y a verlo todo sin dejarnos ver; pero allí ocurría lo contrario por el inconveniente de los objetivos a custodiar y la ubicación desventajosa del lugar de vigilia. No es culpa de nadie; no había otro mejor.”
Pedro Adolfo López decidió abandonar por unas horas el punto de guardia que le habían asignado “porque allí no había nada que cuidar, ya que el lugar se utilizaría como almacén pero hasta ese momento estaba vacío” según me dijo. El hasta entonces mal llamado “almacen” había sido una de las aulas de la edificaciòn a la que subieron Luis Miguel y sus amigos, y de haber estado allí cuando ellos llegaron, es casi seguro que su nombre habría aparecido en los periódicos junto a los de Rolando, Orosmán, Yuri y Rafael. “A eso de las nueve de la noche fui a la oficina de la Base Náutica en cuyo portal estaban Francisquito y Rafael realizando la guardia – me dijo – Allí había una radio y yo quería mantenerme al tanto del juego de pelota de esa noche, porque la lucha por el campeonato estaba caliente; pero me puse a jaranear a cuenta de Rafael, que decía tener un hambre de perro aunque ya había comido, y extrañaba la sazón de su mujer”. El tiempo pasó sin que lo advirtiera; mas en la realidad había trasladado su sitio de guardia hacia la Base Náutica. “Sobre las diez de la noche se retiraron a dormir los niños de Chernobil que habían permanecido correteando por allí y tirándole piedras al río – me dijo - . Y unos veinte minutos después se divisó sobre el mar, cercana a la costa, una luz que subía y bajaba. Francisquito me pidió que me quedara allí, porque yo estaba desarmado, mientras él y Rafael se encaminaron a la costa a determinar de qué se trataba. Al regreso me dijeron que era un pescador en su bote y comentamos en broma que debía estar borracho, pues el mar se veía un poco agitado. No le atribuimos la menor importancia entonces, pero al otro día dio mucho que hacer por todo lo que en la madrugada aconteció.” Entretanto Almeida y su grupo se dedicaron por turnos a visitar a las personas que esperaban bajo las casuarinas y a situar lo más cerca posible de la Base Náutica los depósitos con el combustible, una pata de cabra, dos llaves de extensión, las sogas que adquirieron en la visita al parque de diversiones y otros implementos. Luis Miguel iba armado de una bayoneta de fusil de ceremonia, especie de daga que en cierta ocasión enseñó a su compañero Raúl Michel Vega en desacostumbrado ademán de charlatanería, y que habría de convertirse con el correr de los días en elemento delator de la mano autora de una cuádruple matanza. Los demás integrantes del equipo de asalto tampoco llevaban las manos vacías. Elías guardaba en el bolsillo trasero del pantalón, la discreta amenaza de una navaja barbera y portaba además un machete, el cual creyó oportuno cambiar por un tubo de hierro de una y media pulgadas de diámetro por más de un metro de largo, objeto que encontró por los alrededores. En consecuencia, dio la hoja cortante a Pedro Marcelino. “Me entregó el machete lo mismo que si me impartiera una orden y lo acepté por la tensión a que estaba sometido; pero como no pensé en darle uso, luego no supe ni lo que hice”, me dijo Pedro. Erick Salmeron cargó con otro machete y el ánimo dispuesto a darle empleo, mientras su hermano René guardó para el momento preciso por dentro del pantalón y la camisa, una llave de extensión cuyo uso creyó útil no solo a los efectos mecánicos. Próxima la medianoche, Elías se durmió sobre el techo que servía a sus amigos de punto de observación. Habían visto a Francisco y a Rafael cuando ambos se dirigieron a la costa alarmados por la luz mortecina del bote; sin embargo, ninguno advirtió entonces que en lugar de dos hombres se encontraban tres en la casita de la Base Náutica, porque desde la posición que ocupaban nada más podían divisar el techo, la parte trasera y una pared lateral de aquella, en cambio los guardianes y Pedro Alfonso se ubicaban en la parte frontal, bajo la cobija estrecha del portal, pero a resguardo de la ventisca gélida que soplaba desde el nordeste. “Orosmán asumió la guardia con desconfianza – me refirió Pedro Adolfo -, Rafael le buscó la lengua y él le dijo que ya no le quedaba casi nada que hacer en la costa y guardaba una botella de ron para celebrar su licenciamiento del servicio activo. Le dije que la buscara para calentarnos el cuerpo con un trago y me respondió que en el horario de guardia no acostumbraba a tomar para no complicarse la vida. Yo determiné ir a pasar el resto de la noche en el sitio que me habían asignado y Rafael manifestó que realizaría una ronda por algunos puntos. El era jefe de un grupo del Cuerpo de Vigilancia y Protección de Tarará y tenía esas funciones. Nos despedimos hasta el otro día, sin saber que lo hacíamos para siempre.”
Y Pedro Adolfo partió confiado con rumbo a su almacén vacío, pasó justo debajo del alero oscuro donde se escondiera el grupo de Luis Miguel, caminó pacientemente por el largo pasillo, abrió la puerta del local y penetró a su interior sin que nadie se metiera con él. Había escapado de la muerte por pocos minutos, pues al momento de producirse el relevo, Luis Miguel ordenó a Elías Pérez Bocourt que se encaminara a buscar a las mujeres, a la niña y a Pedro Marcelino y los trasladara a un aula de ese mismo edificio. El custodiado por los hermanos Salmerón, partió pisándole los talones al centinela saliente Francisco Rodríguez, para verificar que se dirigía al dormitorio. El plan de fuga había llegado al punto de no retorno, de forma que Luis Miguel se hallaba dispuesto a mandar al mismísimo infierno a toda persona que se le atravesara en el camino , y así lo hacía saber a sus seguidores. El sueño penetró en la casa de los guardafronteras y tendió su manto, aislándolos del mundo exterior. “Me hallaba extenuado por el insomnio acumulado en tantos meses de andar con los ojos pegados al mangle y a la costa y Pozo también – me contó Francisco – En cuanto caíamos en una cama nos rendíamos, porque así es la vida del guardafronteras.”
Luis Miguel lo sabía. Sabía que quince minutos resultaban suficientes para que Francisco anduviera lejos, flotando en una nube de letargo. Miró a Erick y a René, y les ordenó que lo siguieran. Orosmán Dueñas estaba solo. Dio varias vueltas alrededor de los botes, caminó por el muelle del río, volvió a la casita, pasó a la primera pieza y sintonizó la radio en la emisora Ranchera de Monterrey. Se deshizo del peso de la pechera con los cargadores de balas y los situó sobre el buró donde también descansaba, conectado al tomacorriente, el trasmisor comercial. Entonces cometió el error que minutos después le costaría la vida: se despojó del fusil automático y lo colocó al lado de los depósitos de balas. “Aquel era un sitio aburrido – me contó Francisco - . Noches atrás le había dicho al Chispa que allí no había acción como suele ocurrir en los recorridos por las costas, y como él tenía coraje y vocación para el trabajo operativo, le comenté: “Hace falta que ocurra algo para salir de esta monotonía”. El me dijo: “Es mejor que no ocurra nada”. Le pregunté si estaba volviendose viejo y se rió. Juntos habíamos participado en varias operaciones y sabía que a él lo entusiasmaban y me buscaba para que yo fuera su pareja, porque los dos éramos los más pequeños en estatura en el Destacamento y por lo regular en ese tipo de trabajos nos destacábamos por sobre los más grandes. En un manglar, en un cayo o en el diente de perro de la costa, nadie habría sorprendido al Chispa. De eso estoy seguro. Pero no se hallaban ni en un cayo, ni en el diente de perro, ni entre los mangles y se confió. Y en la confianza se esconde el peligro. Orosmán Dueñas Valero calculó que el arma le quedaba al alcance de la mano y fue a sentarse en un butacón de la casa administrativa, justo a la entrada de la salita. Calculó mal. Rolando Pérez Quintosa y Yuri Gómez Reynoso estaban a esa hora chequeando los alrededores de la entrada destinada a los servicios de la Ciudad de los Pioneros. De ese lugar a la Base Náutica hay más de un kilómetro y medio de distancia. Rolando sustituía temporalmente al jefe de sector de la Policía de Tarará, quien se encontraba de vacaciones. Lázaro Berdarraín se iniciaba esa noche en funciones de custodia del Cuerpo de Vigilancia y Protección de Tarará. “Rolando y Yuri llegaron en una bicicleta a eso de las 10.00 p.m. y entraron por la puerta principal, donde me hallaba de guardia con Isabel del Valle – me dijo - . Al poco rato regresaron conduciendo en calidad de detenidos a dos ciudadanos que penetraron a escondidas al interior del campamento e intentaron robar en la Sala Polivalente; pero fueron sorprendidos por ellos. Se les condujo en un carro hasta la unidad de la Policía del reparto Celimar, custodiados por Yuri. Rolando se quedó y establecimos conversación. Al momento comenzó a contarme las travesuras de su hijo de cinco meses y se divertía haciéndomelas. Lo invité a merendar y nos hicimos amigos. Luego regresó Yuri, a quien veía
También por primera vez y me hizo reir con sus chistes. Al poquito rato ya me llamaba por mi nombre. Después salieron hacia la puerta de servicios y le dije a Isabel: estos policías son unos tipos simpáticos. Rafael Guevara Borges también fue esa noche hasta la entrada principal, luego de realizar la ronda en su bicicleta. “Pidió merienda para él y su compañero de guardia – recuerda Lázaro – Después de ingerir la suya, dijo: “Calmé el hambre y ahora me ataca el sueño”. Y con la misma se retiró, dándole a los pedales. Me enteré más tarde que la noche anterior también la había pasado de guardia y creí entonces lógico que tuviera sueño”. Luis Miguel, Erick y René se reencontraron con Elías, que ya había cumplido la orden de trasladar a las mujeres, la niña y Pedro Marcelino al interior de un aula cercana a la Base Náutica. Pedro Adolfo me dijo que él leía un libro y se protegía del frío dentro de su almacén vacío. Parece más probable que lo venciera el sueño: las mujeres penetraron en un local aledaño al que él ocupaba; Luis Miguel, Elías, René y Erick pasaron más de una vez por delante de su puerta con tropel de guerra y para suerte suya Pedro Adolfo nada advirtió. El grupo de asalto se notaba agitado por la fiebre de la acción y la incertidumbre en la aventura próxima a emprender. Luis Miguel impartió las instrucciones finales y después hizo un aparte con Elías, a espaldas de Erick y René. “negro – le dijo – pórtate como macho. Yo no confío en estos tipos – se refería a los hermanos Salmerón – Me parece que los dos están apendejados ”. Chocó con la suya la mano de su compañero de la infancia, a manera de despedida, atravesó por entre las edificaciones cercanas a la parte posterior de la casita donde se instalaba la guardia de la base Náutica y salió a la calle que conduce allí. Esta baja hacia la costa por la pendiente en la que se alza la escuela para niños diabéticos y asmáticos, da una vuelta que no llega a cerrar el giro de los 180º y culmina en un parqueo, frente al muelle del río. Las agujas de los relojes marcarían una hora cercana a las 01.30 de la madrugada. René, Elías y Erick avanzaban agachados para situarse detrás de la casita. Luis Miguel apareció en el recodo de la calle, caminando por el medio de ésta con aparente tranquilidad. Orosmán lo vió acercarse y se puso de pie. Hizo el ademán de entrar, se supone que para agarrar el arma; pero observó detenidamente y reconoció la figura de Almeida. El custodio le estrechó la mano y volvió a sentarse luego del intercambio verbal de saludos. De acuerdo con las declaraciones posteriores del acusado Luis Miguel Almeida, se estableció entre ambos un diálogo más o menos en los términos siguientes:
Luis Miguel: - ¿ Estás solo Chispa... ?
Orosmán: - Con Rafael, que ahora regresa. ¿Y a ti que te trae por aquí ?
L.M.: Nada chico.... a Rafael precisamente quiero verlo para el lío del juicio con la muchacha esa.
O: El me dijo que tú ya le hablaste del asunto, ¿no...? Rafael parece que no quiere meterse en eso. Compadre, te aconsejo que te busques un buen abogado, porque esa mujer quiere joderte, y si te duermes, te va a joder.
L.M.: Mira, Chispa, aquí todo el mundo sabe que ella estaba conmigo, lo que pasa es...
O: - Eso se comenta; pero todo el mundo no se mete en un lío así, porque tú fallaste con darle golpes... ¡mira, ahí viene Rafael.
Efectivamente, Rafael Guevara Borges iba camino de la muerte. De pronto detuvo la bicicleta a unos cuarenta metros de donde conversaban Almeida y Orosmán y observó por unos segundos hacia la parte posterior de la casita. Allí permanecía oscuro. René, Erick y Elías lo vieron, sospecharon que los había descubierto y se pegaron de espaldas a la pared; sin embargo, Rafael subió de nuevo al ciclo y arribó a su destino sin formular comentario alguno al respecto. Tal vez notara algún movimiento y luego creyera que se trataba de una ilusión óptica. Suele ocurrir cuando hay agotamiento físico, y él llevaba muchas horas sin dormir. Rafael saludó a Luis Miguel tal cual si nada hubiera ocurrido entre ambos. Días atrás habían sostenido una discusión fuerte cuando Almeida le propuso que le sirviera de testigo de convicción en el juicio próximo a efectuarse, al que comparecería como acusado por el delito de violación. “No soporto a quien golpea a una mujer, aunque lo ampare la razón – le dijo Rafael - Tú y yo somos compañeros: pero no cuentes conmigo”. Así se lo contó a Rosa Elena. Habían sostenido buenas relaciones, aunque uno y otro parecían muy diferentes en la manera de ver la vida. “Yo no soportaría convivir con mi suegra como lo haces tú” le dijo Almeida una vez y Guevara Borges le replicó: “Pues yo adoro a la mía y respeto su casa. Claro, que me gustaría vivir solo con Rosa Elena; pero las cosas no caen del cielo, se ganan con el trabajo, y algún día yo ganaré mi casa. Entonces mi suegra será la invitada de honor”. Luis Miguel lo miró y le dijo: “Vete a la mierda con tus planes de viejo”. Ambos rieron y se fueron juntos hasta el comedor. Aquella madrugada despues del saludo, Rafael Guevara Borges se acomodó en el sillón que estaba situado a la izquierda de Orosmán, se quitó los mocasines de un tirón y subió los pies al mueble, cruzándolos a la manera asiática. La conversación siguió el mismo curso; solo que Luis Miguel simulaba estar preocupado por su suerte futura y en realidad nada le interesaba menos en el mundo que la acusación en su contra. Permanecía de pie, con el hombro apoyado en una esquina de la casa, de forma que sus amigos vieran los movimientos de su mano. De un salto, Erick se agarró al borde del techo y subió arriba de la casa. Elías le extendió el machete. Erick lo apretó por el mango con la mano derecha y avanzó hasta la orilla superior frontal. La señal convenida para el ataque fue un silbido. Almeida lo dio, y al instante, Orosmán se encontró frente a frente con las caras retadoras de René Salmerón y de Luis Miguel. Elías y Erick también estaban de pie y en posición amenazante junto al sillón donde permanecía Rafael.
¿Qué coño pasa aquí..? gritó Orosmán, se paró de un salto y en el mismo acto empujó el butacón a un lado, valiéndose de las corvas. ¡Quietos..! vociferó René; mas el guardafronteras y Rafael se veían sorprendidos y no amedrentados. A la irrupción en forma violenta, reaccionaron con la violencia y se estableció la lucha. Elías Pérez Bocourt levantó el tubo una y otra vez y lo dejó caer sobre el cuerpo de Rafael. Su pistola CZ rodó por el suelo tras el estrepitoso choque de los metales. Los golpes se hundieron en las carnes del custodio ocasionándole “escoriación en la región frontal, fractura doble del húmero conminuta del tercio medio inferior y codo lado derecho, escoriaciones lineales y tres fracturas costales” de acuerdo con lo que obra textualmente en el expediente emitido por el Instituto de Medicina Legal. ¿Por qué le diste de esa manera? – pregunté a Elías y me respondió sin pensarlo: ¿Qué coño tu querías que hiciera..? ¡Por poco me mata! Ese tipo, después que le di unos tubazos, tuvo cojones para sacarme la pistola ¡No quiero hablar más de eso!
En los interrogatorios declaró: “Erick le dio unos cuantos golpes porque seguía guapeando después que le di con el tubo; pero él ya no se podía fajar”. Las agresiones a uno y otro custodios se dieron con simultaneidad. Por su parte Orosmán luchaba contra René y Luis Miguel. Era pequeño y de fuerte constitución. Logró zafarse de ambos y darles la espalda para entrar en la salita donde tenía el fusil. En ese instante preciso, el tubo que blandía Elías lo alcanzó en un costado. Pese al golpe se abalanzó sobre el buró. ¡El fusil René..! advirtió Luis Miguel. Orosmán tuvo tiempo de agarrar el arma; en cambio, René también la tomó por el cañón y el culatín y entre ambos se entabló la pelea por ganarla. René llevaba las de perder y en su ayuda inmediata llegó Luis Miguel con la daga en la mano. Dio un golpazo con el cabo de la daga en la región frontal derecha de Orosmán que le produjo una grave herida y lo hizo perder el dominio sobre sí. Entonces quedó anulada la resistencia, y la Base Náutica estuvo en poder del grupo de asalto. ¡Las sogas..! pidió Almeida, cogió el fusil del soldado guardafronteras y lo entregó a Elías con la orden de vigilar a los prisioneros. Este tenía prendida ya a la cintura la pistola de Rafael. Pese a encontrarse heridos, los custodios no se conformaban con permanecer impasibles. Elías manipuló el arma de Orosmán, sacó de la recámara la primera cápsula a sabiendas de que se trataba de una salva para advertir ante situaciones comprometidas, y llevó al ánima del cañón el próximo cartucho: una bala trazadora calibre 7.62 milímetros de alta velocidad y gran poder de penetración: ¡No se hagan los machos de la película – dijo, para acallar los insultos - : yo maté a un policía y si me cogen, me fusilan de todas maneras, luego me da lo mismo acabar con ustedes! Era un alarde, Elías no había matado, aunque entonces estaba dispuesto a hacerlo. Pero ni Orosmán ni Rafael callaron, y tanta osadía llevó al tope la ira de Erick Salmerón. “¡Dame la navaja coño – pidió a Elías – voy a picar a los cabrones estos!”.
Luis Miguel evitó que lo hiciera imponiendo el orden en sus hombres e impelió a amarrarlos con prontitud. Sentaron a Orosmán sobre el buró y a su compañero arriba de una credenza ubicada a la derecha de la puerta de la oficina y ataron a ambos de pies y de manos por separado y con sendas cuerdas. Luego colocaron una manta en la cabeza de Orosmán y un pedazo de paño en la de Rafael para evitar que presenciaran sus movimientos y partieron de prisa a cumplir con el resto de la tarea. Elías quedó cuidándolos. “Luis Miguel se apareció al aula a buscarnos y dijo que lo siguiéramos, pues ya todo estaba hecho” – me relató Pedro Marcelino. “El mismo cargó a la niña, que iba de lo más entusiasmada, y la metió en una lancha – me dijo Mideiglys – A nosotras nos gritó que nos dejáramos de comer mierda y anduviéramos rápido, y lo obedecimos sin replicar.” En la oficina continuaba la discusión. Rafael se quejaba de la infidelidad de su ex – compañero Almeida y Orosmán le lanzaba calificativos de grueso calibre. Elías probó con el método de la persuasión y dijo “Váyanse con nosotros. Después de esto van a tener problemas aquí, y en el Norte podrán vivir bien”. ¡Vete a la mierda...! le gritó Orosmán, Rafael rió por primera vez, aunque masculló una frase insultante y repetía que le dolía mucho el cuerpo. “El tipo de los tubazos me dijo algo del Ku-Klux-Klan, Julio. Yo no lo entendí bien” me refirió Elías. Mientras Pedro Marcelino trataba de arrancar sin éxito el motor de la lancha Pionero VII, Luis Miguel zafó los extremos del puente movedizo para sacar la embarcación. Entretanto Erick y René cargaban los depósitos con el petróleo y los llevaban al muelle. Elías notó el trajín y temió quedarse en tierra. Entonces abandonó la vigilancia que mantenía sobre Orosmán y Rafael y fue a unirse al resto de la gente en el muelle. Al verlo, Luis Miguel lo increpó con dureza. “El me descargó. Dijo que regresara junto con los guardias; pero me pareció que quería darme la mala y eso no iba conmigo”, me refirió. Pedro Marcelino explicó que la batería de la Pionero VII estaba descargada. “Buscaron un acumulador, lo pusieron en el muelle y traté de hacer un puente cuando pasamos a otra lancha” me dijo. Mientras todo esto tenía lugar en la Base Náutica, Pedro Adolfo se sobresaltó en el interior de su almacén sin mercancías por el escándalo que escuchó en las afueras y la curiosidad lo impulsó a averiguar que ocurría. “Caminé por el pasillo y me situé en la cerca, debajo de unos pinos, y desde allí divisé a un grupo de personas cargando unos depósitos hacia el muelle y a otros en una lancha. Tenían tremendo escándalo y uno gritaba a los demás: “¡Apúrense, carajo..! No ví a Rafael ni al Chispa por ninguna parte e intuí que los tenían secuestrados. A pocos metros de donde me encontraba descubrí a un ciudadano de piel negra con un arma en la mano” – recuerda Pedro Adolfo.
Se deslizó con cautela por entre los árboles y las edificaciones y ganó la calle en el extremo opuesto al sitio de los acontecimientos. “Traté de buscar ayuda en alguien; pero la Ciudad de los Pioneros parecía un cementerio a esa hora”, me dijo. En una carrera cubrió el kilómetro que lo separaba de la entrada principal de Tarará. Lázaro Berdarraín, a quien contó, junto a Isabel del Valle, lo que acababa de presenciar, me dijo: “Apenas podía hablar. Tuvimos que darle refresco para desatarle el nudo de la garganta y entenderle las palabras.”
Isabel se volvió hacia Lázaro, que la observaba con sus ojos de miope, y le dijo: “¡Corre a la puerta de servicios y avisa a los policías que algo grave está pasando en la Base Náutica!”
“Por mi parte me dirigí a la avenida y me paré en el separador central, a la espera de algún vehículo que pudiera prestarnos ayuda; pero no pasó ninguno” me contó Pedro Adolfo –
“Yo llegué en un solo pie a la puerta de servicios y comencé a llamar a Rolando y a Yuri. No aparecían y cuando me retiraba, oí a mis espaldas: ¡Lazarooo!, y regresé. Era Rolando, que andaba con Yuri por la Sala Polivalente”.
“Les solté la noticia de la manera que la recibiera unos minutos antes por boca de Pedro Adolfo López: “¡Tomaron la Base Náutica.. Parece que los custodios están muertos ó presos!”
Rolando Pérez Quintosa corrió a lo que le daban las piernas y agarró la bicicleta. Yuri lo siguió, y en los instantes de dar el salto para subir a la parrilla en plena marcha, erró y cayó de nalgas en el pavimento. En cambio tenía la edad privilegiada en que el hombre parece hecho de goma y con otro brinco se aferró bien esta vez. Volvió la vista hacia Lázaro y le hizo un gesto con la mano dándole a entender que las cosas marchaban sin contratiempo. “Iba sonriendo” me dijo Lázaro. Arribaron a la casita por la calle y no vieron las lanchas por el desnivel del cañón del río y por la edificación que hay junto al muelle. Dejaron caer la bicicleta en el césped y penetraron a la salita donde permanecían amarrados Orosmán y Rafael. ¡Apúrense, coño, que se van esos cabrones...! les gritó una voz, que se supone fuera la de Orosmán. Rolando comenzó a zafarle las ataduras, mientras Yuri hacía lo mismo con Rafael. ¡Fue Luis Miguel – les dijeron – el que violó a la muchacha en el parque de diversiones! Después de lo sucedido aquella noche, parecían no albergar dudas de la culpabilidad del sujeto en el acto de violación. Rolando Pérez Quintosa grabó la información en el registro de su memoria; pero no entendió bien el nombre que le dieron. Conocía a Almeida por haberlo visto muy pocas veces.
“Yo di el aviso cuando me encontraba sentada en la lancha junto a la niña – me confesó Mideiglys- Dije a mi marido que al parecer los custodios se habían desatado, porque escuché que decían: ¡Apúrate, que se van...!, y otras cosas que no entendía bien.”. Luis Miguel, quien constantemente le gritaba a Elías que volviera donde lo había dejado, se acercó a éste, le arrebató el fusil y le dijo: ¡”Dame acá eso, pendejo..! – Se volvió loco – me dijo Elías. Colocó el selector del arma en ráfaga, y avanzó hasta la casita, resuelto a matar. Rolando Pérez Quintosa lo vió acercarse a través de la pobre iluminación exterior. Extrajo la pistola de reglamento de la funda y le gritó, al tiempo que hacía un disparo: ¡Ríndete, estás rodeado..! Almeida respondió con una ráfaga en abanico que alcanzó al joven sargento a la altura de la rodilla, y éste cayó sobre el buró, justo detrás de Orosmán. Aún tuvo tiempo de replicar dos veces, antes de que la pistola se encasquillara. La próxima descarga le alcanzó el cuerpo y la pistola cayó de sus manos. Yuri Gómez Reynoso perdió unos segundos en el empeño de proteger la vida del inutilizado Rafael. Los suficientes para hallarse en doble desventaja. Tiró a Guevara Borges de la credenza, lo metió en un rincón y cuando se tendió detrás del mueble, apenas pudo hacer uno o dos disparos con pobres posibilidades de éxito. Desde un ángulo, Almeida volvió la terrífica cadencia de fuego del AKM contra él, y quedó muerto en el acto.
Cinco impactos de proyectiles le penetraron de costado, “interesándole la cavidad torácica debajo del borde interno de la clavícula intercediendo el borde superior del pulmón derecho, desgarro de la aorta ascendente y penetración en el pulmón”, según los expertos del Instituto de Medicina Legal. La pistola se mantenía estática, debajo de su mano derecha desprovista del guante con que la cubriera por el frío de la madrugada. Luis Miguel dio la espalda creyendo, tal vez, concluida su obra. Orosmán sin embargo, herido de mucha gravedad, se sobrepuso al dolor y extrayendo fuerzas le lanzó un último insulto: ¡Hijo de puta, me estás matando..!. Luis Miguel Almeida sintió que la sangre le hervía en las venas, entró en la casita y parándose frente a Orosmán, le hizo una descarga a quemarropa que cortó para siempre el aliento del joven guardafronteras. Luego recorrió con la vista el recinto y para sorpresa suya descubrió a Rafael en un rincón, atado todavía de pies y manos; pero increíblemente ileso del infierno de los plomos. “Luis Miguel – le dijo aquél – fuimos amigos....” “En momentos como estos, yo no tengo amigos – le replicó Almeida y apretó el disparador hasta que vió a Rafael inclinarse sobre sus propias rodillas. Sacó la pistola de debajo de la mano de Yuri y vio parado en la entrada a su amigo René Salmerón. “Toma – le dijo -. Haz tu parte” y le entregó la pistola. Salmerón entró en la oficina y observó el cuadro de la matanza. “Escuché un jadeo”, explicó después. Buscó al sobreviviente y descubrió a Rafael debatiéndose entre la vida y la muerte atravesado por nueve proyectiles. Le levantó la cabeza, colocó el arma en el pecho del joven y accionó el gatillo. “Ese disparo le ocasionó desgarro del corazón, lo que provocó la muerte inmediata de Guevara Borges – le oí decir al experimentado doctor Jorge González, director del Instituto de Medicina Legal. Su caso era de extrema gravedad. Es muy probable que falleciera por la peritonitis u otras complicaciones, porque ocurría con él algo similar a lo de Pérez Quintosa; pero al menos podría llegar con vida a una sala de operaciones donde las esperanzas de salvación se pierden únicamente cuando el corazón deja de latir.”
A estas alturas el pánico se había adueñado de los restantes miembros del grupo. “Yo cogí la niña, que gritaba en la punta del muelle, la cargué y salí a la carrera” me dijo Elías. Lo cierto es que en la confusión de la desbandada, con la niña ó sin ella Elías se paró frente a la casita de la Base Náutica, cargó la pistola CZ de Rafael e intentó disparar; pero el arma estaba defectuosa. René Salmerón, en un primer intento desesperado por evadir su responsabilidad ante la justicia, dijo: “Yo me encontraba en el muelle. Fui quien sacó a la niña de la lancha y la entregué a su mamá una vez que pasamos el puente.” ¡”Mentiras! – me dijo Mideiglys – Yo no abandoné a mi hija. René venía detrás de nosotros con una pistola en la mano. Ya en casa, dijo a mi marido. “Oye, Migue, yo rematé a uno de ellos. Estaba vivo todavía”. “Con la niña se formó tremendo tira y encoge, cada quien tratando de escudarse en ella para minimizar la participación que habían tenido en la muerte de esos muchachos. Yo fui el único de los hombres que ni siquiera los ví y me hice cargo de la pequeña, porque la habían abandonado y daba gritos de terror al verse sola.
DOS TOQUES A LA PUERTA
La Brigada Especial Nacional de la Policía permanecía en su cuartel general con un dispositivo listo para salir a la captura tan pronto recibieran la orden para hacerlo y se les informara el lugar donde se ocultaban los prófugos. Su jefe, el coronel José Rodríguez, especialista en varias modalidades de las artes marciales, especialista en tiro, especialista en explosivos, y en todo cuanto pueda aprender un buen policía, no es sin embargo, más especialista que cualquiera de los hombres que integran su selecta unidad, a excepción de su alto grado de preparación como karateca, adquirido en prestigiosas academias de Japón. Además de la operación de apresamiento, recaería sobre esos hombres la responsabilidad de ejecutarla de forma rápida, silenciosa y sin que hubiera necesidad de lamentar víctimas fatales. “Cuando se nos informó lo ocurrido en Tarará, tomamos algunas medidas con dispositivos de la Brigada Especial para evitar la irrupción de estos elementos en objetivos apropiados para la búsqueda de rehenes con los cuales exigir, mediante chantaje, la salida del país – me dijo el coronel Rodríguez -. Esos son métodos clásicos del terrorismo a escala universal. Otra parte de la Brigada, en la que se incluía el Comando, permaneció acuartelada a la espera de la orden para ponernos en marcha”. El coronel ordenó al mayor Guillermo R. Guevara, jefe del Comando de la Brigada Especial, que tuviera preparados a sus hombres y como es costumbre suya cada vez que atraviesa por una situación similar de espera, se sentó a jugar con sus subordinados una partida de dominó. En el puesto de mando se recibió una información que obligaba a nuevas pesquisas: en la casa de René ya no había un alma. Por poco tiempo los fugitivos se habían adelantado a la Policía sin sospechar siquiera que estaban tras sus pasos. En todas las unidades de ese Cuerpo y de la Seguridad del Estado a lo largo y ancho del país, se circulaba el nombre y las generales de Luis Miguel Almeida. Desde horas de la tarde se había decidido la divulgación del hecho y dar a conocer una fotografía del autor principal de la matanza a través de la emisión de las 8.00 p.m. del Noticiero Nacional de Televisión, por donde se recomendaba a la ciudadanía actuar con cautela dada la peligrosidad del sujeto. “Cualquier información sobre su paradero – se decía – debe comunicarse a las autoridades competentes”. Alrededor de las 7.30 p.m. Luis Miguel viajaba a bordo del remolque de un tren-bus por la carretera Panamericana con destino al Mariel. Ocupaba el asiento interior y último de la fila izquierda; a su lado, pegado al pasillo, iba René Salmerón. “Elías, María, la niña y yo viajábamos en el carro delantero – me contó Mideiglys - Una patrulla de la Policía detuvo el ómnibu, ordenó al chofer que abriera la puerta delantera y parados en la escalerilla observaron a los viajeros. Era evidente que buscaban a alguien aunque no estaba segura de que fuera a mi marido. El y René afirmaban que no habían dejado sobrevivientes en la Base Náutica para denunciarlos. Sabíamos que al fin y al cabo la Policía descubriría quiénes se habían metido allí; pero jamás nos imaginamos que fuera tan pronto.” Con todo, Mideiglys agachó a su hija y trató de meterla debajo del asiento cuando vió que los agentes se dirigieron al carro trasero. “El corazón se me quería salir – me dijo – Si les daba por pedir carnés de identidad, estaba convencida de que Luis Miguel sacaría la pistola y tiraría a matar”. En el remolque también viajaban niños. Mideiglys me lo confirmó y dijo “pero las autoridades se limitaron a repetir lo que ya habían hecho. Luego bajaron y permitieron que continuáramos viaje. Después le pregunté a Luis Miguel qué había hecho cuando los policías se pararon en la escalerilla del remolque y me dijo: “Me agaché detrás del asiento y no me vieron. Iban personas de pie y eso me ayudó; pero te aseguro que si me descubren, se joden unos cuantos allí adentro. Yo tenía la pistola en la mano.” A las ocho de la noche la televisión proyectó en pantalla las fotografías de los custodios amarrados y muertos, tal y cual habían sido baleados, así como una de Luis Miguel Almeida. El joven que esa tarde pelara al hombre tan buscado, quedó petrificado delante del televisor, y luego informó con algarabía a quienes estaban en su casa las ocurrencias de la tarde. Alguien de los presentes le dijo: “Pues deja la casa sola, y dirígete a la mía con tu familia! Si el tal Luis Miguel fue capaz de esa barbarie, también lo sería de llegar aquí ahora y coger a tus hijos como rehenes, máxime cuando sabe que tú ya lo conoces.”
Se marcharon del hogar con rapidez y quien le propusiera la fuga, dijo: “Yo voy para la unidad de la Policía, a contarlo todo”. A los pocos minutos disponían de un nuevo elemento en el Puesto de Mando: María Mendoza, la madre de René, formaba parte del grupo. ¿Dónde vivía María Mendoza...?
“Comprobamos si se habia dirigido a su paradero ocasional de Santiago de las Vegas y el resultado fue negativo – me dijo el mayor Juan Peguero-. De allí había salido por la mañana y nadie más la vió regresar. La noticia dada por la televisión impactó a la ciudadanía. A partir de aquellos instantes nos llegaban informaciones de todas partes de La Habana de ciudadanos que decían haber visto individuos a los que confundían con Almeida. La mayoría eran infundados; otras no, como aquella que lo ubicaba moviéndose junto a un grupo de personas al anochecer de ese día por la playa de Marianao. Dimos por fin con la dirección de María en Boca de Mariel, y también con la de un posible escondite en Herradura, cerca de Bahía Honda. Hacia estos dos lugares encaminamos las investigaciones, ya en horas de la noche.”
Los cadáveres de Yuri, Orosmán y Rafael se expusieron en el vestíbulo del edificio central del Ministerio del Interior cubiertos por la enseña nacional. Decenas de miles de ciudadanos hacían largas filas para entrar a rendirles postrer tributo a los muertos y patentizar apoyo moral a sus seres queridos. Los canales de la televisión cubana interrumpían la programación y hacían pases al sitio donde reposaban los cuerpos inertes de los tres jóvenes. Un corresponsal de la televisión mexicana ECO, en fugaz entrevista al general de cuerpo de ejército Abelardo Colomé, titular del Ministerio del Interior, le preguntó por qué no se había declarado el estado de alerta para capturar a los culpables. La respuesta del ministro fue tan escueta como acertada, según se evidenciaría poco después: “No hace falta estado de alerta. Esta es una simple operación policial. La única diferencia con otros lugares del mundo es que aquí participa todo el pueblo.” En el hospital Luis Díaz Soto (Naval) , Rolando Pérez Quintosa sostenía su pelea titánica contra la muerte. Nunca, ni aún en los instantes de ligeras mejorías dentro de su estado de gravedad crítica, los médicos pronosticaron que salvaría la vida. Se aferraban a ganarla con una dedicación que hizo leyenda en la historia de la Medicina cubana; pero fueron parcos a la hora de evaluar los progresos del paciente, porque la verdad forma parte de la ética, aunque en ocasiones sea duro admitirla. Se temía la muerte de Rolando por muchas razones, y la primera obedecía a que era un hombre de veintitrés años con la mente cargada de sueños y los jóvenes no deben morir, porque en ellos descansa el futuro del mundo. Otra razón la tenía un bebé de cinco meses que de tarde en tarde se acostumbrara a las maldades y los brazos de papá; y una, aunque no tan importante como las anteriores, a que Rolando era la única persona capaz de testificar sobre lo acaecido en la Base Náutica y de señalar con su índice acusador a quien le disparara en ráfaga a él y a sus desdichados compañeros. Ya lo había dicho; pero se precisaba, por urgencia de las leyes, de su declaración jurada. Los médicos, cuyo destino es levantar enfermos, se pronunciaron en contra de que se hiciera hablar a Rolando. Por fin, cercana la medianoche del 9 de Enero, permitieron a los primeros tenientes Vladimir Rivero y Raúl Cortina, ambos del órgano de instrucción de la Seguridad del Estado, que pasaran a la Sala de Cuidados Intensivos a formularle unas pocas preguntas al paciente bajo condición de que no lo forzaran a hablar. Se llegó al acuerdo de que se elaboraría un cuestionario para que Rolando respondiera mediante señas. Y a las 11.40 p.m. en presencia del doctor José Collazo Carceller, quien sirvió además como testigo del acta acusatoria, se le hicieron las siguientes preguntas que contestó con ligeros movimientos de la cabeza y los dedos:
- ¿Disparó Luis Miguel Almeida Pérez?
- Sí.
- ¿Cuántas personas viste?
- Una
- ¿Sólo viste a Luis Miguel?
- Sí.
- ¿Quién disparó primero?
- Yo.
- ¿Cuántos disparos hiciste?
- Dos.
- ¿Se te encasquilló la pistola?
- Sí.
- ¿El citado Luis Miguel disparó contra todos ustedes?
En cuanto a los disparos que hizo su respuesta fue inexacta. En lugar de dos efectuó tres. Este razonamiento lo baso en el hecho de que la pistola correspondiente a Yuri, ocupada a Luis Miguel Almeida en los instantes de su captura, tenía cinco proyectiles en el depósito. La de Quintosa, cuatro en el depósito y una trabada, la cual provocó que se encasquillara el arma. Pero en el sitio donde ocurrieron los hechos aparecieron seis cartuchos de nueve milímetros correspondientes a pistola Makarov, lo que equivale a decir que tanto Rolando como Yuri tenían ocho proyectiles en cada cargador, que es el máximo admisible en ese tipo de armas, cuando no hay bala en el directo.
Volvamos al grupo de Luis Miguel. Cuando María Mendoza arribó a su casa en Boca del Mariel junto a los comprometidos en el asalto a Tarará, una de sus hijas puso el grito en el cielo. “¡Están locos! – dijo – la televisión acaba de informar lo que hicieron y dio a conocer el nombre y una foto de Luis Miguel, a quien acusan de ser el autor del hecho”. “Se formó un escándalo – me contó Mideiglys – La muchacha tenía miedo, porque también había allí un niño, y María la tranquilizó diciéndole que nosotros nada más permaneceríamos una noche en la casa. Mi marido dijo que él no iba a caer preso, y entre María y yo lo convencimos para que nos diera el cargador de la pistola por temor a que cometiera un disparate. Ella decía que en el Mariel era más fácil tomar una embarcación que nos sacara de Cuba, y mientras eso se planificaba podíamos escondernos en refugio, cerca de allí, o en la casa de campo de su concubino, en Bahía Honda. A las nueve y media de la noche fuimos María y yo hasta el refugio de tiempo de guerra y vimos que la entrada protegida por rejas, estaba asegurada con un candado. Abrirlo no significaba nada para las mañas de Elías. Acordamos que nos trasladaríamos allí por la madrugada, porque cerca hay una casa y había gente sentada en el portal”. En la unidad de la Policía del Mariel se respiraba un ambiente tenso. El suboficial Loredo, jefe de sector en el reparto Boca, recibió instrucciones de mantener ojo avizor en la demarcación confiada a su custodia, en la cual se incluía la vivienda marcada con el número 505, perteneciente a María Mendoza. Ya en horas de la noche recibía la información de pobladores de la zona relativa a que María Mendoza había salido de su casa acompañada por otra mujer, y ahora se encontraba de nuevo en el inmueble. “Hay allí un movimiento extraño” le dijeron. “Alrededor de las 10.00 p.m. recibí una llamada del general Sotomayor, quien estaba al frente de toda la operación de búsqueda y captura, y ahora me daba la orden de que me trasladara a la unidad de El Mosquito con los dispositivos que participarían en el apresamiento, y una vez allí esperara por nuevas orientaciones” me relató el coronel José Rodríguez. El Mosquito es un punto ubicado cerca de Mariel, importante puerto norteño distante treinta kilómetros al oeste dela Ciudad de La Habana. En ese sitio tuvo lugar otra larga espera. “Teníamos que comprobar bien cada nueva información que a esa hora recibíamos – me dijo el mayor Peguero – Se trataba de una operación delicada en la que un paso en falso ponía en peligro la vida de compañeros e incluso de niños, porque Luis Miguel y Mideiglys se movían con su hija pequeña y teníamos el deber de cuidar también por la seguridad de la niña, ya que a todas luces sus padres actuaban de manera irresponsable.” A eso de la 01.00 de la mañana recibí otra llamada, ahora en El Mosquito, para que nos dirigiéramos a la unidad de la Policía de Mariel – me refirió el coronel Rodríguez – Detrás de mi auto marchaban cuatro microbuses y un carro de servicios médicos para casos de emergencia. En la unidad ya citada esperaban otros altos oficiales de diferentes órganos de investigación del Ministerio del Interior. Ante un plano general de la zona, el mayor Héctor, jefe de la unidad, explicó a los responsables del operativo las posibles variantes de entrada y salida del reparto en que se hallaban las personas buscadas.
“Convinimos en que nos tiraríamos ahí, y de no encontrarse todos los fugitivos, trasladaríamos de inmediato el operativo hacia Bahía Honda – me refirió Rodríguez – Me dirigí brevemente a quienes me acompañarían y les dije: “Los individuos que vamos a capturar están armados y son peligrosos; pero no quiero escuchar ni un solo disparo por parte de ustedes. En el interior de esa casa hay niños y ninguno puede recibir un rasguño siquiera. Ajústense los chalecos antibalas y vamos a cumplir nuestra misión”. Eran alrededor de las 03.00 del viernes 10 de enero. “Nos acostamos y como Luis Miguel se veía muy intranquilo y yo temía que se fuera a ir solo, le amarré un pié al mío con una cinta – me contó Mideiglys – En un instante de arrepentimiento tal vez, me habló de la manera que nunca antes lo había hecho y yo sentí mucho que aquellas palabras de él me llegaran demasiado tarde. Pero me repetía que no estaba dispuesto a dejarse apresar y le dije: recuerda que la niña está junto con nosotros. El me respondió: “Te le tiras encima si llegara el momento y le tapas la cara para que no vea nada”. Al llegar a la entrada del reparto La Boca el coronel Rodríguez ordenó que dos de los carros que lo acompañaban aguardaran allí, cerrando la salida, e hizo señas a los dos más próximos en el orden de la marcha para que lo siguieran. “En el auto del coronel viajábamos él, como jefe del operativo; yo como segundo; Jesús Peña, en el timón; Loredo, el jefe de sector, y Andrés Mora. En los microbuses iban integrantes del Comando de la Brigada Especial. A ninguno se escogió para efectuar la operación porque todos los integrantes de esa unidad son hombres con experiencia y de una gran preparación” me dijo el mayor Guillermo R. Guevara. Se dio la orden de mantener silencio radial y avanzar sobre el objetivo con las luces de los vehículos apagadas. Al llegar frente al número 503, el jefe de sector señaló la casa y los carros detuvieron la marcha. La barriada dormía
arrullada por el ruido cercano del mar y nadie advirtió nada, a excepción de quienes a distancia se habían mantenido ejerciendo la vigilancia sobre la vivienda. “Por oficio, los compañeros bajaron de los carros con rapidez silenciosa y la rodearon - me dijo Guillermo – Me viré y le dije por azar , a Enrique Ramos y a Gilberto Ortega: Sigannos, y al instante comprendieron que su papel era servirnos de apoyo. Ese tipo de misión tiene un procedimiento que ellos, entrenados día por día en esos trajines, cumplieron cual si se tratara de un ejercicio más.” El coronel Rodríguez se situó al lado de la puerta y con el puño cerrado dio varios golpes a modo de llamada. Nadie respondió. “Al no recibir respuesta, el instinto policíaco me indicó que en el interior de la casa estaban las personas que buscábamos – me contó – Sabíamos que allí había gente y era imposible que nadie escuchara los golpes, porque los dí con fuerza. Luego si callaban tenían motivos para hacerlo y los motivos eran los de eludir la justicia”. Por el fondo de la casa se entreabrió una persiana y alguien se asomó. Vió a los integrantes del operativo policial con los fusiles en las manos y la persiana volvió a cerrarse. El oficial repitió la llamada. Elías atisbó por una de las persianas semicerradas y preguntó, con un ligero temblor en la voz: “Quién es..?”. ¡La Policía...! le contestó el coronel. – “Luis Miguel se zafó la cinta del pié de un tirón, me pidió el cargador de la pistola y se lo dí, al tiempo que me abalancé sobre la niña, que estaba dormida”, me contó Mideiglys. René Salmerón abrió la puerta y al momento de hacerlo un golpe efectivo del coronel Rodríguez lo hizo rodar por el suelo. Uno de los cinco hombres del operativo que inicialmente entró en acción dentro del recinto, se abalanzó sobre él y le colocó las esposas. Al cuarto más próximo penetraron Rodríguez y el suboficial Ortega. Allí estaba Luis Miguel, quien sorprendido trataba de colocar el magazine con las balas a la pistola que sostenía en la mano derecha. Con un desplazamiento felino Ortega buscó un ángulo de tiro que dejaba fuera del cañón de su fusil automático a Mideiglys y a la niña; pero al instante reaccionó al notar el nerviosismo errático de Almeida. Al parecer su mente fría lo traicionaba al momento de enfrentarse a los integrantes de la Brigada Especial. La mano izquierda en alto con el cargador agarrado por el extremo posterior, buscaba insistentemente la caja del depósito en la empuñadura de la pistola ; mas no lograba introducirlo. Gilberto Ortega fue más rápido que él y con un impacto seco y brusco del culatín de su arma, ensayado una y mil veces en largas sesiones de lucha cuerpo a cuerpo lanzó al piso el arma de Luis Miguel. Lo demás correspondió al coronel Rodríguez, veintiséis años más viejo que su oponente; pero infinitamente superior en un desafío frente a frente. Rodríguez no se molestó en llevar siquiera la mano a la empuñadura de su pistola. En lugar de ello la llevó una, dos, tres veces con endemoniada prontitud al cuerpo de su contrario y Luis Miguel se sintió de pronto inutilizado por una llave maestra. Entonces lo entregó a Andrés, quien lo esposó y lo condujo a uno de los carros. Por el fondo de la vivienda penetraron Raúl Rielo, Lorenzo Oliva, Miguel López y otros miembros del Comando. Elías Pérez Bocourt se había escondido entre la pared y la parte posterior de un armario y lo condujeron a los vehículos casi sin que sus pies tocaran el piso. A las mujeres se les dio otro tratamiento; una vez neutralizado el intento de resistencia de los hombres, el coronel recordó a sus soldados que a los prisioneros no se les maltrata ni siquiera de palabra. La operación dentro de la casa, fue tan rápida y simultánea que apenas se podía medir en segundos. No sonó ni un disparo y los niños dormían con el sueño profundo de los que no tienen preocupaciones en el mundo. Un oficial del grupo comando los miró, se pasó la mano por la cabeza y dijo, cual si hablara consigo mismo: ¿Y estos infelices que hacen aquí?
La planta de radio rompió el silencio y al éter voló la voz del jefe del operativo que informaba: “Operación de captura concluída sin novedad”. Alguien miró el reloj y anotó en una agenda de apuntes: “Hora: 3.50”
“Pensé que no debíamos presentar a los detenidos sin el fusil y dije a Luis Miguel: “Tu me vas a llevar adonde lo dejaste: vamos allá”, recuerdo hoy el coronel José Rodríguez. El capitán José Paz los acompañó en el viaje hasta la casa de René en San Miguel del Padrón. El me dijo “La calle se veía desierta por lo avanzado de la hora. Muy pocos advirtieron nuestra llegada a San Miguel, entre ellos algunos miembros de la familia Salmerón, quienes recriminaron muy duro a Luis Miguel y hablaron mal del pariente por lo que habían hecho. Las imágenes de los custodios amarrados y baleados indignaron a la población y sabíamos que trasladar al detenido hast allí requería cierta escolta, porque en la calle muchas personas hablaban de linchamiento y no podíamos permitir que eso ocurriera. De forma que el propio jefe de la Brigada Especial subió al techo de la casa y sacó el fusil de donde le indicara el detenido. Luego salimos rápido de allí, puesto que la noticia de la presencia de Almeida comenzó a filtrarse en las casas y muchas luces se encendían.”
Se dirigieron a la Seguridad del Estado, donde entregaron a los asesinos.” Después nos dirigimos a rendir tributo a nuestros compañeros muertos y comunicamos a sus seres queridos la noticia de la captura. Fueron momentos de emoción los que vivimos al recibir el abrazo de los padres de Yuri, de Orosmán y de Rafael, que permanecían allí, junto a los féretros de sus hijos” me dijo el mayor Guillermo R. Guevara. Sin embargo, cuando concluía una jornada para los hombres de la Brigada Especial, comenzaba otra para los instructores del caso tan agotadora como la primera. “A esa hora iniciamos las entrevistas y poco después comunicamos a la jefatura que el matrimonio Pedro Marcelino-Esperanza Micaela continuaba prófugo. Lo mismo ocurría con Erick Salmerón; solo que éste se movía dentro de un cerco del que difícilmente podría escapar, mientras que Pedro y Esperanza andaban por rumbos desconocidos “ me dijo el mayor Juan Peguero. Erick creyó que solo le iría mejor que acompañado, y solo se movió por Santiago de las Vegas, La Habana y rumbo a la barriada donde creciera en Boca de Mariel; pero no fue a dormir a su casa la noche del 9 de enero, y esa decisión evitó que fuera apresado en la madrugada por los hombres de la Brigada Especial. Erick prefirió dormir en un monte cercano al poblado de Mariel. En horas tempranas de la tarde del Viernes se trasladó al reparto La Boca, donde recibió noticias de la captura de Luis Miguel, René, Elías, María y Mideiglys. Entonces pretendió llevar su osadía a los extremos y penetró en una casa amiga en la que infló dos balsas para intentar la fuga por mar. Erick desconocía que sus pasos habían sido vigilados desde el momento mismo que sus pies lo llevaran allí. Fue detenido un rato después en la casa citada sin que ofreciera ninguna resistencia, como resultado de un operativo tan simple y poco ruidoso que apenas se enteraron de lo ocurrido en las casas aledañas al lugar donde se escondía, cuando ya todo había llegado a su fin.
en estos links verás entrevistas y video sobre nuestro museo.
España nos entrevistó http://www.elmundo.es/f5/comparte/2017/10/08/59da50d6ca4741eb708b467f.html
Tania la argentina que murió en la guerrilla del Che https://youtu.be/mgtVfWNyGAA
la revolucion en Argentina que quiso el Che Museo Ernesto Che Guevara Primer Museo Suramericano en Buenos Aires CABA Argentina
https://www.youtube.com/watch?v=jGPLj1nGEsY
Argentina: El Che lives on! Get lost in Buenos Aires ... Izquierdista entusiasta, y compañero revolucionario Eladio Gonzalez muestra el contenido de su afamado museo Che Guevara en Caballito, Buenos Aires.. |
informó el Museo “ ERNESTO CHE GUEVARA ” de Caballito, CABA
calle Rojas 129, esq. Yerbal, Buenos Aires (AAC 1405) Argentina
Visitar lunes a viernes de 10 a 19 hs. (corrido) – entrada libre y gratuita
Escuela de Solidaridad con Cuba “ CHAUBLOQUEO ”
Registro donantes voluntarios de Células Madre (INCUCAI)
Coordinador ex Mesa Vecinal Participativa en Seguridad de Caballito
Tel. 4 903 3285 Irene Rosa Perpiñal - Eladio González (Toto)
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