EL "CHE" ISLA CASARES Por Osvaldo Bayer |
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Es singular la breve vida del médico argentino Gustavo Ignacio Isla Casares. Apenas vivió 26 años. Original parecido tiene su pensamiento con el del Che Guevara. Sólo que Guevara triunfó en una revolución y murió en su propósito de liberar a toda Latinoamérica de las estadísticas del horror: hambre, pestes, ignorancia. Mientras que Gustavo Ignacio Isla Casares fue asesinado al comenzar. Su muerte fue la crueldad misma: los asesinos uniformados de siempre lo hicieron prisionero en su hospital de campaña en el interior salvadoreño, lo torturaron bárbaramente, mutilaron su cuerpo y lo asesinaron. Cuando su padre fue a reconocer su cuerpo sin vida, pudo ver los rastros del terror y la vesanía: su hijo tenía un solo dedo de sus manos; el resto había sido mutilado a hachazos. Un joven médico argentino recién recibido resuelto a ofrecer lo que ha aprendido en aras de sus principios cristianos muere en un día muy cercano al tiempo pascual de 1989, hace justo nueve años, en forma igual a aquel Jesús de Galilea que muere torturado en una cruz por su lucha evangélica. La muerte fue la misma muerte. Sus asesinos fueron los mismos asesinos de siempre, los que ostentan el poder. La muerte de Gustavo Ignacio Isla Casares fue un poco más espectacular. La muerte vino del cielo, el 15 de abril de 1989. Gustavo estaba en un hospital de campaña de la localidad salvadoreña de San Ildefonso donde además se hallaban la enfermera francesa Madeleine Lagadec, la brigadista de salud María Cristina Hernández y los trabajadores sociales Carlos Gómez y Clelia Concepción Díaz Salazar. La muerte para todos ellos llegó ordenada por el general Bustillo, en dos aviones A-37; dos helicópteros roqueteros, un helicóptero Hughes-500 y una avioneta Push and Pull. Consigno los datos técnicos porque a los comunicados de la gente de uniforme les agrada sobreabundar en calibres y prototipos lóbregos. Pero mi solapada intención es informar al lector el origen de esas armas represoras de todo intento de rebelión contra el sistema burdamente colonial. El bombardeo de un hospital de campaña, pertenezca a quien pertenezca, está contra todos los tratados y principalmente contra el de Ginebra y su protocolo II Adicional. Pero es el eterno sistema del gatillo fácil de los mercenarios: primero tiro y después pregunto. Total siempre habrá en este mundo legisladores solícitos que voten el consabido punto final y la más que venal obediencia debida. Después del bombardeo, diez helicópteros (Hughes-500, para más datos) desembarcaron a la tropa. Y ahí empezó el calvario de los integrantes del cuerpo sanitario de campaña: Gustavo fue capturado, atormentado durante largas horas y luego muerto a tiros. La enfermera francesa fue violada por los uniformados y después baleada, lo mismo que la salvadoreña María Cristina Hernández. A los otros dos trabajadores sociales se los detuvo, heridos, y más tarde fueron asesinados. El lector ya habrá adivinado. Sí, el hospital de campaña pertenecía al FMLN "Farabundo Martí", la guerrilla centroamericana. Gustavo Ignacio Isla Casares había nacido el 20 de noviembre de 1962. Fue enviado a estudiar el secundario al Liceo Militar. De allí fue expulsado cuando cursaba ya el quinto año. Lo llamaban "el justiciero" porque se rebelaba contra las injusticias que se cometían contra compañeros suyos por parte de las autoridades de la casa militar de estudios. Además se enfrentó con un cadete que era famoso por sus alcahueterías. Se lo expulsa a iniciativa de un teniente que había estado en Tucumán, con el general Bussi, combatiendo a la guerrilla. Todo muy premonitorio de lo que iba a suceder después. Terminado el bachillerato en una escuela religiosa, ingresó en Medicina donde con otros estudiantes fundó el grupo Sinapsis, agrupación de centro derecha que fue la base para la conformación de UPAU, expresión de la UCeDé de Alvaro Alsogaray. Isla fue secretario general y presidente de Sinapsis. Pero muy pronto se desencanta de esa tendencia y adhiere al estudiantado radical de Franja Morada. En 1986 vivirá una experiencia que cambia su vida: marcha al ingenio Ledesma, en Jujuy, a hacer un curso de pediatría y allí vive plenamente lo que es la precariedad, las necesidades, las carencias. No puede soportar las injusticias que se cometen principalmente con los niños jujeños y con los que llegan en la corriente emigratoria boliviana. A su regreso a Buenos Aires se produce la crisis de Semana Santa y con otros compañeros concurre hasta las puertas del cuartel donde se halla el golpista teniente coronel Aldo Rico. Conforman un numeroso grupo de jóvenes democráticos que no permitirán salir ningún tanque del uniformado que se esconde detrás de las armas para coartar la democracia. La gran decepción de su vida será cuando Alfonsín accede a las exigencias del autor de la chirinada. En un corto viaje que hace a Brasil con un compañero, deciden recorrer Latinoamérica. Pero antes regresan para terminar sus estudios de médicos. Vuelan a Miami en un avión de carga boliviano y desde allí comienza un periplo parecido al del Che y su amigo Granados, pero al revés. En Costa Rica habrá un encuentro definitivo para Gustavo: conoce al sacerdote José Alas. Este le propone ir a vivir a Nicaragua, al centro de refugiados salvadoreños. Gustavo decide aceptar mientras su amigo regresa a la Argentina. En el centro de refugiados salvadoreños recibe instrucción en medicina de guerra. En su última cinta grabada, Gustavo les explica a sus padres y a su novia Roxana, que ha decidido ir a tierra salvadoreña a ayudar a la lucha de ese pueblo por su liberación. Esa cinta está llena de emoción. Les dice a sus padres: Mi actividad no es militar, es médica y solidaria. Existen organismos internacionales que están trabajando: la Cruz Roja, Médicos sin Fronteras y otros organismos que están al margen de la guerra. Esto para mí es un acto de amor. Sí, es muy lindo ir a misa, es muy lindo escuchar la Parábola de los Talentos o el Sermón de la Montaña, pero hay que llevar a la práctica todo eso. Si Dios me dio esa capacidad de poder entender el sufrimiento de los demás y poder analizar sus causas, sería un pecado que no hiciera nada para transformarlos. Y como si adivinara que su altruismo lo iba a llevar a la muerte, se despide así de sus padres: Los quiero mucho, los voy a llevar siempre en mi corazón. Estoy muy tranquilo, y orgulloso por la decisión que tomé. Los amo inmensamente. Hasta muy pronto. Y para Roxana tendrá esta despedida: Te juro, mi amor, que siempre te llevaré conmigo. Ocho semanas después su sangre generosa regaba tierra latinoamericana. Creemos que el Che Guevara estaría orgulloso del título que hemos puesto a esta nota: el Che Isla Casares. Su tumba, en la Recoleta, siempre estará cubierta por las flores jóvenes del agradecimiento |