Tercera carta pública al presidente Macri
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Sr. Presidente: hoy cumple usted tres años en el
máximo cargo republicano, y aunque seguramente no leerá estas líneas (es fácil
deducir que usted no lee) yo quiero decirle que en mi opinión es usted un
traidor a la Patria y un inepto absoluto.
Los demócratas, que somos mayoría de este país,
aceptamos los resultados de 2015 con serenidad, y muchos –aunque no fue mi
caso– con esperanza. E incluso los que sospechamos que hubo fraude, no alzamos
la voz. Por la paz de la república. Y porque jamás pensamos que el cinismo y el
racismo, el robo empresarial y la vocación colonialista serían tan enormes como
fueron en estos tres años. Hubiese yo querido empezar estas líneas acusándolo
de políticas equivocadas, pero la realidad me supera: usted ha arruinado a
conciencia este país. Ha condenado a millones de compatriotas a una vida
miserable y encima los pisotea a diario con su repertorio inagotable de
mentiras y de medidas antipopulares, antisociales, violentas y
embrutecedoras.
Hoy en la Argentina más del 50% de la población
vive en la pobreza. Son millones de personas, de todas las edades. Y la mitad
son niños con hambre, y carentes, además y vertiginosamente, de un buen futuro
escolar y sanitario.
Ni sus publicistas y encuestadores lo pueden
ocultar. Y por eso los repugnantes ejércitos de trolls que ustedes mantienen –y
niegan cobardemente– hacen silencio al respecto.
Los pobres absolutos, los marginados, los sin
trabajo, los sin casa, están constituyendo el paisaje más infame de este país
que usted y su funcionariado ocultó a los mandatarios del G–20, que por
supuesto aceptaron gustosos el engaño, circunscriptos a 30 manzanas del centro
porteño, glamorosas y vacías.
Yo digo que no se dio cuenta, usted que no se da
cuenta de nada que no sean sus negocios y sus intereses, de la farsa que fue
esa reunión que costó una absurda millonada de dólares y no sirvió para
absolutamente nada. Y al contrario, agravó dramáticamente las condiciones de la
neocolonización que usted gerencia.En todo el país, en todas las ciudades
colmadas de pordioseros y linyeras que duermen en veredas y defecan en los
parques, la vida fue y es otra cosa. Y por eso a quienes tenemos ojos y
corazón, y vemos y nos duele lo que sucede en las calles porque las caminamos
sin temores ni prejuicios, nos impactaron las estupideces de su gente, sus
diarios y su tele: desfiles de modas de primeras damas tan machistas como
usted, comilonas en palacetes fastuosos, careteos y una militarización feroz en
las calles porteñas. Por eso todo el vasto interior del país, sépalo, pasó
olímpicamente del G–20. Y mucho más de la mitad de la ciudadanía acordándose
ominosamente, si bien cantando, de su señora madre.
Su gobierno, en sólo tres años, ya es
considerado por la prensa mundial y lo que queda de la verdaderamente nacional,
como el peor de toda la Historia Argentina, genocidio dictatorial aparte, desde
luego, si bien es repudiable que usted y los suyos protegen a asesinos, ladrones
y apropiadores de niñ@s.
Y digo el peor gobierno de la historia en
términos institucionales, económicos y sociales. Porque usted ha destruído a
conciencia la industria argentina, que casi no existe más. Usted protege a los
destructores del agro, los que arrasan bosques nativos, los sojeros que queman
la tierra, envenenan el agua e inundan los mejores campos de este país que fue
envidiado en el mundo. Usted protege a los que se apoderaron de todos los
puertos argentinos, y a los que ahora monopolizan hasta las semillas. Su
gobierno viene privatizando velozmente la educación y la salud, cerrando
escuelas e institutos, y no hay certezas de que continúen las 60 universidades
públicas argentinas gratuitas, ejemplares y de calidad, y productoras de talentos
apreciados en el mundo entero.
Y por si fuera poco usted terminó de arruinar la
confianza en la Justicia, y es fácil sospechar que lo hizo con dinero, espías y
amenazas.
Y dejo para el final la corrupción de su
gobierno. Tod@s sabemos que la dictadura cívico–militar–empresarial–eclesiástica
que se llamó a sí misma “Proceso” fue la madre de la corrupción consustancial
al sistema político y económico argentino. Pero le diré dos cosas, señor: una
es que comparados con estos tres años de su gobierno, todos los otros casos de
corrupción –desde Alfonsín al kirchnerismo y pasando por el menemismo y la
Alianza– fueron, dicho sea irónicamente, juegos de niños en comparación con el
robo, el nepotismo, la naturalización de la inmoralidad, los usos y costumbres
arbitrarios e incontrolados, el acomodo, el sistema de coimas y el cinismo y la
podredumbre moral que imperan en su gobierno. Que además terminó de pudrir lo
que llamábamos Justicia y arrasó con lo que se llamaba libertad de prensa, de
expresión, de libre comunicación o como fuera.
Señor: su gobierno, sus amigos, sus familiares,
empatotados cual infame caterva sin patria, sin honores, sin historia, sin
afectos sinceros y creíbles, puestos a hacer negocios y a sacar fortunas del
país (que muchos no dudamos que guardan en Panamá, Bahamas, Suiza y quién sabe
dónde más) lo que han hecho en tres años es destruir lo mejor de nuestro
pueblo: el trabajo y la investigación tecnológica y científica, la educación,
la salud, la previsión social, la soberanía y la autodeterminación, la
solidaridad, las tradiciones y la historia nacional, e incluso nuestro
territorio que hoy es entregado a manos extranjeras junto con los restos de
toda moral y esperanza. Usted encabeza un gobierno que desprecia y castiga a
los que menos recursos tienen. La criminalización de la pobreza es para ustedes
política de Estado. Y la entrega de los fabulosos recursos naturales de la
Argentina son el peaje que ustedes pagan por el aplauso de imperios y
ricachones y por la impunidad que ellos les garantizan.
A nosotros nos llevará un tiempo todavía
recuperar el gobierno. Hombres y
mujereshonrad@s, trabajador@s, estudios@s y con renovado
espíritu patriótico recuperaremos el gobierno. Ya lo va a ver. Y el Sol de
nuestra bandera volverá a sonreir, cuando ustedes se vayan para no regresar
jamás.
He escrito todo esto cuidándome de las
consecuencias de mi propio, inmenso dolor. Lo saludo, por eso, con el menor de
mis respetos.