lunes, 10 de diciembre de 2018

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JOHN BOLTON Y LA POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS HACIA AMÉRICA LATINA
Jesús Arboleya Cervera

Progreso Semanal, 5 de diciembre de 2018

John Bolton, asesor de seguridad nacional del presidente Donald Trump, hizo una breve parada en su camino hacia la Cumbre del G-20, en Argentina, para reunirse con el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro.
Bolsonaro, acompañado de un séquito de generales, lo recibió con un saludo militar en la puerta de su casa y le dijo todo lo que Bolton quería escuchar: la suspensión de la cumbre sobre el cambio climático prevista a celebrarse en Brasil el próximo año, el traslado de la embajada brasileña a Jerusalem, la promesa de limitar la influencia económica de China en su país y, sobre todo, su disposición a sumarse a la guerra contra Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Bolton lo felicitó por propiciar la retirada de los médicos cubanos de Brasil y ambos coincidieron en que la supuesta presencia del 80 000 cubanos en Venezuela -se da a entender que son militares- era un agravante para las relaciones con ese país. “Nuestra diplomacia va a actuar en Venezuela”, aseguró Bolsonaro, y su equipo ha estado trabajando en propuestas que abarcan desde internacionalizar la judicialización de la política, siguiendo el patrón aplicado en Brasil, hasta contribuir a la asfixia económica venezolana.    
Satisfecho con una reunión que ambos calificaron de “cordial y productiva”, Bolton le transmitió una invitación del presidente Trump para visitar Washington, cosa que Bolsonaro recibió con mucho agrado. 
Días antes, en una reunión en Miami, rodeado por lo más rancio de la derecha cubanoamericana, Bolton se había explayado contra los gobernantes del nuevo “eje del mal” latinoamericano, calificándolos de “tiranos”, “payasos” y “tontos”.
También definió las prioridades de la política norteamericana hacia la región: “En Cuba, Venezuela y Nicaragua, vemos los peligros de las ideologías venenosas sin control, y los peligros de la dominación y la supresión. Esta tarde, estoy aquí para transmitir un mensaje claro del presidente de los Estados Unidos sobre nuestra política hacia estos tres regímenes. Bajo esta administración, ya no apaciguaremos a los dictadores y déspotas cerca de nuestras costas en este hemisferio. La troica de tiranía en este hemisferio —Cuba, Venezuela y Nicaragua— finalmente ha encontrado su rival”.
De esta manera se regresa a una política que tuvo sus orígenes en las administraciones de Ronald Reagan y George H. Bush, centrada en la guerra sucia en Centroamérica, donde Cuba fue considerada la “fuente” de los problemas norteamericanos en la región.
A pesar del escándalo Iran-Contra, donde salieron a flote las ilegalidades de esta política, los ultraconservadores estadounidenses, en alianza con la extrema derecha cubanoamericana, nunca renunció a sus objetivos. Incluso todavía se reciclan viejos actores, entre ellos el propio John Bolton.
Durante el gobierno de Bill Clinton se nuclearon alrededor de la Fundación Nacional Cubano Americana y contaron con la complicidad de congresistas como Robert Torricelli, Jesse Helms y Dan Burton, promotores de las leyes que aún regulan el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba.
Exponentes del pensamiento neoconservador, alcanzaron una fuerza inusitada en el diseño y la aplicación de la política exterior norteamericana durante el gobierno de George W. Bush. Fueron los promotores de la “guerra contra el terrorismo” y de las guerras en Afganistán e Iraq, esta última justificada a partir de noticias falsas, que este grupo supo montar a la perfección y aplicarla sin remordimientos. “Cuba después de Iraq”, fue una de sus consignas en aquellos momentos.
Incluso durante la administración de Barack Obama se mantuvieron muy activos a través de diversas organizaciones y empresas de lobby, así como mediante su influencia en la burocracia gubernamental y el Congreso. En el caso de América Latina, la oficina de la congresista Ileana Ros-Letinen devino centro aglutinador de la derecha latinoamericana, desplazada del poder en muchos países por el avance de los gobiernos progresistas en la región.
Lo más importante entonces es que cuando John Bolton habla de América Latina, hay que asumir que estamos en presencia de una doctrina cimentada durante muchos años en el cuerpo político norteamericano. También que su oficina es la encargada de llevarla a cabo, y para ello se ha nucleado de viejos y nuevos halcones de la guerra fría, los cuales han tomado por asalto la Casa Blanca, hasta ahora con la complacencia de Donald Trump.
Ya no se puede decir, por ejemplo, que la política hacia Cuba responde solo al interés oportunista de satisfacer las demandas de ciertos políticos cubanoamericanos, sino que ha tomado cuerpo en la estrategia de este gobierno hacia la región, lo que limita cualquier pronóstico de cambio, a no ser para peor.
Esta estrategia se ve favorecida por el avance de la derecha en el subcontinente, especialmente por los triunfos de personajes como Jair Bolsonaro e Iván Duque, en Colombia, cuyas posiciones aparecen definitivamente subordinadas a Estados Unidos y coinciden, al calco, con los ultraconservadores de ese país. Lo dijo el propio Bolton, que los calificó como sus principales aliados en la región.
Ahora bien, nos perdemos si no vamos al fondo de lo que acontece y analizamos sus reales perspectivas. Más allá de los efectos de la situación económica, de las manipulaciones y la represión política, incluso de los errores cometidos por los llamados gobiernos progresistas, el avance de la derecha en América Latina es un reflejo de la crisis de gobernabilidad que se aprecia en la mayor parte del mundo.  
Como podía haber ocurrido con cualquier gobierno de Estados Unidos, refleja la intención de recuperar los espacios perdidos de la hegemonía norteamericana en América Latina. La diferencia es que se pretende lograrlo por las malas, a contrapelo de las fuerzas globalizadoras que rigen el capitalismo a escala mundial y el orden internacional que sirve a estos intereses. En esto radica su debilidad y explica las contradicciones de Donald Trump con sus propios aliados y hacia lo interno de la sociedad norteamericana.
A falta de la capacidad para ofrecer ventajas reales a la región y enfrentar a sus competidores, como es el caso de China, se recurre a la táctica de inventar enemigos y recurrir a las tendencias más primitivas del espectro político latinoamericano.
Esta política ha fracasado muchas veces. Si bien los gobiernos progresistas no han podido resolver los problemas sistémicos de la región, la derecha no se propone otra cosa que agudizarlos, en un entorno donde la capacidad de Estados Unidos para apoyarlos es más limitada que en el pasado.
“América Primero” es también un problema para la derecha latinoamericana. Tiene sus raíces en las propias contradicciones del acontecer político y económico de Estados Unidos, algo que ningún Bolton podrá cambiar. Hacia esa realidad debe estar puesta la mirada.