JOHN BOLTON Y LA POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS
HACIA AMÉRICA LATINA
Jesús Arboleya Cervera
Progreso Semanal, 5 de diciembre de 2018
John Bolton, asesor de seguridad nacional del
presidente Donald Trump, hizo una breve parada en su camino hacia la Cumbre del
G-20, en Argentina, para reunirse con el presidente electo de Brasil, Jair
Bolsonaro.
Bolsonaro, acompañado de un séquito de
generales, lo recibió con un saludo militar en la puerta de su casa y le dijo
todo lo que Bolton quería escuchar: la suspensión de la cumbre sobre el cambio
climático prevista a celebrarse en Brasil el próximo año, el traslado de la
embajada brasileña a Jerusalem, la promesa de limitar la influencia económica
de China en su país y, sobre todo, su disposición a sumarse a la guerra contra
Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Bolton lo felicitó por propiciar la retirada
de los médicos cubanos de Brasil y ambos coincidieron en que la supuesta
presencia del 80 000 cubanos en Venezuela -se da a entender que son
militares- era un agravante para las relaciones con ese país. “Nuestra
diplomacia va a actuar en Venezuela”, aseguró Bolsonaro, y su equipo ha estado
trabajando en propuestas que abarcan desde internacionalizar la judicialización
de la política, siguiendo el patrón aplicado en Brasil, hasta contribuir a la
asfixia económica venezolana.
Satisfecho con una reunión que ambos
calificaron de “cordial y productiva”, Bolton le transmitió una invitación del
presidente Trump para visitar Washington, cosa que Bolsonaro recibió con mucho
agrado.
Días antes, en una reunión en Miami, rodeado por
lo más rancio de la derecha cubanoamericana, Bolton se había explayado contra
los gobernantes del nuevo “eje del mal” latinoamericano, calificándolos de
“tiranos”, “payasos” y “tontos”.
También definió las prioridades de la política
norteamericana hacia la región: “En Cuba, Venezuela y Nicaragua, vemos los
peligros de las ideologías venenosas sin control, y los peligros de la
dominación y la supresión. Esta tarde, estoy aquí para transmitir un mensaje
claro del presidente de los Estados Unidos sobre nuestra política hacia estos
tres regímenes. Bajo esta administración, ya no apaciguaremos a los dictadores
y déspotas cerca de nuestras costas en este hemisferio. La troica de tiranía en
este hemisferio —Cuba, Venezuela y Nicaragua— finalmente ha encontrado su
rival”.
De esta manera se regresa a una política que
tuvo sus orígenes en las administraciones de Ronald Reagan y George H. Bush, centrada
en la guerra sucia en Centroamérica, donde Cuba fue considerada la “fuente” de
los problemas norteamericanos en la región.
A pesar del escándalo Iran-Contra, donde
salieron a flote las ilegalidades de esta política, los ultraconservadores
estadounidenses, en alianza con la extrema derecha cubanoamericana, nunca
renunció a sus objetivos. Incluso todavía se reciclan viejos actores, entre
ellos el propio John Bolton.
Durante el gobierno de Bill Clinton se
nuclearon alrededor de la Fundación Nacional Cubano Americana y contaron con la
complicidad de congresistas como Robert Torricelli, Jesse Helms y Dan Burton,
promotores de las leyes que aún regulan el bloqueo de Estados Unidos contra
Cuba.
Exponentes del pensamiento neoconservador,
alcanzaron una fuerza inusitada en el diseño y la aplicación de la política exterior
norteamericana durante el gobierno de George W. Bush. Fueron los promotores de
la “guerra contra el terrorismo” y de las guerras en Afganistán e Iraq, esta
última justificada a partir de noticias falsas, que este grupo supo montar a la
perfección y aplicarla sin remordimientos. “Cuba después de Iraq”, fue una de
sus consignas en aquellos momentos.
Incluso durante la administración de Barack
Obama se mantuvieron muy activos a través de diversas organizaciones y empresas
de lobby, así como mediante su influencia en la burocracia gubernamental y el
Congreso. En el caso de América Latina, la oficina de la congresista Ileana
Ros-Letinen devino centro aglutinador de la derecha latinoamericana, desplazada
del poder en muchos países por el avance de los gobiernos progresistas en la
región.
Lo más importante entonces es que cuando John
Bolton habla de América Latina, hay que asumir que estamos en presencia de una
doctrina cimentada durante muchos años en el cuerpo político norteamericano. También
que su oficina es la encargada de llevarla a cabo, y para ello se ha nucleado
de viejos y nuevos halcones de la guerra fría, los cuales han tomado por asalto
la Casa Blanca, hasta ahora con la complacencia de Donald Trump.
Ya no se puede decir, por ejemplo, que la
política hacia Cuba responde solo al interés oportunista de satisfacer las
demandas de ciertos políticos cubanoamericanos, sino que ha tomado cuerpo en la
estrategia de este gobierno hacia la región, lo que limita cualquier pronóstico
de cambio, a no ser para peor.
Esta estrategia se ve favorecida por el avance
de la derecha en el subcontinente, especialmente por los triunfos de personajes
como Jair Bolsonaro e Iván Duque, en Colombia, cuyas posiciones aparecen
definitivamente subordinadas a Estados Unidos y coinciden, al calco, con los
ultraconservadores de ese país. Lo dijo el propio Bolton, que los calificó como
sus principales aliados en la región.
Ahora bien, nos perdemos si no vamos al fondo
de lo que acontece y analizamos sus reales perspectivas. Más allá de los
efectos de la situación económica, de las manipulaciones y la represión
política, incluso de los errores cometidos por los llamados gobiernos
progresistas, el avance de la derecha en América Latina es un reflejo de la
crisis de gobernabilidad que se aprecia en la mayor parte del mundo.
Como podía haber ocurrido con cualquier
gobierno de Estados Unidos, refleja la intención de recuperar los espacios
perdidos de la hegemonía norteamericana en América Latina. La diferencia es que
se pretende lograrlo por las malas, a contrapelo de las fuerzas globalizadoras
que rigen el capitalismo a escala mundial y el orden internacional que sirve a
estos intereses. En esto radica su debilidad y explica las contradicciones de
Donald Trump con sus propios aliados y hacia lo interno de la sociedad
norteamericana.
A falta de la capacidad para ofrecer ventajas
reales a la región y enfrentar a sus competidores, como es el caso de China, se
recurre a la táctica de inventar enemigos y recurrir a las tendencias más
primitivas del espectro político latinoamericano.
Esta política ha fracasado muchas veces. Si
bien los gobiernos progresistas no han podido resolver los problemas sistémicos
de la región, la derecha no se propone otra cosa que agudizarlos, en un entorno
donde la capacidad de Estados Unidos para apoyarlos es más limitada que en el
pasado.
“América Primero” es también un problema para
la derecha latinoamericana. Tiene sus raíces en las propias contradicciones del
acontecer político y económico de Estados Unidos, algo que ningún Bolton podrá
cambiar. Hacia esa realidad debe estar puesta la mirada.