Mis padres fueron sobrevivientes de la Masacre de Ponce, ordenada por el general Blanton Winship, quien fue enviado a Puerto Rico por Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, para exterminar al Partido Nacionalista y poner fin a la huelga de los trabajadores de la caña. Era Domingo de Ramos y la niña Georgina Maldonado salía de la iglesia con su ramito de palmas en las manos. La policía colonial la crucificó por la espalda. Para ese entonces yo tenía casi 7 años de edad. Ahí fue que comencé a comprender nuestra realidad colonial.
21 de marzo
Bajaban de sus montañas,
jibaritos de noble corazón,
un trago de café en su entrañas
y en el alma un pedazo de ilusión.
No bajaban en busca de placeres,
la ciudad no les llamaba la atención,
solo venían a decir presente
donde la patria defendía su honor.
Allí se hermanaron con otros compatriotas
venidos de otros campos, costas y ciudades,
unidos todos en aquella hora
por el mismo dolor, esperanzas e ideales.
Soplaban aquel día las brisas de marzo,
la Perla del Sur brillaba majestuosa,
era un Domingo de Ramos,
día de culto para las almas religiosas.
Y fue ese día donde allí quedaron
jibaritos y poblanos tirados en el suelo,
perforados por la metralla del tirano,
caídos sin saber ni el porqué del fuego.
Veinte y tantos borincanos allí dejaron
para siempre la sangre de sus venas,
sus esperanzas, sus hogares y los años
que la metralla les robó en furia ciega.
Unos ya no volverían a sus montañas,
¡sin saberlo bajaron para no volver!
Otros no volverían a sus ciudades amadas,
ni lo que atrás dejaron volverían a ver.
Pero no han muerto ni morirán
los que por ramos ese día recibieron balas,
y aunque mil años y mil cosas pasarán,
¡la sangre de ellos no olvidará la Patria!
18 de marzo de 1962,
Prisión de Leavenworth, Kansas
Publicado en: Cancel Miranda, Rafael. Lucha e ideario de un puertorriqueño. Mayagüez, 1971.
Rafael Cancel Miranda
Se llega más pronto a la meta de pie que de rodillas.
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