jueves, 30 de mayo de 2019

Frijoles sin comer, guiso frío y silencio madres de Ayotzinapa Rosario Lizama en La Habana Cayo Hueso Adys Cupull Froilán González museo Che Guevara Buenos Aires


Crónica II    Por Mayad, corresponsal  en Cayo Hueso 

Galería 14 de Junio. 

Las madres de Ayotzinapa  en  el poema de Rosario Lizama

Por Mayad

Rosario Lizama

Escritora de poemas y cuentos,  reside en  Mérida, la  tierna ciudad de Yucatán, donde  el maestro  y patriota cubano Rodolfo  Menéndez de la Peña fundó escuelas. Ella con su libro, "Cántaros de Lluvia, abrió  el Recital, más original  de la tarde, en que, La Habana  estaba más alegre, plena de poetas.

Rosario Lizama en la     Galería 14 de Junio, dedicada a Maceo y Che. Ella
ha unido  a un grupo de escritoras de su país,  en el proyecto "U Yaal Ma Uf", (Hijos de la Madre Luna). Imparte talleres de poesía, para alumnos de la Normal Superior de Español.  Le fue otorgado el Premio PACMYC, POR EL
PROYECTO TITULADO  "Andares Selénicos." Hemos escogido   de su libro, el
siguiente  poema, con el cual dio inicio al encuentro  desarrollado en  Cayo Hueso. Prestarle atención:

Debería estar cantando.

Poema dedicado a las 43 madres de Ayotzinapa.

Mientras te tejo una frazada, /el invierno se acerca/y tu manta de tan vieja no aguanta más el frío; debería cocinar tu guiso preferido,/ah, el guiso que tantas veces devoraste/con la sonrisa de oreja a oreja./Llegabas a las tres con el sol reventándote en la cara,/la camisa manchada de sudor/y tus zapatos con muchos kilómetros de polvo./ Apenas refrescarte comías / un poco de frijoles, chile y tortillas,/platicábamos de todo,/ no teníamos secretos ;/ luego, nos íbamos a atender a las gallinas/ y a trabajar la tierra hasta ocultarse el sol; después de hincar el diente a las tostadas/nos íbamos por fin a descansar./Entre sueños te escuchaba dando vueltas en tu cama/ tal vez pensando  si alcanzarían los centavos  para algún cuaderno,/preocupado por la cosecha,/ o soñando en mejor futuro.../Te fuiste muy temprano,/te di un vaso de leche, algunas galletas,/un beso en la frente y mi bendición.../ya no vi otra vez el sol reventando en tu cara, nunca más volviste./Te he buscado desde entonces/hasta fragmentarme,/ te he llorado hasta casi morirme./Esta mañana me he despertado con las ganas/de no pensar en cosas tristes./Agarrar la gallina más grande,/cocinar el mejor puchero, preparar las tortillas;/hacer de cuenta que nada ha cambiado,/repetirle a mi cabeza que la vida es hermosa,/ que hay que seguir adelante;/poner la mesa, y esperarte para platicar./Pero hoy,/otra vez es una de esas mañanas/ en las que apenas bajé los pies de la cama/ me puse a llorar./Recordé  tu cara de sol, tus ojos de pájaro/pintados de esperanza,/ tus manos de cobre trabajando la tierra,/tu risa de maíz extendiéndose sobre la montaña/ tu voz de relámpago augurando un mejor mañana.../De nada servirá tejerte una frazada/ni hacerte el mejor puchero;/ya no regresarás,/ni tú, ni tus pobres zapatos/llenos de kilómetros de polvo,/porque dejaron vacío tu pupitre/ y el de tus cuarenta y dos hermanos./ Soy de las cuarenta y tres madres/ que no tenemos dónde rezar,/lloramos en cualquier lugar/ bajo la luna de piedra blanca/bajo el manto de la maldad que nos cubre/como una frazada oscura y trágica./Descansa hijo mío,/algún día he de encontrarte.../ duerme, rezaré por ti,/ guardaré en mi corazón todos los colores/que brillaron en tus ojos.

Debería estarte esperando alegre.../ tejiéndote una frazada/en cambio, lloro por ti/ tejiendo mi mortaja/y aguardando con ansia que llegue/la hora de volver a vernos.