lunes, 18 de noviembre de 2019

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RICARDO  ANEYBA    DENTRO    DE    LA    CIA.
Según el testimonio de Ricardo Aneyba la CIA controlaban el correo central de Bolivia y los teléfonos, para esa misión alquilaron una oficina, en el séptimo piso del edificio Duery, en el centro de la ciudad de La Paz. Un agente se instaló en el Ministerio del Interior; absorbió el servicio de Inteligencia e impuso sus métodos, chequeó sistemáticamente al personal boliviano. El control telefónico se estableció a las embajadas y a altos oficiales de las fuerzas armadas y el Ministerio de Gobierno, alquilaban apartados postales, con nombres falsos o de personas sin su autorización y comenzaron a manejar el Ministerio, como si fuera su consulado.
También estableció una compañía, la Research Metal Company, con supuestos empleados y técnicos de muestreo y análisis de calidad de los minerales. Todos eran agentes, especializados en instalaciones de equipos de control automático, de conversaciones telefónicas, técnicas de mantenimiento, reparación, apertura de sobres, con cualquier tipo de sellado o lacrado, técnica de fotografía, montaje, instalación, provisión de diferentes equipos, muebles y materiales de escritorio, en los que habían camuflado técnica de escucha. En el Estado Mayor del alto mando militar, ubicaron a otro agente de origen cubano.
Los servicios secretos norteamericanos, intensificaron la infiltración en los partidos políticos y organizaciones de izquierda. Elaboraron diversas medidas, con el propósito de crear confusiones y divisiones en el seno del movimiento revolucionario, sindical y estudiantil; presionaron en la necesidad de neutralizar, reprimir y exterminar al movimiento obrero, establecieron un estricto control en las listas de pasajeros de compañías aéreas. Todos los extranjeros que se hospedaban en hoteles, alojamientos, casa de huéspedes, posadas, conocidas como tambos, aeropuertos y puntos fronterizos terrestres, eran controlados por agentes de la CIA. Los sospechosos eran detenidos e interrogados.
 La CIA preparó varios atentados terroristas, para culpar a los simpatizantes de los guerrilleros y justificar una intensa represión. En la ciudad de Cochabamba, seleccionaron una iglesia y el Casino Militar, en Santa Cruz, fueron atacadas la librería Cruz del Sur, propiedad del Prefecto, a la que le arrojaron una carga explosiva, que destruyó las vidrieras y una gran cantidad de libros, la casa del Fiscal y las oficinas del Centro de Estudios Petroquímicos fue atacada a tiros y dispararon contra el jefe del Departamento de Investigación Criminal (DIC) y el exclusivo club Círculo de Amigos, que recibió varios impactos de balas.
Ricardo Aneyba  en 1984, aportó importantes informaciones, fotos de casas de seguridad y de contactos y documentos sobre la injerencia de la CIA en Bolivia,  pero lo hizo desde una posición de anonimato y con el compromiso, de nunca revelar su identidad, ni después de muerto. Después de 35 años de guardar el secreto, el 9 de octubre de 2017, en Vallegrande, aceptó hablar, ante un numeroso público, que rendía homenaje al Che, en el 50 aniversario de su asesinato.
Posteriormente, en Cochabamba, fue entrevistado por el realizador cubano Leandro González Cupull, para el documental Operación Gaveta y con el apoyo de XXXXXXXX   Y   XXXXXXXXXXX.
Aneyba relató, que su formación política comenzó, cuando escuchó hablar de marxismo, con un zapatero remendón y aseveró:
“Me estoy refiriendo a los tiempos de mi niñez. Me gustaba conversar con un zapatero remendón, que leía mucho y le encantaba Máximo Gorki. Me obsequio un libro: “Por el Mundo de mis Universidades”. Gorki era un chico de la calle, y se convirtió, en el mejor escritor ruso.  Hasta ahora, sigo yo, las enseñanzas de Gorki, quien decía esto: “Tú, tienes que mirarte en el espejo, todos los días, antes de dormir, hacer un recuento de las cosas que te han pasado, y evaluarte. Qué has hecho bien, qué has hecho mal”. Esas reflexiones calaron muy hondo en mí, y hasta ahora continuó haciéndolo. Ante de dormir, me miro al espejo y recuerdo qué cosas he hecho mal; si ha habido de mi parte, maldad o mala fe. Esa ha sido la escuela que me enseñó el zapatero remendón. Ese es el principio de mi formación marxista.
“Mi amistad con Barrientos comenzó de la siguiente forma: Barrientos era mujeriego y yo también. Era simpático, y yo también. Yo estaba de guardia en el Colegio Militar de Aviación, de Santa Cruz y veo llegar un AT6, que es un avión de la Segunda Guerra Mundial, que regalaron a Bolivia.  Veo salir del avión al general y comandante de la Fuerza Aérea, René Barrientos. Yo le pregunto: “¿Qué raro mi general, que no le están recibiendo con “bombo y platillo” como corresponde?” Barrientos me respondió: “Estoy de pernote (significa acostarse con una mujer).” Nos reímos y fuimos conversando.
“Me preguntó de dónde era y le respondí, que de Cochabamba y me dijo. “Yo también soy de Cochabamba”. Le manifesté que conocía su historia: que había sido monaguillo; que era un hombre sufrido, que tenía problemas de familia. Me dice. “Que bien”, y empezó a hablarme en quechua. Se dio cuenta que yo no hablaba tan bien como él. Barrientos era un quechuista consumado, criado en las calles de Tarata, en el convento donde era monaguillo; llevó una vida como la de cualquier muchacho tarateño, y eso pesa mucho. Se ríe y me dice: “Yo soy tu general y sé hablar mejor que tú; qué piensas de ello”.
“Que usted tiene suerte, le respondo, tenía a mano a gente que hablaba quechua; en cambio, yo soy citadino, he nacido en Cochabamba, a cinco cuadras de la Plaza; mi abuelo era armero. Mi abuelita hablaba quechua; nunca quiso hablar en castellano; decía, que tenemos que mantener nuestra esencia, nuestro origen.
“La conversación con Barrientos, ya en castellano, colegí que había venido a Santa Cruz, para saber cómo vivíamos los de la fuerza aérea, sean sargentos, oficiales o generales. Porque quería serrucharle el piso al presidente Víctor Paz Estenssoro, vino para hacer una inspección y palpar la realidad de las tropas.
“Yo me destapé, de un modo ordenado, sistemático, le relaté lo mal que vivíamos: los sueldos llegaban cada tres meses, egresamos sin uniformes y así nos mandaron a los diferentes destinos. Era una situación triste la que vivíamos los jóvenes.  Yo dije, esta es la oportunidad, voy a decir la verdad. Le dije, mi general, no tenemos plata para comer, el Casino es el que nos proporciona un almuerzo y desayuno de sexta categoría; la cena igual. La gente cuando muere, la enterramos en lugar descubierto. No podemos enamorar en la plenitud de nuestra juventud, porque no tenemos plata, ni para cigarrillos.
“Yo estaba totalmente decepcionado. Yo había ido becado a Panamá; éramos solo seis, de todo el país. Dimos examen para optar a esas becas, en una base manejada por norteamericanos. Nos mandaron a unos cursos de mecánica, allí aprendí la profesión de hélice, salí con título, pero tampoco me sirvió, porque en Santa Cruz no tenían ningún gabinete, ni taller; cualquier hélice, para reparar había que mandarla para La Paz. Le conté la realidad, que era lapidaria.
“Me preguntaba cosas, que atañía a nuestra vida normal. Él se dio cuenta que yo tenía formación y me dijo: “Tú eres diferente al resto; ¿Dónde has aprendido a razonar tan bien?”. Le conté la historia del zapatero remendón y que, en el Politécnico, el diputado presidente de la Cámara, Ernesto Ayala Mercado, instituyó la materia de Orientación Política y el libro Principios Elementales de Filosofía, editado para  obreros franceses. Un libro absolutamente didáctico y que de ese modo aprendí marxismo.
“Me preguntó: “¿O sea, que tú eres comunista? Le respondí: Me gusta la dialéctica, como instrumento de análisis. Me dijo: “Muy bien”. Agarró su libreta, anotó mi nombre y se fue. Al día siguiente, fui al trabajo a las 7 u 8 de la mañana y me gritan: “Aneyba, hay una reunión en el Comando y el general Barrientos dice que vayas”. Llego y me encuentro con la guarnición de la fuerza aérea reunida; había sargentos, generales, todo el mundo.
“Barrientos dice: “Él es el sargento Ricardo Aneyba. Anoche hemos tenido una sabrosa conversación, porque estoy averiguando cómo vive nuestra gente a escala nacional. Yo quisiera pedirle, que repita lo que me ha dicho anoche.” Sorprendido, agarré el micrófono y repetí todo, porque yo ya había pensado, salir de la fuerza aérea, desde que fui a la Argentina, donde tenía dos hermanos y uno de ellos, me contactó con una compañía de transporte, que movilizaba mucha carne, en avión, para las minas de Bolivia y aprobé los exámenes correspondientes. Con ello tenía asegurado mi futuro. Lo único que tenía que hacer, era reunir plata, para irme a la Argentina, con esos propósitos traje  jabas de cigarrillos norteamericanos, cada una con cien paquetes. Era un montón de plata en Bolivia. Pensé vender eso e irme a la Argentina. Termino mi exposición y Barrientos me dice: “Usted ha dicho la verdad; váyase a su trabajo”.  Me fui, pero el comandante me arrestó y castigaron durante 30 días.
“Antes de los cuatro meses, que había convenido con el empresario de Argentina, llegó un mensaje de Barrientos, que me presentara en La Paz. Allí me dijo: “Ahí está tu gabinete de hélices; demuéstrame que sabes jugar, ahí está tu cancha”. En esa época no había jet, todo era hélice, había mucha demanda, los únicos que hacían ese trabajo, era este grupo aéreo de mantenimiento de La Paz. Salían cada día unos 3 o 4 aviones. Al cabo de un mes, tenía un flujo de 20 a 25 aviones diarios, porque trabajaba con todas las normas de la aviación. Me llama Barrientos y me felicita. Me dice que me va a nombrar Inspector.
“Pero ganaba muy poco, y queriendo ganar plata, los de la Corporación Boliviana de Fomento, me piden hacerles un gabinete de hélice. Yo solo trabajaba hasta las 1 p.m. en la fuerza aérea, hablé con ellos e instalo el gabinete de hélices.
“Obviamente, todo el flujo que había conseguido la fuerza aérea, se fue para el suelo, y Barrientos me pregunta qué había pasado. Le respondo que me pagan la mitad, por cada hélice, necesito dinero y mi sueldo es muy bajo. También él se enteró, que vino una comisión del ejército, de la naval, de músicos, secretarios, que me dicen que tienen charla con el presidente Víctor Paz Estenssoro y me proponen como presidente de la Asociación Nacional de Suboficiales y Clases. (ASINASCLAS).
“Barrientos, me dice que se enteró, que querían nombrarme presidente de la Asociación Nacional de Suboficiales y Clases. Sí. Mi general y pienso aceptar, porque hay muchas barbaridades. Los generales se compran casas y edificios y a ningún sargento le han prestado ni un centavo; hay muchos abusos. Me dice: “Lo que tú quieres es hacer un sindicato en las Fuerzas Armadas”. Le digo: yo no quiero; es el sueño de mis suboficiales y de mis sargentos. Barrientos me cambió de destino y me asignó a Relaciones Publicas, me trataba con guante blanco; sabía que no podía desprenderse de mí, porque ya, me había confiado muchas cosas, entre ellas, el golpe de Estado contra Paz Estenssoro.
“Había un grupo de jóvenes valeroso, que quería sacarle a Paz Estenssoro la personería jurídica, que había dado a todos los sectores militares para tener casas baratas, pero no a los suboficiales y sargentos, que querían también este beneficio, y Paz Estenssoro no aceptaba. Ellos me nombran presidente de la Asociación. Ya Paz Estenssoro sabía que Barrientos estaba serruchándole el piso, y acepta recibir a los suboficiales. Van representantes de todas las fuerzas y se realiza un desayuno de trabajo.
Paz Estenssoro, habló y preguntó: ¿Quién es el suboficial Aneyba, que está soliviantando a los sargentos, con el asunto de las casas? Ya he dicho que les voy a dar las casas, pero no hay plata”. Llamó al ministro de vivienda. Le dice: “Cómo es el asunto de estos suboficiales, que me tienen hasta aquí.” No hay plata, dice el Ministro. Pero estos me están acocotando, Paz, dice. “Escúchenme: yo sé que ustedes ganan poco, y que el resto tiene casas…, pero depende de los acuerdos a que llegue con el presidente de la Asociación, el suboficial Aneyba”.
“En un despacho con Paz Estenssoro me dice: “Aneyba, la verdad es que no hay plata, pero yo puedo disponer que se inicie el programa. Voy a usar otra plata. Pero todo tiene su precio, lo que yo quiero de usted, como presidente de la Asociación, que me apoyen. Si yo ordeno que les hagan casas, ustedes pertenecen a la Revolución, son hijos de la Revolución; son los pobres del nivel más bajo de las Fuerzas Armadas, pero son los que tienen los fusiles”.
“Me preguntó si lo entendía y le respondí que perfectamente y que estábamos a sus órdenes, pero era hora de que también nos apoye. Dice: “Si me das tu palabra de honor, voy a ordenar hoy mismo, que empiecen las casas”. Salí y dije: “Muchachos, tenemos casa, y derecho a recobrar las que han comprado con nuestra plata.” Lo primero que tenemos que hacer, es la personería jurídica. Contraté a un abogado, Raúl Bravo Rosas, que era inteligente, y le dije que arme la estructura jurídica de la Asociación a escala nacional y le prometí que le íbamos a pagar bien.  Lo hizo y le pagamos y empezamos a recobrar las casas.
“Yo cuando fui a Panamá a estudiar, había almacenes para los militares, todos los artículos eran un 25% de descuento. Empiezo por ese canal, habló con mis amigos norteamericanos y organizamos en Bolivia la red troncal (La Paz, Cochabamba, Santa Cruz), era buena ropa, víveres, cigarrillos, bebidas, todo más barato. En fin, hicimos maravillas.
“Después de eso, yo le digo a quien era mi comandante, que quería estudiar economía y el Ministro me dijo: “Bienvenido”. Y me aceptó. Con eso me daba tiempo para atender la ASINASCLAS.
“Yo participo en el golpe de Estado de Barrientos con 80 sargentos recién egresados y tomamos el Palacio de Gobierno. Yo había organizado el grupo subversor. Llegamos al Palacio subrepticiamente. Empiezan a llegar generales y coroneles como triunfadores, sin tener participación en el golpe. Se llenó el Salón de los Espejos. Había como 200. Yo había estado en la base aérea de El Alto con todos los suboficiales, siete días seguidos, preparando el golpe de estado. Cuando llegan, me dicen que se estaba poniendo muy duro el general Alfredo Ovando, así que atentos con los suboficiales.
“Barrientos y Ovando seguían discutiendo los destinos de la nación y llegan a un acuerdo: tenían que ser los dos copresidentes. Comienza a hablar Ovando y se produce una silbatina feroz, quiere hablar, no lo dejan, sigue la silbatina, él tenía dentadura postiza y la placa inferior se le rompe, no podía hablar. Tomó la palabra Barrientos y lo aplauden. Esto no era espontaneo; lo armó Barrientos, con la CIA y el mayor Bozo de la fuerza aérea. Utilizó ese ardid para liquidar políticamente a Ovando y Barrientos se autoproclamó presidente.
“Sobre el reclutamiento de la CIA, Barrientos era el tipo de la película. Fue cuando yo trabajaba en el grupo aéreo de mantenimiento, ya estaba en contacto con la CIA, e hice el primer grupo de guardaespaldas de Barrientos y los norteamericanos me ayudaban. Con ellos se organizó la Research Metal Company, que era la fachada con la que funcionaba el Servicio de Inteligencia que montaron los norteamericanos.
“Yo era el hombre de Barrientos: primero él, después Arguedas, a quien le mandaba un sobre lacrado para Ovando; todos los días del año. Mandaba las conversaciones telefónicas que tenían alguna importancia, también las cartas que capturábamos en el Correo Central de La Paz, de políticos fundamentalmente de izquierda y de todos los que nos interesaban.
“Igual, teníamos equipos sofisticados, con todo tipo de químicos para abrir las cartas, porque los que la mandaban, ponían pelitos o cualquier cosita para saber si las intervenían. Cuando se abrían se revisaba si tenían contraseñas. Después, fotocopias de cualquier cantidad de documentos. Ahora, lo importante es que Barrientos no confiaba ni en Arguedas; y me dice: “Tú me entregas a mí, yo soy tu jefe; y después mandas a Ovando y a Arguedas”.
“Los militares no sabían de la fachada de la Research Metal Company. Teníamos un ingeniero de minerales, porque supuestamente, nos dedicábamos a buscar minerales. Se trabajaba en cuatro turnos. Las intervenciones telefónicas se hacían a todas las embajadas. Los gringos me traían nombres para controlar los teléfonos y la correspondencia. Yo me veía con ellos en casas de contacto y de seguridad. Yo alquilaba y ellos pagaban.
“Los militares no le daban mucha importancia a Arguedas, que era suboficial como yo. Ovando no quería a Arguedas, pero como era Ministro de Gobierno, le asignó un presupuesto, para el servicio de Inteligencia (eran como 20) y los alquileres de las casas, que pagaba la CIA.
“Una noche vino Antonio Arguedas con Buby Salmon, el edecán de Barrientos, y me dijo: “El presidente quiere que saques una copia del Diario del Che”. Me preguntó: “¿Cuánto tiempo vas a tardar?” Ellos me invitan a cenar. Yo no puedo, dije, porque tengo que ver el proceso de las fotos. Y Arguedas me dice así (señala con dos dedos de la mano) “dos”, y yo le hago así (señal de aprobación con el dedo pulgar). Si de algo tienen que acusarme es de eso.
“Yo tenía dos fotógrafos, el que sacó las fotos fue el segundo fotógrafo, que no manejaba muy bien; porque se enfermó el titular. Es por eso que fallaron 13 páginas. Yo descubrí eso, porque controlábamos en el correo la literatura comunista, del correo me traen el Diario del Che que salió en Chile, en la revista Punto Final, y empiezo a leer, revisé, no salieron las 13 fotos.  Por eso se descubrió y directo me fui a ver a Arguedas. Llevé la revista, y le dije: “Antonio, tú has mandado el Diario del Che”. Me dijo, “Sí. Yo he mandado. Tú sabes que los gringos son los que mandan, los cubanos, la gusanera, que manejaba todo el tercer piso del Ministerio y hasta les dieron grados.  ¿Qué vas a hacer?”, Me preguntó.
“Le respondí que mi jefe es el presidente, pero que yo estoy comprometido, he sacado las fotocopias, yo era el jefe del servicio de inteligencia, la responsabilidad era mía. Yo soy el responsable. Me dice: Se están acercando”. Porque los militares no sabían que existía eso. No sabía nadie, aparte de los gringos, Ovando, Arguedas, y nadie más.
“Cuando Arguedas huyó para Chile, yo lo he despedido. Todavía reflexioné y le dije: “Qué barbaridad; tú sabes muchas cosas: no hagas eso “. Él me respondió: No. Me van a matar los cubanos, la gusanera cubana me va a matar”. La gusanera eran los cubanos que trabajaban en el Ministerio. Él estaba completamente seguro de que lo iban a matar. Después de la fuga de Arguedas, a mí me apresaron, me llevan para el Gran Cuartel de Miraflores. Allí hay unos torreones; un complejo militar grande.  Me pusieron en el segundo piso, bien asegurado. Me trasladan a una celda súper segura.  Yo tenía una radio pequeña y escuchaba las cosas que decía Arguedas en Chile.
“Llega un momento en que me han tratado muy mal los militares, me tienen tres días sin comer. Ese mismo día me llama a su oficina el general Marcos Vásquez Sempertegui, Comandante General del Ejército. A su ayudante le dice que nadie entre. Me dice que sabe que es el número 15 en la lista del control telefónico. “¿Es verdad?” Pregunta. Es verdad, respondo. “¿Y usted a quien obedece?”. Al general Barrientos. Me dijo: “Sepa usted que eso es alta traición a la Patria, y de frente y en su cara, le digo que lo voy a fusilar por alta traición a la patria”. Viene un capitán de inteligencia y le digo que quiero hablar con Ovando, y que, si no lo hace, tengo todo un dispositivo, que va a explotar esta noche, sin necesidad de moverme de mi celda. Me crea o no me crea, se cae el país, eso quiero hablar con el general Ovando. Al poco rato vino Federico Arana, que era el comandante del G2. (Inteligencia) y me lleva a donde el general Ovando.
“La otra que utilicé fue, que conseguí un formato que tenía elaborado, y lo adecué al momento. En conclusiones, decía: 1.- Estoy tres días sin comer. 2.- Marcos Vásquez me quiere fusilar, por alta traición a la patria. 3.-  Hoy es mi cumpleaños…, y el resto… hacia un recuento de mi vida. Le doy eso a Ovando.  Lo lee. Entra a su oficina y después de media hora sale.  Me dice: “Ricardo, sé que realmente estas preocupado con razón; en este momento está en marcha un complot liderado por Marcos Vásquez”.
“Me dice que me mandó una propuesta, a través del jefe de la Casa Militar, el coronel Heberto Olmos, que quería enviarme a estudiar Inteligencia, a Francia, al más alto nivel, y cuando vuelva nombrarme jefe de Inteligencia del Gobierno. Les di las gracias, le dije que había estado meditando acerca de la vida que llevo, tengo esposa e hijos; lo que yo le propongo es, que me deje salir en libertad y aceptó.
“Pero empezó a deteriorarse esto, porque la huida de Arguedas detonó otras muchas cosas, entre ellas que la oficina de la CIA, que nadie conocía, se descubrió. Ningún miembro del ejército, ni en la etapa de las guerrillas, sabía de la existencia de la Research Metal Company.
“El escándalo de Arguedas continuaba, hablaba en todo el mundo, un show magnifico. Muy inteligente Arguedas. No ha podido la justicia ordinaria con él. Arguedas les ganó. Dijo: “El Diario del Che, yo lo he recibido de manos de un agente de la CIA, de Murray. Además, ha venido otro de la CIA y sacó fotos. Nadie le dijo nada; sacó las fotos y las envió a su país. Yo, recibí de ellos, de los norteamericanos las fotocopias del Diario”. Con Arguedas tuvieron que levantar las manos los de la justicia ordinaria. Después, lo quisieron juzgar los militares; los hizo polvo también y tuvieron que largarlo.
“Toto Quintanilla, jefe de inteligencia del Ministerio de Gobierno, que trabajaba con la CIA, me dice… “Ahí estás en el libro del Che”. Yo no conozco al Che. Ahora, en el primer tomo que encuentran en las cuevas, dicen que estaba mi nombre en un margen. De ese modo yo voy a Estados Unidos, allí me hacen el interrogatorio. Hay dos tipos, uno con maletines, los hombres de negro; miden el sudor, las reacciones fisiológicas, los latidos del corazón y después, viene la otra, que se llama la droga de la verdad. No encontraron nada. Regresé y me dediqué a asuntos privados.
“Después Barrientos desapareció en un accidente de helicóptero y ha tenido que ser un personaje de peso, quien ordenó ametrallarlo y las compañías del seguro, tenían que hacer las indagaciones correspondientes, de ese modo impedían que se descubra la verdad.
“En poco tiempo, una junta militar designó a Ovando presidente, pero la CIA y la embajada de Estados Unidos, comenzaron a atacarlo. Yo   le pedí a Jaime Rubín de Celis, que fue secretario general de la Federación Universitaria Local de la Universidad de San Andrés, a quien conocía, de varios años, cuando funcionaba el Circulo Lenin, en la casa de Andrés Solís Rada, mi amigo, de mi edad, y donde fui para aprender marxismo. Allí conocí a Inti Peredo, que era de la Juventud Comunista, seguramente le avisaron a Mario Monje Molina, secretario general del Partido Comunista de Bolivia. 
“Veo a Jaime Rubín de Celis y le digo: te sentirías capaz de hacerle llegar los documentos probatorios, de la injerencia de la CIA, a Marcelo Quiroga Santa Cruz, le preparo y almorzamos juntos y acordamos reunirnos con Ovando, a quien le mostré y le expliqué todo…”
Después conocí que esa reunión Ovando se la trasladó al Embajador norteamericano, Ernest Siracusa, quien lo informó a su país. En el mensaje escribió, que sostuvo una reunión con Alfredo Ovando, donde le dijo que el Ministro de Minería, Marcelo Quiroga Santa Cruz, le habló de dos comunistas confesos, uno de los cuales se identificó como Aneyba, quien le demostró con detalles convincentes, que habían sido agente doble en el Ministerio de Gobierno, con riquezas de fotografías y otras presuntas evidencias, dando soporte a su historia.
“Durante la dictadura de Banzer estuve preso, a los prisioneros los mataba.  Agarraban, lo apresaban y desaparecían. La metodología era llevarlos a una seccional, a otra seccional, para confundirlos, y te desaparecían. Estaba el Plan Cóndor, y ahí cagamos todos. Lamentablemente muchos de nuestros países no tienen memoria.
“En el Pentágono yo aprendí, de que uno tiene que estar con planes para determinadas circunstancias. A mí me enseñó la Inteligencia norteamericana, que uno tiene que buscar aliados. ¿Quiénes son los aliados?: grupos y asociaciones. Y yo me fui a Santa Cruz a ser heladero, y realmente fui heladero. Y mis asociados me salvaron de que me maten. Yo tenía un boliche y una peña folclórica y el alcalde y mis asociados venían a reclamar: por qué estaba preso. Le escribo a un amigo mío, dueño de un periódico, le digo que me van a desaparecer y sacó en el periódico que estaba preso el presidente de la Asociación de heladeros y eso me salvó.
“En la época de Jaime Paz Zamora, ocurre que yo tengo un compañero de curso en el Politécnico, Gonzalo Crespo Mendizábal. Con él hemos compartido los ideales, Gonzalo era inteligente, y estudió sociología, con su profesor, Jaime Paz Zamora, que vino de la Universidad belga de Lovaina, casi cura. El asunto es que comienza a hablarme de Paz Zamora, que es la salvación del país.  Me dice: “Habla con él. Tienes que estar y tienes que decir la verdad y tienes que contar, que somos el patio trasero de Estados Unidos, ellos hacen lo que les da la gana y nadie abre la boca.” 
“Gonzalo hizo una reunión en su casa, con suboficiales y mi hermano Cosme, que había sido secretario de la Federación Universitaria Local en Cochabamba y asisten Jaime Paz, René Zavaleta Mercado, también uno que fue ministro de Gobierno, el prefecto de Santa Cruz; eran como seis. 
“A Jaime Paz Zamora, yo le expliqué que Bolivia no gobernaba el país, que él no gobernaba, que los que gobernaban eran los de la CIA, que pinchaban teléfonos y les mostré los documentos probatorios, que se capturaban fotos y le expliqué todo. Se paró Pablo Ramos, que era rector de la Universidad y me dice; “Señor Aneyba, permítame estrechar su mano, por ese gesto de valentía que acaba de demostrar; lo que nos ha dicho, ya sospechábamos”. 
CONTINUARÁ.