PUBLICADO EN CUBAHORA, 23/JUN/2020.
IMAGEN: PLÁCIDO.
PIE DE IMAGEN: Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido.
BORRAR UNA MANCHA DEL
MAPA HABANERO
Por ARGELIO SANTIESTEBAN
Todos los días recuerdo que Zumbado, frente una situación desastrosa, solía
exclamar: “¡Qué cagástrofe!”.
Y hoy, ante
el panorama que el planeta nos muestra, me veo obligado a recurrir a la frase
contundente del inolvidable humorista.
Agréguese lo siguiente: sospecho que la acera de enfrente desempeña el
rol más jeringado de la puesta mundial en escena.
Por
ejemplo: son, lamentablemente, recordistas en cuanto a la cantidad de
ciudadanos que han pronunciado el adiós definitivo, durante la pandemia. Dos
veces los muertos de la batalla de Iwo Jima, una de las más sangrientas en la
Segunda Guerra Mundial. (El hecho se explica, si sabemos que los destinos de la
nación están en manos de un infranormal).
Mas, de
modo simultáneo, tienen a sus urbes –algunas en estado de sitio--
desbordadas con gentes que, con toda la razón del mundo, se pronuncian
contra lo que allá, secularmente, ha sido una lesión maligna social: el
racismo.
Entre otras
reivindicaciones: remover las estatuas de figuras pro esclavistas, enclavadas en
plazas a lo largo del país. (Y que, además identifican a bases militares yanquirules).
Pero yo
–humilde emborrona cuartillas-- me pregunto: …de nosotros… ¿qué?
Dígase que el mapa capitalino nos muestra una muy extensa calle santo suarense,
que nace en la Vía Blanca, se extiende paralela a Lacret y muere en las
inmediaciones de la Loma Chaple.
¿Su nombre? Pues
General Lee.
Preguntémonos a quién está dedicada esa rúa habanera. Pues al general
estadounidense Robert Edward Lee (1807-1870),
De entrada, sépase que estuvo dentro del mando en las tropas yanquis que
invadieron a México. Se vanagloriaba por haber resultado herido en la
batalla de Chapultepec (1847), donde cayeron homéricamente, defendiendo al
suelo patrio, los muchachitos cadetes, los Niños Héroes.
Ah, pero después Lee se desempeñó como general en jefe de las tropas de la
Confederación Sudista, defensora del esclavismo, durante los cuatro años
que duró la Guerra Civil.
Tras la derrota de los esclavistas, hasta se le privó de su condición de
estadounidense. Y tuvo que depender de dos amnistías para que no lo fusilaran,
lo cual hubiese sido un acto de indiscutible justicia.
No obstante, en 1975 el
complaciente y racista Congreso de Estados Unidos le restauró, a título
póstumo, la ciudadanía estadounidense.
Pero volvamos a lo de
nosotros.
Me interrogo cuándo se borrará
del paisaje capitalino esa mácula inmunda.
Que a la calle la rebauticen,
por ejemplo, con el nombre de Plácido, a quien acribillaron a
balazos por ser prieto y buen poeta.