Sabra y Shatila: una masacre
que no debemos olvidar
La humanidad nunca debía olvidar que, del 16 al 18 de septiembre de 1982,
Israel cometió una de las mayores masacres en la Historia, en los campamentos de
refugiados palestinos de Sabra y Shatila en Beirut.
Al amparo del
ocupante ejército israelí, fuerzas de la ultraderecha libanesa consumaron el
asesinato de unas siete mil personas residentes en esas instalaciones.
Fue una matanza
sólo comparable a las de los nazis en las décadas de los años 30 y 40 del siglo
pasado, cuando asesinaban a los judíos, en virtud de una limpieza étnica.
Occidente apenas
si emitió vacías condenas contra los militares del régimen sionista, aunque más
de 400 mil israelíes se manifestaron en sus ciudades en rechazo al crimen.
La matanza la
concibieron el entonces ministro de Guerra, Ariel Sharon, y el jefe de las
tropas de ocupación, Rafael Eitan, junto a milicias y entidades estadounidenses,
según documentos publicados, en 2012, por el diario norteamericano The New
York Times.
Las tropas de
ocupación y las fuerzas libanesas y del ya extinto Ejército de Líbano del Sur,
iniciaron la masacre en la noche del 16 de septiembre de 1982, después de
cerrar los puntos de salida de Sabra y Shatila, y la concluyeron el 18.
Los militares
israelíes lanzaron bombas incendiarias, mientras los integrantes de las
milicias derechistas libanesas disparaban a todo lo que se movía.
La comunidad
internacional no enjuició a los asesinos y el tema se diluyó en comisiones de
investigación de poca monta.
Se habla de
cinco mil a siete mil víctimas mortales, entre ellas niños de tres a cuatro
años, que cayeron bajo la metralla de los verdugos.
La Comisión
McBride confirmó, en un informe, la responsabilidad legal de los ocupantes
israelíes, quienes planificaron facilitaron y ejecutaron la matanza.
A los crímenes
de Sabra y Shatila los antecedieron otros cometidos por el Ejército de Tel Aviv
en las localidades libanesas Qibya, Deir Yassin y Tantura y siguieron otros en
Yenin, Qana y Gaza.
Del horror
vivido en aquellos campamentos de refugiados, sólo quedan monumentos, porque la
inmensa mayoría de sus actuales residentes nació con posterioridad a septiembre
de 1982.
Aún sobreviven
siete u ocho personas de aquellas 30 horas consecutivas de asesinatos, comentó
Abu Jaber, dirigente del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP).
No hay odio ni
palabras de venganza en las palabras de Jaber, sobre lo que calificó de
aberración humana, aunque no encuentra palabras para describir las mutilaciones,
asesinatos y violaciones de las fuerzas ultraderechistas libanesas al amparo de
los ocupantes israelíes.
Después de la
retirada hacia Siria de la Organización de Liberación de Palestina, que
combatía al invasor Ejército sionista, la milicia conservadora católico maronita
recibió un impulso de Tel Aviv para ejecutar ese crimen que, incluso, encontró
rechazo en Israel.
Al difundirse
las matanzas de Sabra y Shatila, unas 400 mil personas se manifestaron en las
ciudades israelíes, para reprobar y condenar el abominable episodio y que costó
la renuncia de Ariel Sharon.
Hoy, es evidente
otro ambiente en esos campamentos de refugiados, con un ir y venir de sus
habitantes, sobre todo jóvenes, en los que se aprecia alegría por vivir.
Sabra y Shatila
no avanzaron mucho en el tiempo y continúan siendo un lugar de pobreza, con un
potencial humano apreciable en los grados de escolaridad de sus residentes, de
acuerdo con Jaber.
“Se ha impuesto
una fe de superación, porque la toman como un arma para la vida”, asegura el también
vicejefe del FPLP para todo El Líbano.
Pese a las
limitaciones económicas de la mayoría de los refugiados palestinos, el nivel
educacional es bastante alto con decenas de graduados universitarios, que no
pueden ejercer su profesión por limitantes de las leyes libanesas, apunta.
Hay guarderías
para niños de hasta cinco años, luego de lo cual deben incorporarse a escuelas
que llegan al nivel preuniversitario, apoyadas por el Alto Comisionado de la
ONU para los Refugiados (ACNUR).
Para los
estudios universitarios, obran otros componentes, entre ellos el costo de la
matrícula, aunque con esfuerzo, agrega Jaber, muchos llegan y se gradúan, pero
después trabajan en puestos menos remunerados y calificados, o no tienen
trabajo.
El desempleo,
entre los palestinos en El Líbano, llega a 78 por ciento, explica el dirigente
político, de ahí que pululen los pequeños comercios y las ventas callejeras dentro
de esas comunidades.
Casi medio
millón de refugiados palestinos viven en la nación de los cedros con la
esperanza de regresar a su país, ocupado por Israel e, incluso, disfrutar de la
sacralidad de Jerusalén, la capital soñada para un Estado independiente.
Fuente: Prensa Latina
A 38 años Sabra y Shatila:
Una masacre sin culpables
Hace treinta y
ocho años, se escribió uno de los capítulos más sangrientos de la historia
palestina, en un campo de refugiados en el Líbano. Rodeados por las fuerzas
israelíes en distintos flancos, miles de refugiados, privados de liderazgo y
protección de la comunidad internacional, fueron asesinados durante de dos días
en el campo de refugiados de Shatila y el vecindario adyacente Sabra de Beirut,
por la milicia falangista cristiana y paramilitares de Israel en complicidad
con el Líbano.
Las fuerzas israelíes,
que habían invadido Líbano tres meses antes, avanzaron hacia Beirut y rodearon
el campo de refugiados palestinos de Shatila. Los Estados Unidos ya habían
negociado un acuerdo de alto el fuego, para permitir que el liderazgo de la
Organización de Liberación de Palestina (OLP), con más de 14 mil combatientes, abandonara el País, que fue devastado
por una guerra civil.
La resolución
520 del Consejo de Seguridad de la ONU, de fecha 17 de septiembre, se aprobó
por unanimidad y condenó “las recientes incursiones israelíes en Beirut en
violación de los acuerdos de alto el fuego y de las resoluciones del Consejo de
Seguridad”. Israel, también, ignoró esta resolución.
Prácticamente
sellados, rodeados por tanques israelíes, cientos de combatientes falangistas,
un grupo de milicianos cristianos inspirados por fascistas europeos, fueron
instruidos por las fuerzas israelíes para eliminar a los miembros de la OLP del
área. Lo que se desarrolló durante el día siguiente y medio horrorizó al mundo.
La falange
cristiana consideraba enemigos a los miembros de la OLP. Lucharon en lados
opuestos en la guerra civil libanesa.
También, querían
vengar la muerte del recién elegido presidente del Líbano, Bachir Gemayel. Los
falangistas creían que los palestinos habían asesinado a Gemayel, el 14 de
septiembre, una acusación que resultó ser completamente falsa y fue fatal para
los palestinos.
En las 38 horas
que los israelíes permitieron que la milicia de la falange ingresara al campo
de refugiados, sin obstáculos, los palestinos se protegieron en sus refugios
improvisados y sufrieron horrores indescriptibles.
Los
representantes de las milicias israelíes violaron, torturaron, mutilaron y
mataron a más de 3.000 residentes palestinos y libaneses de Sabra y Shatila. Asistido
por bengalas brillantes, disparadas al cielo nocturno por tropas israelíes con
sede en el estadio deportivo, con vista del área, el asesinato continuó sin
pausa.
A pesar de que
testigos presenciales informaron los horrores que estaban teniendo lugar, el
ejército israelí envió más refuerzos para entrar en Shatila e, incluso, se dijo
que proporcionaron excavadoras a los falangistas, para enterrar cadáveres de
los palestinos asesinados.
Decidido a
destruir la base de la OLP en el Líbano e instalar un régimen títere en Beirut,
el entonces ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon, hizo la vista gorda
ante lo que estaba sucediendo. Se dice que el 17 de septiembre se le
comunicaron detalles de la masacre, pero el hombre que luego se convertiría en
el primer ministro de Israel no se movió, lo que permitió que el asesinato
continuara durante varias horas más.
Tras enterarse
de los que estaba sucediendo, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la
Resolución 521, por unanimidad, condenando la masacre. El 16 de diciembre de
1982, la Asamblea General de la ONU declaró que la masacre fue un “acto de
genocidio”.
Israel inició
una investigación propia el 28 de septiembre de 1982, con la Comisión de
Investigación de Kahan. Llegó a la conclusión de que la “responsabilidad
directa” recaía en los falangistas, y que ningún israelí se consideraba “directamente
responsable”, aunque aceptaba que Israel era “indirectamente
responsable”.
Sin embargo, se
descubrió que el ministro de Defensa, Ariel Sharon, tenía “responsabilidad
personal”, por “ignorar el peligro de derramamiento de sangre y
venganza” y “no tomar las medidas adecuadas para evitar el derramamiento
de sangre”. Fue despedido de su cargo; pero, eso hizo poco por dañar su
carrera política y se convirtió en primer ministro de Israel, en 2001.
Para Estados
Unidos, que había garantizado la seguridad de los civiles que quedaron después
de que los combatientes de la OLP fueran enviados desde Líbano, la masacre fue
una vergüenza profunda. Causó un daño inmenso a su reputación y llevó a la
decisión de desplegar fuerzas estadounidenses en el País, con resultados
desastrosos.
Para los
palestinos, la tragedia de Sabra y Shatila sigue siendo un poderoso
recordatorio de su ciclo aparentemente interminable de desplazamiento. Fue otra
consecuencia más de la limpieza étnica de Palestina en la Nakba de 1948 y,
nuevamente, en 1967.
Alrededor de
medio millón de refugiados palestinos todavía están deshumanizados e inseguros
en su situación en el Líbano, con pocos derechos civiles y políticos. Además,
se encuentran cerca de 5,4 millones de palestinos dispersos por la Región, en
miserables campos de refugiados, que ahora tienen una inquietante sensación de
permanencia.
Fuente: Comunidad Palestina de Chile
El
acusado. Sabra y Chatila (Documental BBC, 2001)
https://www.youtube.com/watch?v=ighSJ14Av3M
https://www.area-documental.com/player.php?titulo=Vals%20con%20Bashir
Rechazan presiones contra la
Corte Penal Internacional por investigar crímenes en Palestina
MEM/AP
La Corte Penal Internacional (CPI) calificó de graves ataques para interferir en la independencia judicial
las sanciones anunciadas por Estados Unidos contra integrantes de dicho órgano
radicado en La Haya, subrayó hoy WAFA.
Son otro intento dirigido a interferir en la
independencia judicial y procesal, y en el trabajo crucial para abordar delitos
que preocupan al mundo, tales actos coercitivos no tienen precedentes, insistió
ese tribunal, en una declaración pública, destacada por la agencia palestina de
noticias en su portal oficial.
Washington podrá congelar o confiscar las
cuentas bancarias en Estados Unidos o, simplemente, prohibir la entrada a ese
país a dos funcionarios de la CPI, uno de ellos involucrado en la investigación
de hechos perpetrados por Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza.
La CPI continúa apoyando, firmemente, a su
personal en la misión de luchar contra la impunidad por los crímenes más graves
del mundo, según el Derecho Internacional, de manera independiente e imparcial,
de acuerdo con su mandato consagrado en el Estatuto de Roma, su instrumento
constitutivo, aseveró tal instancia.
Como reacción, la Organización para la
Liberación de Palestina (OLP) tildó de
ilegales e inaceptables las medidas punitivas estadounidenses.
Deben [las sanciones] enfrentarse con una condena y una oposición
inequívocas, los funcionarios de la CPI no pueden ser castigados, acosados ni
perseguidos por cumplir con su mandato de investigar crímenes de guerra y otras
violaciones, manifestó la OLP, en un mensaje divulgado por WAFA la
víspera.
La fiscal Fatou Bensouda respaldó la petición
de grupos palestinos para abrir una pesquisa acerca de sucesos acontecidos en
Cisjordania, incluida Jerusalén oriental, y en la Franja de Gaza, y que los
demandantes consideran crímenes de guerra.
Estoy satisfecha
de que haya una base razonable para proceder con una averiguación sobre la
situación en Palestina, comentó en fecha previa la jurista, quien es blanco de
las presiones de la Casa Blanca.
No hay razones sustanciales para creer que una
indagación al respecto no serviría a la justicia, enfatizó.
Las medidas están enfiladas, además, hacia
otro miembro de la CPI vinculado con un proceso que examina la actuación de
efectivos militares estadounidenses en Afganistán.
Se trata de una agresión contra el orden
global basado en reglas y un bombardeo directo al principio indispensable de
responsabilidad, denunció la OLP.