jueves, 26 de abril de 2007

Kirchner y Taiana ¡ NO creen en Papá Noel !. ( Parte ) I

Militante Rojo Once del mediodía, en la juguetería “Mordor Toys” situada en Rojas 129 casi esquina Yerbal del Barrio de Caballito en la ciudad de Buenos Aires beso a una Irene resignada y salgo vestido como un “Papá Noel” llamando la atención de vecinos y transeúntes, por el altavoz que llevo colgado en bandolera. Sostengo en mano un atado hecho a tres tramos de caña de pescar unidas a un pasacalle enrollado. A paso vivo e indiferente a los gritos con los que me llaman (soy bastante sordo) niños, jóvenes y jóvenes de alma ¡ “Papá Noel”! animados y sorprendidos de verme. Bajé las escaleras de la estación Primer Junta y ya en el vagón del subterráneo entregué la primera de las dos mil fotocopias que llevaba a la dama que era compañera de asiento. La mujer comenzó a leer, comenzé a plegar las copias de la carta (tamaño oficio) en donde “San Nicolás” le escribe al Presidente Kirchner para que él a su vez lo haga con los 5 Héroes Cubanos prisioneros del imperio, dándoles fuerza, buenos deseos, o sea un subliminal apoyo político . Plegaba y cada tanto miraba a mis compañeros ocasionales de viaje. Ninguno intentó saltar por las ventanillas, pero estaban eso sí un poco incómodos por la situación. Comencé como en un baile a “cabecearlos”, uno a uno, levantando mi mano con un volante y aceptaron cada uno el ofrecimiento y vinieron hasta mi asiento. (tiene sus ventajas ser jovato). Fue como el “vagón de la lectura” el cincuenta por ciento de los pasajeros enfrascados en curiosear la carta. En estación Plaza de Mayo bajé, llegue a la superficie y más precisamente hasta la reja que rodea la Pirámide, para apoyar mi equipaje fuí rodeado en el acto por un grupo de policías, el oficial a cargo aceptó mi saludo pero me interrogó sobre mi presencia y vestimenta. Expliqué que venía a llamar la atención del pueblo sobre la injusticia cometida y la cercanía del nuevo juicio a los 5 antiterroristas, pues nuestra prensa no cumplía su función a cabalidad. El ropaje rojo se lo atribuí naturalmente a las Fiestas Navideñas. (Tendría que haber aprovechado y denunciar el robo de mi trineo). Ellos no entendían nada, pues nombré a los 5 con total naturalidad y como extranjeros en EEUU. Repreguntó el oficial confundiéndose cada vez más: ¿para que manifestar si ni siquiera eran argentinos? (no había dicho que eran cubanos todavía, pues esa es la frutilla del postre). Bueno, la frutilla cayó pesada y pasando a otro item preguntó si estaría unos treinta minutos. Aclaré que me quedaba hasta la caída del sol, por motivos de visibilidad de la protesta. No festejó. Explicó que no podía colgar ningun cartel (como el que suponía yo llevaba en el paquete) de la reja que rodea el sagrado sitio que comparten la Pirámide de Mayo de 1810 y las cenizas de nuestra recordada, querida, admirable y jamás olvidada Azucena Villaflor fundadora de las “Madres de Plaza de Mayo”. Mi insistencia provocó consultas vía celular y la respuesta me autorizó a poner el cartel “sobre el piso en forma horizontal” junto a la misma reja. Imaginé una cuestión de Policía Geométrica, vertical no se puede, horizontal sí (ojalá nunca lo apliquen al sexo, sino los jóvenes ¿que harían en los zaguanes?)
Ante la superioridad numérica visible de los uniformados y el buen funcionar de su logística me “amilané!, (no tiene nada que ver con milanesa), pero si tenía los huevos fritos por el calor en el subte y la media hora bajo Febo cenital, mediando con las fuerzas del orden. “Aflojé” lo que se dice, con tal de que se fueran y me dejaran comenzar a repartir la copia de la carta al Presidente del doctor Borocotó. Juré y perjuré que no colgaría el cartel. Pidieron datos personales, los dí y entregué a cada uno un ejemplar de la carta en la que figura nº de documento, mi domicilio, teléfono y mail (tendría que haber puesto la huella de mi pulgar con tinta de sello, manifestando que no se firmar, pero no me avivé y ya es tarde). Se retiraron a unos 60 mts y aproveché para armar la caña de pescar (3.20 mts) en la que ya traía convenientemente atada la gran bandera cubana sobre la que está impreso el rostro del Guerrillero Heroico “Ernesto Che Guevara” gran argentino olvidado (ex profeso) por la historia oficial de mi Patria. Extendí sobre el sagrado piso de la Plaza el pasacalle con los nombres de Antonio, Fernando, Gerardo, Ramón y René que pide en grandes letras rojas su libertad. Chaubloqueo y Museo Che Guevara lo firman. De ahí en más fue todo imitar a una roja roca con barba blanca plantada ondeando su bandera, en el medio del torrente de transeúntes que cruzan de a cientos por minuto la plaza en diferentes direcciones, todos acelerados, saliendo de sus oficinas, ministerios, bancos, para almorzar en quince minutos y volver al yugo. Todos se asombraban, muchos no aceptaban la hoja de papel (algunos vestían uniforme) y miraban el piso disgustadísimos ó atemorizados. Unos diez mascullaron en diferentes momentos su indignación por ver la enseña patria martiana en nuestra Plaza Mayor. ¡Pobres! no saben ú olvidan que José Martí (cubano), fue además del poeta mayor de América nuestro Cónsul argentino en Nueva York. En realidad la culpable es la prensa, la radio y la televisión argentinas, que jamás nos explican estas históricas verdades, de hecho en las siete horas que cumplí mi monoprotesta en ése lugar en “horas pico” no hubo un solo periodista argentino ni de la CNN, que se acercara a investigar esa insólita postal de una corte de turistas chilenos, uruguayos, bolivianos, peruanos, colombianos, canadienses, australianos, estadounidenses, italianos, españoles, alemanes, suecos, japoneses, portorriqueños, neozelandeses, cordobeses, jujeños, santiagueños, puntanos, que guardaban respetuoso turno (sin hacer cola, ni pagar) para fotografiarse con “Papá Noel Comunista” como me bautizaron repetidamente algunos que fueron pasando durante la jornada. El sol ayudó y por eso todos me tenían menos odio porque imaginaban la “sensación térmica” que el zurdo tarado este estaría viviendo dentro de su “iglú rojo” que más bien parecía un horno microondas trabado que no se detenía. Todos recibieron una explicación, fuera en castellano ó en inglés sobre la situación de los presos cubanos, turistas de habla inglesa se beneficiaron con un folleto en ese idioma muy claro y explícito sobre la situación legal que lucía los rostros de los cinco. Los demás se llevaron la carta de Papá Noel al Presidente, en ella iba el mail del Museo Che Guevara y Chaubloqueo. Seguramente tendremos noticias desde muchas partes del mundo. Les pedí a muchos que me envíen las fotos que tomaban, hasta este momento no puedo enviarles con esto una a vos que lees, pero tal vez lo haga en el futuro. Eran las dos de la tarde y un redoblar de tambores por la Avenida de Mayo preanunció a quinientos hombres y mujeres con chalecos amarillos, eran los obreros de las industrias lácteas (Parmalat etc.) a los que se les adeuda cuatro meses de sueldo. Me solidaricé con ellos, aproveché para colgar prolijamente en forma vertical el cartel por los cinco, y tome la decisión de defenderlos y ser un aliado en un probable enfrentamiento con los cientos de policías con chaleco naranja, uyyy, chaleco naranja y yo de rojo, el uniforme mío no me ayudará si hay lío. Pero los lecheros se portaron bien y defraudaron a los ansiosos defensores del orden que alineados detrás de las gruesas vallas metálicas azules que dividen las dos Plazas de Mayo los vigilaban. Todos se acomodaron bajo los diferentes y escasos árboles y se sentaron. Una hora disfrutaron del calor (a la sombra) y del espectáculo de ese bondadoso viejecito de rojo que hacía flamear la bandera cubana y el rostro del Che Guevara. Luego se retiraron por Diagonal Sur en dirección al monumento del genocida que nos dejó sin indios (Julio Roca). Los cientos de policías los siguieron eran los rojos (que no eran comunistas) tras los amarillos (que tampoco eran chinos). Los niños me llenaron de besos y miradas tiernísimas (que nunca recibí de mis cinco hijos), me agradecieron los regalos que recibieron en Navidad, hubo muchos también que me venían a saludar pero traían cajas de cartón vacías en las manos, y mientras conversábamos las plegaban para que ocupen poco lugar y acumular muchas para la venta por kilo que permite alimentar con algo a la familia. Otros niñitos “futuros artistas” tenían en lugar de cartón, tres pelotas cada uno en la mano con la que practican juegos malabares en el medio de las avenidas, cuando el semáforo se pone rojo y obtienen moneditas de los conductores, más alguna puteada y miles de mudas maldiciones. Estos y aquellos querían saber que tenía yo dentro de mi roja bolsa y ahí recordé que a Demián, mi hijo mayor a quien pedí prestado el traje pues trabajó de Papá Noel en el Shopping de Caballito (entreteniendo a los niños de la clase pudiente a los que guardias de seguridad muy eficientes protegen evitando que los cartoneritos y niños malabaristas ingresen a esas “Sagradas Catedrales del Consumo”) le había sobrado media bolsa de golosinas de su trabajo. Fue una fiesta repartirlos y luego tuve de cliente consuetudinario y puntual a otro humilde niñito que había presenciado la escena de lejos y cada media hora volvía a presentarse solicitando un repuesto del dulce, que ya se le había derretido en la boca. Al rato comencé a perfeccionar mi accionar y ya entregaba con más facilidad las hojas mientras voceaba felicitaciones por el nuevo año, el viento hacía flamear al rubí, a las cinco franjas y a la estrella y el rostro del Che parecía haber adquirido una movilidad singular que atrapaba a todos los lentes de las cámaras de foto de los turistas y a los de los teléfonos celulares que son a la vez cámara de foto y la envían en el acto a sus contactos. Telefónica española no entenderá todavía porqué en esa zona el consumo de tarifas se elevó particularmente entre las 12 y las 19 horas de ése miércoles. Abrazado para la instantánea por niñas ó niños deficientes, besado por criaturas afectadas por cáncer terminal (rapaditas) ó varoncitos de 4 añitos (sin padre) verdades dolorosas de las que me enteré por boca ó silencio de parientes desolados, agradecí que mi profusa transpiración disimulara mis lágrimas y la enorme y blanca barba ocultara el rictus de amargura en mi boca. Allí el “advogado” brasileño Homero Junger Mafra me dio su tarjeta comentándome (mientras su mujer nos fotografiaba) que en su pagina web figura el pedido “Liberen a los Cinco”. MERCOSUR del amor a Cuba y su Revolución , eso es lo que somos. Un norteamericano mayor aceptó fotografiarnos con la cámara de las dos fans jujeñas que me gané. Fui ganando experiencia y si venía una familia extranjera o nó, al niño de 7 años le pedía me sostuviera la bandera cosa que no hacía, sino que comenzaba a flamearla desesperado por la oportunidad, sin saber de quien era el rostro impreso. Su hermanita de 5 años aceptaba sostenerme la campana de bronce, pero por supuesto comenzaba a hacerla sonar como si hubiera un incendio, los transeúntes venían y recibían felicitaciones y copias de la carta. Mi premio a los niños era un caramelo y una frase “estudien mucho”, “quieran a sus hermanitos y a sus padres” aunque cuando miraba la cara de algunos de los padres, se me ocurría que tendría que hacer las frases más cortas. Una joven chilena me dijo solidarias y fraternales frases que volvieron a confirmarme, que por bajo la Cordillera de los Andes tenemos vasos comunicantes que jamás gobierno alguno podrá romper. Luego llegaron ellos, fue como ver un espejo y un vaticinio, los de siempre los olvidados argentinos, los viejos. Para colmo al frente de los trescientos jubilados venía un camioncito con altavoces, parecía una procesión y por el calor reinante andaríamos entre uno y otro infierno de los del Dante. Eso sí esta Comedia no era “divina” oir los justos reclamos de estos mayores a quienes se debería honrar, deprimía a pesar de la valentía que demostraban con sus dichos y hechos. Me acerqué al que hablaba por micrófono y tocándole el hombro hice que dejara de hablar, me miró, lo besé y ahí nomás le dije: ¡Hola Juan, soy Toto!. Mi ex vecino comunista atinó a repetir mi apodo sin separar la boca del micrófono y toda la Plaza de Mayo supo de mi identidad, que ya no quedaba “protegida”. Fue lindo cantar el Himno Nacional con todos ellos, pero a la hora y media se fueron, menos mal a esa edad solo los viejos cubanos toleran semejante sol.

No sabía como hacer para entregar el original de mi carta a Casa de Gobierno, estaba a solo 80 mts. pero dejar el cartel solo y la bandera era un riesgo. Dios existe y apareció disfrazado de Agustín Farina, joven antiguo colaborador del museo, quien durante media hora me cubrió las espaldas con su guitarra, su voz y sus canciones cubanas, allí junto al cartel de los cinco. Tomé cédula de identidad, y marché cruzándome con el cambio de guardia de los Granaderos de nuestro General San Martín, que se dirigían hacia la Catedral donde reposan los restos del Libertador de Sable Corvo. Juro que la gente me miraba más a mí, no es que yo marchara con más gallardía, es que los seres humanos tienden a compadecer al minusválido. Llegué a la Casa Presidencial y fui hasta la casilla de la policía, ubicada en el extremo de la doble valla metálica azul de seguridad que eternamente la rodea. Los policías de guardia, quisieron saber todo así que fueron 10 minutos de clase magistral sobre heroicidad cubana, corrupción y terrorismo miamense e indignación argentina ante la injusticia. (recuerdo hace meses cuando me presenté en Cancillería al policía de guardia y le manifesté que pasaba a protestar. El guardia dijo: Ya lo conozco a ud, ¿están presos todavía esos muchachos?). Los guardias de la rosada telefonearon y vinieron sus jefes, quienes a su vez volvieron a consultar y la orden (de arriba) fue que Papá Noel no podía ingresar, (temerían, por el traje y por ser el Día de los Santos Inocentes, una broma de las que se acostumbra gastar en mi país) que recibirían la carta 2 funcionarios que vinieron para verme y luego volvieron con la copia sellada. Afortunadamente no fuí baleado allí por esos custodios en razón de que, el accidente que también casi me cuesta la vida me había ocurrido minutos antes, junto a la Pirámide. Es que en casa colgué de mi cuello un grueso bolso plástico con cierre en el que coloqué marcadores, una navaja, mis llaves de la casa, documento de identidad, cinta scotch, una navaja sevillana, hilo de nylon, etc, pero además una batería de dos kilos de peso de 12 voltios para hacer funcionar el altavoz sin las pilas que son caras. Un día antes había oido por radio que una mujer vestida como yo, al contacto con una vela ardió y quedó gravemente quemada. Pensé “a mi no me va a pasar”, pero la batería tiene mucho más poder que 20 velas. En un momento dado de mi pecho, pues allí colgaba el bolso comenzó a salir un intenso y profuso humo blanco, nieve no era, por lo que desesperado arranqué la solapa del traje y tironée los cables que estaban quemándose. De no haberlo hecho rápido hubiera ardido al mejor estilo “bonzo”. Pues barba, bigotes, gorro, chaqueta, pantalón y las botas negras más el almohadón que rellenaba mi “panza” eran de nylon bien combustible. El sol, mi calor corporal, el nylon, todo empapado en transpiración, el bolso grueso de plástico y el mal aislamiento de los cables nuevos provocaron el cortocircuito en el que fuí afortunado. Hubiera preferido (de poder elegir), quemarme allí un cuarenta por ciento de mi pobre estructura física y no que el humo hubiera comenzado a salir de repente, cuando hacía mi planteo a los policías en la Casa de Gobierno. Imagino que simultáneamente los cuatro representantes del orden hubieran desenfundado sus armas y al mejor estilo de los bobbies londinenses que balearon al brasileño, yo hubiera quedado disfrazado de “gruyere” colorado. ¿Quién pudiera reprocharle luego a ellos algo parecido a gatillo fácil? Declararían haber creído que yo era un fanático musulmán que pretendía inmolarse al mejor estilo de la Jihad Islámica. No sé si me hubieran aceptado en el Paraíso que tienen los árabes, dicen que están las Huríes, que son señoritas que hacen de todo, (quiero decir que son cultas como las Geishas). Pero no me quiero morir aunque mis 63 picnics todos en el Rosedal, ya me tienen un poco aburrido. Por de pronto, la próxima vez llevaré mi tarjeta de OSECAC (jubilado) y un pequeño matafuego, claro, rojo por supuesto. Imagino a Champa en mi velorio intercambiando sentidas y cómplices miradas con Fany Edelman. Eso sí el obituario en el diario Propuesta, seguro que iba a ser chiquitito. Mientras tanto esos quince ó 20 minutos fueron un continuo alboroto de turistas por fotografiar a ese viejo rojo, plantado ante Casa de Gobierno, debatiendo con policías. Algún turista al pasar me saludó con la mano, les había recomendado visitar el Museo Casa de Gobierno minutos antes junto a la Pirámide. Volví hacia la Pirámide y unos 30 policías a diferentes distancias jocosos sugerían ¿y mí regalo Papá Noel? Cosa que me hacía recular, entregarles una copia de la carta y aclarar que ellos la habían pedido como obsequio. Durante las siete horas bajo el sol, que me dejaron asado y quemado temí en todo momento, no a la policía de uniforme ni de civil, ni a la gendarmería, sino a que otro tipo vestido de Papá Noel se me acercara y que los dos frente a frente levantáramos nuestras manos hasta alcanzar la postiza barba del otro para arrancárlas simultáneamente y llevarnos la gran sorpresa de nuestras vidas, ¡ambos teníamos un clon y no lo sabíamos!.

¿Mamá, porqué regalaste al mellizo en el año 1943?

Con mucho cariño, respeto y compromiso para los Cinco cubanos y los otros once millones de héroes. Eladio González (Toto) director

28 de diciembre de 2005.