lunes, 21 de mayo de 2007

Guantánamo - Playitas de Cajobabo - José Martí - Máximo Gómez -

José Martí: Jornadas en Cuba libre

Por Mercedes Santos Moray*, serviex@prensa-latina.cu

La Habana (PL).- Dos dominicanos y cuatro cubanos desembarcaron en un
breve espacio de playa, al pie de filosos acantilados, el 11 de abril de
1895.

Querían reunirse con los soldados insurrectos que ya "batían el cobre" en
la manigua, para protagonizar al frente de aquella tropa la tercera guerra
de independencia contra España.

El General en Jefe del Ejército Libertador, el mayor general Máximo
Gómez -nacido en la República Dominicana y próximo a cumplir los 60 años-,
encabezaba la aguerrida expedición, en la que le sirvió de práctico su
compatriota Marcos del Rosario.

Y, junto a ambos estaban un bisoño combatiente como el maestro César
Salas, el teniente coronel Ángel Guerra y el general de brigada Francisco
Borrero, así como el jefe político de aquella contienda -de la guerra que él
mismo llamó "necesaria"-, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano,
José Martí, quien tampoco tenía experiencia en los campos de batalla.

Luego de incontables avatares, llegaron a las costas del sur del oriente
cubano, a la zona escarpada de Guantánamo, y fue Playitas de Cajobabo el
primer escenario de Cuba libre que encontraron antes de penetrar el monte,
de abrigarse en las cuevas, de atravesar los ríos, de dormir a cielo
abierto, con el arrullo de las palmas.

Comenzaba para José Martí su vida de soldado y las 39 jornadas de su
guerra, hasta caer en combate, al filo del mediodía, el 19 de mayo, entre la
tupida y alta hierba de Guinea que podría cubrir a un jinete y a su bestia,
en el cruce del Cauto con el Contramaestre, en Dos Ríos.

"Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando
la cadena de mi patria, toda mi vida." Así lo confesó en su Diario de
Campaña el 15 de abril, cuando en una cañada quedó solo, ante el reclamo del
Generalísimo que se reunió, en un aparte, con sus oficiales.

"Era que Gómez, como General en Jefe, había acordado, en consejo de
Jefes, además de reconocerme en la guerra como Delegado del Partido
Revolucionario Cubano, nombrarme, en atención a mis servicios y a la opinión
unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador. ÂíDe un abrazo
igualaban mi pobre vida a la de sus diez años!".

Aquel poeta luminoso, aquel periodista inteligente y culto, aquel
intelectual que no vivió las dos batallas anteriores -la que fue llamada la
Guerra Grande y casi duró una década, de 1868 a 1878, y la otra, no de menor
valía, conocida como la Guerra Chiquita por su brevedad temporal-, aquel
hombre de 42 años que padeció la cárcel, el presidio político, los trabajos
forzados en la adolescencia, el destierro y el exilio durante la juventud y
la adultez, se convertía en soldado, y ostentó los mayores grados militares
entre la mambisada.

Para él se iniciaba el último período de la existencia, entre los arroyos
que descendían de las altas montañas, sobre la grupa del caballo que le
regaló el mayor general José Maceo, y avanzaba, con el jolongo desbordado de
medicinas, balas y libros, con el fusil al hombro, la pistola al cinto,
vestido de civil, por los campos de Cuba para fundar la patria, la república
justa con la que había soñado, "con todos y para el bien de todos".

Entre los combates curaba a los heridos, redactaba órdenes a los jefes,
concedía entrevistas a corresponsales extranjeros como George Eugene Bryson,
del New York Herald; irradiaba fe y voluntad entre aquellos campesinos que
no habían leído ni sus versos ni su prosa y que ahora lo descubrían, como
antes los emigrados cubanos de la Florida, y escuchaban su verbo, y sentían
que la victoria era posible, mientras junto a Máximo Gómez implementaba la
política de la Revolución, la misma que ambos proclamaron en el Manifiesto
de Montecristi.

Sus reflexiones trascienden y subrayan la vigencia de un ideario ético
que él dirigió al mundo y, especialmente, a los Estados Unidos: "como
representantes electos de la Revolución, vigente hasta que ella elija los
poderes adecuados a su nueva forma, (â?¦) para fundar, con el valor experto
y el carácter maduro del cubano, un pueblo independiente, digno y capaz del
gobierno propio que abra la riqueza estancada de la Isla, en la paz que sólo
puede asegurar el decoro satisfecho del hombre, al trabajo libre de sus
habitantes y al paso franco del Universo."

Gómez y Martí se reunieron posteriormente con el mayor general Antonio
Maceo en el ingenio La Mejorana; discreparon los jefes, Martí fue tajante en
la defensa de sus ideas: "La revolución desea plena libertad en el ejército,
(â?¦) pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación
republicanaâ?¦".

Se trazó la estrategia que habría de desarrollarse en el campo insurrecto
hasta que se realizara la Asamblea del pueblo en tierras de Camagüey. Su
tiempo sería de vivencias, de meditaciones, de análisis y valoraciones, así
como de silencios.

Escribió a sus niñas queridas, a las ya adolescentes Carmita y María
Mantilla, y a la madre de estas, Carmen Miyares, en Nueva York, como a sus
colaboradores que proseguían la edición del periódico Patria. Dio
instrucciones a su discípulo Gonzalo de Quesada: "De pensamiento es la
guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento."

Al campamento llegaron las fuerzas del mayor general Bartolomé Masó, un
símbolo de la patria, uno de los 12 hombres que secundaron a Carlos Manuel
de Céspedes el 10 de octubre de 1868, cuando se dio el primer grito de
independencia y se liberaron a los esclavos en el ingenio La Demajagua.

Fueron momentos de alegría sin límites. Resultó el encuentro amoroso de
Martí con la naturaleza de Cuba y con la gente sencilla que la habita. La
memoria se desgranó y él escuchó el relato heroico de aquella leyenda que
fue la guerraâ?¦ era protagonista ahora de una nueva épica.

Una tropa enemiga se movió por las cercanías del campamento. Máximo Gómez
se impacientó por entrar en acción. No era menor el deseo de José Martí. Con
300 jinetes se lanzó el General en Jefe al combate. Lo secundaron Paquito
Borrero, Ángel Guerra, César Salasâ?¦

Al Delegado se le impuso una orden que no pudo acatar: quedarse en la
retaguardia, lejos del peligro, de la pólvora y el acero. Y, acompañado de
su escolta, el alférez Ángel de la Guardia, también cargó contra los
españoles el mayor general José Martí.

Sobre el caballo bayo con sus ropas civiles ofreció un blanco perfecto a
la escalonada fusilería hispana. Así cayó, en Dos Ríos: "Dos patrias tengo
yo: Cuba y la noche."

*La autora es escritora y periodista cubana, Doctora en Ciencias
Históricas. Colaboradora de Prensa Latina.