lunes, 11 de junio de 2007

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"Muertos de amor", o la historia como folletín grotesco

Por: Hugo Montero

“Todo escritor es un ratero”, se atajó alguna vez Bruce Chatwin. El británico intentaba justificar con esa sentencia su trabajo para el libro En Patagonia, donde en vez de profundizar una investigación propia se había dedicado a usufructuar el trabajo de historiadores de la zona y a manipular sus conclusiones, sin siquiera preocuparse por citarlos. “En la jerga periodística, Chatwin era un extraordinario cocinero. Es decir, alguien que toma las crónicas de otros, picotea un poco aquí, un poco allá, toma el jamón del sándwich y eureka: ya está listo el best-seller”, aseguró Osvaldo Bayer acerca del “trabajo” del británico en el sur argentino.

Las similitudes entre Chatwin y Lanata sorprenden, pero con una salvedad. Chatwin escribía bien. Lo de Lanata es mala literatura. Muy mala. Y poca, por cierto. Es curioso: el libro parece apurado. Indudablemente urgido por la cercanía de la Feria del Libro, Lanata se apresura en armar un desprolijo collage de documentos y testimonios (recogidos por otros historiadores, previamente), páginas enteras robadas del buscador de internet Google como relleno (de la 48 a la 52, basta con ingresar a la web www.fullaventura.com.ar, www.galeon.com/armasonline, o a www.forosegundaguerra.com para observar que la transcripción es textual), y todo mechado con breves interrupciones donde “el autor” irrumpe en el relato desde la primera persona para dejar sus impresiones. Lanata no cita investigaciones ni referencias previas; tampoco advierte que las entrevistas que publica no fueron realizadas por él: hay dos extensos fragmentos de un reportaje de la revista La Intemperie a Héctor Jouvé que él no realizó porque, según comenta el propio Jouvé en Sudestada, Lanata apenas tuvo una charla de 10 minutos con él. Pero eso no importa.

Es curioso: Lanata se aprovecha del archivo del historiador Gabriel Rot para manipular la crónica; se apropia de un verso del poeta Alberto Szpunberg para titular su libro, tergiversando el sentido original; y manosea el testimonio de Jouvé para narrar la historia. Los tres, únicas fuentes fiables a nivel documental de la experiencia del EGP, rechazan la novela de Lanata: la consideran oportunista, marketinera, nada ética.

Muertos de amor se inscribe dentro del género “novela histórica”, y todas las licencias son válidas. Aún la licencia para robar. Muertos de amor no aporta un solo dato nuevo sobre la experiencia del EGP en Salta. Pero eso tampoco es grave, lo extraño es que con tan poca intervención creativa del autor se puedan cometer tantas fallas documentales y se pretenda manipular la historia de forma tan descarada. Pero vayamos por partes, y señalemos primero los groseros yerros documentales. En la página 34, Lanata bate un récord: se equivoca (¿se equivoca?) dos veces en tres líneas. Escribe: “(Masetti) Participó del grupo fundador de la agencia Prensa Latina y terminó cercado por las autoridades del Partido Comunista cubano”. Primero, el Partido Comunista cubano no existía como tal en ese tiempo, ya que recién fue fundado el 3 de octubre de 1965. Para esa fecha, hacía tiempo que Masetti había desaparecido en el monte salteño. La referencia válida a la que alude Lanata es al Partido Socialista Popular, la organización que respondía directamente a las órdenes de Moscú y que protagonizó la disputa interna contra Masetti en Prensa Latina. Se trata de un anacronismo, hijo de una escasa lectura de la crónica historiográfica.

Ahora bien, decir que Masetti “participó del grupo fundador de la agencia”, es minimizar el papel real que cumplió el periodista argentino en la organización y la puesta en marcha de Prensa Latina. Masetti no sólo fue fundador y su primer director: fue el hombre que se encargó de cada detalle interno, desde redactar las recomendaciones para los redactores hasta impulsar la apertura de oficinas en toda América Latina. No es lo mismo “fundar” que “participar del grupo fundador”. Si no, basta con revisar la solapa del libro y detenerse en el apartado de los datos profesionales del autor: allí, en cambio, se afirma que Lanata “fundó el diario Página/12” y no que “participó del grupo fundador”. Esta negación injustificada de los méritos de Masetti oculta, en realidad, una intencionalidad concreta: Lanata necesita dibujar un perfil autoritario, ciclotímico, “paranoico”, “cazador de jóvenes comunistas” (un absurdo sin fundamentación) y soberbio del personaje. Por eso, el trabajo de Masetti carece de méritos. Por eso, escribe, “encontrar al Che Guevara en medio de la Sierra Maestra era igual a encontrar la tumba de Jim Morrison en Pere-Lachaise: todo el mundo conoce el lugar”. Esta afirmación es ridícula, más allá del nulo valor literario de la comparación. Es, una vez más, un intento por empequeñecer el trabajo de Masetti cuando viaja a Cuba y obtiene los testimonios, en exclusiva y en las peores condiciones posibles, del Che y Fidel. Nadie conocía el lugar donde se escondía la comandancia rebelde en la Sierra, y el libro Los que luchan y los que lloran da cuenta del enorme esfuerzo que le significó a Masetti sortear la represión de Batista y la desconfianza de la gente del Movimiento 26 de Julio, para llegar hasta Guevara y grabar su palabra. “Este reportaje es, en mi opinión, la mayor hazaña individual del periodismo argentino”, escribió Rodolfo Walsh. Pero para Lanata, el detalle no tiene mérito: era tan fácil encontrar a Guevara como a la tumba de Morrison en el cementerio parisino.

Otro error documental se advierte en la página 136, cuando el autor afirma: “El hijo del General Alsogaray, guerrillero del ERP, fue asesinado algunos años después en Tucumán”. No, Alsogaray era oficial de una escuadra de Montoneros que desarrollaba tareas de relevamiento en la zona norte de Tucumán, cuando fue asesinado, junto con sus compañeros, por una patrulla del ejército de Bussi. Parece extraño que en un libro que se monta sobre investigaciones ajenas y que se apropia de testimonios registrados por otros historiadores, se puedan cometer fallas tan agudas.

Pero lo peor no son los errores, sino las intenciones. Lanata intenta, al parecer, establecer un vínculo entre la experiencia del EGP en los 60 y la de las organizaciones armadas en los 70, pero no lo logra. La relación es forzada, la creatividad mínima (apela a un fragmento del documento del PRT-ERP, “Moral y proletarización”, que irrumpe descontextualizado y sin nexo con lo que se cuenta). Lanata intenta, al parecer, saldar alguna vieja cuenta con el Che (y tampoco lo logra), al esbozar en él una suerte de Maquiavelo socialista, que juega al ajedrez con la vida de sus hombres mientras camina a su derrota inexorable y predecible, según la luminaria inteligencia del autor. Lo que sucede es que el Che no sabe lo que sí conoce Lanata: “El Che fue lo que los demás quisieron ver en él. (...) Ya no eligió: fue elegido, el Che era más grande que él, y terminaría devorando su vida y la de los demás”, escribe.

Lanata propone (y esto sí lo consigue) establecer en la relación entre los compañeros del EGP un clima sostenido de desprecio, de insultos repetidos, de vulgaridades. Sobrevuelan los personajes como asesinos morbosos que se ríen a carcajadas cuando tienen a un gendarme a su merced (página 120), como arrepentidos para quienes siempre es demasiado tarde para retroceder, como espectros derrotados aún antes de lanzarse al monte y como homofóbicos suicidas, fascinados por la muerte (“Nos sucede algo raro con la Muerte. A veces pensamos que purifica”, escribe).

Eso son los combatientes del EGP, para Lanata.

Los gendarmes, en cambio, para Lanata, son casi niños, inocentes de toda ingenuidad (“era un chico cobrizo, nervioso, con uniforme de gendarme desaliñado, encañonándome con su fusil”, escribe), vestidos con harapos y mal armados, en comparación con la indumentaria y el armamento de los guerrilleros. Los gendarmes son las víctimas en el relato (“la cara del cholito vuelve, redonda, ojos chinitos, miedo”, escribe). ¿Son los mismos gendarmes que después torturan salvajemente a los prisioneros? ¿En qué parte de la historia se queda Lanata, que “elige” olvidarse de los gendarmes sembrando el terror en los poblados cercanos, simulando fusilamientos, golpeando a los prisioneros y obligándolos a meter sus cabezas en el cadáver desviscerado de uno de ellos como represalia? ¿Eran los mismos “chicos cobrizos”, “cholitos” con miedo, entonces, los gendarmes? Para Lanata, está claro, no hay dos demonios. Hay uno solo.

¿Novela histórica? ¿Caricatura? No, menos. Un pálido grotesco, un folletín de cuarta, una historia que no puede ser más lejana a la realidad, aún en los hechos más intrascendentes. Eso sí, hay una revolución que se muerde la cola, hay suicidas asesinos con sed de sangre enviados por el Che a una muerte segura. ¿Hay compañeros que comparten el hambre, la soledad, el sacrificio, un sueño, algo? No, en la novela hay mercenarios que se insultan entre sí, que se mueren de ganas de matar porque es muy fácil, revolucionarios sin revolución que se mofan con soberbia de los pobladores locales (“Esperan un par de zapatos nuevos; yo les ofrezco la inmortalidad. No la quieren, no la necesitan, no la entienden”, escribe).

Pero hay un párrafo valioso entre tanta basura marketinera. Un párrafo que, extrañamente, se filtra entre el folletín patético y la documentación manipulada. Algo para rescatar. El fragmento dice así: “Es curioso: somos capaces de las actitudes más miserables, egoístas y elementales en búsqueda de recompensas concretas, y a la vez podemos dar la vida por cosas abstractas: la felicidad, la patria, la fe, el amor, la dignidad”. No hace falta mencionar qué parte de este fragmento se ajusta mejor a la intención de Lanata con su Muertos de amor.

Miserable, egoísta y elemental, lo espera, claro, su recompensa concreta.