jueves, 5 de julio de 2007

Titere que nunca fué títere, inmanejable, libérrimo, Museo Titere Sarah Bianchi Argentina Feria del Libro Reconquista Buenos Aires Crucero Belgrano













Admirada Sarah, celebro enterarme de que le sea otorgado con tanta justicia la orden de “El Eslabón”.

Dicen los cubanos: “honor a quien honor merece” y con cuanta precisión encaja la frase en este su caso.

Le obsequio un recuerdo mío: habrá sido por el 2002 .

Lugar la Feria del Libro en la Rural.

En el stand de los Museos de la Ciudad, los enormes plotters que recibí de la dirección de museos y colgué personalmente, rezaban el nombre entre otros del “Museo del Títere” (el suyo).

También la dirección me facilitó unos dos mil desplegables que no duraron lo que una sonrisa en el rostro de Ramón Ortega (Palito). La caravana de niños, adolescentes,jóvenes, adultos y ancianos que visitaron el stand fue asombrosa.
Se emocionaban con la “biografía” del Crucero General Belgrano (facilitado por el Museo Naval explicaba yo) ó el Jesús crucificado sobre las cejas y nariz de un gigantesco rostro del Che Guevara.
Enmudecían impresionados por los perfiles enfrentados del Santo Padre Juan Pablo II (facilitado por la Santa Casa de Ejercicios decía yo) y del profeta Fidel Castro Ruz.
El gran retrato del Cónsul argentino en Nueva York (facilitado por el Museo de la Diplomacia decía yo) y corresponsal destacado para nuestro diario “La Nación”
mostraba al poéta y revolucionario cubano que fue funcionario nuestro en 1893, una vitrina en la que una gama de antiquísimos objetos eran admirados. Un diminuto samovar era mostrado al público y les explicaba que nuestros mayores habían llegado a estas tierras portando ese elemento para calentar el agua (dentro de él venía todo el dolor de la familia, amigos y vecinos que dejaron atrás), luego las llaves interruptoras de loza antiguas, matracas de madera para carnaval antiguas. (Esto decía yo lo había facilitado el Museo de la Ciudad). Como broche final empuñaba ante el asombrado público de 30 ó 40 personas un títere encapuchado de negro y vestido camouflado verde oliva, sus manos ocultas por guantes de boxeo se movían afiebradamente tirando directos o ganchos. Yo explicaba que el Museo del Títere nos había facilitado a este personaje que era un villano muy agresivo y muy temido. Que era el único títere que NUNCA fue títere y en ese momento le sacaba la capucha negra y la gente al ver la barba, el habano, el birrete y el semblante patriarcal de Fidel Castro reía distendida. Era el momento de que anunciara que el villano había estudiado muchísimo y que conocía la historia del mundo como la palma de su mano.
Y que él mismo nos contaría un hecho histórico de un país que no era el de él. Allí el títere cobraba protagonismo y situaba a los espectadores en la invadida Buenos Aires y la inolvidable gesta que protagonizaron quienes indignados propusieron, organizaron y protagonizaron la Reconquista de Buenos Aires de manos de los ingleses invasores. El muñeco describía los enfrentamientos sucesivos que arrinconaron al enemigo en la Plaza de Mayo “sin rejas que la dividiera como hoy” y lo obligaron a capitular resignando las armas, el “parque” (el títere explicaba que no era un country sino las municiones) y la espada. Luego Fidel ó el títere explicaba que ellos no obstante la retirada obligada perfeccionaron con el tiempo sus formas de actuar, e inclusive ya no con uniformes coloridos, sino con sobrios trajes y maletines ejecutivos, regresaron, no en buques de vela sino en aerodinámicos jets y lamentablemente han vuelto a invadir, ocupando los mismos lugares de antaño alrededor de la Plaza de Mayo. Ya no se llaman ejército sino Bancos.
Pero llegará el día en que definitivamente dejen de robar y se vuelvan a sus islas. Aquí sugería al público que visitara el Museo de la Reconquista y luego recomendaba la lectura de la biografía del Crucero General Belgrano que allí exhibíamos.
Ese crucero decía se conserva en una gran vitrina en el sur argentino no lejos de las Islas Malvinas, la vitrina es el océano donde fue hundido. Ahí el títere saludaba y comenzaba nuevamente a mover febrilmente sus guantes de púgil por lo que para calmarlo (como si fuera un halcón de cacería) yo le cubría la cabeza con la capuchita negra y se tranquilizaba con lo que daba por terminada la exposición y llegaban los aplausos, sonrisas y alguna mano se iba a enjugar humedades oculares.
Sarah reitero mi alegría por el reconocimiento que le otorgan, tan merecido.

Gracias en nombre de los niños y no tan, de Argentina por su magia y su entrega.

Eladio González (toto) director