martes, 10 de febrero de 2009
Irene Rosa Perpiñal Saad escritora que fundó Chaubloqueo la Escuela Solidaridad con Cuba y Museo Ernesto Che Guevara de Buenos Aires Argentina
Arte Portada -
Eladio González - Toto
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Palabras del Editor .-
La obra de Irene Perpiñal, comprende tres títulos. El que nos ocupa, “La Otra” es el primero y los otros dos están aún inconclusos, aunque los progresos que con ellos ha logrado son
Innegables. Estos dos últimos argumentos surgieron y se perfilan trabajosa y dolorosamente de Irene.
Ella con valor y entereza encomiables, día a día los perfecciona, puliendo y valorizando esos dos títulos que pronto gozaremos todos los que tenemos la dicha de pertenecer a su círculo afectivo.
Los títulos los conocemos ya, son nada menos que “Demián” y “Manuel”.
Y apuesto mi alma a que no nos defraudará.
Toto
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Llaneza -
No necesito hablar
Ni mentir privilegios
Bien me conocen quienes aquí
Me rodean
Bien saben mis congojas y
Mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto
Lo que tal vez nos dará el Cielo
No admiraciones ni victorias
Sino sencillamente ser admitidos
Como parte de una Realidad innegable
Como las piedras y los árboles.
Jorge Luis Borges
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Como todas las noches, Elvira Montero regresa cruzando la Plaza Herrera.
Los mismos árboles, los iguales bancos con sus consecuentes visitantes. Primero, Vieytes, sus adoquines y el sucio bar. Después, San Antonio y el olor a caucho viejo. Sonríe pensando en el triste final de su cocina a kerosene, reemplazada hoy por la otra de gas.
Hubiera preferido tres hornallas, pero, era una oportunidad y además para ella era suficiente.
Automáticamente sacó las llaves, levantó un volante “Tormenta en Texas” y en función especial “Sangre y Arena”; damas y niños m$n 35.- Abrió la ventana y sacó la maceta, calento el caldo.
El boletín informaba huelga portuaria, viaje del ministro Sanchez hacia Venezuela; dos accidentes en la ruta ocho y lo importante: pronóstico sin lluvias y tiempo cálido. Buscó música y lavó ropa amontonada.
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El señor Guillermo no le había sonreído esa mañana, cuando levantó la persiana. Quizá podría estar preocupado por algún motivo, claro, con tantos problemas, el negocio no andaba, hoy en día las joyas no se venden fácilmente y su rostro se mostraba sombrío.
Había sido un día malo en general, la señora Figueiras se había quejado del último envío de modelos, la partida a Rosario no había salido y por último, una taza de té manchó un costoso corte francés.
La radio pasaba ahora una música ligera. Apagó la luz, se cubrió y esperanzada en un día mejor se durmió.
Un rostro de mujer se acercaba, cabellos negros, manos blancas y largas, casi varoniles, la miraba, Elvira Montero se estremeció.
La desconocida venía hacia ella, despacio, flotando, ahora su rostro estaba junto al de ella, evitando mirarla Elvira la miraba.
Se vió extendiendo las manos, para apartar la imagen y la imagen la cubrió.
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De pronto despertó, tenía la garganta seca y un extraño malestar en todo el cuerpo. Se levantó y descalza, sin pensar en nada, tomó ávidamente dos vasos de agua. Habitualmente Elvira Montero llegaba a la casa de modas a las 7.30 de la mañana; abría el local y empezaba la rutinaria tarea de recortar y coser los costosos trajes coloridos. Esos trajes que pasaban por sus manos y luego lucirían mujeres, mujeres bonitas, deseando agradar y ser admiradas, incomprensibles para Elvira.
Ni aquella tarde en que el señor Guillermo, muy amablemente la llevó a tomar un copetín, pasó por su mente la idea de lucir alguno de ellos.
Le emocionaba la idea de la cita y el poder al fin, estar junto a la persona deseada. Había sido todo muy hermoso; después de la confitería el señor Guillermo le había regalado un ramo de
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violetas, diciéndole que ella era, en cierta forma, como las pequeñas flores, sencilla y fresca.
Fue asombroso el retraso de aquella mañana, eran las nueve y todavía le parecía haber olvidado algo cuando salió corriendo de su casa. No sabía exactamente, que era lo que hacía sus movimientos lentos, casi cansados. Después de haberse disculpado una y mil veces con la señora Millet, el día transcurrió sin mayores novedades, hubiera deseado más que nunca, poder ver un momento a solas al señor Guillermo, pero este, hundido en sus preocupaciones, apenas si la había saludado a través de la vidriera. Se encaminó hacia la parada de colectivo y sin darse cuenta dejó pasar muchos de ellos, después casi empujada por el gentío partió.
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Hacía ya un mes que no recibía carta de su hermana, se dispuso a escribir para saber noticias suyas. Este año conseguiría quince días para poder viajar a Trenque Lauquen, extrañaba a sus sobrinos y un descanso no le haría mal, subrayó lo de la encomienda enviada y sin más, se despidió.
Sin poder conciliar el sueño, se movía en la revuelta cama. La puerta se abrió; era ella, sus labios dibujaban una tenue sonrisa.
Ya junto a ella, la abrazó con fuerza.
Elvira se ahogaba, quiso gritar pero su boca recibió otra boca, ardiente, desesperada. Elvira mordía aquellos labios y sus manos fueron llevadas hacia los senos blancos, pequeños senos blancos. Todo su ser era un compulso de temor, asombro y asco.
Ahora la mujer, recorría el cuerpo de Elvira con pequeños besos húmedos.
Escuchó un grito, era el suyo, y despertó.
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Todo le daba vueltas, se sujetó la cabeza con las manos y extenuada rompió a llorar.
La imagen de su infancia, vino a su mente.
Recordó los fuertes brazos de su madre, las manos cálidas que la cobijaban , amparándola de todo y de todos, cuando sentía miedo por algo. Sintió nuevamente aquel lejano deseo de ser pequeñita, defendida, de apoyar su cabeza sobre el hombro más ancho del mundo.
Pero ahora estaba sola, con deseos de correr, ¿correr hacia donde?.
No lo sabía, no sabía nada, aturdida se encaminó al baño y allí dejó correr el agua sobre su afiebrado cuerpo. Lentamente se fue tranquilizando; abrió la ventana, un tenue rayo de sol penetró en sus poros, su agitación decrecía. Una idea iluminó su rostro: hoy le diría al señor Guillermo, que necesitaba hablarle y una vez con él se sentiría mucho mejor.
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Apresuradamente, buscó su mejor vestido, lustró una y mil veces sus zapatos negros y pintó sus uñas con esmalte rosado. Sus movimientos eran rápidos, corría por toda la habitación, llevándose casi todo por delante, lo importante era salir de allí.
Esperó impacientemente que la señora Mollet saliera a almorzar y cruzó la calle en dirección a la joyería. Un poco asombrado, el señor Guillermo accedió a su pedido. Se encontrarían en el pequeño bar.
Llegó diez minutos antes de la hora fijada, el corazón le latía fuerte. Por un momento pensó que no vendría, pero ahora estaba frente a ella, nuevamente con su bonachona sonrisa.
Ahora ya no tenía nada que decir, todo lo había olvidado, se sentía segura y con paz. El había tomado sus manos y algo confundido le hablaba dulcemente. Al despedirse, el señor Guillermo besó tiernamente a Elvira Montero.
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Todavía no podría creer lo sucedido, se miraba una y otra vez al espejo, haciendo morisquetas se levantaba el cabello, sonreía para descubrirse distinta; esa noche se vió hermosa.
Acostada, empezó a hacer planes, se reconoció apresurada, él todavía no había dicho nada sobre casamiento, pero era tan lindo pensar, imaginar.
Sí, él estaba enamorado, por lo tanto, ¿qué otra cosa podría pasar entre dos personas que se aman?.
Mañana escribiría a Raquel y con lujo de detalles. Sintió frío, su sueño era tan denso, que no alcanzaba su voluntad para cubrirse con otra frazada. De pronto sintió que la miraban, no quería volverse, no quería ver, sus manos se cerraron apretando las sábanas, todo su ser aterrado, esperaba.
Sus cabellos eran acariciados muy lentamente, casi con ternura.
Su cuello rígido recibió un calor extraño, un acercamiento de labios….
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Miedo, miedo, qué lejano alcance, qué palabra desnuda.
Sus hombros fueron apretados y gradualmente era obligada a volverse. Allí estaba: mujer, diablo, fiera, sus manos recorrían el rostro de Elvira Montero.
Todo el universo, su habitación, su horror, su ilimitado asco, sus pequeñas tristezas, sus secretas ambiciones, sus temores, todo, todo junto, en forma global, se mezclaba ahora dentro de ella, un gran relámpago, grandes precipicios, nuevos, desconocidos, anchos cielos…
Su ser ya había sido dado, el holocausto, el pequeño y remoto cordero, había dado su entraña, su sangre a su dios…. Y la amó.
Nunca supo cuanto tiempo caminó. Entró a un bar, el ruido de copas llegaba a ella en forma lejana, pidió distraídamente un té, otra vez volvía el ahogo, impaciente como si algo esperara, daba vuelta la cabeza en dirección a la puerta.
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En un gesto torpe, volcó la taza, levantándose repentinamente salió.
Las calles se presentaban interminables, ¿adónde ir y para qué?.
Pensó en el río, despojaría su mente. Se encaminó, la costanera con sus pequeños hombrecitos con caña, inmóviles, hundidos en sus bufandas, también a la espera…
Extenuada, se apoyó en un espigón y cerró los ojos. Calma. Ella necesitaba toda la paz del mundo, para poder pensar con calma. Recorrió uno a uno los hechos de su vida, sus motivaciones, la terrible soledad de su alma, sus pequeñas aspiraciones.
Ahora había en ella la absoluta seguridad de que estaba loca. Solamente a una persona trastornada podría ocurrirle tal cosa y sin embargo todo era tan injusto, tan cruel. Se sintió pecadora y una vez más tuvo miedo.
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Los días transcurrieron rápidamente. Elvira Montero trataba de hundirse más y más en sus obligaciones de rutina y no pensar. Por las noches trataba siempre de llegar tarde a su casa y con los efectos de un buen somnífero llegaba al amanecer sin sobresaltos ni pesadillas. Después de insistir infinidad de veces, el señor Guillermo logró acercarse a ella y así hablarle de un noviazgo serio.
Sintiéndose tremendamente inmerecedora de todo eso, lloró amargamente.
Paulatinamente, retornaba a su vida la tranquilidad, el sosiego, estados que solo el olvido otorga.
Ahora veía muy lejos todo aquello, y sonreía interiormente, pensando el absurdote todo ese enjambre monstruoso, despiadado que había casi destrozado su vida. Esas cosas pasaban únicamente en películas ó novelas de terror, sin embargo no deseaba sonreir.
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Esa mañana, más temprano que de costumbre, Elvira Montero salió de su casa.
Un pletórico día de luz, la recibía. El encuentro con el señor Guillermo para desayunar juntos en el barcito de siempre, le parecía hermoso.
Cruzó la calle. Don Ignacio, viejo y bonachón vecino, le sonreía dándole los buenos días y pausadamente, como era su costumbre al hablar, le preguntó intrigado que pasaba. Hacía mucho tiempo no veía a esa muchacha. Sí, esa muchacha que, algunas veces solía visitarla. De noche, sí, bastante tarde……….
- Fin -
Irene Rosa Perpiñal Saad
Epílogo
Armé
Confeccioné
Tipeé
Fotocopié
Este libro pensando en vos
Irene Perpiñal
En nuestros hijos
Y en el amor.
Eladio González hijo. 1981
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difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores calle Rojas 129 local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina telefax: 4-903-3285 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
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