foto Toto - El Angel de la Guarda tuyo
Perdiendo a un profeta.
Por Ron Rolheiser.
San Antonio. Texas.
En la tarde del 18 de marzo, cinco sacerdotes en viaje por la carretera norte, desde la ciudad de Guatemala hacia una reunión comunitaria, fueron detenidos por hombres enmascarados y armados.
Luego de robar las pertenencias de los religiosos, abrieron fuego, matando al padre Lawrence (Lorenzo) Rosebaugh, norteamericano, e hiriendo gravemente al padre congolés Jean Claude Nowama.
Las noticias llegaron velozmente a mi persona, no sólo porque pertenezco a la misma congregación de Oblatos de María, sino porque admiré profundamente al hombre asesinado.
Mircea Eliade decía que las comunidades no debían obviar a sus muertos, y nuestra comunidad no desea obviar a éste. Lorenzo no era ni un hombre ordinario ni un sacerdote común.
Era un regalo especial para el mundo, para su comunidad, para la iglesia, y en particular para los pobres a quienes dedicó su vida.
Nació en Appleton, Wisconsin, en 1935, pero se crió en Saint Louis. Entró a la orden de los Misioneros Oblatos de María en 1955 y fue ordenado como sacerdote en 1963.
Siempre cerca de los pobres y dedicado a la causa de la justicia, estuvo fuertemente influenciado por Dorothy Day y Daniel Berrigan. Pagó un alto precio por eso. En protesta contra la guerra en Vietnam, quemó públicamente cédulas de incorporación al ejército en 1968, lo que le costó dos años en la cárcel.
En 1975 viajó a dedo hasta Brasil, donde vivió con personas sin techo en las calles de Recife, sin dirección ni parroquia; con ellas celebraba la eucaristía y buscaba comida cada día. Eso despertó la sospecha de las autoridades, que lo encarcelaron y golpearon.
Debido al clima político de Brasil en ese momento, pudo haber engrosado la lista de los desaparecidos, si no hubiera sido por las presiones internacionales. De hecho, fue sólo después de la visita de Rosalyn Carter a ese país que fue liberado.
Se encontró con él posteriormente, y Lorenzo aprovechó la oportunidad para pedirle que interviniera reclamando por las condiciones de las prisiones brasileñas.
En 1980 una hepatitis severa lo puso al borde de la muerte, obligándolo a retornar a EEUU. En 1983 fue arrestado por sabotear y penetrar un sistema de difusión pública de Fort Benning, por el cual transmitió la última homilía del obispo Oscar Romero. Pasó 18 meses en prisión.
Luego pasó a la casa de la organización de activistas Catholic Worker, en Nueva York, de ahí a El Salvador a vivir entre los pobres, luego a Francia para un largo retiro en la casa madre de su congregación religiosa, después a Saint Louis para acompañar a su madre agonizante, y de ahí a Guatemala.
Escribió un libro sobre sus experiencias: “Hacia la sabiduría a través del fracaso: una travesía de compasión, resistencia y esperanza”; resulta un apabullante y honesto testimonio de su vida.
Tuve el privilegio de escribir el prólogo, donde dije, entre otras cosas: Daniel Berrigan expresaba que un profeta no hace un voto de alienación, sino un voto de amor. Esto es lo que hizo Lorenzo.
Un voto de amor que lo llevó por caminos particularmente duros, casi siempre solo, casi siempre a pie, que lo llevó a la cárcel, que dejó su cuerpo marcado y golpeado, pero que al final lo dejó también animado, fiel, honesto, alegre y agradecido.
Nuestra comunidad fue fundada para servir a los pobres, y nuestro fundador nos desafió a aprender el idioma de los pobres.
Todos intentamos hacer eso, pero son pocos los que tienen el corazón y el carisma para vivir en las calles y en la suciedad, donde los más pobres entre los pobres buscan comida, consuelo, dignidad, y buscan a Dios.
Lorenzo aprendió el idioma de los pobres, se hizo su amigo, se hizo su abogado, su sacerdote, y nosotros estamos orgullosos de ello.
En el funeral, su superior lo describió como “parcialmente un Juan Bautista, y parcialmente un Francisco de Asis”, y así era exactamente como lo veían los pobres.
A Lorenzo no le gustaba hablar sobre su vida, pero recuerdo que una noche compartió el siguiente recuerdo: “Antes de ir a prisión por desobediencia civil, hice un retiro espiritual con Daniel Berrigan.
El nos dijo `Si no pueden hacer esto sin que desarrollen sentimientos de rabia y amargura, mejor no lo hagan´. Oré toda la noche previa a mi arresto, en parte porque estaba asustado, y en parte porque sabía que necesitaba la ayuda de Dios para no amargarme”.
Y en él nunca creció ni la amargura ni la rabia. Siempre noble en espíritu y bautizado para los pobres.
Pienso que aún en sus últimos momentos, cuando vislumbraba el sin sentido del final de su vida, él, igual que Jesús, tuvo la sensible empatía para saber lo que realmente acontecía y decir “Perdónalos porque no saben lo que hacen” + (PE)
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09/06/18 - PreNot 8217
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