miércoles, 15 de julio de 2009

Armas para el pueblo cubano Eduardo Galeano joven Fidel Castro y su pueblo triunfante creciendo Museo Che Guevara Chaubloqueo Toto Eladio González

Fidel Camilo el pueblo armado entra a La Habana triunfante


El pueblo armado

Por Salvador E. Morales Pérez

Instituto de Investigaciones Históricas, UMSNH


“Un dos, tres, cuatro,

comiendo mierda

y rompiendo zapatos”.

El humor contrarrevolucionario se burlaba sangrientamente de los pininos de aquellas bisoñas milicias fundadas al declinar 1959. Familiares y allegados adversos al proceso se reían cuando nos veían concentrarnos una noche y otra en alguna explanada local para ejercitarnos: “Atención, dee frente, maarch… Mediaaa, vuel … Paaraadaa, descansen!”.

Y de verdad era jodido después de un tenso día de trabajo pasarnos en aquellos menesteres que nos recordaban los días de educación física escolar. Pero una noche, de fría lluvia, llegaron los fusiles: los R2 de bayoneta acoplada, de procedencia checa. De igual procedencia, ¡las metralletas! Todos queríamos una y no los viejos Springfield y Garands que parecían antediluvianos.

Abrimos aquellas largas cajas húmedas y brillantes y más pesadas que un matrimonio mal llevado. Ahora las milicias empezaban a ser lo que había dicho Camilo Cienfuegos en hora crítica: el pueblo armado. Y ya saben, a partir de aquellos momentos, arme y desarme hasta que también nos aburríamos de tanta mecánica.

Y luego las marchas, ora de 8 kilómetros, otra de 25 y por suerte no me tocó la de los 62 porque mis pies y piernas a pesar de aquellas buenas botas que se popularizaron, no la hubieran aguantado. Pero otros sí lo lograron para nuestra estupefacta admiración. Al regresar a casa dormíamos como benditos. Las amenazas imperialistas no nos quitaban el sueño.

Si tomábamos tan en serio estos preliminares era porque sabíamos que harían falta a la hora de pelear. Porque lo que deseábamos, particularmente los más jóvenes y belicosos, era pelear. Hacerles morder el polvo a los que nos tiraban las bombitas, ponían los petardos, arrojaban desde avionetas propaganda y armas a la contra, a quienes nos agredían con sus presiones económicas y políticas.

Los enfrentamientos cotidianos nos habían puesto la dignidad al rojo vivo. Teníamos una sensibilidad política que se inflamaba con cualquier declaracioncita del State Deparment. Un novedoso sentimiento de firmeza, de razón, determinación y hasta de prepotencia nos invadió.

A los más decididos y agresivos les llamábamos los “come candelas”. Desde luego, en aquellas bisoñas huestes había de todo, como en cualquier conglomerado humano. Puede que algunos se integraran por temor a significarse –como se decía entonces en aquella hora peligrosa para Cuba – otros por oportunismo o mimetismo, pero la mayoría estaba por conciencia.

Por una conciencia revolucionaria, aun primitiva si se quiere, pero conciencia en formación. Unos cuantos nos interesábamos por el marxismo. Con un fondo patriótico martiano, fidelista, antiimperialista, buscando un horizonte justiciero de cambios en las relaciones internas y externas.

De repente aparecieron en nuestros labios aquellas canciones de los republicanos españoles durante la resistencia al golpe fascista de Franco, apoyado por Hitler y Mussolini y el extraño y culpable “no intervencionismo” de las potencias capitalistas “occidentales”: “Con el quinto, quinto, quinto, con el quinto regimiento, se va lo mejor del pueblo, la flor más roja de España”.

Claro, vinieron las adaptaciones en clave de rumba. De entonces para acá no he visto una generación tan conciente de su valor, tan clara y decidida en su compromiso, tan convencida de sus sacrificios, tan henchida de entusiasmo revolucionario, tan orgullosa del protagonismo que le brindaba la historia. Nos sentíamos iguales a los grandes héroes de las gestas de lucha pasada y reciente. Con ese orgullo se ha vivido hasta hoy.

Nadie dudaba de la inminencia de una confrontación armada. El ataque fuerte era esperado. Los más temerosos emigraron entre el asombro y el espanto. El resto, la mayoría, a prepararnos sin miedo, porque la adrenalina biológica y la política estaban a su máxima expresión.

Para comienzos de 1961 ya se había agotado los enfrentamientos verbales, diplomáticos, la interacción de medidas políticas y económicas. Desde julio de 1960 el gobierno revolucionario había repelido cuanto intento de debilitamiento implementara el de Washington. Era el camino hacia el bloqueo como táctica de desgaste. A cada perjuicio de la economía cubana y de la inserción cubana en la arena mundial, se le había replicado recortando el poder que tenía Estados Unidos en la Isla, tanto desde el punto de vista económico como en el financiero, el político social y el mediático.

Las nacionalizaciones, de la industria azucarera, refinerías de petróleo, la confiscación de los bancos (excepto los canadienses), las grandes casas comerciales, las manufacturas tabacaleras, empresas ferrocarrileras, circuitos cinematográficos, le asestaron un fuerte golpe, no sólo a los intereses extranjeros en Cuba. También la burguesía nativa y terratenientes sobrevivientes, siempre dispuestos a la traición, como en 1898 y en 1933, fueron reducidos a tiempo. Sus empresas habían comenzado graduales labores de sabotaje para erosionar la economía y generar disgusto popular.

Por supuesto que esas acciones a la chita callando van generando descontentos en algunos sectores o grupos populares a contrapelo de los beneficios que reportó a las mayorías el cumplimiento del programa del Moncada. No hay peor ciego que el no quiere ver. Ese es el papel de los prejuicios ideológicos sembrados desde la cultura dominante.

En cuanto a las milicias populares. El primer paso fue dado con la formación de las Brigadas Estudiantiles en la Universidad de La Habana, conformada por 700 universitarios, el 20 de octubre de 1959. Seis días después Fidel Castro anunció la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias.

Era ya una necesidad a gritos, porque se había terminado de licenciar las viejas fuerzas armadas y el Ejército Rebelde aun no alcanzaba el poder bélico suficiente para enfrentar la amenaza cercana.

En marzo de 1961 efectuaron el primer desfile en La Habana 50,000 milicianos. Todo un símbolo de adhesión y determinación popular con el proceso y con los retos que debía este enfrentar.

Las experiencias históricas cubanas y mundiales, y la más reciente de Guatemala, advertían de la terquedad opuesta al más mínimo intento de justicia, rectificación o cambio. Con esos adversarios no se podía tener vacilaciones. Desarmarlos y aplastarlos. En política revolucionaria la previsión decide el destino de la historia. ¡Cuántas causas populares se perdieron por no armar a tiempo al pueblo! ¡Perdidas a un costo enorme! Guatemala sigue siendo ejemplo doloroso.

No desdeñable contribución fueron el encuadramiento político de la juventud en la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Miles de jóvenes nos enrolamos en ella después de haber escuchado el impactante discurso del comandante Guevara, aquel 28 de enero de 1960, en la conmemoración del natalicio de José Martí.

La constitución de la Federación de Mujeres Cubanas semanas después dio un papel visible a esa mitad invisible de la historia, las mujeres. Pero la tapa al pomo, la vino a constituir la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución, el 28 de septiembre de 1960, la más denostada de las organizaciones revolucionarias. Obviamente, al constituirse, barrio por barrio, cuadra por cuadra, con una impresionante masividad, las crecientes actividades contrarrevolucionarias quedaron tamizadas por la vigilancia abierta, permanente, efectiva. No se podía mover un chícharo sin que la mayoría de los vecinos se enteraran. “Siempre hay un ojo que te ve”. La lucha de clases estaba en todo su apogeo y la balanza no podía inclinarse hacia atrás.

Y mientras los jóvenes cubanos nos entrenábamos para la defensa del país y del proceso revolucionario, como decían los contrarrevolucionarios, rompiendo zapatos, del otro lado del charco caribeño una brigada, financiada, armada y adiestrada por los servicios secretos estadounidenses urdía su agresión a la isla.

Las dictaduras y oligarcas de Guatemala y Nicaragua le dieron albergue – y hasta la oportunidad de estrenar sus balas en sangre de jóvenes militares guatemaltecos – antes de acometer la acción que se convertiría en la primera gran derrota de Estados Unidos en este hemisferio.