sábado, 4 de julio de 2009

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sonriente Gabriela Mistral premio Nóbel de Literatura chilena y severo el semblante del poeta, patriota y periodista Apósto del Cuba e ideólogo del ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba




GABRIELA MISTRAL Y JOSÉ MARTÍ

La sencillez, ¡cosa muy complicada! podría decirse, parodiando a Voltaire.

Este pequeño volumen y su gran prologuista lo comprueban: son los "Versos Sencillos", de José Mar­tí, que el Ministerio de Educación de Cuba ha edita­do, con una conferencia sobre su autor dada por Ga­briela Mistral, el 30 de octubre último, en el Institu­to Hispano-Cubano de Cultura.

Sencillos, lo son ciertamente los versos; pero del choque entre la comentadora y el poeta surgen refle­xiones que van directamente al más complicado de los problemas mentales y sentimentales. Tratemos de ex­plicarlo.

José Martí tiene dos personalidades; por un lado es prócer de la Independencia y Padre de su Patria, apóstol político de irradiación continental; por el otro es un escritor insigne, dueño de los recursos del idio­ma y poeta coronado de fama.

¿Hasta qué punto el prestigio del primero realza las proporciones del segundo y contribuye a exaltarlo, poniéndolo en un sitio donde resulta difícil la medida?

Es lo que, de pronto, hace pensar el contraste visi­ble entre la prosa enérgica, el ditirambo lírico, encen­dido, con que la poetisa lo celebra y la calidad de los versos, rara vez excelentes, a menudo bastante media­nos con que se nos presenta, en seguida, cantando. Martí.

La verdad, si no vinieran juntos y en tan íntimo consorcio, apenas se nos ocurriría la idea de reunirlos.

Fervorosa admiradora del hombre y participante de la "religión martiana" que cultivan algunos espí­ritus selectos —entre ellos nuestro recordado Hernán­dez Catá— Gabriela Mistral, para referirse a su hé­roe, pronuncia, desde luego, palabras irrevocables des­pués de las cuales sólo queda el éxtasis y una admira­ción muda. "Aunque la obra poética —dice— pieza a pieza, sea milagro evidente, cuando se trata de un poeta verdadero, todos sabemos que dentro de esa geografía mística que es una obra poética hay unos parajes donde la reverberación de la gracia es mayor o, si se quiere, donde lo angélico, de próximo, se concreta como el Gabriel anunciador se plasmó dentro del aposento [de María, hasta el punto de que se le toca y casi golpea la cara con el perfil”.

No vamos, pues, a leer una crítica, sino una anunciación, el prólogo de un prodigio. Y como el lenguaje de la escritora, nutrido en las familiaridades clásicas y pictóricas de expresión, constituye ya un prodigio suficiente, se nos permitirá que sigamos citando:

“Es lo común —agrega— que este punto de la obra poética lo formen unas pocas composiciones aisladas del resto o separadas por años de distancia una de la otra. Pero suele ocurrir para mayor fiesta de nosotros que el relumbrón de la alta gracia cubra a un grupo de poemas de la misma época creando, como la mina, e! filón continuado, la veta sin interrupción. Es en estos casos cuando se afirma más la teoría de la inspiración. Durante el período tal, que suele cubrir una semana como un año, el poeta escapó a la discontinuidad, se libró de las sequías interiores de Santa Teresa, que tanto cuentan para la poesía como para la mística; en ese espacio de tiempo, el poeta vivió sin relajo en los cogollos del ser, ciego de luz como la alondra por el espejo, pero sin caer quemado por el reverbero tremendo".

Este tono se mantiene por treinta y cuatro páginas.

A lo largo de ellas, los "Versos Sencillos de José Martí van ascendiendo progresivamente a la región empírea y es un bello espectáculo el aliento de Gabriela Mistral para empujar y sostener en los aires esa maquinaria vibrante de elogios, con un esplendor de imágenes, con una potencia de sensaciones que desconocen la fatiga y vencen las leyes de la gravedad.

Nos habla de la sencillez de Martí, de su espontaneidad divina, unida en bloque con su naturalidad espléndida donde ella descubre "abismos cristalinos de aires” y síntesis perfectas como la gota de agua, rebelde al pincel y al análisis y que, sin embargo, esconde “una experiencia grande del mundo, un buceo de la vida en cuatro dimensiones… un motón de materiales, una cargazón que, si la viésemos, nos asustaría, hecha de sabiduría del mundo y del alma”.

Adelantándose a una objeción, agrega: “Este sencillo nada tiene de simple; si hubiese sido eso, es decir, pobre, no alimentaría, como lo hace, sin hambrearlo nunca, el apetito de belleza de la raza que continua leyéndolo”.

El "crescendo" sigue.

De la oda pasamos al himno, al coro de música or­questal; es la Novena Sinfonía, es una obertura wag-neriana; se oyen resonar los bronces, percíbese el es­trépito de los timbales y entre las selvas de los violines y las notas agudas de la flauta, alternadas con el rumor del contrabajo, va acercándose el momento en que ensordeceremos de asombro.

Pues bien, cuando se levanta el telón sobre la esce­na, aparece allí, solitario, modesto y algo desplumado, un pajarito.

Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma
y antes de morirme
quiero echar mis versos del alma.

Así, en romances, canta José Martí sus "Versos Sencillos".

Hay que planear en lentas curvas descendentes pa­ra buscar aterrizaje.

Todo lo contrario de la poetisa, no hace José Martí reverberar la sangre ni quiere untarse con ella el ros­tro ni las manos, aunque la tragedia se le venga encima.

Su admiradora lo reconoce, no sin sorpresa y se pregunta la causa sin hallar respuesta

“La isla de los "Versos Sencillo;"—dice- este lugar de toda gracia, comprende también la famosa”Niña de Guatemala". A pesa de su tono de cancioncilla, de su si-es-no-es de acuarela inglesa, ¡que extraño resulta este poema! - ¿Por qué, me lo he preguntado mucha veces, el poeta sacaría de un tema trágico ese aire que parece silbado por un pastor o nada más que juego poético?

Para nadie ha de resultar más enigmático el caso que para la autora de los “Sonetos de la muerte”, pues también aquí se trata de una historia de amor en que interviene el suicidio.

Se recordarán -¿Cómo podrían olvidarse? los acentos de ella ante la muerte voluntaria del amante, sus alaridos de pasión celosa, las apreciaciones al Padre, esa plegar`´ con que conmueve al cielo y a la tierra ante las entrañas desgarradoras.

¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, con las sienes vaciadas,
Las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
Hacia un ancla invisible las manos orientadas?

Es la pasión de la mujer y no hay tal vez en caste­llano ni en lengua alguna protesta más patética, cla­mor más vehemente contra el misterio doloroso.

Señor, tú sabes cómo con ardoroso brío
por los seres extraños mi plegaria te invoca;
vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,
cal de mis huesos. . .

Y esa desesperación exasperada ante lo definitivo:

¡Ah! no, volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo las lunas plácidas o entre el cárdeno horror,
y ser con él todos los inviernos y las primaveras
en un angustiado
nudo en torno a su cuello ensangrentado.

A José Martí le ha cruzado el camino un drama idéntico. Sólo que no hubo en la "La Niña de Guate­mala" sombra de impureza ni traición. En su vida no entraron "malas manos" y fue ella, por el contrario, la humillada y ofendida, la que padeció por el amante olvidadizo. Oigámosle cantarla:

Quiero a la sombra de un ala
contar este cuento en flor:
la Niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.

. . .Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.

. . .Ella por volverlo a ver
salió a verlo al mirador
El pasó con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente—la frente
que más he amado en mi vida.

Se entró de tarde en el río.
La sacó muerta el doctor.
Dicen que murió de frío:
Que se murió de amor.

Allí en la bóveda helada
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada
besé sus zapatos blancos.

Callado, al obscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!

Es una balada, es una copla ligera, de una belleza límpida, de un diseño gracioso, alado, suave. Pero se comprende que Gabriela Mistral no se la explique y se diga: "Aquella muerte de la muchacha guatemalteca, ¿quedó en Martí sólo como la viñeta floral de un cortejo mortuorio que más parece friso prerrafaelista?”

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el pueblo en tandas
todo cargado de flores.

Vuelve a preguntarse la poetisa: "La adolescen­cia de la novia, más niña que mujer, ¿fue lo que hizo proyectar sobre el poema esa luz sin calor? ¿La his­toria del amor no fue más que un tema musical que le dejó en el alma ese haz de ritmos leves, casi dicho­sos? Porque el metro de pura canción da al poema también un aspecto de juego melódico que no se avie­ne con el grave asunto, que lo banaliza un poco, a pesar de la belleza definitiva de la composición".

Nada.

Es que son el anverso y el reverso, es que son los dos polos del mundo, las electricidades de signo con­trario: el hombre y la mujer. El hombre para quien el amor constituye un episodio, uno de los muchos ac­cidentes, vitales; la mujer que se sumerge entera en el océano pasional y dentro de él se siente en su uni­verso.

Lo admirable aquí, desde el punto de vista críti­co, es que, a pesar de ese abismo, la poetisa logre sen­tir al poeta, lo comente celebrándolo y lo alce más allá de lo que en estricta justicia se permitiría.

Porque la "Niña de Guatemala" es absolutamen­te lo mejor de los "Versos Sencillos", entre los cua­les pueden notarse muchos que no sólo tocan la su­perficie prosaica, sino que ahí resbalan y hasta sue­len hundirse.

A menos que se les busque sentido recóndito, una interpretación esotérica, hallamos sencillamente inexpli­cables las estrofas del poema número trece:

Por donde abunda la malva
y da el camino un rodeo,
iba un ángel de paseo
con una cabeza calva.
Del castañar por la zona
la pareja se perdía:
la calva reblandecía
lo mismo que una corona.

Sonaba el hacha en lo espeso
y cruzó un ave volando:
pero no se sabe cuando
se dieron el primer beso

Si esto se ha de entender sencillamente, como cumple a unos versos sencillos, tenemos que el del hacha divise al de la calva con el ángel y les cercene la cabeza de un hachazo.

Gabriela Mistral no detiene ahí ni en parte alguna su sinfonía de alabanzas. Ella busca la intensidad de !a expresión y ciertamente, la halla, con esplendor, ron magnificencia. Es poeta. Y no pone el oído a la melodía externa sino a la divina canción que en su interior resuena. Un espectáculo, sin duda, de inne­gable belleza; pero que atemoriza un poco el ánimo cuando nos paramos a mirarlo a la distancia e inspi­ra el deseo de contener tanto generoso entusiasmo pa­ra invocar la medida, ese límite que impide, alcanza­da la cumbre de la sublimidad, avanzar todavía otro paso.

1939

Nota: “Gabriela Mistral” Premio Nobel 1945; Santiago de Chile, Editorial “Nascimento”, 1946; por Alone, (Hernán Díaz Arrieta, Critico Literario).
Creo de suma importancia dar conocer este artículo dedicado a Gabriela Mistral, porque tiene un mérito representativo. Desde sus principios Gabriela Mistral despertó las resistencias que provoca todo temperamento fuertemente innovador. El suyo ofrecía tintes revolucionarios y se le atacó rudamente. La hallaban violenta y cruda, artificiosa y ás­pera. Unos se escandalizaban de su frananqueza erótica. Otros no podían entenderla.
Lo» artículos de Alone, numeroso y continuos, la defendieron e interpretaron con alta y convincente admiración, aprovechando la ocasiones propicias o creándolas si era necesario



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Luis E. Aguilera
Director Nacional
Sociedad de Escritores de Chile
Presidente
Sociedad de Escritores de Chile (SECH),
Filial Región de Gabriela Mistral-Coquimbo
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