Cooperación versus competencia. Por Josep Castelló. Barcelona. España.
"No seremos plenamente humanos hasta que hayamos puesto la cooperación en el lugar que ahora ocupa la competencia".
Esta afirmación del paleontólogo Eudald Carbonell me vino a la memoria cuando le oí decir no hace mucho a Eduardo Galeano, en un entrevista radial, que mientras visitaba las cuevas de Altamira hace ya años, se le ocurrió que "si nuestros antepasados no hubiesen sido capaces de compartir comida y caverna, la humanidad no hubiese llegado hasta nuestros días".
Compartir, colaborar en vez de competir. Así de fácil. Pocas palabras y claras, pues "la verdad nunca es prolija", como suele decir un amigo mío, jurista, hombre de leyes aunque dada su talla humana hombre también de verdades, concordancia que no siempre se da en esa noble profesión. (Tómese "prolijo" en el sentido de "largo, dilatado en exceso, aburrido, pesado...", no el de de "cuidadoso o esmerado").
Pienso que si la verdad no brilla en nuestro mundo con sencillez y contundencia es porque los humanos instrumentalizamos la palabra. Lejos de utilizarla para comunicarnos la usamos para convencer, lo cual, a poco bien que se mire, es lo mismo que vencer. Vencemos a quien nos escucha porque lo ganamos emocionalmente para nuestra causa. Cuantos más seremos más reiremos porque más fuertes seremos. Ahí tenemos esa condición humana que demuestra sin duda la permanencia viva en nuestra naturaleza del primate que nos originó como especie.
Convencer, vencer, ganar, competir son fenómenos que se dan en el campo de la mente, ese universo en el cual vivimos los humanos en tanto que tales. Porque a nadie se le oculta que pese a que somos seres reales y vivimos en un mundo también real en el que ocurren hechos reales, vivimos esa realidad recreándola en nuestra mente, donde la teñimos con el color de nuestro propio filtro. Que desde que nacemos y sin siquiera darnos cuenta, vamos edificando la persona que somos en un permanente proceso de adaptación mental y físico al medio. Y que esa estructura mental tan propia y personal que hemos construido durante ese proceso que es vivir es quien determina cómo pensamos, cómo sentimos y como vivimos todo cuanto hay y sucede dentro del contexto que nos ha tocado en suerte. Y hasta tal punto es así, que podemos decir que no vemos las cosas cómo son sino cómo somos.
Adecuar la mente de la población a los intereses de los poderes fácticos ha sido siempre la tarea principal de quienes han detentado el poder. Son sobradamente conocidos los recursos intimidatorios, propagandísticos y "pedagógicos" de todo orden que las dictaduras han desplegado siempre y siguen desplegando para configurar el pensamiento de las poblaciones sometidas de manera que favorezcan la realización de sus infernales propósitos. Pues bien, el capitalismo es, de forma clara y evidente, una de las más feroces dictaduras que ha padecido jamás la humanidad. Una dictadura que se impone mediante la fuerza represora y de control de los mal llamados estados democráticos, pero sobre todo mediante la imposición de una forma de vivir que se ha hecho hegemónica a nivel mundial, la cual va acompañada de un permanente discurso ideológico que aparentemente la legitima.
A partir de esa esclavitud aceptada, de ese vender el alma por un plato de lentejas o por unas cuantas prebendas, los paladines del capitalismo tienen sometida la población acomodada de los países con economías desarrolladas, la cual, secuestrada la mente y adormecida la conciencia, quizá para no tener que enfrentarse a la vergüenza de su complicidad se convierte en la más ferviente defensora del sistema que la esclaviza. Y así, cualquier gesto de dignidad que conlleve insumisión significa un enfrentamiento no solamente al poder sino también a quienes por cortedad o por cobardía lo aceptan calladamente. De ahí que sustituir el paradigma individualista y repleto de codicia que nos acredita como descendientes de bestias por otro más humano no sea tarea fácil.
Afortunadamente son muchos los frentes que debe mantener abiertos el capitalismo para imponer su hegemonía y, afortunadamente también, en cada uno de ellos hay grupos humanos de muy distintas filiaciones que resisten y luchan con ánimo de impulsar el avance de la evolución humana, conscientes todos de que no es obedeciendo dócilmente los dictados del pensamiento dominante como le daremos la vuelta al mundo, sino ayudando a que florezcan nuevas formas de vivir y de pensar. Sus voces se alzan desde los más insospechados rincones del planeta. Es un clamor, una lucha sin cuartel en la que cada cual resiste allí donde se encuentra.
Resistir, luchar, rebelarse y hacerlo dando la cara y alzando la voz para darnos ánimo y también porque hacen falta gritos que despierten las conciencias es una forma de contribuir a avanzar en humanidad. Gritos y acciones para que no nos silencien y estrategias para contrarrestar las acciones de quienes quieren silenciarnos. Veamos una:
Me contó un amigo, que se licenció en derecho por amor a la justicia y que movido por ese mismo amor ha venido con el tiempo a dar en profesor de secundaria, que en un campeonato de baloncesto interescolar que celebraban en su escuela, el claustro de docentes acordó eliminar el marcador, de modo que en ningún partido hubiese vencedor ni vencido.
Como era de esperar, la iniciativa fue muy mal acogida por padres y madres de alumnos y alumnas que reaccionaron rápidamente contra lo que a todas luces era un atentado al sacrosanto valor de la competitividad, ese intocable fundamento del capitalismo que consiste en proclamarse vencedor y erigirse por encima del adversario al precio que sea. Un permanente ejercicio de anulación de la conciencia que lleva al individuo a la insensibilidad ante el dolor que infringe, para así poder pensar tan sólo en la propia gloria. Tremenda mezquindad...! Qué pequeñez de alma...! Qué escasez de valores...! Qué fuente de miseria moral y material, propia y ajena...!
Se convocaron reuniones para explicar los motivos hasta que finalmente fue aprobado el proyecto, aunque no sin reticencias.
La iniciativa siguió, y mi amigo me informaba al cabo de un tiempo que al curso siguiente aumentó sensiblemente el número equipos participantes en ese extravagante campeonato sin marcador. En él juegan, se divierten y durante el tiempo reglamentario cada participante se esfuerza por quitarle la pelota al adversario y encestar, pero sin que nadie le lleve la cuenta de si lo ha conseguido o no. El público anima indistintamente a los jugadores del propio equipo y del contrario, pues lo único que cuenta allí es el nivel de emoción. Cada equipo compite consigo mismo en un claro ejercicio de autosuperación que justifica y ennoblece el deporte. El contrario colabora con su resistencia a esa superación de los propios límites.
¡Qué fácil es darle la vuelta a lo inamovible cuando se empeña en ello la imaginación! He aquí un modo fácil y eficiente de movilizar los recursos educativos de que dispone una escuela para tratar de conseguir un mundo menos competitivo y por ende más humano, más limpio de resentimientos, con menos miedo a perder y con menos dolor por haber perdido. Una forma fácil de ayudar a despertar nuevas sensibilidades, de alumbrar las mentes con una luz que permita una visión de cuanto acontece distinta de la que el poder quiere a toda costa que tengamos.
Colaborar en vez de competir. La imaginación al servicio de la dignidad humana. Ojalá cunda el ejemplo.+ (PE)
10/11/2009 - PreNot 8540Agencia de Noticias Prensa Ecuménica 598 2 619 2518 Espinosa 1493. Montevideo. Uruguay www.ecupres.com.ar asicardi@ecupres.com.ar |