lunes, 15 de marzo de 2010

nacimiento de una república presidida por el heroísmo y la virtud

El nacimiento de una república presidida por el heroísmo y la virtud

 

Wilkie Delgado Correa <http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Wilkie Delgado Correa&inicio=0>

Adital

 

 

Sobre la Cuba de hoy se habla en todos los confines del mundo. En la Asamblea de las Naciones Unidas todos los años se manifiesta la solidaridad con ella y se condena el bloqueo económico, financiero y comercial de los Estados Unidos que pretende arrodillar a la nación rebelde. Más de cincuenta años resistiendo las embestidas del imperio más poderoso de la historia, son un motivo para admirar la grandeza de un pequeño país que ha protagonizado una hazaña de carácter épico y homérico.

 

Sobre la Cuba de hoy también se habla en voz de los grandes medios de propaganda y de los ilustres personajes que reinan en el concierto de las naciones gobernadas por la plutocracia reaccionaria internacional. A ellos los acompaña, como corifeos de baja estofa, la ralea sietemesina y vendepatria de todos los confines.

 

Sobre la Cuba de hoy todos los reaccionarios de este mundo, difaman hasta no poder y claman al cielo por su condena al infierno más despiadado. La calumnia rueda estrepitosamente sobre alfombras de terciopelos y adornos enchapados en oro. Da nauseas tanta vocinglería de la estulticia más crasa.

 

Pero a pesar de todas las maquinaciones puestas en práctica con inquina y venganza atroz, no han podido con Cuba. Todos sus enemigos han sido derrotados por la fuerza moral de la Revolución Cubana.

 

Y esta fuerza moral descansa sobre los fundamentos indestructibles de un presente de lucha y de victoria, pero también se asienta en las raíces de un pasado que brilla por los principios fundadores que dieron origen a la nacionalidad.

 

Era el 10 de abril de 1869. Esa mañana el poblado de Guáimaro estaba engalanado como para una feria gigante. La calle principal, recta y ancha, desembocaba en una plaza espaciosa. Estaba a esa hora atestada de gente. En las casas de lujo, construidas de calicanto, sus dueños se reunían en los portales y conversaban sobre los acontecimientos que provocaban el jolgorio general. En los suburbios, las gentes pobres también eran invadidas por la euforia general. Más allá, alrededor del caserío, se extendía el bosque verde y a los lejos se divisaban las colinas grises y azules.

 

El hecho que concitaba tal animación y entusiasmo se producía por primera vez en la guerra. Los delegados de los cubanos insurgentes se reunían para dejar constituida la Asamblea Constituyente de una nueva república. Las familias inundaban las calles para verlos pasar. Las mujeres alzaban en brazos a sus criaturas y les señalaban con un brazo extendido a los jinetes conocidos.

 

Estos iban en sus caballos ataviados como para una fiesta o en carretas adornadas con ramas. En los puntos más concurridos, los comerciantes hacían buena venta de todo tipo de golosinas. En un momento se produjo un gran alboroto entre la multitud. Los comerciantes saltaron los mostradores y corrieron hacia la calle. Los portales se atiborraban de personas que gesticulaban y lanzaban voces y gritos. Todos observaban a aquel hombre erguido y grave que llevaba a paso parsimonioso, alta la rienda, a su caballo poderoso. Más que por su estatura, impresionaba por su figura serena y firme. Llevaba al sol la cabeza de largos cabellos, se notaban sus ojos claros y visionarios. Iba vestido con chamarreta blanca. Colgado del cinto, se destacaba el sable de puño de oro. Y afincados en el estribo, las polainas negras relucían como un espejo.

 

-¡Ése es Carlos Manuel! -coreaba la multitud, con voces de distintas intensidades según las emociones personales de cada uno.

 

Un cortejo avanzaba detrás de Carlos Manuel. Le seguía Francisco Vicente, alto y tostado, con su barba por el pecho. Venía hablando con un anciano muy blanco y canoso. Otros marchaban callados o intercambiando palabras y sonrisas mientras observaban a la muchedumbre que se agrupaba a ambos lados de la vía.

 

Carlos Manuel y su séquito avanzaban hacia la plaza rodeados de la admiración del pueblo. Le miraban como si vieran en persona a un volcán que pasaba tremendo e impertérrito, después de salir de las entrañas de la tierra. Todos le reconocían la autoridad y la audacia de decidir con un gesto la creación de un pueblo libre. La gente intuía la grandeza del hombre que fuera capaz de echarse un pueblo a los hombros. Reconocían la fortaleza de espíritu de aquel que, sin más armas que el ímpetu y la rebeldía, había decidido, cara a cara de un imperio implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quitara a un tigre su último cachorro, como diría un cronista muchos años después.

 

El desfile de los delegados continuaba. Una que otra vez los caballos, inquietos, marchaban caracoleando. En uno de esos momentos pasó Agramonte, saliéndose del caballo y echando la mano por el aire. El rubor le llenaba el rostro ante las manifestaciones de reconocimiento. El bigote apenas le sombreaba el labio. Sus ojos expresaban una dulzura triste. Después pasó Salvador, el Marqués. Iba sobre el caballo como si fuera caído y cabalgara con todo el cuerpo desarticulado.

 

La cabalgata de los delegados continuó entre el polvo, los sombreros de yarey, el sudor de la concurrencia, el tufo que emanaba de las bestias sudorosas y las exclamaciones y vivas del gentío. En un punto de la plaza se encontraba una hermosa joven. Era Ana de Quesada. Sus familiares y amigos le llamaban cariñosamente Anita. Años más tarde ella testimoniaría su presencia allí de esta manera: "Fuimos a presenciar en Guáimaro el nacimiento de un pueblo".

 

La Asamblea de Guáimaro redactó la primera Constitución cubana, y formó un gobierno nacional a cuya cabeza estaba Carlos Manuel de Céspedes como Presidente de la República en Armas. Era el patriota rebelde y tenaz que había dado inicio a la guerra de independencia el 10 de Octubre de 1868. Un cubano que simbolizaba el espíritu y la rebeldía de un pueblo que comenzaba a nacer en la historia.

 

Fue así que el 11 de abril de 1869, Céspedes pronuncia su discurso de asunción a la presidencia con estas palabras que constituyen basamento de nuestro carácter revolucionario. Expresó ese día las ideas que han sido norte de nuestra conducta: "Cubanos, con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación".

 

Desde entonces a acá nada ha faltado: Hemos podido contar con el heroísmo, con la virtud y la abnegación indispensables para cada momento histórico y para hacer realidad la independencia, consolidar la república y resistir los planes de muerte y destrucción de la nación cubana.

 

* El autor es Doctor em Ciências Médicas. Profesor de Mérito

Fuente: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?boletim=1=ES&cod=45939