CUBA: LA TIERRA, LOS CAMPESINOS Y LA REVOLUCIÓN
Jorge Gómez Barata
Con la excepción de la educación, la salud pública y la defensa, ningún tema ha concitado tanta atención por parte de Fidel y Raúl Castro como la tierra y los campesinos.
“El problema de la tierra” fue uno de los seis puntos mencionados por Fidel Castro en su alegato conocido como La Historia Me Absolverá y que se convirtió en el programa de la Revolución Cubana, una ley de Reforma Agraria aplicable en los territorios liberados fue la única promulgada antes del triunfo revolucionario y el Congreso Campesino en Armas organizado por Raúl Castro fue uno de los dos eventos políticos celebrados en la Sierra Maestra durante la Guerra Revolucionaria.
Recientemente, al definir como prioridad de la economía cubana la producción de alimentos y considerarla como “asunto de seguridad nacional”, el mandatario cubano relanzó aquellos acentos que parecieron cumplirse con la ejecución de las Leyes de Reforma Agraria, adoptadas en 1959 y 1963. No ocurrió así porque la cuestión agraria es parte de un problema estructural mayor, del cual la propiedad de la tierra y la situación social del campo no eran los únicos factores.
Los pronunciamientos del mandatario cubano responden a tensiones económicas para cuyo enfrentamiento, a su juicio, son necesarios “…Cambios estructurales y de conceptos…”En ese contexto, agravado por una feroz campaña política y mediática contra la Revolución, los campesinos agrupados en la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), han convocado a su X Congreso. Se trata del menos ceremonial de los eventos nacionales, el único que reúne a un sector cuya actividad es relativamente autónoma y a un área exitosa de la economía cubana.
Con menos de la tercera parte de las tierras, agrupados en Cooperativas de Producción Agropecuaria en las cuales la propiedad individual desaparece para dar paso a la colectivización y en Cooperativas de Créditos y Servicios, una variante en la que se cooperativiza la gestión manteniendo la propiedad privada sobre la tierra, los campesinos, aportan más de la mitad de toda la producción agrícola del país, formando el único sector social cubano cuya solvencia pecuniaria crece consistentemente.
Con frecuencia se olvida y en ocasiones algunos de ellos mismos pasan por alto que esa masa, más exactamente su padres y abuelos a quienes la Revolución hizo propietarios de las tierras que hoy ocupan sus descendientes, formaban el segmento más explotado, humillado, preterido y excluido de la Cuba pre revolucionaria.
Si bien los campesinos y sus familiares, son un sector integrado al sistema, sus relaciones con el Estado y la sociedad no están exentas de complejidades. Los integrantes de unas y otras cooperativas que contratan y venden la mayor parte de su producción al Estado, históricamente se han quejado de imposiciones burocráticas y autoritarias, de los bajos precios fijados por el gobierno, de la ineficacia del acopio y de la morosidad en los pagos.
Por otro lado, debido a que una parte de la producción campesina se comercializa en los mercados libres agropecuarios que funcionan con las reglas de la oferta y la demanda, la población se queja de precios que considera abusivos. La liberalidad de los productores y la ineficiencia estatal, abren espacios a los intermediarios. Mientras tanto, la retórica acerca de una presunta alianza obrero campesina apenas es mencionada por algún nostálgico creyente, que yo sepa ninguno es campesino.
Además de por su participación en la vida política nacional, la sensibilidad de Fidel y Raúl Castro respecto al dramático problema de la tierra y a la tragedia de los hombres de campo, se originó de las vivencias aportadas por su origen de clase, hijos de terrateniente, pasaron su infancia y primera juventud en ambientes rurales y en contacto con las realidades de una plantación cañera, experiencias reforzadas por el hecho de que la revolución que condujeron, si bien tuvo un origen urbano, se desarrolló en el campo profundo del oriente cubano, precisamente la región donde nacieron y crecieron.
El escenario y la positiva respuesta política de los campesinos y obreros agrícolas que nutrieron las filas del Ejército Rebelde, acentuaron el compromiso de la vanguardia revolucionaria con el campesinado e hicieron de la reforma agraria: “El Rubicón de la Revolución” como ha dicho Raúl Castro y una especie de punto de no retorno.
La reacción de la oligarquía respaldada por la burguesía nativa ligada a la industria azucarera y las grandes compañías norteamericanas propietarias de enormes extensiones de tierra que se negaron a acatar la Ley de Reforma Agraria de mayo de 1959, forzaron un proceso de radicalización que alteró lo que hubiera podido ser la política agraria de la Revolución que Fidel había previsto en el Moncada y que excluía semejante confrontación.
En unos casos los propietarios expropiados abandonaron el país, en otros dejaron incultas las tierras y en el peor, las utilizaron como refugio de las bandas armadas contrarrevolucionarias. En conjunto, por razones más políticas que económicas y sociales, en 1963 la revolución dictó una Segunda Ley de Reforma Agraria, en virtud de la cual más del 80 por ciento de las tierras pasaron a manos del Estado, que ha sido desbordado tornándose incapaz de administrar eficientemente y hacer producir semejante patrimonio agrícola.
Si bien con las leyes de reforma agraria, la Constitución de Granjas del Pueblo, la formación de empresas agrícolas de propiedad estatal y planes especiales, la formación de cooperativas y la gigantesca obra social de la Revolución en el campo, pudo afirmarse que las promesas del Programa del Moncada estaban cumplidas, ello no significó la consolidación de la economía agrícola nacional, que con la crisis inducida por el fin de la Unión Soviética se desplomó evidenciado problemas estructurales aún por resolver. Luego les cuento.